𝐭𝐡𝐢𝐫𝐭𝐞𝐞𝐧
"Secretos"
Antes de que volvieran a comenzar las clases, Ana se pasó los días junto a Luna y Ginny —quién se había amigado con la Ravenclaw más rápidamente de lo que Ana había podido procesar—, pero con una duda en su cabeza de a quién podía contarle acerca de la carta misteriosa que había recibido durante Navidad. Y cuando se encontró sola junto a Hermione en el dormitorio, decidió soltar todo.
—¿Una carta anónima? —inquirió Hermione con preocupación en su voz—. Ana deberías decirle a un adulto...
—Primero, no es exactamente una carta anónima dado que quién escribió quiso poner su nombre, ¿ves? —Ana le mostró la carta, exactamente donde debería estar la firma—. Y segundo, ¡obviamente le diré a un adulto! Solamente que no ahora... es decir, se pondrían más alertas y mi espacio sería más reducido que de lo normal...
—¡Por buena razón! ¿Qué tal si es Peter Pettigrew? Aquí dice que era cercano a tu madre y pues... ¿no eran cercanos?
Ana se mordió el labio y miró nuevamente a la carta.
—Además... —Hermione tomó la carta y le señaló algunos renglones—. ¿Luego de tantos años esperando tu retorno? ¿Que vayas a visitarle? Ana esto es una trampa y me niego a creer que no lo ves.
Los labios de Ana formaron una línea mientras sus ojos escaneaban la carta.
—Tienes un muy buen punto, Hermione. Muy lógico y justificable... pero ¿qué tal si no es así?
—Ana...
—Escucha esto —la interrumpió Ana y se acomodó en el colchón—. Imagina que es una persona normal, sin conexión a Pettigrew y que en serio quiere ayudarme... ¿no sería lo mejor si pudiese encontrarme con esa persona? Hermione... si me puede ayudar con mis pesadillas y mis problemas entonces ¿no sería una oportunidad única? Además, no parece como si estuviese ordenándome a ir a darle una visita.
—Psicología inversa —apuntó Hermione pero al ver el rostro de imploración de Ana un suspiro dejó sus labios—. Bien. Estaré de tu lado solamente si se lo dices a algún adulto lo más pronto posible para que te acompañe... y para ver si estoy equivocada quiero ir también.
Ana sonrió y saltó a los brazos de Hermione para abrazarla.
—¡Gracias! Estoy segura de que no te decepcionaré. Ahora cuéntame ¿cómo pasaste éstas semanas? ¿algo interesante?
Las clases comenzaron al día siguiente. Ana amaba el invierno así que pasar tiempo afuera del castillo, protegida de congelarse con su bufanda y suéter, durante la hora de Hagrid fue algo que sinceramente disfrutó. Y era un beneficio que Hagrid había encendido una hoguera de salamandras, para su propio disfrute, donde pasaron una clase agradable recogiendo leña seca y hojarasca para mantener vivo el fuego, mientras las salamandras, a las que les gustaban las llamas, correteaban de un lado para otro de los troncos incandescentes que se iban desmoronando. Por otro lado, su primera clase de Runas Antiguas del nuevo trimestre fue —aunque muy interesante— estresante por el simple hecho de seguir sentada junto a Blaise Zabini que no parecía querer siquiera disimular que veía a Ana con tan poco respeto. Lo bueno es que el chico no había abierto su boca en ningún momento y Ana no había oído su irritante voz en la hora de clase que compartía sentada junto a él. Era una victoria ¿no?
Lo que no fue una victoria fue cuando Ana volvió a ver a Remus y él parecía igual de enfermo de como lo había visto la última vez. Es más, parecía tan decaído que Ana temió que se quebrara durante la clase. Pero cuando le preguntó si había visitado a Madame Pomfrey, el hombre solamente dijo:
—Tengo mucho trabajo y no es tan grave.
¿No tan grave? ¡El hombre parecía desnutrido! Sin embargo, Ana cerró su boca y salió del salón junto a sus amigos mientras Harry hablaba con él, quedándose atrás.
—Estoy preocupada... —admitió Ana y Ron asintió el mismo tiempo que Harry volvía.
—Aún parece enfermo, ¿verdad? —insistió Ron por el pasillo, camino del Gran Comedor—. ¿Qué creen que le pasa?
Oyeron un «chist» de impaciencia detrás de ellos. Era Hermione, que se había sentado a los pies de una armadura, ordenando su mochila, tan llena de libros que no se cerraba.
—Te esperamos —le aseguró Ana y se arrodilló frente a ella para ayudarla.
—¿Por qué nos chistas? ¿Qué hicimos? —preguntó Ron frunciendo el ceño.
—Por nada —Hermione miró a Harry y suspiró—. No es mi lugar decirlo.
—¿Eh? ¿qué cosa? —inquirió Ana ladeando la cabeza.
—Dije que no sabía qué le ocurría a Lupin y tú...
—No es nada —negó Hermione y agradeció a Ana por ayudarla—. Vayamos al comedor, no podemos luego llegar tarde a clases.
Aunque Ana estaba tremendamente curiosa por saber lo que Hermione sabía, si ella había dicho que no era su lugar decir aquel delicioso secreto, entonces no era el lugar de Ana de indagar.
• • •
Los días pasaron con mucha lentitud, Ana había vuelto a su rutina de puro estudio y concentración, que se le haría más fácil si no se olvidase de hacer su tarea y recordase sus asignaturas dos horas antes de la clase. Sí, era un poco difícil, más por cómo solía olvidarse de varias cosas a la vez. Había estado tan aliviada con las vacaciones de invierno que su cuerpo se había acostumbrada a descansar tanto que volver a la rutina se le fue casi imposible.
Pero algo de lo que Ana no se olvidaba era aquel espacio en donde podía estar en silencio sin nadie que la interrumpiese, exceptuando la presencia de una persona que le creaba un muy mal humor. Ana ya había descubierto algunos tiempos en donde el Slytherin no se encontraba en el escondite ya porque tenía clases o porque no estaba en su rutina y allí, y por ende, esos eran los momentos libres donde Ana visitaba su querido lugar para refrescarse en a solitud del silencio. En aquellos descansos podía sentir su mente relajarse y abrirse para los nuevos conocimientos que le brindaba los libros que leía. Pero justo cuando pensó que tendría una tarde relajante dado que Ravenclaw y Slytherin jugaban, su día se derrumbó.
—No puedes estar siempre aquí —se quejó Ana mirando a Zabini quien estaba en su lugar usual, al lado de la ventana—. Dejaste de venir los sábados hace semanas, ¿por qué me haces esto?
Zabini siguió mirando a su libro pero le contestó.
—¿Tan obsesionada estás conmigo que te sabes todo mi horario, Abaroa?
Si cualquier otra persona le hubiese dicho eso, Ana se habría vuelto roja en ese instante pero como se trataba de Zabini imperturbada.
—Necesito alguna forma de evadirte y tu insoportable aura, así que esa es el único método que me has dejado encontrar por ahora.
Zabini resopló y pasó de página para seguir leyendo. Ana se cruzó de brazos y se dio media vuelta para irse.
—¿Y qué tan solitario debes ser para no ir al partido de quidditch?
Zabini dejó salir una risa fría y agria.
—¿Y qué tan poco agradable debes ser para que tus amigos ya estén hartos de ti?
Ana puso los ojos en blanco y salió del escondite. Zabini no tenía razón, sus amigos no parecían estar hartos de ella pero entonces ¿por qué la había hecho flaquear?
Que ella quisiese tener tiempo a solas y no acompañar a sus amigos a ver un deporte que no le gustaba no era malo ¿no? Es decir, sería ciertamente más agradable de su parte tragarse sus protestas e ir a acompañarlos con el simple objetivo de pasar tiempo con ellos ¿no? Tal vez y ahora creían que no les importaba y les parecía insoportables. No era el caso dado que Ana los adoraba pero cabía la posibilidad de que sí pensaran así y comenzaran alejarse de ella. Pero ¿y si pasaba todo el tiempo junto a ellos y les terminaba pareciendo fastidiosa? Quizás ahora estaban aliviados de que no se encontrase allí para molestarlos con su penosa personalidad tal como había dicho Zabini.
Ana tembló mientras se deslizaba contra la pared de piedra y la pequeña piedra de inseguridad que una vez se había colado en su zapato se volvió más grande.
Tal vez no había captado el verdadero sentimiento de la amistad y ahora todos aquellos años de solitario le estaban finalmente pisando los talones.
Durante las siguientes semanas, Ana comenzó a alejarse de sus amigos sin decir una palabra. Las palabras de Zabini le habían afectado más de lo que quisiese admitir y además, su inseguridad solamente la dejaba ver cuán felices se encontraban sus amigos durante el tiempo en que ella se había quedado sola. Parecían más felices cuando reían, se divertían más en las partidas de ajedrez y ciertamente parecían más cómodos en su círculo como si la presencia de Ana los hubiese incomodado y sacado de lugar. Ana se sentía avergonzada de haber causado tal problema.
Sin embargo, estaba bastante claro que para todos los que miraban que nada de lo que pasaba por la cabeza de Ana era cierto. Cada uno de sus amigos estaba preocupado con su repentino aislamiento, preguntándose si habían hecho algo mal o si un problema había surgido en la vida personal de Ana que hubiese resultado en su encierro social. Cada vez que Hermione la quería invitar a estudiar, Ana se encerraba en el dormitorio para hacerlo ella sola. Cada vez que Harry quería charlar con ella de lo que fuese, Ana salía corriendo. Y cada vez que Ron la invitaba a una partida de ajedrez mágico, Ana se ponía colorada y se negaba antes de concentrarse en su lectura.
Era ciertamente un misterio para los amigos el nuevo secreto de Ana y su preocupación aumentaba medida avanzaban las semanas.
—¿Qué le sucederá? —murmuró Ron frunciendo el entrecejo mientras observaba a Ana que estaba en la otra punta de la biblioteca rodeada de libros—. Haces semanas que ni siquiera la he escuchado decir palabra alguna. Ni siquiera en la clase de Hagrid.
—No tengo la menor idea... —admitió Hermione, cuyos cabellos estaban atados en dos trenzas voluminosas—. Ni siquiera me dirige la palabra durante las noches, es como si ni siquiera quiere saber de nuestra existencia... Harry, ¿sabes si le ha pasado algo?
Harry negó y miró con inquietud a Ana, quien ni siquiera había reparado en la presencia de los tres.
—Le pregunté a Remus si nos habíamos olvidado de una fecha importante pero dijo que no... le preguntó a la abuela de Ana pero dijo que no le había contado acerca de nada y ahora está preocupada.
Por el otro lado, mientras los amigos susurraban preocupados por su amiga, Ana estaba al borde de lágrimas, escondiendo su rostro en un libro que muy bien estaba al revés.
Quería ignorar el dolor en su pecho pero su mente le jugaba juegos y si ser captar una indirecta, sabía muy bien que sus amigos estaban hablando de ella entre susurros. Claro, no eran muy discretos. Ana notaba cada vez que se giraban hacia ella con el ceño fruncido.
Y era obvio. Había hecho algo mal porque sino no estarían mirándola con tanto criterio. La primera vez que había encontrado amigos y ella metía la pata tan profundamente en el barro que hasta susurraban de ella. ¿Cuándo lo había echado todo a perder?
Ana se comenzó a perder mirando el vacío entre las líneas del libro que sostenía, no sintiendo cómo el tiempo pasaba alrededor suyo y cómo la luz del sol se movía entre los estantes y las mesas, iluminando el polvo y los colores de los libros. Las velas se prendieron durante las seis de la tarde pero el océano seguía perdido en la arena llena de letras que no podían ser conectadas. Solamente cuando sus brazos se acalambraron, haciendo recorrer un hormigueo por toda su superficie y cuando sus ojos comenzaron a cerrarse por lo rojos e hinchados que se encontraban, fue cuando una mano se posó sobre su hombro.
—¿Ana?
La chica dio un respingo y su mirada se posó en Neville, quien la observaba con preocupación. Los ojos claros del chico la miraban dubitativamente a los ojos y cuando a Ana le empezaron a irritar por la luz de las velas cuando se dio cuenta de que estaban irritados.
—¿Te... te encuentras bien? —inquirió Neville mientras Ana pestañeaba rápidamente para calmar sus ojos.
—Sí... sí... solamente... —Ana miró a su alrededor para buscar una excusa mientras su labio inferior temblaba—. No entiendo esto.
Neville observó la página que Ana señalaba y al ver que el libro estaba dado vuelta lo tomó suavemente en sus manos y lo colocó correctamente en el agarre de Ana. Le sonrió con nerviosismo mientras Ana pensaba en desaparecer de la ansiedad que le causaba haber hecho el ridículo.
—Son Puffapods... si quieres puedo ayudarte —le ofreció Neville—. No... no soy el mejor pero me gusta Herbología y tal vez... te pueda dar una mano... claro si es que quieres...
Ana miró el libro que tenía en manos y luego a Neville, que parecía igualmente de incómodo que ella. Ana no era muy buena en la clase y sería una mentira decir que no estaba atrasada. Además, era poco decir que no estaba estresada y cansada dado a su situación personal pero también académica. Así que Neville en esos momentos era como un príncipe azul sacándola del agujero en el que se había metido.
—Lo agradecería un montón —admitió Ana con un suspiro y Neville pareció tan aliviado como ella mientras se sentaba a su lado.
—Genial... la biblioteca cerrará en dos horas así que no tendremos suficiente tiempo... pero si quieres nos podemos encontrar por algunas horas todos los días por la tarde...
Ana miró la torre de libros que tenía alrededor y aquel libro de Historia de la magia que no había abierto en días.
—Me parece una gran idea, Neville... y me pregunto ¿te va bien en historia de la magia? —le preguntó Ana un tanto nerviosa de que pareciese que estuviese aprovechándose de la amabilidad de Neville.
Cuando Neville le sonrió felizmente, su inseguridad se esfumó y el peso en su pecho se deshizo en un suspiro.
—No creo ser el mejor... pero puedo intentarlo.
Para la sorpresa de Ana, enero se pasó rápido. Fue un mes duro, de eso no había duda. Neville era un profesor perfectamente encantador y muy paciente. Ana, que siempre veía al chico trabajando bajo la presión de los otros y las críticas injustas de muchos profesores acerca de su avance académico, podía decir ahora que la voluntad que le ponía Neville cuando se encontraba cómodo era excepcional. Y era imposible pasar de alto su admiración por Herbología. Era estupendo y parecía de lo más satisfecho leyendo los cientos de páginas acerca de hongos y sus propiedades. Era una vista de lo más agradable para Ana.
Sin embargo, no había irradiado tanta felicidad ese mes como ella quería recordar. Las pesadillas habían vuelto, solamente que ahora no eran las de siempre, sino un poco más reales y aterradoras. En cada una de ellas se encontraba sola en una situación peligrosa y cuando llamaba por auxilio nadie venía. Todos los rostros que la observaban ahogarse, caer, llorar, no le dedicaban ni el tiempo de una expresión y menos la de una mano. Solamente le sonreían mientras la desesperación la consumía. Se reían de ella incluso y cada risa que salía de ellos, cada sonrisa era un flechazo para Ana. Eran sueños tan siniestros que quería olvidarlos por las mañanas cuando su corazón latía con la velocidad de un guepardo pero eso no sucedía, y debía repetirlos en su cabeza durante el día haciendo que se distrajese en clase y se atrasara aún más. Nadie podía sacarla de su burbuja, nadie podía hacerle entrar en razón.
Y a finales de enero, una noche en donde el insomnio se estaba apoderando de cada partícula de su cuerpo y ni la dejaba dormir ni tener alguno de esos sueños terroríficos, Ana se dio cuenta de que ya no tenía más pociones que Madame Pomfrey le recetaba. Todo porque en las semanas había estado tan perdida que se había olvidado.
—No... —masculló Ana cuando agarró el pequeño frasco en sus dedos y notó que estaba vacío.
Miró a la ventana que tenía a su lado y notó que la oscuridad había viajado por toda la superficie, solamente dejando ver la luna llena y su luz plateada acariciar las copas de los árboles y los techos del castillo.
Ana, por mucho que le pareciese hermosa, no tenía una buena relación con la luna llena. Eran durante los días alrededor de ella que su insomnio se volvía más presente y justo aquella noche estaba más brillante que nunca. Burlándose de que le tuviese que ver nuevamente.
Un pequeño maullido hizo que Ana se girara hacia los pies de su cama y viese a Crookshanks saltando a su acolchado para recostarse al lado de Basil. Ana sonrió con cansancio y pasó una mano sobre su pelaje anaranjado, escuchando su ronroneo.
—Eres un buen gato, Crookshanks... —murmuró para no molestar a sus compañeras y se giró a donde Hermione dormía plácidamente—. Cuídala ¿sí?
Agarró el libro que posaba en su mesilla de noche y al notar que no iba a dormir, lo abrió, iluminándose por la luz de la luna.
Era el libro que le había pedido prestado a Lyall el mes anterior. Ahora que lo admiraba en la noche bajo una tenue luz, sí que le daba escalofríos. La persona que había ilustrado esos dibujos sí que había de ser perturbadora porque no había forma que alguien totalmente cuerdo hubiese dibujado unos monstruos horripilantes. Y Ana estaba muy segura que los hombre lobos no se veían tan macabros como aquel de la página veinte. Le asustó que le diese un poco de risa ver sus ojos saltones entonces pasó de pagina rápidamente para contemplar otra criatura pero se llevó la sorpresa de no ver nada.
Literalmente.
El entrecejo de Ana se frunció y pasó de página para ver si había sido un error de impresión pero notó que tampoco había una ilustración o imprenta en la página siguiente, y la siguiente, y la siguiente... ¡ah! allí volvían a aparecer ilustraciones horribles. Justo en la página veintinueve. Ana hizo un a mueca al ver a un Lethifold de un aspecto bastante enfermizo.
Un problema de impresión bastante extraño pensó Ana y volvió a las páginas en blanco por si había pasado un detalle en alto y para llevarse una sorpresa más interesante, notó que en la parte donde la luz de la luna tocaba, se podía notar unos símbolos extraños pintados. La respiración de Ana se atascó y sumió el libro a la completa luz de la luna.
Ana se dio cuenta de que los símbolos eran runas pero eran extrañas, no como las que habían estudiado en la clase pero eran... combinaciones. Combinaciones de lenguajes antiguos y runas aun más históricas. Era tan extraño que la comenzaba a marear y tuvo que mirar hacia otro lado para no sumergirse de picado a un mundo que no conocía. Cuando volvió su mirada más preparada que antes, notó que cada vez que las nubes tapaban la luna, las runas ya no se dejaban de ver. Así que hizo lo único que se le vino a la mente y saltó de su cama para agarrar una lapicera —que había llevado de contrabando— y un pergamino.
Al escuchar que Lavender se movía mientras soñaba, Ana se quedó completamente paralizada, preocupada de que la chica se levantase. La rubia se tomaba muy en serio su sueño de belleza y Ana la comprendía totalmente. Si pudiese dormir con tranquilidad, no querría que ni le hablasen.
Despacio sacó los objetos de su mochila y los llevó un poco más rápido a su cama para no perder tiempo. Con rapidez y desprolijidad, escribió todas las runas que se encontraban en esas once páginas. Eran tan complejas que cuando Ana las pasaba a su pergamino, el detalle se perdía y la belleza de cada una se transformaba en desorden. Pero cuando terminó de transcribir todas y la luz de la luna se escondió detrás de las nubes por completo, Ana dejó la lapicera a un lado y examinó lo que había escrito.
Ahora tenía otro secreto para sacar a la luz aunque de este sí podía buscar la respuesta.
• • •
Los días pasaron y Neville comenzó a darse cuenta de que Ana ya no le prestaba atención mientras le trataba de explicar que el Lazo del Diablo sofocaba todo lo que tocaba. De hecho, podía ver cómo el cerebro de Ana trabajaba rápidamente. Solo que no para lo que él le trataba de enseñar.
—¿Te... te estoy agobiando?
Ana, quien había estado murmurando incoherencias para los oídos de Neville, lo miró con los ojos bien abiertos de la sorpresa.
—¡No! —al escuchar que Pince la silenciaba, bajó la voz—. Perdón, Neville... estoy un poco distraída... me concentraré ahora.
Ana asintió y agarró el libro que había abandonado minutos atrás. Neville apretó sus labios y al ver que la mirada de Ana se volvía a perder, dio un suspiro.
—Está bien si tenemos un descanso, Ana... has estado avanzando mucho y además tienes otras clases —Neville se levantó y con torpeza fue agarrando sus libros—. ¿Por qué no seguimos mañana? Me gustaría que visitemos uno de los invernaderos.
Ana sonrió y asintió antes de agarrar todas sus pertenencias y saludar a Neville mientras se escurría de la biblioteca.
Desde que hacia unos días había descubierto el verdadero secreto del libro de Lyall, no había dejado de pensar en él. En efecto, había buscado todos los libros de runas que Madame Pince le había apuntado pero durante sus lecturas no había encontrado nada acerca de esos símbolos. Eran un lenguaje desconocido al parecer para todo el mundo y no quería arriesgarse a mostrárselos a la profesora Babbling dado que quería descifrar el secreto por sí sola.
Caminó por los pasillos, chocándose de vez en cuando con otros estudiantes que se quejaban de su falta de concentración pero luego de caminar por varios pasillos y de subir tantas escaleras, Ana se volvía a encontrar en el pasillo que le traía más paz que la biblioteca, donde los murmullos del fondo eran un tanto inquietantes.
Llegó al final y sabiendo que Zabini no se encontraba allí porque al parecer los de Hufflepuff compartían clase con Slytherin durante aquella tarde, se metió en el escondite para sumirse en el glorioso silencio.
Durante la tarde se la pasó revisando los libros que había llevado, leyendo acerca de las runas y buscando algún indicio de que alguna de ellas fuese las que estaba en el libro ilustrado. Pero cuando notó que el sol había bajado lo suficiente para que las velas se encendieran, se rindió en su búsqueda y decidió que era tiempo de acercase a la sala común para dejar los libros. Se había olvidado de almorzar durante el mediodía así que en esos momentos no podía esperar por la cena.
Salió del escondite y al ver de reojo una silueta apoyada contra una de las ventanas dio un salto de horror.
—¡Ah!
Su corazón latió con rapidez pero al enfocar su vista en las facciones lamentablemente familiares, se calmó y dejó salir un bufido.
—¿Qué haces Zachery?
Zabini decidió ignorarla y siguió mirándola con una mueca.
—Eres demasiado ingenua, Abaroa.
Ana retuvo la necesidad de poner los ojos en blanco y mantuvo su postura firme.
—Si no tienes algo inteligente que decir, te recomiendo que cierres la boca. No me hagas gastar tiempo.
La niña se iba a ir pero Zabini siguió hablando.
—Para tu mala suerte ya lo he hecho ¿no? —el chico se irguió y vio a Ana parar en sus talones—. Mira, Abaroa. La verdad no me interesa en lo absoluto tus problemas y cuán llorona puedes ser pero ya has llegado al punto que me afecta a mí.
—¿A qué te refieres? —masculló Ana con brusquedad y se giró a él—. ¿Qué tanto puedo afectar a tu repugnante rutina? ¿No te presto la suficiente atención como tus amiguitos? ¿No lloro lo suficiente ante tus comentarios...?
—Ese es el caso, Abaroa —Zabini se cruzó de brazos—. Lloraste demasiado por un comentario que ni siquiera te tuvo que afectar en la primera vez pero veo que eres demasiado idiota.
Ana se volvió roja de la rabia y de humillación. ¿Quién se creía que era ese chico?
—¿Qué tan fastidioso debes ser para no dejar de criticarme? Déjame en paz, Zabini. Ya entendí que no te agrado desde la primera vez que nos conocimos, déjame en paz.
Ana se dio media vuelta y comenzó a dar zancadas para salir rápidamente del pasillo pero lo que dijo Zabini a continuación, la hizo detenerse por última vez.
—Te veía como alguien inteligente, Abaroa. Pero estás tan ciega por tus propias mentiras que no te diste cuenta de que a tus amigos... les importas —pareció darle asco aquella palabra—. Si te dejas arrastrar por lo que, y tus palabras, un fastidioso te diga. Al cual debo añadir que ni respetas ni agradas. Entonces sí eres tan idiota como he dicho, y aunque me agrada saber que estuve en lo correcto, es lo mas enervante verte lloriquear en clases de Runas mientras te preguntas si Granger te odia. Noticias viejas, Abaroa, no lo hace. Así que si quieres dejar de perder tiempo, y mi tiempo, te recomiendo que termines con esta mentira que te has hecho en tu cabeza.
Zabini se acercó a ella y se situó a su lado para susurrar.
—Porque ni pienses que dejaré que tus inseguridades me afecten en la clase. Aprende a mantener tu vida personal fuera de lo académico porque aunque lo odiemos, tendremos que trabajar de pareja hasta el final del año. Así que apúrate o te dejaré en el comienzo.
Ana lo vio salir del pasillo con desinterés y su cuerpo tembló de rabia. Rabia porque no podía creer cuán entrometido debía ser aquel chico. Rabia porque era un descarado. Y rabia porque tenía razón.
Tenía razón.
Y eso la enfurecía más que nada.
Cuando llegó a la torre de Gryffindor y entró a la sala común notó que no había mucha gente. Algunos tenían Astronomía aquella tarde así que por eso no estaba atestado de estudiantes y otros seguramente se encontraban deambulando por el castillo, pero a quien sí vio fue a Hermione rodeada de libros en una de las mesas. Ana sabía que ella misma había estado en ese estado durante aquellas semanas pero Hermione parecía querer sobresalir en cada materia mientras Ana... pues Ana solo quería aprobar hasta con la más mínima nota.
Con el coraje que había reunido durante toda su caminata hacia el lugar, se acercó temerosa a su amiga, la cual había ignorado todas esas semanas por un temor inexistente.
—Hermione... ¿podemos hablar?
La chica dejó caer el libro en la mesa con asombro de que Ana se dirigiera a ella y mil expresiones se pasaron por sus facciones, inquietando a Ana.
—¡Sí! —Hermione notó que había gritado así que bajó su tono—. Digo, eh, sí... claro que sí. Ven.
Le dejó un lugar a su lado para que Ana se pudiese sentar y ella lo hizo, un tanto avergonzada. Tomó aire y dejó salir todo lo que había guardado ese último mes.
—Perdón por haberte ignorado todo este mes... yo... estaba equivocada y me tomó tanto darme cuenta de ello —Ana rió con amargura y Hermione la miraba preocupada.
—¿Qué sucedió, Ana? Pensábamos que nos detestabas, ¿hicimos algo mal?
—No —la interrumpió Ana rápidamente—. No, no... ustedes no hicieron nada malo, quien hizo algo malo fue mi mente jugando con mis emociones. De la nada comencé a pensar que estaba haciendo algo mal y que ustedes ya no podían soportarme. Estaba tan segura de aquello que me dolía siquiera estar cerca de ustedes... no quería molestarlos...
—Ana, no nos molestarías nunca...
—Me costó darme cuenta de que eso, si te soy sincera. La verdad es que lo creía hasta hace unos minutos... qué vergüenza —Ana escondió su rostro entre sus manos. Había creado un un lío desde problemas inexistentes.
—¿Qué... qué te hizo darte cuenta?
Ana la miró y un suspiro dejó sus labios. No estaba muy animada de su razón.
—Digamos que un zorro hipócrita y brutalmente honesto me lo dijo.
Hermione la miró confundida pero su rostro se suavizó una vez que apoyó su mano sobre la de Ana.
—Sabes que siempre vamos a estar aquí y que conste que no eres un estorbo. Eres nuestra amiga, Ana. En las malas y en las buenas.
Ana le sonrió y la rodeó con sus brazos en un fuerte abrazo. Hermione le siguió la acción y la estrechó con fuerza.
—Había extrañado mucho nuestras conversaciones —admitió Ana y Hermione sonrió.
—Hay mucho de lo que tenemos que hablar.
—Pero eso ha de esperar —interrumpió Ana y se levantó, luego de agarrar todos los libros que había traído—. Debo guardar todo antes de que me olvide.
—Te espero.
Ana se dirigió hacia la escalera que llevaba a los dormitorios de las chicas cuando vio a Scabbers bajar deambular cerca de la escalera, completamente sucia.
—Uf, Scabbers, necesitas que Ron te bañe inmediatamente —Ana se agachó y tomó a la rata en sus manos. Estaba tan sucia que una mueca se posó en los labios de Ana antes de que una idea se cruzara por su cabeza—. ¿Qué tal si te baño yo? Luego de no hablarle a Ron por un mes entero sería una forma de agradecimiento por la paciencia infinita...
Ana colocó a Scabbers en el bolsillo de su túnica y se dedicó a subir por las escaleras. Llegó a su dormitorio y luego de guardar los libros en su escritorio se asomó al baño para ver si estaba en condiciones para darle un baño a la vieja rata.
Con un tapón tapó el agujero del lavabo y lo llenó de agua tibia para que la rata no se congelara con el frío del invierno pero tampoco se hirviera. Ana sabía que Scabbers era muy movediza y comúnmente era imposible mantenerla calmada pero mientras pasaba un poco de jabón sobre su pelaje despeluzado, la rata ni se inmutaba.
—¿Cuán poco te baña, Ron? —inquirió Ana preocupada mientras masajeaba la pequeña cabecita del roedor.
Sí, tal vez la rata era muy vieja y un poco descuidada pero eso no significaba que había que cuidarla menos. Es más, Ron debía cuidarla aún más y con más paciencia.
Cuando Ana terminó de bañar a Scabbers, la rodeó con un pañuelo y la secó manualmente antes de sacar su varita y murmurar un encantamiento de calor para acelerar el proceso.
—¡Perfecto! Ya está —exclamó Ana una vez terminado y bajó al roedor al suelo—. No te preocupes, Basil y Crookshanks no están por aquí así que puedes ir al dormitorio de Ron tranquilamente.
Ana rápidamente se olvidó de Scabbers y se dedicó a encontrarse con Hermione en la sala común. Pero cuando llegó, notó que Harry y Ron estaban junto a su amiga, charlando seguramente del partido de quidditch que se acercaba. Ana se acercó a ellos un poco cohibida pero al observar la sonrisa que le dedicaba Hermione, se apuró a llegar a enfrente de ellos.
—¡Ana!
Ambos chicos parecían sorprendidos de que Ana se hubiese dirigido a su lugar pero igualmente parecían alegres de contar con su presencia. Un detalle que hizo que Ana se sintiese mal de su actitud ante ellos todo aquel mes.
—Venía... bueno venía a disculparme. Fui muy injusta con ustedes durante este mes y no lo merecían... pero mi inseguridad nuevamente jugó conmigo y me hizo alejarme. Perdón por eso...
Harry y Ron se miraron con cautela y la miraron a Ana.
—Entonces... ¿no nos olvidamos de una fecha importante?
—Porque si fue así, en serio perdón Ana —se disculpó Harry y Ana rió.
—No, no se olvidaron de nada. La culpable soy yo y solamente yo —y Zabini. Ese chico debía medir sus palabras.
Los dos chicos se miraron y sonrieron aliviados antes de tirar de Ana para darle un abrazo.
—Nos diste un susto —admitió Harry—. Papá ya quería que me disculpara en diez idiomas.
—Sí, estábamos muy preocupados.
—Pues no hicieron nada malo. —les aseguró Ana y todos suspiraron con alivio.
Ron le tendió la mano una vez que se habían separado del abrazo.
—¿Amigos?
Ana sonrió risueñamente y asintió antes de estrechar su mano con la del chico.
—Amigos.
—¡Genial! Hay mucho que contarte, Ana. ¿Viste la Saeta de Fuego de Harry? ¡Es estupenda!
Ana asintió, recordando haber visto a principio del mes anterior la escoba que Sirius y James le habían regalado al chico. No le había visto lo especial pero había escuchado los suficientes comentarios para saber que era la mejor de todas.
—Ron, bañé a Scabbers porque estaba muy descuidada —le señaló Ana sentándose al lado de Hermione que había vuelto su atención a los pergaminos frente a ella—. Ahora está en tu dormitorio seguramente.
—¡Genial! Gracias, Ana, ahora la voy a buscar...
Mientras Ron desaparecía en las escaleras que llevaban a los dormitorios de los chicos, Ana se volvió a a los otros dos.
—¿Qué tal lo llevan? —preguntó Harry mirando la cantidad de libros que rodeaban a Hermione y mirando luego a Ana, el cual él sabía que estaba atareada de obligaciones.
—Yo bien. Ya sabes, trabajando duro —respondió Hermione.
—Y yo no sé... Neville me ha estado explicando Herbología y un poco de Historia pero es demasiado....
—¿Por qué no dejas un par de asignaturas, Hermione? ¿Y Ana por qué no formas un grupo de estudio? Yo supongo que sería más fácil estudiar de esa forma...—admitió Harry y Ana asintió. Tal vez ello ayudaba.
—¡No podría! —respondió Hermione escandalizada, respondiendo la pregunta que había estado dirigida a ella.
—La Aritmancia parece horrible —observó Harry, agarrando una tabla de números particularmente abstrusa.
—No, es maravillosa —suspiró Hermione con sinceridad—. Es mi asignatura favorita. Es...
Pero ninguno llegó a enterarse de qué tenía de maravilloso la Aritmancia. En aquel preciso instante resonó un grito ahogado en la escalera de los chicos. Todos los de la sala común—quienes habían llegado mientras Ana había estado bañando a Scabbers— se quedaron en silencio, petrificados, mirando hacia la entrada. Se acercaban unos pasos apresurados que se oían cada vez más fuerte. Y entonces apareció Ron arrastrando una sábana.
—¡MIRA! —gritó, acercándose a zancadas a la mesa donde estaban los tres amigos—. ¡MIRA! —repitió, sacudiendo la sábana delante del rostro de Hermione.
—¿Qué pasa, Ron?
—¡SCABBERS! ¡MIRA! ¡SCABBERS!
Hermione se apartó de Ron, echándose hacia atrás, muy asombrada. Ana observó la sábana que sostenía Ron. Había algo rojo en ella. Algo que se parecía mucho a...
—¡SANGRE! —exclamó Ron en medio del silencio—. ¡NO ESTÁ! ¿Y SABES LO QUE HABÍA EN EL SUELO?
—No, no —murmuró Hermione con voz temblorosa. Ron tiró algo encima de la traducción rúnica de Hermione. Ana, ella y Harry se inclinaron hacia delante. Sobre las inscripciones rúnicas que Ana conocía muy bien había unos pelos de gato, largos y de color canela.
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¡hola! buen domingo gentee
antes que nada quiero desearles un buen año ahora a rezar ah
¿cómo están? yo sigo eufórica por lo sucedido el miércoles en Argentina ♥♥ ¡¡es ley, gente!! bueno sí no me callo más !
¿este capítulo?: un desastre ♥
empecé a escribirlo y perdí la conciencia durante la mitad así que si se fue todo a la mierda en las primeras mil palabras ya saben porqué :))
rip Scabbers ah rata asquerosa ojalá
pq le tuve que dar tantas inseguridades a Ana qué carajos voy a empezar a escribirla como mary sue sjasj noo
¿qué les pareció el capítulo?
¡muchas gracias por el apoyo! no puedo creer que llegamos a las 3k de lecturas cómo lo hacen
¡nos vemos la próxima semana!
•chauuu•
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