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"Demasiados golpes"

Esa noche Ana creyó que su libertad iba a ser prohibida para siempre.

El profesor Dumbledore mandó que los estudiantes de Gryffindor volvieran al Gran Comedor; donde se les unieron, diez minutos después, los de Ravenclaw, Hufflepuff y Slytherin. Todos parecían confusos.

—Los demás profesores y yo tenemos que llevar a cabo un rastreo por todo el castillo —explicó el profesor Dumbledore, mientras McGonagall y Flitwick cerraban todas las puertas del Gran Comedor—. Me temo que, por su propia seguridad, tendrán que pasar aquí la noche. Quiero que los prefectos monten guardia en las puertas del Gran Comedor y dejo de encargados a los dos Premios Anuales. Comuníquenme cualquier novedad —añadió, dirigiéndose a Percy—. Avísenme por medio de algún fantasma. —El profesor Dumbledore se detuvo antes de salir del Gran Comedor y añadió—: Bueno, necesitarán...

Con un movimiento de la varita, envió volando las largas mesas hacia las paredes del Gran Comedor. Con otro movimiento, el suelo quedó cubierto con cientos de mullidos sacos de dormir rojos.

—Felices sueños —dijo el profesor Dumbledore, cerrando la puerta.

El Gran Comedor empezó a bullir de excitación. Los de Gryffindor contaban al resto del colegio lo que acababa de suceder. Y Ana solamente se lamentaba su situación.

—Si Remus le avisa a mi nana, ella hará que ni siquiera salga del castillo —se quejó mientras buscaba un saco de dormir junto a sus amigos y escuchaba que Percy daba sus órdenes.

—¿Creen que Pettigrew sigue en el castillo? —susurró Hermione con preocupación.

—Evidentemente, Dumbledore piensa que es posible —respondió Ron.

—Es una suerte que haya elegido esta noche, ¿se dan cuenta? —murmuró Hermione, mientras se metían vestidos en los sacos de dormir y se apoyaban en el codo para hablar—. La única noche que no estábamos en la torre...

—Supongo que con la huida no sabrá en qué día vive —musitó Ron—. No se ha dado cuenta de que es Halloween. De lo contrario, habría entrado aquí a saco.

Ana tragó en seco y se recostó completamente en su saco. Sus emociones eran un desastre. Por un lado se lamentaba de que su libertad se iría por el traste el día siguiente, seguramente con Remus detrás de sus talones, pero también estaba angustiada acerca de Pettigrew. Ya sabía lo que había hecho y sabía que era muy posible que tratara de hacerle algo. Temía que le arrebatara todo lo que había conseguido.

Un escalofrío recorrió su cuerpo haciéndola estremecer y volvió su atención a Hermione para no asustarse con su propia imaginación.

—...Filch conoce todos los pasadizos secretos y estarán vigilados.

—¡Voy a apagar las luces ya! —gritó Percy—. Quiero que todo el mundo esté metido en el saco y callado.

Las luces se apagaron todas a la vez. Ana notó que los fantasmas se veían con su resplandor plateado pero decidió que eso no le molestaría el sueño así que se acomodó para poder entregarse a su cansancio. Y después de una hora, mirando el techo encantado, eso se logró.

El sueño en que Ana se sumió fue el mismo que había vivido noches atrás. El mismo sentimiento de pavor, oscuridad y desesperación. No podía ver nada, la oscuridad la había envuelto una vez más y si pudiese respirar en su sueño, sabía que éste se hubiese drenado.

Sin embargo, mientras escuchaba con grave angustia los sollozos desesperados mientras aquel olor metálico la rodeaba en todos los aspectos posibles, una voz familiar pero tan lejana al mismo tiempo, le susurró por detrás.

—Recuerda.

Ana no comprendía qué exactamente debía recordar pero sus pensamientos estaban tan despistados por estar en un sueño que su mente comenzó a jugarle trucos que la llevaron a todas partes menos donde la voz quería que fuese. Y como si su inconciencia supiese que se había desviado por completo de su objetivo, Ana volvió a ver aquella luz plateada envolverla hasta que lo único que notó fue un aroma un tanto alimonado, aunque rodeado por aquel hedor metálico.

Y como se adentró a aquel sueño lejano, sus ojos se abrieron.

La respiración de la niña se encontraba agitada como si se hubiese estado ahogando en un mar sin fondo y cuando sus ojos se ajustaron a sus alrededores, notó dos cosas. Por las ventanas asechaba la suave luz de la madrugada, iluminando suavemente a los alumnos que seguían durmiendo al ser altas horas del día. Los prefectos ya se habían ido a dormir pero vio que a lo lejos había un profesor aún vigilando. No lo reconoció pero ni le prestó atención porque ahora se encontraba notando la otra cuestión en mano. Se tocó el rostro y notó que se encontraba mojado y pegajoso a causa de las lágrimas.

Un suspiro de confusión dejó sus labios y se volvió a recostar, tratando de pensar en qué podría haberla hecho llorar pero nada venía a su mente. Su cerebro estaba nublado y no podía recordar absolutamente nada, ni siquiera aquel sueño que la había estado atrapando por tanto tiempo. Solo su corazón podía sentir aquellas emociones tan tristes haciendo que tocara su pecho pero nada más. Una vez más, Ana había olvidado aquel sueño por completo.

Cerrando los ojos nuevamente, Ana se sumió a un tranquilo sueño, sin nada que recordar.


Durante los días que siguieron, en el colegio no se habló de otra cosa que de Peter Pettigrew. Las especulaciones acerca de cómo había logrado forzar su entrada en el castillo fueron cada vez más fantásticas. Y Ana cada vez que las escuchaba, notaba que Hermione miraba a los especuladores con cierta irritación, un efecto que le hacía gracia a la niña.

Habían quitado de la pared el lienzo rasgado de la señora gorda y lo habían reemplazado con el retrato de sir Cadogan, un caballero de baja estatura con un caballo robusto y pequeño. Ana no lo conocía pero parecía que sus amigos sí porque cuando les llegó la noticia se quisieron tirar de la torre de Astronomía. Y Ana lo comprendía. Sir Cadogan se pasaba la mitad del tiempo retando a duelo a todo el mundo, y la otra mitad inventando contraseñas ridículamente complicadas que cambiaba al menos dos veces al día. Lo que era un dolor de cabeza para Ana que la mayoría de las veces se las olvidaba.

Pero lo peor de toda aquella situación era que las pesadillas de Ana se volvieron realidad. Su libertad era muy limitada, siempre teniendo que estar acompañada a todos los lugares que iba. Y cuando la profesora Babbling la tuvo que acompañar hasta la torre de Gryffindor para que pudiese usar el baño, Ana llegó a su límite.

Cuando bajaba por las escaleras movedizas y notó que en la que estaba iba a comenzar a cambiar, Ana vio su oportunidad. La profesora se bajó justo a tiempo pero Ana no se movió, y aferrándose a la baranda, se alejó de la mujer.

—¡Señorita Abaroa!

Ana le sonrió con inocencia.

—¡No se preocupe profesora Babbling! ¡Buscaré otro atajo!

—¡No es necesario, sólo quédate...!

Pero Ana no escuchó lo que la profesora tenía que decir porque se escurrió por el pasillo donde las escaleras la habían dejado.

La niña no conocía muy bien el castillo y sin mucho esplendor podía decir que se olvidaba la mitad de los atajos, pero estaba segura de que no conocía aquel pasillo para nada. Claro, era como todos los demás, iluminado por velas y por la luz del atardecer que se adentraba desde las ventanas. Sin embargo, lo que le llamaba la atención era que no habían puertas o salones, era un simple pasillo y nada más. Podía retroceder en sus pasos pero no estaba con los ánimos de escuchar los reproches de la profesora Babbling de cuánto debía cuidarse.

Luego de llegar al final del ancho pasillo Ana se encontró con una gran puerta.

—Huh, sin salida.

Ana se iba a dar la vuelta pero la curiosidad le ganó y tocó la puerta para ver si había alguien dentro, sin embargo lo que escuchó fue un sonido hueco, como si no hubiese nada detrás. Extrañada, abrió la puerta y se llevó la sorpresa de ver delante de sus ojos una pared.

—Definitivamente un callejón sin salida...

Sin embargo, cuando se dio vuelta para irse, por el rabillo de su ojo notó que detrás de una de las estatuas había una línea extraña, iluminada por el sol que entraba de una ventana. Ana ladeó la cabeza y para su sorpresa, observó que se trataba de una pared falsa. Había algo detrás.

La curiosidad le ganó y se adentró por el hueco que estaba escondido para adentrarse a una pequeña habitación que tenía aspecto de un pasillo, solamente que más chico. Y lo que más le fascinó a la niña fue que al concentrarse notó que no se escuchaba a nadie, no había nadie cerca y nadie estaba allí para seguirla a todos lados. Estaba completamente aislada de todos. Pero claro, siempre debía haber un altibajo y ese era el del chico sentado contra la ventana, mirándola con furia.

Ana sí que detestaba a Blaise Zabini pero aquel día presenciaba que lo detestaba un poquito más. Podría ser por el hecho de que se encontraba en el lugar con más paz de todo Hogwarts o por aquella mirada superficial con la que la difamaba. O ambas.

—Vete, Abaroa.

Ana se cruzó de brazos tratando de aparentar ser intimidante pero con su estatura y su desalineada apariencia solamente parecía un pequeño gremlin, como uno de sus libros de criaturas mágicas, así que deshizo su postura.

—¿Por qué haría eso?

Zabini despegó su vista de ella y miró el libro que sus manos agarraban con tal fuerza por la irritante presencia de Ana, y la volvió a observar con una mueca en sus labios.

—Porque eres la presencia más irritante de este molesto colegio.

Ana entrecerró los ojos y notó que sería lo mismo quedarse allí o estar sola porque de cualquier forma tenía chances de morir. El Slytherin la miraba con tal disgusto que se preguntó si había una pizca de amabilidad en su cuerpo.

—Vete. Llegué yo primero, así que vete.

Ana sabía que tenía la razón. Es decir, Zabini en efecto había llegado antes y por ello tenía todo el derecho de declarar esa condición. Tal vez el lugar secreto no tenía su nombre pero sí su prioridad y estaba claro que Ana debía irse si así lo pedía porque comprendía su derecho a la privacidad y porque ella misma estaría conforme con estar cien kilómetros lejos de él. Sin embargo, ese lugar era tranquilo y parecía que Zabini apreciaba el silencio, así que con toda la mezquindad que cabía en una niña de trece años, se sentó en un banco que se encontraba contra la pared, preguntándose cómo sería hacer que la sangre de Zabini ardiera como la de ella cuando la insultaba.

Y parecía que mucho porque aunque el chico la ignoraba, pudo ver que su mandíbula se contraía por la ira. Ana decidió mentalmente celebrar que lo había callado pero segundos después se dio cuenta de que debía pasar tiempo en el mismo lugar que él y un resoplido dejó sus labios. Su victoria debía esperar para otro día.

Se levantó, pasó sus manos sobre su uniforme para acomodarlo y miró al chico.

—Bien, me iré Blair —Ana ignoró la reacción de Zabini y se encogió de hombros antes de darse la vuelta—. Eres la última persona con la que quiero relacionarme así que... adiós.

Y con las últimas palabras, Ana se fue rápidamente de su nuevo escondite, esperando que la profesora Babbling no la mandara a detención.

•      •      •

El supuesto partido de quidditch estaba a la vuelta de la esquina y aunque Ana no entendiese nada, sí entendía que era muy importante para Harry. Claro, cómo no saberlo con todo el estrés que su amigo parecía pasar cada día. Ana no comprendía qué tenía de bueno el quidditch pero no era una muy buena arbitra siendo que detestaba los deportes y las alturas. Cada vez que se lo ponía a pensar, un escalofrío recorría su cuerpo. Qué horror.

Por lo que Ana había escuchado a Harry quejarse, Slytherin se había retractado del partido y deberían jugar contra Hufflepuff, y mientras caminaba junto a Hermione y Ron hacia Defensa Contra las Artes Oscuras, ellos le explicaban porqué era tan malo que hicieran eso.

—... y así no tienen mucho tiempo de pensar en las jugadas, están muy expuestos... —dijo Ron y Ana asintió—, aunque a decir verdad, Hufflepuff también lo está.

—Con la lluvia, ambos equipos están en desventaja —apuntó Hermione preocupada, mirando la tormenta por una de las ventanas.

—Yo le tengo toda la esperanza a nuestro equipo —insistió Ron con optimismo, sonriendo—. Harry es el mejor buscador de toda la escuela. Ya verás, Ana.

Ana no lo discutió. Había escuchado grandes elogios para su amigo, no le sorprendería si de hecho ganaban. Pero lo que sí le sorprendió fue entrar al salón y ver a Snape en vez de Remus.

—¿Estamos viendo boggarts nuevamente? —murmuró Ana con horror pero sus amigos no parecían muy convencidos de aquello.

—¿Y el profesor Lupin? —inquirió Parvati hablando por los demás y Snape la miró con disgusto.

—Siéntense ahora, todos.

Ana mordió su lengua pero con preocupación miró a sus amigos mientras buscaban asientos libres.

—¿Sabes lo que le pudo haber pasado a Remus, Ana? —susurró Hermione con el ceño fruncido y ella negó.

—No... es decir, estos días lo veía un poco más desnutrido de lo normal pero... —las facciones de Ana se contrajeron con angustia—. Ay, espero que no le haya pasado nada malo...

—¿Y por qué Harry tarda tanto? —murmuró Ron mirando inquieto hacia la puerta una vez que se sentaron—. Snape se enojará.

Los minutos pasaron entre comentarios amargos y bruscos de Snape contra Remus, diciendo que era muy desorganizado y desvalorando todo lo que había enseñado hasta ese momento, cuando Harry apareció jadeante en la puerta del salón, haciendo que todas las cabezas se giraran a él.

—Lamento llegar tarde, profesor Lupin. Yo...

Ana vio el momento exacto en que su amigo se dio cuenta de que no era Remus pero Snape, y sin embargo, ninguna pregunta dejó sus labios sobre aquella cuestión.

—La clase ha comenzado hace diez minutos, Potter. Así que creo que descontaremos a Gryffindor diez puntos. Siéntate.

Harry endureció su mirada pero no protestó y se fue a sentar cerca de Ron, bajo la mirada confusa de Ana. ¿Por qué no preguntaba cuando era el más cercano a Remus? Sería lo más obvio que al ser el más familiar con el hombre se preocuparía más que los demás ¿no?

—Como decía antes de que nos interrumpiera Potter, el profesor Lupin no ha dejado ninguna información acerca de los temas que han estudiado hasta ahora...

—Hemos estudiado los boggarts, los gorros rojos, los kappas y los grindylows —informó Hermione rápidamente—, y estábamos a punto de comenzar...

—Cállate —dijo Snape fríamente—. No te he preguntado. Sólo comentaba la falta de organización del profesor Lupin.

Antes de que Ana saltara, Dean Thomas se le adelantó.

—Es el mejor profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras que hemos tenido —afirmó con atrevimiento, y la clase expresó su conformidad con murmullos. Snape puso el gesto más amenazador que le habían visto. Que no era mucho desde el punto de vista de Ana.

—Son fáciles de complacer. Lupin apenas les exige esfuerzo... Yo daría por hecho que los de primer curso son ya capaces de manejarse con los gorros rojos y los grindylows. Hoy veremos...

Ana en serio quería decirle un par de cosas no muy agradables pero se estaba conteniendo por el hecho de que le había perdido a su casa unos setenta puntos en dos meses.

—...los hombres lobo —concluyó Snape.

La niña estaba segura de que eso estaba en lo más avanzado de todo el libro, lo sabía porque ya lo había leído —o mejor dicho había mirado las imágenes de las criaturas del libro—, y le disgustaba pensar que Snape quería pasarse por listo.

—Pero profesor —dijo Hermione, que parecía incapaz de contenerse—, todavía no podemos llegar a los hombres lobo. Está previsto comenzar con los hinkypunks...

—Señorita Granger —espetó Snape con voz calmada—, creía que era yo y no tú quien daba la clase. Ahora, abran todos el libro por la página 394. —Miró a la clase—: Todos. Ya.

Ana a regañadientes hizo lo pedido y observó aquella ilustración del hombre lobo.

—¿Quién de ustedes puede decirme cómo podemos distinguir entre el hombre lobo y el lobo auténtico?

Ana y Hermione levantaron la mano pero para la no sorpresa de la primera, Snape las ignoró.

—¿Nadie? —preguntó Snape, aún ignorándolas. Una sonrisa contrahecha se posó en su rostro—. ¿Es que el profesor Lupin no les ha enseñado ni siquiera la distinción básica entre...?

—Ya se lo hemos dicho —insistió Parvati—. No hemos llegado a los hombres lobo. Estamos todavía por...

—¡Silencio! —gruñó Snape—. Bueno, bueno, bueno... Nunca creí que encontraría una clase de tercero que ni siquiera fuera capaz de reconocer a un hombre lobo. Me encargaré de informar al profesor Dumbledore de lo atrasados que están todos... 

—Ni siquiera es su clase para que esté tan entrometido —soltó Ana sin poder contenerse y Snape la miró con sus ojos negros brillosos.

—El momento en que se me ha dejado a cargo de esta clase durante la ausencia de su inepto profesor, es mi clase, Abaroa.

—Entonces quizá el profesor Dumbledore ha hecho un grave error en dejarlo a usted como sustituto. No le llega ni a los talones al profesor Lupin.

Jamás habían visto a Snape tan rojo de la furia como lo veían en esos momentos. Lo único que pasaba por las cabezas de todos era que Ana en serio quería ver la muerte a temprana edad.

—Diez puntos de Gryffindor y tendrás castigo, Abaroa. Ahora cierra la boca y si nadie es capaz de decirme la diferencia entre...

Hermione, que había flaqueado el momento en que Ana había hablado, volvió a levantar la mano. Ana había perdido las ganas.

—Por favor, profesor —pidió Hermione—. El hombre lobo difiere del verdadero lobo en varios detalles: el hocico del hombre lobo...

—Es la segunda vez que hablas sin que te corresponda, señorita Granger —escupió Snape con frialdad—. Cinco puntos menos para Gryffindor por ser una sabelotodo insufrible.

Ana jamás había sentido tanta furia como en esos momentos. Ver el rostro de Hermione ponerse colorado por la vergüenza y ver sus ojos cristalizados hizo que Ana perdiera todo respeto por aquel hombre. Cada pizca de respeto.

—¡Cómo se atreve! —exclamó levantándose de su asiento, apretando sus puños como si tratase de no revolearlos a Snape.

—Usted nos ha hecho una pregunta y ella le ha respondido. ¿Por qué pregunta si no quiere que se le responda? —añadió Ron con el ceño fruncido por la rabia.

—Ustedes dos se quedarán castigados —dijo Snape con voz suave mirando a Ana y a Ron, mientras se acercaba a ellos—. Y si vuelvo a oírlos criticar mi manera de dar clase, se arrepentirán.

Ana tuvo que morderse la lengua para no pasar un límite del que no podría volver y se tragó cada palabra que quería dejar su boca.

Nadie se movió durante el resto de la clase. Siguió cada uno en su sitio, tomando notas sobre los hombres lobo del libro de texto, mientras Snape rondaba entré las filas de pupitres examinando el trabajo que habían estado haciendo con Remus.

—Muy pobremente explicado... Esto es incorrecto... El kappa se encuentra sobre todo en Mongolia... ¿El profesor Lupin te puso un ocho? Yo no te habría puesto más de un tres.

Cuando el timbre sonó por fin, Snape los retuvo:

—Escribirán una redacción de dos pergaminos sobre las maneras de reconocer y matar a un hombre lobo.

El corazón de Ana dio un vuelco.

—... Para el lunes por la mañana. Ya es hora de que alguien meta en cintura a esta clase. Weasley, Abaroa, quédense, tenemos que hablar sobre sus castigos.

Ana se cruzó de brazos y colectó sus pertenencias antes de acercarse al escritorio de Snape junto a Ron.

—Weasley, tú lavarás los orinales de la enfermería. Sin magia. —sentenció Snape haciendo que el rostro de Ron se contrajera en mil emociones—. Y tú, Abaroa, te encargarás de limpiar y ordenar el salón de pociones por un mes entero. Y si no te limitas a cerrar la boca durante la clase, añadiré otro mes.

Ana ni siquiera abrió la boca y se fue del salón echando humo mientras Ron llamaba a Snape de mil maneras.

Debían hacer algo con la actitud de aquel hombre. No podía continuar abusando de su poder de una manera tan atrofiante. Alguien debía reprenderlo.


—¿Ocupado?

—Así es, señorita Abaroa —afirmó la profesora McGonagall sin levantar su vista del pergamino que estaba corrigiendo.

La misma tarde en la que Snape le había dictado su castigo, Ana se había dirigido junto a Hermione —como apoyo moral— a la oficina de su jefa de casa para preguntarle si podía hablar con el profesor Dumbledore acerca de unas cuestiones que le preocupaban. Sin embargo, la profesora McGonagall recién le avisaba de que el director se encontraba con las manos llenas y Ana se mordió el labio con inquietud.

—¿Cuándo va a estar desocupado?

La profesora dejó su pluma a un lado y la miró con simpatía, como si supiese que Ana estaba desesperada por hablarle a Dumbledore.

—Mañana será un día bullicioso así que estoy segura de que Dumbledore te podrá recibir el domingo, en cuanto termine de corregir estos trabajos no dudaré en avisarle de que deseas verlo —le aseguró la mujer y Ana suspiró con alivio.

—Sí, gracias, profesora McGonagall...

La profesora se quedó en silencio como si estuviese meditando algo en su cabeza y cuando se decidió en hablar, les sonrió a ambas amigas.

—¿Y cómo les está yendo en sus clases, señoritas?

—¡Muy bien, profesora McGonagall! —exclamó Hermione ahora con un poco de valentía de hablar.

—Es... un poco más difícil de lo que pensaba... —admitió Ana volviéndose roja—. Y ahora mis tardes van a ser más densas con el mes de castigo...

—¿Mes? —inquirió la profesora McGonagall estupefacta. Era ridículo pensar que Ana Abaroa pudiese tener un mes de detención, no con lo bien que se portaba en sus clases—. ¿Quién te ha dado un mes de castigo, Abaroa?

Ana estaba sintiendo mucha vergüenza allí dentro. Decirle a su jefa de casa que había insultado a Snape no estaba en sus planes.

—Eh... pues...

—¿Profesora McGonagall? —llamó una voz de un estudiante de segundo entrando a la oficina y salvando a Ana de una larga charla.

—Nos vemos luego, profesora —le dijo Ana tomando el brazo de Hermione para que se apurasen a salir de allí—. Nuevamente, muchas gracias por su ayuda.

Y con eso, ambas amigas salieron a toda prisa de su despacho, dejando a la profesora preguntándose qué había hecho aquella niña para ganarse semejante castigo.

•      •      •

El día siguiente, Ana se levantó con tanto desconcierto que estuvo tranquila en su cama por unos cinco minutos hasta que Hermione la zarandeó mientras la llamaba.

—Ana, hoy es el partido.

Ana soltó una protesta pero comenzó a despertarse de a poco. Se estiró, acarició a Basil con cariño y en cuestión de un minuto ya estaba levantada y lista para aquel día. Claro, hasta que escuchó los truenos y una protesta salió de sus labios mientras se volvía a tirar arriba de su cama.

—No quiero ir...

—Ana, Harry jugará hoy —insistió Hermione alisando su atuendo para que no tuviese arrugas.

—¿Por qué debía jugar un sábado...? ¿No podían jugar un día de clases? Tal vez y así me quitaba a Snape de encime —se quejó y Hermione suspiró mientras se sentaba en su cama y acariciaba a Basil, que ni se había inmutado y seguía durmiendo tranquilamente.

—¿Has seguido sin poder dormir?

Ana hizo un sonido extraño que Hermione se lo tomó como un sí y Parvati se acercó a ellas.

—¿Por qué no le dices a Madame Pomfrey que te de alguna poción para calmar tu insomnio?

—Yo le pedí para mis pesadillas —añadió Lavender Brown, mientras cepillaba su cabello rubio y las miraba desde el espejo—. Seguramente te pueda ayudar a ti, Ana.

—Sí... —asintió Ana girando su cabeza para mirarlas—. No estaría mal después de esta semana... fue la peor.

—Muy bien, está decidido —dijo Hermione—. Luego del partido iremos a la enfermería, pero ahora prepárate a llegaremos tarde para animar a Harry.

Luego del desayuno, en el cual Ana recargó sus energías con un poco de cafeína y cereales, todos salieron del castillo, empapándose por la gran tormenta que reinaba el cielo. Todos corríanpor el césped hasta el campo de quidditch, con la cabeza agachada contra elferoz viento que arrancaba los paraguas de las manos. Ana agarraba el suyo propio como si se tratase de su vida y mientras corría junto a Hermione y Ron, la primera lo hechizó para que no se rompiera. Ana no escuchó qué había dicho, pero le agradeció de todas formas. Ya había perdido un paraguas, no podía perder otro.

Mientras subían por las escaleras de madera de las gradas, Ana tenía cuidado de no mirar hacia abajo. Ya había vencido el vértigo de las escaleras de dentro del colegio, ahora debía hacerlo con las maderas crujientes y viejas de las gradas...

—Ay... —se lamentaba cada vez que subía un escalón y comenzó a escuchar que la gente detrás suyo se comenzaba a agitar porque no se apuraba—. Bueno, perdón...

Cuando llegó a la cima, Ana se negó a ir a los asientos de delante y se mantuvo en los del medio para no tener que observar el campo.

Ana no supo cuándo comenzó el partido pero le siguió a las exclamaciones de los demás cuando podía escuchar. Los truenos eran tan altos que aquella tarea era bastante complicada. No sabía si se lamentaban o festejaban. Por el otro lado, Ana no veía absolutamente nada y ni siquiera podía distinguir a Harry entre todos los jugadores. Todos eran rayas veloces que volaban. Y cuando un trueno sonó lo suficientemente cerca de ellos, Ana se lamentó de estar allí, queriendo estar en su cama durmiendo.

En un momento, Ana vio a Hermione apurarse para bajar las escaleras y un minuto después comenzó nuevamente un bullicio que Ana podía escuchar.

—¡Han pedido tiempo muerto! —exclamó Dean Thomas a su lado y Ana asintió. Sí, ella también lo hubiese pedido a esas alturas.

—¿Quién va ganando? —le preguntó ella por compromiso.

—Gryffindor, con cincuenta puntos a nuestro favor.

Eso sonaba excelente.

—... pero si Harry no atrapa la Snitch entonces estaremos todo el día aquí.

Eso no le gustó a Ana para nada. Dean se rió ante la mueca que había abarcado en su rostro.

—No te preocupes, Harry es muy bueno, estoy seguro de que la encontrará en poco tiempo.

Cuando el partido volvió a comenzar, Ana volvió a estar igual de perdida que antes. Pero esta vez fue peor.

La lluvia y el viento se habían vuelto tan fuertes que se le era imposible ni siquiera pretender que estaba prestando atención. Y así mientras trataba de acomodar su paraguas para que la lluvia no le molestase tanto, Ana escuchó cómo muchos soltaban chillidos. Confundida, Ana miró hacia todos lados y se encontró que una de las pelotas del partido se dirigía hacia ellos con una gran velocidad.

Si Ana tuviese reflejos como sus compañeros, esa pelota no le hubiese dado justo en la frente.

Ana se tambaleó hacia atrás y se tocó la zona herida con una mueca.

—Auch...

—¿¡Ana, estás bien!? —gritó Hermione acercándose a ella mientras todos la miraban con preocupación.

—Sí, sí... no duele tanto.

Nadie se lo creía pero Ana lo había dicho con tanta honestidad que se tuvieron que tragar la preocupación... eso hasta que la niña sacó la mano de su frente y vio que estaba cubierta de sangre.

—Ah...

Hermione comenzó a estresarse al ver la cantidad de sangre que salía de la herida que Ana tenía en su frente pero Ana no parecía tan preocupada, bueno claro, no le dolía aparte de una pequeña punzada.

—Ayúdenla para que se recueste en el banco —apuró Hermione y todos hicieron un lugar para que la pudiesen acostar.

—Pero estoy bien...

—Estás sangrando a montones —apuntó Ron estupefacto y un poco blanco al ver la sangre.

—Cúbranla de la lluvia —ordenó una chica de séptimo—. Y avísenle ya a la profesora McGonagall y Madame Pomfrey...

—¡Miren!

Ana no podía ver porque estaba rodeada de gente y todos le tapaban la vista, sin embargo, supo que era algo malo porque todos soltaron jadeos de horror.

—¡Harry! —exclamó Hermione temblorosa.

Ana quiso levantarse pero sobreestimó su propia fuerza y al sentir una gran punzada en su cabeza dejó salir un lastimero quejido y volvió a apoyar su cabeza en el banco mojado, sintiendo como si le estuviesen machacando la cabeza con mil tornillos.

Y aunque siguiera consciente, la cabeza de Ana daba vueltas pero dudaba que fuese por el golpe porque aquel sentimiento de angustia le resultaba muy familiar. Demasiado.


El viaje a la enfermería fue bastante borroso. Tal vez era porque Ana no estaba prestando atención o porque tenía envuelta en su cabeza un pañuelo para controlar el sangrado. Sin embargo, en ningún momento cayó inconsciente, lo que fue un alivio para Madame Pomfrey que temía que se hubiese dado un terrible golpe en la cabeza.

Ana también se enteró la desgracia en la que Harry había caído. Literalmente. Todos estaban temblorosos por lo ocurrido y aunque no quisieran preocupar a Ana, ella sabía que había sido una situación que temer.

—No me gusta el quidditch —sentenció una vez que Madame Pomfrey le colocó un ungüento en la frente para curar la herida. Al parecer no había sido profunda.

—Y no te culpamos —murmuró Angelina Johnson, aún temblorosa por lo ocurrido.

—Es lo más pavoroso que he visto en mi vida...

Ana no supo quién dijo eso porque había optado en cerrar los ojos. 

—¡Harry! —exclamó Fred, haciendo que Ana abriera de repente sus ojos—. ¿Cómo te encuentras?

Ana quiso escuchar pero Madame Pomfrey tomó toda su atención y ella no era muy buena para hacer multitareas.

—Te quedarás todo el día aquí, querida. Prefiero que descanses donde yo pueda atenderte por si decaes más tarde ¿bien?

Ana no podía discutir con aquella conclusión así que se limitó a asentir.

—¿Podré bañarme? —preguntó Ana señalando su ropa y cabello manchados por su sangre. Podía sentir que era un asco.

—Cuando la herida se cicatrice... en un par de horas.

Cómo le encantaba la magia a Ana.

—¿... No habremos... perdido?

Ana se giró hacia donde estaba Harry y pude ver su expresión de devastación entre la multitud de cuerpos que lo rodeaban.

—Diggory atrapó la snitch —respondió George— poco después de que te cayeras. No se dio cuenta de lo que pasaba. Cuando miró hacia atrás y te vio en el suelo, quiso que se anulara. Quería que se repitiera el partido. Pero ganaron limpiamente. Incluso Wood lo ha admitido.

—Pensé que eras el mejor buscador —dijo Ana con humor, aunque transpirando por sus adentros porque no sabía si se había pasado con el comentario. Tal vez ese no era el momento. Sin embargo, antes de que se arrepintiera, el ambiente se relajó con su comentario. Eso, hasta que Harry se dio cuenta de que Ana estaba en la camilla siguiente.

—¿Ana? ¿Qué haces en una camilla?

—La Bludger la golpeó. Moon no controló su fuerza y como nadie veía nada... accidentalmente no la detuvimos a tiempo.

Ana se volvió roja ante la vergüenza de que hubiese sido ella la que se había golpeado. Las probabilidades de que eso pasase era tan pocas que la humillaba que ahora eso sería una anécdota.

Luego de que el equipo de Gryffindor se pasase unos diez minutos hablando de quidditch —de lo que Ana no entendió nada—, Madame Pomfrey volvió a ellos para que los dejasen descansar.

—Luego vendremos a verlos —les avisó Fred—. No te tortures, Harry. Sigues siendo el mejor buscador que hemos tenido.

—Y tú, Ana, usa casco la próxima vez —le advirtió George—, aunque fue algo sorprendente que no te hubieras desmayado.

—No me volverán a ver en los partidos —sentenció ella cubriendo su rostro con una almohada.

El equipo salió en tropel, dejando el suelo manchado de barro. La señora Pomfrey cerró la puerta detrás del último, con cara de mal humor.

—Dumbledore estaba muy enfadado —murmuró Hermione con voz temblorosa, haciendo que Ana acercase su cabeza hacia ellos para escuchar—. Nunca lo había visto así. Corrió al campo mientras tú caías, Harry, agitó la varita mágica y entonces se redujo la velocidad de tu caída. Luego apuntó a los dementores con la varita y les arrojó algo plateado. Abandonaron inmediatamente el estadio... Le puso furioso que hubieran entrado en el campo... lo oímos...

«¿Algo plateado? ¿Podrían estar refiriéndose al Expecto Patronus? Seguramente sí, dado que era lo único que alejaba a los dementores» Ana se estaba perdiendo en sus pensamientos pero volvió a la realidad para escuchar a Harry.

—¿Recogió alguien la Nimbus?

Ana hizo una mueca sabiendo lo que había pasado con esa escoba.

Ella, Hermione y Ron se miraron.

—Eh...

—¿Qué pasa? —preguntó Harry.

—Bueno, cuando te caíste... se la llevó el viento —explicó Hermione con voz vacilante.

—¿Y?

—Y chocó... chocó... contra el sauce boxeador.

Ana no sabía qué era un sauce boxeador pero no sonaba nada bueno.

—¿Y? —preguntó Harry con insistencia.

—Bueno, ya sabes que al sauce boxeador —murmuró Ron— no le gusta que lo golpeen.

—El profesor Flitwick la trajo poco antes de que recuperaras el conocimiento —explicó Hermione en voz muy baja.

Se agachó muy despacio para coger una bolsa que había a sus pies, le dio la vuelta y puso sobre la cama una docena de astillas de madera y ramitas, lo que quedaba de la fiel y finalmente abatida escoba de Harry.

Aunque Ana no tenía el más mínimo interés por aquel artefacto, ver el rostro de Harry le hizo entender que eso verdaderamente era lo peor de todo aquel desastroso día.

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holaaa

¡espero que estén teniendo un buen jueves! y si no, les deseo lo mejor ♥

yo finalmente terminé The Queen's Gambit y amé o(-< igual también me rompió pero esa es una historia para otro día jsaj ¿ustedes la vieron? ¿qué les pareció?

escribir este capítulo me enojó ??? por Snape ??? cada vez que lo escribía me daban ganas de gritar smh bueno, we don't stan snape in this house ah

rip ana que se dio alto golpe xd

no yo queriendo que mi protagonista sufra el mismo golpe que me comí hace tres años ♥

¡espero que les esté gustando la historia!

nos vemos la próxima bros

•chauuu•



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