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27 Sofía

Sofía:

La sombra proyectada en una esquina de la pared revienta. Mis uñas diseccionan la negrura para interrumpir la intimidad entre una pareja de mujeres. Los besos son reemplazados por gritos y la palabra «demonio» estalla en distintos idiomas.

Reboto en el suelo alfombrado desde la oscuridad escupiendo trozos sombríos. El bullicio de los inquilinos bajando escaleras y los pasos atropellados son señales de la evacuación que mi presencia provoca.

Me encojo abrazando mis rodillas, mi vientre... Una capa de sudor cubre mi cuerpo como si hubiera surgido de un horno y no de la frialdad de la Penumbra de Garret.

Me arrastro hacia el angosto refugio debajo de la cama con la vista desenfocada y los músculos entumecidos, y me abofeteo duro. No debo quedarme dormida, pero cuánto cuesta no dejarse apagar...

Cuando siento agua que se mete en mi boca, inspiro aire.

Esa sensación de nuevo... Debí haber dormitado.

Aún es de noche y las pocas horas que faltan para el amanecer pronto me alcanzarán. Garret no tardará en encontrarme.

Muévete, Sofía, ¡muévete ya!

Con la visión esclarecida, pero el cuerpo aún endeble, tropiezo hasta la ventana donde un disparo casi me roza la cabeza. Estoy en el sexto piso.

Shit!

Para mi mala suerte hay soldados del ejército canadiense apuntando al edificio. Respiro profundo buscando estabilizarme. Damn it, estoy toda manchada de Penumbra viviente. No pasaré por humana ni de chiste. Cómo odio que la cosa se me pegue.

El bullicio desordenado de los inquilinos en fuga es sustituido por la marcha de los soldados que suben por las escaleras. Alzo una mano trazando un sigilo tembloroso en el aire, tal como me enseñó Anubis para viajar entre portales. El abismo negro se abre lo suficiente para que me lance dentro antes de recibir una lluvia de balas.

Mi boca está más seca que el desierto. Los residuos de la oscuridad de Garret siempre me restan energía.

Me mordió el idiota, de nuevo lo hizo.

Rujo al enterrarme las uñas en las palmas. Estoy tan furiosa y... triste. ¿Por qué volví a meterme en su cama? Sobo el ardor que sus dientes dejaron en mi estómago. Me fue mejor cuando no sospechaba quién era yo.

Salgo del portal ante lo que fue la escultura de un globo terráqueo con un gato naranja esculpido sobre él. El Jiggity Jig, yace en desolación a la entrada de un túnel.

Un enorme agujero se abre debajo del Kesington Market donde me gustaba caminar para contemplar las obras de arte. El agujero, rodeado por escombros rojizos promete alimento con un alto nivel de perversión. Me adentro descalza y semi desnuda en el camino mientras sacudo los restos de penumbra de mi piel lo mejor que puedo. Ay, tonta Sofía... No debí ceder en quitarme mi traje de égida. Estúpidas hormonas.

Exhalo un suspiro. Garret no me devolverá ni el traje ni el casco.

Trastabillo y palpo el muro. Me apoyo de la pared con una mano, atraída por un tamborileo jugoso al fondo del túnel que promete apaciguarme el dolor y la sed.

Vida...

Vida inmunda y maliciosa.

El hombre, encogido en un rincón, se encuentra solo y ebrio. ¡Aaaj!, no se puede tener todo. La sangre alcoholizada no sabe tan bien como la sangre sin ningún aderezo.

El sonido del líquido en la botella me indica que traga. Me cubro el rostro cuando un círculo cegador apunta hacia mí y el hombre se carcajea bajando la linterna.

–¿No te dio tiempo de tomar ropa? –pregunta en un español retorcido por la bebida–. ¿No tienes frío?

El hombre lleva un pasamontañas negro enroscado en la cabeza; debe tener cerca de treinta años. Deja la linterna encendida a un lado para poder mirarme sin inhibición. Me siento junto a él resistiendo las ganas de atacarlo de inmediato.

Mi víctima me explora con más libido que miedo. Intenta disimular que su interés recae en mis partes cubiertas por la ropa interior.

–Guau, eres como un sueño en toda esta pesadilla. –Agita la botella en el aire–. Vine aquí pidiendo refugio ¿sabes? Mentí un poco. ¡Dije que era gay! Que me perseguían en Colombia... pero no se me da dejar de mirar...

El ritmo acelerado de su corazón me desvía de lo que dice. Con todo este caos, humanos como éste cederán a los deseos de su lado oscuro. El borracho roza con los nudillos mi rodilla y mi muslo. Huele a que acaba de cometer una transgresión grave: homicidio y es un aroma tan delicioso. Aún con el hedor del alcohol, salivo. Necesitaré toda su sangre. Desde que era humana, notaba esas cosas como herencia de mi padre.

No violaré las leyes de Anubis si bebo de su cuello hasta enviárselo. El colombiano toma mi comportamiento como señal de aceptación y posa una mano en la parte interna de mi muslo. Entonces, me abrazo a su cuello y abro la boca cubriendo su carótida. Al principio se encoge con un gemido de placer, hasta que cierro los muslos atrapando su mano. Sus huesos truenan, se retuerce, grita y patalea. La mano con la botella se alza en un intento por defenderse y la estrella en mi cabeza.

Pronto terminará todo, cariño.

La riqueza del líquido humectando mi garganta y el alivio que da a cada una de mis heridas me provoca a apretarlo. Su caja torácica se comprime y las costillas le perforan los pulmones. Languidece en mis brazos como si se le ablandaran los huesos.

Ya no me torturo por lo que hago. Sé a dónde van las almas de los que mato. Estuve tantas veces en el Inframundo que conozco bien de qué va el juego de la vida. Cuando succiono la última gota y los brazos del colombiano yacen a sus lados, le agradezco en silencio.

–Suerte con Anubis, amigo.

Giro el cuerpo flácido para despojarlo de la ropa.

–Quizás en tu próxima encarnación endereces tu moral.

El pasamontañas tiene impresa la imagen de una calavera. Bonita máscara. La tomo y me la pongo. Es mejor lucir lo que uno es y esta cosa me servirá de disfraz. Tanto daimones como Porfirias me creerán muerta o perdida en la zona demoniaca y mejor así.

Suspiro recordando la fuerza con la que Garret me atacó en el Rogers Centre. Cuánto dolor me traes siempre, Garret.

Río maldiciendo a Anubis que me ató a él y a La Copa de una singular manera.

Anubis tramposo.

Me ajusto las ropas del muerto maldiciendo a Garret. Cómo fue a morderme así.

Pude haber iniciado una lucha por el derecho a la sangre del otro, pero eso terminaría mal. Siempre que me topo con Garret pasa algo malo.

Gruño en exasperación al notar que las botas del muerto perdieron una suela.

Magnífico.

Reclamaré al que se declare rey para que limpie mi ciudad como primera petición real. Amé vivir aquí.

Aún no he regenerado una costilla y me arde como el infierno. Necesitaré más sangre para recuperar mis fuerzas. Solo espero no tener que pelear con nadie. Camino sobre la calle Nassau donde las luces navideñas parpadean en un corto circuito. En el horizonte, el primer destello que está por brillar correrá a los Porfiria y a los demonios, menos a mí.

Cuando llego al Tim Hortons de Dundas y Bathrust casi lloro; no más French Vanillas ni timbits en esta sucursal. Las letras rojas del establecimiento han desaparecido a excepción de la «im» de Tim que cuelga a punto de caer. Desde aquí se ve un vórtice que succiona las nubes en un tornado donde estuvo el Rogers Centre.

Anubis ha de estar cabreado.

Dios idiota.

Habría que hallar la forma de que todo vuelva a la normalidad. Quizá Garret podría efectuar lo necesario para limpiar este desastre... Shit, no, Garret no tiene ningún amor por el mundo.

Camino como si tuviera ojos en la espalda, así es la vida en algunos de los trece infiernos. Me oculto entre los vehículos abandonados cuando noto un cadáver femenino en ropa deportiva junto a un contenedor de basura.

Yes!

La mujer fue drenada por algún Porfiria. Se nota en la apariencia ígnea de su piel y en los ojos sumidos. Así terminan los cuerpos que consumen ellos.

Que el Inquisidor me proclamara reina fue un alarde puesto que ya no soy Porfiria, no soy humana ni daimonesa; soy instrumento de Anubis y tengo mi propia misión. Y estoy fallando tanto en ella que Anubis me dará de comer a Ammyt.

Cuando menos no soy la única estúpida. Diego quería que los nobiliums les regalaran el holocausto demoniaco que ellos no pueden crear y los damiones cayeron en su juego.

Tontos.

Ahora tengo que devolver el equilibrio que les correspondía cuidar con la tarea más sencilla que se le puede encomendar a alguien: lograr que se corone un nuevo rey daimón. ¿Garret? No. No con esa sombra.

Diablos, estoy jodida.

Mi libertad está lejos de suceder.

–Anubis, hijo de puta, no podías ponérmelo más difícil.

Me encuentro calzándome los zapatos de correr cuando una sensación eléctrica me recorre la espina.

¡Bang!

Alcanzo a moverme lejos del contenedor donde una vara metálica lo abolla.

–¡Amor! ¡Te moviste!

Permanezco en cuclillas estudiando a Garret. Tan solo que... este no es él. No se siente igual. La postura de los hombros no es la correcta; se encorva e inclina más el cuello y sus ojos púrpura están inyectados de sangre como si hubiera bebido demasiado. Pero lo que más destaca en él, es la sonrisa demente.

–Volviste a encerrarlo ¿eh?

El Garret oscuro gira la larga vara y la guarda en su espalda.

–Se lo merecía.

–Estará molesto cuando se libere.

–Naaa, esta vez no saldrá.

–¿No?

–Nop. Seremos solo tú y yo como siempre quisiste.

–Presuntuoso. La última vez dijiste lo mismo.

–Presuntuoso, no. Verdadero. Lo encerré en el peor lugar de la Penumbra.

–Oh, eso es bajo hasta para ti.

El Garret oscuro se encoge de hombros, me mira de arriba a abajo y se muerde el labio inferior.

–La máscara de la muerte te queda bien, amor –dice avanzando hacia mí. Correspondo retrocediendo con rapidez. Si no hubiera bebido del colombiano, el primer golpe de la vara contra el contenedor me hubiera alcanzado.

–No huyas de mí, amor. Me debes un favor y hoy es día de pago.

El maldito se mueve más rápido que yo y veo un borrón negro antes de que me derribe. La musculosa masa encima de mí me aplasta, impidiéndome escapar.

–Me gusta cómo luces así –ronronea La Sombra aplastándome más–, déjatela puesta.

–Y a ti te resta encanto estar tan macizo.

–Oye, ¿por qué no matamos el tiempo juntos? Sé de un lugar desolado dónde casi no hay cadáveres y la calefacción aún funciona.

–¡Oooh! ¡Qué romántico! No suena mal ¿sabes? Pero ya pasé mi etapa de sexo sádico.

–Prometo ir despacio.

–¡Despacio, tú! –río–. No gracias, prefiero los hombres completos, no a medias.

–Mmmm. Tienes razón, esta forma física tiene más necesidades de las que calculé. Será que por eso no se va esta sed...

El tono macabro, impropio de su voz, me eriza y aprieto los párpados. Que no se atreva. Si me muerde, tomará más de un sorbo y mi cuerpo no lo soportará. No me emociona en lo absoluto perder el conocimiento ante él.

Una fuerte punzada me desgarra la clavícula y el Garret oscuro da un alarido. Se aleja varios metros de un salto, frunce el ceño de forma animalesca y se va como si algo lo hubiera asustado.

Me enderezo con un pánico cardiaco, me palpo el cuello y ahí, donde me mordió, está el cordón manchado de sangre del amuleto que Garret me dio.

Estuve a punto de dejarlo sobre el tocador el día que me acosté con él. Fue la adicción a él y los años de encuentros enfermizos, lo que me hizo conservarlo.

Cómo me duele todavía el maldito. Sus recuerdos son el nudo que no abandona mi garganta. Me llevo una mano a la boca y me levanto rechinando los dientes.

Un graznido gutural surca el cielo. Ya no hay tiempo para lamentaciones. Corro hasta la entrada al subterráneo. Bajo las escaleras para esconderme en una de las paradas del metro de Toronto. Eso sonó como un ave de Estínfalo.

Solo espero que Viviana cumpla su parte del trato y mantenga vivos a los rehenes. Por más mejor amiga que fingí ser de Victoria, me di cuenta de muchas cosas. Creí que su orientación sexual sería hacia su propio género por la forma en la que menosprecia a los hombres. Y cuando me presentó a Bastiam como su hermano, pude percibir la desilusión de él.

Victoria no se merece un daimón como Bastiam. Nunca debí entregarlo, nunca.

¿Por qué tuviste que enamorarte de ella, Bastiam, por qué?

Alguna vez creí que Garret iniciaría una guerra de amor por mí. Pero las guerras se mueven por razones oscuras, nunca amorosas. Por ello los daimones nunca tendrán a su deseado rey.

Un galope dentro de los túneles del metro me pone los pelos de punta. La yegua negra que surge de la oscuridad es más grande que un caballo normal, grande como todo en los infiernos. Babea ciega, a falta de ojos, olfateando el aire. Malditas yeguas de Diómedes, siempre están hambrientas. Contengo el aire con una idea perversa. Hay carne de sobra en las calles de Toronto, solo debo guiarla hasta ella para que deje de alzar ese hocico hacia mí. Eso o sacarla al Sol.

Deslizo un pie con suavidad preparándome para correr y tomo una vara retorcida de los escombros haciendo más ruido del que debo.

La yegua infernal galopa tras de mí arrojando una mordida. Aguanto las ganas de gritar cuando me pesca una pierna. Vuelo cuando la yegua me arroja hacia arriba para atraparme con el hocico y tragarme.

En un momento de suerte atoro la vara retorcida en un tubo del techo y me columpio. Casi me estrello con una columna al soltarme. Caigo cerca de las escaleras y me arrastro hacia arriba a punto de recibir una segunda mordida. El intento vicioso de la yegua se vuelve un alarido cuando la luz del día le ilumina el hocico. El galope se regresa al subterráneo y caigo rendida a un lado de la entrada al metro.

Bendita luz solar.

Me dejo caer de espaldas disfrutando de la caricia del calor naciente del sol y suspiro. Mis problemas no terminarán. Garret, la sombra, demonios invadiendo el plano terrenal, un largo periodo de guerra silenciosa roto, la maldita Copa de Hermes y Bastiam...

Garret, Garret, Garret.

Maldito destino.

Ojalá todo desaparezca como esa yegua con el Sol.

–Todo... menos Bastiam.

Y ya tenemos el punto de vista de Sofía. ¿Qué les ha parecido? Sí. Sofía sabe «cosas». 
Déjame tu estrella y tus comentarios. Pronto actualizaré otro capi.

Abrazos de sangre.




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