Cuando salí del camarote, un niño casi me lleva enredado por andar corriendo en pleno pasillo. Ni siquiera se disculpó, solo continuó la carrera. 

—¡Ten cuidado! ¡No corras por el pasillo! — su mamá venía detrás suyo, queriendo aligerar los pasos para alcanzarlo—. Disculpe a mi hijo, señor. Está tan contento de estar aquí que no puede disimularlo. 

—No se preocupe. Todo está bien. 

—Sígueme, mamá. 

Hace mucho tiempo no escucho esa palabra… 

Regresé a la barra, dispuesto a ahuyentar esta amargura. Estoy consciente de que el alcohol no solucionará mis problemas, pero al menos me brinda un momento de paz. Justo lo que necesito. 

Se suponía que estas vacaciones serían para disfrutar y desconectarme, que me serviría incluso para relajarme, pero sigo sintiéndome igual o hasta peor. 

Cada trago es un martirio. En mi mente hay un huracán de recuerdos amargos; recuerdos que creí haber enterrado en el pasado junto a esa otra vida, pero resulta que están más vivos que nunca. 

Me pregunto, ¿qué vida estaría teniendo ahora, si mi mamá aún estuviese conmigo? 

¿Será que se sentiría orgullosa del hombre que soy? 

A estas alturas es ridículo pensar que le importaría estar conmigo, cuando ella misma me abandonó por decisión propia hace años. 

Ella misma eligió abandonar este mundo, dejando todo atrás. Como si yo jamás hubiera existido, como si yo jamás hubiese sido importante para ella. 

Entonces, ¿por qué todavía duele pensar en ella o en lo que no fue, ni será? 

¿Por qué una parte de mí desearía regresar al pasado, para al menos volver a verla, escuchar su voz, sentir el calor de sus brazos al engullirme y sus besos en la frente? 

La vida es tan injusta y maldita. Se empeña en amargarme la existencia con recuerdos de su cuerpo inerte y la palidez de sus labios. 

Tengo la vida y el trabajo que siempre soñé, estoy rodeado de muchas personas, pero sigo sintiéndome distinto al resto, como si algo faltara, como si fuera una pieza perdida de un rompecabezas. 

¿Qué más debo hacer para aliviar esta carga? ¿Qué es lo que me falta? ¿Qué estoy pasando por alto? ¿Por qué nada de lo que hago es suficiente? 

Recosté mi frente sobre mi antebrazo, cerrando los ojos, sumergiéndome a ese mar de recuerdos. 

—Tú debes saberlo, siempre tenías la solución a todo. Dime, ¿qué hago, mamá?

No recuerdo cómo logré regresar a la habitación. En realidad, lo hice prácticamente a ojo cerrado. Quería tirarme en la cama de cabeza, pero lo que me lo impidió fue el hecho de ver a mi mamá acostada en ella. Se veía intacta a como la recordaba. Su cabello corto y castaño oscuro, más su delgada figura. 

—¿Mamá? — me recosté detrás suyo, agradeciéndole una y otra vez por haber regresado a mí y permitirme verla. 

La sujeté fuerte, haciéndole notar la emoción que sucumbió mi alma, por volver a sentir esa calidez tan agradable; ese calor que emana de su cuerpo. 

—Quédate quieta, mami. No te muevas más. No me dejes otra vez, por favor. Te he echado mucho de menos.