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A medida que dejaban la ciudad, el empedrado se había transformado en tierra húmeda, adentrándose primero en paisajes verdes, para luego atravesar páramos escasamente arbolados, puentes de piedra y pequeños arroyos, hasta que conforme el día avanzaba, iba pareciéndole al joven Gulf que entraban a otro mundo. 

            Gulf notó cómo de repente, el cielo se tornaba más oscuro y el frío comenzaba a arreciar. Claramente ya no era el cielo de Londres el que los cubría. De repente una serie de improperios del conductor, hizo que la carreta vibrara descontrolada por varios segundos. Llevaban varias horas de viaje, en un camino accidentado y difícil. Era de entender, pensó Gulf, que aquellos pobres caballos se mostraran ariscos. Miró a través del cristal empañado. Todo parecía borroso así que abrió un poco la ventana y junto con una ráfaga de aire frío le llegó una mirada roja como una llamarada, tan intensa que lo hizo estremecer. Parpadeó nervioso y miró otra vez hacia la fila de árboles frondosos donde había visto aquella extraña visión. Pero no había nada. Sólo lo había imaginado.

Pero…si sólo lo imaginé, se preguntó en silencio, porqué acabo de sentir el fuego de aquella garra otra vez en mí…

Y con disimulo se miró la entrepierna. Aturdido, al ver lo que aquel fuego estaba provocando otra vez, se tapó con el libro que llevaba en las manos, y cerró los ojos, buscando con desesperación algún pensamiento que lo distrajera.

Pero aquella mirada roja parecía haberse quedado marcada a fuego en su mente. Y entonces, lo recordó:

   – Hay más manadas salvajes en ese pueblo que personas.– le había oído decir a una de las cocineras de su casa en Londres, a una de las omegas sirvientas, cuando se creían solas en la cocina– Y esos lobos cambia– formas los percibirán cuando estén cerca. Estoy agradecida a mi suerte de que yo no iré en ese viaje...

La carreta vibró con violencia una vez más y Gulf no pudo evitar preguntarse si los caballos habían empezado a percibir algo anormal… 

¿Habrían visto ellos también aquellos ojos rojos que él acababa de descubrir en medio del paisaje crepuscular?

   Gulf se estremeció ante aquel pensamiento. Y no se atrevió a volver a mirar hacia fuera.

Si lo hubiera hecho, habría visto un par de ojos encendidos seguían a su carreta por el camino escarpado, y probablemente hubiera percibido como una lengua húmeda, deseosa, mojaba los labios a su alrededor, imaginando que era a él a quien lamía con un deseo y un placer que aquel Alpha salvaje nunca antes había sentido.

   – Ya están aquí…– le susurró Mew a un Beta que se escondía cerca de él– Y será más sencillo de lo que había pensado… Ese cachorro ya está en celo… Y muy pronto será mío…

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