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4

Mientras tanto, Anémona cayó por el agujero en el piso de la cueva hacia otra cueva, la cual estaba completamente inundada, y al chocar con el agua, la muchacha quedó aturdida. Aunque no perdió el conocimiento, sus oídos zumbaban y su vista se nubló. Se forzó a moverse, pero su cuerpo no respondió. Iba hundiéndose con relativa rapidez. Cuando finalmente tocó el fondo de la caverna, aún no podía moverse, pero poco a poco estaba recuperando los sentidos.

Entonces observó que había caído a otra cueva más grande. Era subterránea, y al parecer, conectada con el mar, pues el lugar estaba inundado de agua salada. La muchacha tenía un poco de miedo, pues el lugar era bastante oscuro, y además, tenía la impresión de no poder moverse, (al menos, no como estaba acostumbrada).

Para empeorar esta percepción, escuchó algo que parecía una voz, pero como si quien la emitiera lo hiciera a una frecuencia muy baja, pues más que escucharla, la sentía a través de su esqueleto."

En este momento, interrumpió un niño: -Oiga señor, ¿cómo que sentía el sonido?

El editor respondió: -Esa respuesta te la dará mejor un científico, pero por ahora, con que sepas que ciertos seres, como los delfines y los elefantes, escuchan sonidos de muy baja frecuencia, que nosotros no podemos oír, usando su esqueleto.

El niño se quedó un poco confundido, pero sacó su celular y se puso a buscar en internet si eso era cierto. Mientras, el editor continuó la historia:

"Bien, como estaba diciendo: Lo primero que distinguió fueron unas voces, probablemente las mismas que había oído antes de caer. Quienes fueran los dueños de esas voces, se estaban acercando rápido a ella, así que trató de girar su cabeza para verlos pero ellos llegaron más rápido, y se sentaron su lado para verla. Se trataba de una muchacha, que Anémona juzgó tendría 20 años, y un chico, probablemente de 17. No se necesitaba observarlos detenidamente para deducir que eran hermanos, aunque ella era castaña y él pelirrojo, pero sus rasgos eran muy similares.

La joven preguntó a Anémona: -¿Se encuentra bien?

-No- respondió con voz débil. Los hermanos se vieron uno al otro e intercambiaron palabras en voz baja, que Anémona no alcanzó a distinguir.

El muchacho se acercó más a ella y le preguntó: -¿Puedes nadar?

-Sí... Pero ¿estamos en agua?

-Claro.

-... Entonces ¿porqué sigo respirando?

Los hermanos cruzaron miradas de desconcierto ante la pregunta, y tras susurrarse algo, la chica se alejó, mientras el joven tomó entre sus brazos a Anémona y la observó fijamente, tratando de descubrir algún signo de enfermedad o tal vez un golpe en la cabeza, pero no notó nada así. La muchacha estaba un poco incómoda con tantos miramientos, por lo que intentó ponerse de pie, pero el chico la detuvo: -No te muevas. Esperemos a mi hermana.

-Pero... al menos explícame qué está pasando- protestó ella y se sacudió para zafarse del abrazo: entonces sintió que su cuerpo estaba diferente. Miró hacia donde deberían estar sus piernas, pero se encontró con una cola de pez. ¡Era una sirena!. Aunque por un lado eso explicaba muchas cosas, de todas maneras se asustó porque no había explicación para la transformación.

Desde luego, eso significaba que la muchacha también era una sirena, y el chico era un tritón.

El muchacho no entendía por qué se había asustado, pero igual intentó tranquilizarla, abrazándola más fuerte. -No temas. No hay peligro, y si hubiera, yo te cuido- dijo.

Ella lo miró con un poco de miedo, pero al ver su expresión pacífica, se sintió mejor.

-Quiero salir de aquí- murmuró Anémona.

-Está bien. Esperaremos afuera- respondió él. La joven se sorprendió de que la hubiera escuchado aun habiendo murmurado, así que no dijo nada más. El muchacho la observó por unos segundos más. Lo que más lo desconcertaba era cómo había llegado esta chica ahí, sobre todo con su extraño comportamiento. Sin embargo, no le pareció que estuviese loca; de hecho, quitando lo bonita que era, notó desde la primera vista en la muchacha una personalidad firme y difícil de amedrentar, así que debía estar en una circunstancia muy particular para tener miedo.

Entonces el joven, sujetando a Anémona, nadó por la cueva, que en ese momento estaba iluminada por los rayos solares. Había cristales rojos de diferentes tamaños por las paredes de la caverna. La muchacha estaba asustada y sorprendida por todo aquello. Cuando llegaron a unos metros de la salida, Anémona volvió a sentirse extraña, y mientras salían de la cueva, volvió a tener piernas, y ya no podía respirar en el agua. El tritón vió que Anémona se había transformado, y se asustó, pero al ver que necesitaba respirar aire, la llevó a la superficie. Una vez que ella respiró, él estuvo a punto de salir huyendo, pero la muchacha se abrazó con fuerza a su cuello y dijo: -Espera, aún no te vayas.

-Eres una pescadora- dijo él.

Naturalmente, Anémona entendió que si los seres del bosque se referían a los humanos como "cazadores", los seres marinos se referían a ellos como "pescadores", y replicó: -No, era una pescadora. Soy una sílfide.

-¿Una sílfide?, no te creo- dijo él.

-Lo soy, aunque no lo creas- aseguró ella. El joven tritón intentó zafarse de entre sus brazos, pero Anémona se sujetó de él con toda su fuerza.

Entonces él intentó quitársela sumergiéndose en el agua, pero la muchacha no lo soltó hasta que se quedó sin aire, entonces intentó nadar hasta la superficie. El tritón, al principio pensó hacer lo que cualquier otro en su sano juicio hubiera hecho, o sea, huir. Pero enseguida se dio cuenta de que estaba perdiendo la razón, pues volteó a ver a la chica, y notó que no iba a lograr llegar a la superficie. Entonces nadó hasta ella, la sujetó y la sacó a la superficie. Anémona tosió, pues ya había respirado un poco de agua, mientras, el muchacho nadó hasta unas rocas en la costa y colocó a la joven en una de las piedras más grandes. Enseguida, él se sentó junto a ella y esperó a que recuperase el ritmo respiratorio.

Mientras la observaba, recordó muchas historias que conocía, acerca de los pescadores, que capturan indiscriminadamente sin piedad ni misericordia. Y ahora, al ver a Anémona tan frágil, debilitada por haber tomado un poco de agua, y pensar que él había estado a punto de ahogarla, se sintió terrible y empezó a llorar en silencio.
Anémona no tardó mucho en recuperarse. Miró al joven tritón que estaba junto a ella. Aún llorando, era hermoso; incluso podría decirse que era más humano que cualquier persona.

Aunque era delgado, y su cuerpo aún era el de un adolescente, se notaba que en unos años tendría una fuerza física temible, lo que contrastaba con los rasgos suaves de su cara. Su cabello, un poco ondulado, color rojo intenso, cubría hasta sus hombros, y su cola fuerte y larga, aunque de aspecto bonito por el color azul que iniciaba en ¿su cintura? (no podía asegurarlo porque estaba vestido con una tela blanca), y se convertía en roja a la mitad hasta llegar a las aletas, estaba cubierta de escamas afiladas.

Conmovida, la muchacha extendió su mano derecha hacia él y dijo: -Gracias por ayudarme. Te debo dos.

-¿Eso qué significa?- preguntó el joven, desconcertado.

-Me ayudaste dos veces, así que ahora yo te debo ayudar otras dos veces.

-No, no, yo no amerito tu ayuda, casi te mato.

-Sí, eh,... bueno, pero no era tu intención, ¿o sí?.

-No.

-Sólo no lo hagas de nuevo, ¿de acuerdo?.

-¡Sí!, lo juro.

Los dos se quedaron callados durante unos momentos. Luego, Anémona le preguntó: -¿Tú sabes lo que pasó? ¿por qué fui una sirena por unos minutos?

-La verdad, no tengo ni idea. Creí que eras una sirena de verdad.

-No lo soy... o al menos eso creo.

Después de una pausa, ella dijo: -Pero, tuve suerte. Ahora te conozco.

El joven se sonrojó, y balbuceó: -Sí, eso estuvo bien... M-mi nombre es Ari. Bueno, realmente es Arivey, pero mis papás me llamaron siempre "Ari", así que me gusta más.

La muchacha sonrió: -El mío, Anémona.

Ari parpadeó varias veces antes de decir: -Entonces, sí eres una sirena.

-¿Qué?

-Anémona es un nombre de sirena.

-Claro que no, significa "flor de viento", y me llamaron así porque soy una sílfide.

-Pero las anémonas son unas criaturas marinas. Se parecen un poco a las medusas, pero viven en el fondo en vez de nadar.

La joven abrió mucho los ojos, y dijo: -Empiezo a sospechar que los dioses se traen algo contra mí. Este día ha sido tan... extraño... ¿o será que estoy soñando?

–¿Quiénes son los dioses? – inquirió el tritón.

La chica lo miró sorprendida, y respondió con una tenue sonrisa: –Son a quienes les echamos la culpa de que algo salga muy bien o muy mal. Y en este momento no estoy segura de si esto es bueno o malo.

–Oh... entiendo. 

Ari susurró: -Y yo que pensé que sería buena idea venir aquí antes del ritual...

Anémona escuchó lo que Ari había dicho, y le contestó: -Perdóname por lo que te estoy haciendo pasar. Será mejor que me vaya-, y trató de levantarse, pero se sentía muy pesada, pues aún estaba bastante mojada. El joven estaba dudando qué hacer. Mientras Anémona intentaba levantarse por segunda ocasión, notó que Ari parecía estar discutiendo consigo mismo, en sus pensamientos, pues no decía nada. Miraba de soslayo a la muchacha, luego miraba al agua, regresaba la mirada hacia la joven, de nuevo al mar...
Anémona intentó levantarse una tercera vez, y entonces él la miró de frente.

-¿Qué ocurre?- preguntó ella.

Ari balbuceó: -Es... ¡estoy seguro que me voy a arrepentir de esto! Lo siento, entenderé si te molestas - y se acercó, iba a darle un beso, a lo que la muchacha no supo cómo reaccionar, pero antes de que la tocara, alguien jaló al joven al agua.

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