CAPÍTULO 21
Miré la pila de archivos sobre la mesa ratonera.
Volví a revisar ficha por ficha y siempre llegaba a la misma conclusión. El departamento en el centro era la mejor elección de todas. Pero la casa grande en el barrio residencial seguía siendo mi opción favorita.
Había obtenido el primer puesto en la clase y al recibir el favoritismo de varios de mis profesores, estos habían escrito una recomendación para mí, y antes de darme cuenta ya tenía un trabajo asegurado esperando por mí, incluso antes de recibirme de la universidad. Y uno muy bien renumerado, debía decir.
Nunca me imaginé que convertirme en el chupamedia de los profesores podría traer tantos beneficios. Y no me arrepentía para nada, pues gracias a eso ahora tenía mi futuro asegurado.
Mis ojos contemplaron la imagen de la casa grande y una enorme sonrisa se formó en mis labios. No pude evitar que mi imaginación comenzara a correr como loca. Podía imaginarme allí en el futuro, criando a nuestros hijos, lo ideal sería un niño y una niña, dos perros y un gato, seríamos la familia perfecta, veríamos a los niños crecer, partirían a la universidad, volverían seguramente ya con pareja, no tardarían en casarse y hacernos abuelos. Y a esa altura de la vida nuestra casa se volvería más solitaria, sin el bullicio pueril de los niños corriendo de aquí para allá, pero nos tendríamos a nosotros. Envejeceríamos juntos, veríamos como el amor de nuestras vidas se encogería y arrugaría frente a nuestros ojos como si fuera una pasa de uva, pero lo hermoso de todo aquello era que cada día que nos restara viviríamos para amarnos un poco más que ayer.
Mis ojos se desviaron hacia la ficha que contenía la información sobre el departamento, y eso fue suficiente para cortar con la ensoñación que hacía minutos me estaba envolviendo.
¿A quién quería engañar? Ese sueño era imposible de realizar, después de todo Diana había rechazado mi propuesta de casamiento, dos veces.
Ah... Diana, Diana, Diana... me estaba volviendo loco. No había podido dejar de pensar en ella en los últimos días, bueno, no había podido dejar de pensar en ella en ¡los últimos quince años!, mejor dicho, pero ahora era diferente. Volvía a repetir las escenas en mi cabeza una y otra vez, revisaba todo lo que había hecho y dicho, intentando encontrar el error, y la verdad es que no sabía qué, de todo lo que había hecho, la había molestado en específico. Pues había hecho muchas cosas estos últimos días que podría meter en una bolsa con un cartel de "aquí se guardan las cosas estúpidas que hice", pero no podía encontrar la específica que había despertado en ella esa actitud que no lograba entender. Cuando creía que podía mejorarlo pidiéndole disculpas e intentando tomar la responsabilidad de mis estupideces, ¡pum!, las cosas parecían empeorar aún peor.
¡¿Qué diablos estaba haciendo?!
Y cada vez entendía menos a Diana. Ella parecía ocultarme sus pensamientos y no sabía por qué.
Recordé la noche en la boda. Ahí habían comenzados todos los problemas. ¿Me habré equivocado?, tal vez debí rechazarla por completo, pero ella verdaderamente parecía querer hacerlo conmigo y eso me hizo muy feliz. No entendía el cambio después.
¿A quién quiero engañar?, estaba en todo su derecho de odiarme, ¡le había quitado la virginidad que tan valiosa era para ella! ¡Era el peor!, mi corazón se partía en miles de pedazos y me embargaba un dolor casi insoportable al pensar en lo que le había hecho y en cómo podía estar sintiéndose. ¡Le había fallado!... aún peor, ¡le había arrebatado su más precioso tesoro! ¡Pero yo no lo sabía! ¿Cómo podía saberlo si nunca lo dijo?
La verdad era que talvez no fue un buen momento. Los dos habíamos bebido mucho esa noche, pero creí que no lo suficiente para no saber lo que estábamos haciendo, o tal vez me equivoqué...
Me encorvé sobre mí mismo y me tomé la cabeza con ambas manos en un gesto de desesperación. Sentía que me volvía loco cada vez que intentaba pensar en una solución.
Diana se arrepintió al otro día. Tal vez se dejó llevar por el alcohol y por el ambiente alegre de la fiesta, y yo no fui lo suficientemente inteligente para percatarme de ello. ¡Pero fue tan difícil pensar con claridad!
Tenerla a Diana, sentada sobre mi regazo, rogándome por una noche de amor... fue una escena que en mi vida creí vivir. Y eso fue más de lo que podía manejar, al final me rendí y me dejé envolver por los deseos que ambos habíamos estado guardando hasta el momento.
— ¡Fui un idiota! — me levanté del sillón donde estaba sentado y el movimiento tiró las fichas de bienes raíces al suelo. Las miré por un segundo y después me dispuse a levantarlas.
Volví a mirar los folletos por milésima vez. Ya me los sabía de memoria. Un departamento pequeño, con una habitación, un baño y una cocina que también funcionaba de living. Nada esplendoroso y lujoso, pero lo suficientemente cómodo para que un joven trabajador pudiera vivir sin mayores problemas. Y después estaba aquella maldita casa. Tres habitaciones, cocina amplia, living grande y preparado para cargarlo con la última tecnología, y lo mejor de todo: un enorme patio con piscina.
El departamento estaba cerca de mi futuro trabajo, la casa no tanto, pero si conseguía un buen vehículo, en menos de media hora estaría frente a la empresa.
Me pregunté por qué mierda planeaba un futuro junto a ella cuando había sido rechazado durante toda mi vida. Tal vez era masoquista y no me había dado cuenta... o simplemente era un reverendo idiota que no podía darse por vencido.
Golpeé las aristas de las hojas contra la superficie de la mesa y las dejé apiladas una arriba de la otra de manera perfecta.
Caminé hasta el otro extremo de mi habitación y rebusqué en el interior de la mesita de luz hasta hallar con la pequeña cajita color uva. Abrí la tapa y contemplé la alianza de oro.
— ¿Qué debo hacer contigo? — le dije a la sortija como si esta pudiera responderme — Creo que lo mejor es ya no insistir, así sólo lograré alejarla aún más — al final opté por responderme a mí mismo.
Cerré la cajita y la guardé de vuelta en su escondite para dejarla allí por tiempo indeterminado. No pensaba volver a ver esa sortija hasta estar seguro que Diana estaba preparada para enfrentar un nosotros juntos... y esperaría lo que tuviera que esperar, pues no sabía si era lo suficientemente fuerte como para soportar otro rechazo de su parte.
Me alerté un poco cuando sentí que mi celular comenzó a sonar. Al ver quién era el remitente fruncí el ceño con disgusto y no tardé mucho más en contestar.
— Marcuuus — mi madre pronunció mi nombre de forma melosa, como suele hacerlo cuando necesita pedirme algo que sabe que posiblemente odiaré.
— Mamá — la saludé sin mucho interés, había estado llamando últimamente con una sola intención.
— ¿Cómo está mi hijo hermoso? — preguntó cariñosamente y yo supe que sólo intentaba preparar el ambiente.
— Mamá, ya no soy un niño — le dije para cortarla mientras me sentaba sobre mi cama. Algo me decía que lo mejor era recibir sus noticias sentado.
— Ella llega esta tarde...
— Ma... — intenté interrumpirla, pero ella no me dio lugar.
— Debes ir a buscarla al aeropuerto — dijo con un tono amable que no logró encubrir del todo su intención imperativa.
— Madre, no puedo. Ya no hay nada entre nosotros.
Yo había dejado aquello atrás, pero mi madre insistía en traerme el pasado al presente. Pero no era lo correcto, ni para ella ni para mí.
— ¿Todavía sigues detrás de aquella arpía? ¿Cuándo dejarás de ser un idiota? Tienes tantas chicas lindas y buenas detrás de ti y ¿no puedes dejar de pensar en ella?
— ¡Escúchame! — no pude evitar levantar la voz, pero fue suficiente para que ella al fin me diera un lugar para debatir mi punto de vista.
Odiaba gritarle a mi madre, pero me había sacado de mis casillas, ella insistía en meter las narices en mi vida. Entendía que lo hacía porque me amaba y sólo quería lo mejor para mí. ¡Pero yo no era capaz de ser feliz de otra manera que con ella y mi madre debía entenderlo!
— ¡Debes superarlo! ¡Ya terminé con ella! ¡Entiéndelo!
— No, ¡tú debes entenderlo!, sólo te haces daño a ti mismo. Juno ya abordó el avión y en unas horas estará allá. Te digo que la vayas a buscar al aeropuerto y se terminó. ¡Obedéceme por una vez! — y cortó.
Miré el celular de manera incrédula mientras de él sólo se oía el pitido de la llamada terminada.
Bloqué el celular y lo arrojé sobre mi cama con algo de ira contenida. Algo en el estante más próximo llamó mi atención, eran las fotografías que había mandado a imprimir. Mis ojos se centraron en una de ellas en especial. Había sido tomada hacía varios años atrás, cuando vivía en España e ilusamente creía que podría olvidar a Diana con alguien más. ¡Qué estúpido!, no existe nadie que podría reemplazarla. ¡Nunca!
Tomé aquella foto y en un rápido movimiento la coloqué boca abajo, ocultando la imagen realista de mi vista. ¿Por qué siquiera seguía conservando esa foto?
Mierda, esto no podía más que empeorar.
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