Lección 11: Uno, dos, tres...respira
No he podido sacar de mi mente la sensación de estar cometiendo una injusticia total, al obviar que dentro de seis días no habrá rastro de nosotros en Seúl. Si estoy buscando el momento justo para una despedida debería hacerlo ahora, cuando hay tiempo y puedo zanjar un asunto que empezó atolondradamente y por novelesco que parezca se quedó como el retoño de un planta en medio del desierto, incapaz de germinar ante la sequía.
No podía comprenderlo y por más que me esforzara en culpar a mis padres o recriminarme a mí misma no parecía ser suficiente. Si lo analizaba bien, no existía entre nosotros ningún hilo que me impidiera dejarlo todo atrás, en una gaveta polvorienta de mi pasado y concentrarme en una nueva etapa donde ya sabría lo que sería haber amado sin ser correspondida y por tanto, tendría una cicatriz con el nombre y la sonrisa de él para rellenar, sin embargo no podía o no quería dar mi brazo a torcer.
Al menos me lo debía a mí misma, me debía ese momento en el que cortara lo que casi por dos años se convirtió en mi inspiración y finalmente en mi peor pesadilla ¿Podría la distancia acabar con toda la confusión y el abatimiento? ¿Podría estar bien y descubrir que realmente no era amor?
No lo sabía, al menos no aun. No tenía esa respuesta y creo que esa era la razón principal por lo que odiaba hacer la bendita llamada. Sin embargo estaba segura de que el tiempo se encargaría de poner más abismos y dudas matizadas con su voz o sus ojos marrones.
Sería muy difícil, como decían todos los cuentos y novelas románticas que solía devorar en mis innumerables horas libres. Olvidar ese primer flechazo parecido al amor, pero tenía que empezar de verdad y no en la base de una mentira, por eso sin importar que eran casi las doce de la noche me atreví a pulsar su número.
El muro que de una forma u otra nos separaba comenzaría a crecer a partir de ahora, solo que cuando la voz adormilada y ronca de Jungkook hizo vibrar la línea me quedé en blanco tratando de convencerme de que en realidad podía.
—¿Qué pasa, sucedió algo?
Por primera vez desde que habíamos intercambiado números parecía preocupado y no pude evitar que una traicionera lágrima rodara por mi mejilla. Intenté que no se me notara el llanto, aunque estaba casi segura al cien por ciento que fracasaría.
—No, la verdad es que…llamaba por el trabajo…
—Ah, menos mal, por un minuto pensé que te habías hecho daño o…olvídalo, quieres que nos reunamos antes, digo si no estás muy ocupada.
Tragué duro antes de contestar, rezando internamente para que él no tuviera ni la menor idea de lo difícil que era para mí.
—No podré hacerlo Jungkook, ni antes, ni ahora, ni la semana próxima…yo…
—¿Qué pasa, Angie? En serio me estás preocupando ¿Qué hice mal ahora? Si me equivoqué hoy, intentado forzar algo te ruego que…
—Regreso a España este sábado. Por tiempo indefinido.
El silencio que siguió a eso lo dijo todo. En vano traté de explicar entre ridículas lágrimas de rabia y desconsuelo. Jungkook, masculló unos cuantos “lo siento y lo entiendo” antes de finalmente dar fin a la conversación más extraña de mi vida. Las luces en mi ventana se burlaron de todo ese dolor y ni siquiera pude pedirle a las estrellas que acababan de salir por otro milagro.
—¿Te sucede algo? Tú piel se ha puesto amarilla.
Escuchaba a medias mientras subía los peldaños que daban a la terraza. No estaba de humor para los comentarios de Taehyung. Único habitante despierto en la casa. Como no le hice caso regresó a lo que fuera que estuviera haciendo en la cocina. Yo me entregué al aire húmedo de la noche. Era casi un insulto después de una tarde entera diluviando.
Miré la pantalla de mi celular. No habían pasado ni cinco minutos desde que había descubierto que el tiempo suele ser implacable cuando lo dejamos correr. Yo había cometido esa osadía y ahora me lamentaba a horrores. Angie se iba, al otro lado del mundo, este sábado y era jueves, un mísero día de por medio en el que para completar ella estaría preparando su mudanza y yo hasta el cuello en la empresa.
No me había dado cuenta cuan cabreado estaba hasta que el reflejo de mi propia persona me interceptó en la escalera. Joder, que más podría hacer para demostrarle que estaba más perdido que nunca, que no podía concebir mi mundo sin su tímida sonrisa, que no podía dejar de agradecerle por estar ahí para mí cuando hace solo unos meses la furia y la pérdida me cegaban, que no habría logrado empezar a superarlo si no hubiera sabido que ella existía, y ahora…justo cuando creía estar más cerca de poder iniciar nuestra historia de veras, ponía una distancia de varios husos horarios entre los dos.
Intentaba escuchar sus razones, algo sobre la reconciliación de los padres, algo porque me tenía que haber alegrado, pero no. Soy tan egoísta que en estos momentos preferiría gritar hasta quedarme sin cuerdas vocales. Por qué era tan difícil y por qué me sentía tan solo. Sinceramente no lo sabía, y quería encontrar la respuesta en esta noche tan paradójicamente estrellada.
Me quedé acurrucada a su lado en el sofá de la sala. Jimin seguía oliendo a perfume caro y ropa limpia. Algo que yo asociaría con un niño mimado si no fuera por el hecho de saber que su trabajo le permitía eso y mucho más.
Sin embargo a él le faltaba la arrogancia que bien sabía podía tener la alta sociedad, a él le faltaba esa maldad rapiñadora de querer sacar segundas intenciones sin miramientos, a él le faltaba la capacidad de juzgar y se dedicaba a apoyarme y decir una mentira piadosa solo por intentar rescatar mi autoestima.
Así era él, alguien a quien había etiquetado desde la primera vez dejándome llevar por lo que hasta ahora era la regla y no la excepción. Tras esa capa de despreocupación y narcisismo se escondía una corazón enorme, el corazón de una niño que aun cuando pareciera improbable, se esforzaba por reunir los pedazos rotos de lo que en algún momento lejano había sido un corazón dentro de la caja vacía que era mi pecho, por eso me sentía culpable.
Totalmente responsable de corromper un alma tan luminosa entre tantos cristales rotos, pero era tan débil e hipócrita que no me atrevía a detenerlo, era tan mezquina como para pedirle que se quedara más tiempo conmigo, el tiempo suficiente para que los moretones de mi rostro desaparecieran o la herida de mi alma palpitara como movida por el reflejo de lo que era sentirse lleno de esperanza.
Sí esa era yo, como había dicho Martin esa maldita noche. Un envoltorio dorado lleno de murciélagos y lagartos, capaz de absorber el oasis que podría habitar dentro de cualquier persona, pero aun así…
—He tenido una idea…
No quería mirarlo tanto tiempo. El solo hecho de que me dejara abrazarlo era más que suficiente teniendo en cuenta las marcas repulsivas que aun poblaban mi rostro, pero la forma en que su voz acarició mis oídos, no logró contenerme.
—Vámonos a la playa este fin de semana. No tiene que ser nada pretencioso. Podemos ir a mi casa…en Busan y pasar el rato. Creo que ambos necesitamos un respiro antes que las aguas se calmen.
—Jimin…
—Prometo no atosigarte con preguntas, solo será un fin de semana para desconectar. Vamos, di que sí al menos una vez.
Me dolía el pecho cuando me miraba así, ahora más que nunca después de haberme confesado mi peor temor. Una palabra que había fingido no oír mientras me abrazaba en la cocina.
Una palabra que yo no podía permitirme, sin embargo no era inmune a esa mirada traviesa o a esas manos hermosas llenas de anillos que me acariciaban la espalda. Por eso traicionándome una vez más y aumentando el riesgo de drenar su corazón, asentí algo más convencida. La sonrisa que se formó en su rostro me sacó las malditas lágrimas. Era un hecho que no admitiría jamás…pero…
—Ya lo verás, será maravilloso.
La mañana del sábado fue la peor de todas. No quise siquiera desayunar sabiendo que sería la última vez que George nos llevaría alguna parte. Mi madre no intentó atosigarme con quejas o por favor sonríe. Solo me fui poniendo más y más nerviosa mientras el reloj se desplazaba a la hora de marcharse.
Por eso no lo vi antes o quizás no lo noté, pero ya era demasiado tarde para esconderse cuando la figura de un chico castaño apareció frente al auto que nos llevaría al aeropuerto. Jungkook jadeaba mientras recuperaba el aliento.
Podía sentir la mirada de mi madre en la nuca o la del personal de servicio mientras terminaban de acomodar el maletero. Me encontré a mí misma observándome en los vidrios tintados del auto mientras el chico que había poblado mi vida y mi transición de la adolescencia a la juventud se acercaba.
—Angie…yo…no puedo dejarte ir…al menos no sin decirte que…
Pero fue como una de esas películas que tantas veces había repetido. El claxon lejano de un auto en el estacionamiento se opuso a lo que sea que él iba a decir. Sentí la mano de mi madre sobre el hombro y las lágrimas volvieron a complicarlo todo.
Quise decirle que lo sentía pero solo podía ver en silencio como nuestro equipaje terminaba de ser acomodado y el pelo demasiado largo del flequillo de Jungkook no me dejaba saber más. La presión de mi madre se hizo más urgente y creo haber oído algo parecido a vamos se hace tarde, sin embargo no pude reaccionar de otra forma y aunque se sintiera como que estaba viendo todo desde una ventana secreta en el fondo de algún lugar, la adrenalina que había acumulado acribillándome a preguntas sobre un futuro del que desconocía el color me hizo soltarme del agarre de mi madre y pronto fueron otros brazos los que me atraparon.
Hasta ese momento no lo había percibido, por el ruido que embotaba mis oídos, que ambos llorábamos y que no hacía falta palabras, que no había lugar para dudas mezquinas.
Lo sabía hacía mucho y tenía pavor de admitirlo. Estaba de más explicar con palabras ese último abrazo en el que quería aprender de memoria cada detalle del cuerpo que me sostenía con firmeza, del chico que sin dudas amaría por siempre.
Fue entonces que tuve el valor de mirar a esos ojos. No, ya no quería las estrellas que le pudo dedicar a otra o las atenciones a la hora del almuerzo. Habíamos cambiado en los últimos meses como si llovieran años entre los que fuimos y los que éramos. Ya no tenía miedo y aun intentando lo que sería la sonrisa más ridícula que en la vida podría permitirme me atreví a hacerle una promesa.
—No llores, Kook, nos veremos siempre…
—Angie, yo…
—No, estoy segura que lo entiendo. Me has hecho madurar a un ritmo que me da miedo, pero sabes que, quiero que sepas que solía llamarte idiota cuando veía a Lena pisotear tu corazón. Yo, sigo teniendo celos de ella y de cada chica que se atreve a mirarte ¿vaya problema, no? Contando el hecho de quien eres, pero no lo digas, no aun. Yo misma estaba entre dudas hasta hoy. Por eso prefiero que lo guardes en tu corazón como un buen recuerdo. No, no me interrumpas…es tan extraño…como puedo amarte tanto sin siquiera conocerte, creo que es cierto eso que venden en las películas, el amor nos escoge y nosotros padecemos, sin embargo quiero que tú seas feliz. Por eso te diré hasta luego, quien sabe y nos volvamos a encontrar ¿No crees?
No sabía de donde había venido ese discurso, pero no me negué cuando los labios de Jungkook tocaron los míos. Supe exactamente todo lo que quería decir en cada roce y la forma en que sus manos temblaban contra mi rostro. Sonría desde dentro. Sería así, un momento que recordaría con los brazos extendidos sobre una nube de nostalgia.
Tal como las noches en que Seúl se llena de humedad y me dan ganas de mirar las estrellas, tal como esas canciones viejas en las que solo puedes contar hasta tres y respirar.
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