Déjà vu
—Cullen. —Mascullé, con un leve temblor filtrándose en mi tono indiferente.
Alcé la barbilla y avancé un paso, cuando estuve más compuesta.
Los labios rojos del interpelado se curvaron en una sonrisa, que hizo que mi corazón diera un vuelco emocionado.
"Contrólate maldita sea" Recriminé. "Si no quieres que te llene de colesterol... O te venda al mercado negro, por partes."
Edward, se llevó una mano, hasta el interior de su abrigo y alcé la vista.
Advertí que su cabello goteaba. Al igual que su ropa. Estaba empapado, como si hubiese pasado la noche a la intemperie... cazando, concluí, atisbando sus ojos dorados.
Del interior de su abrigo, sacó un ramo de flores silvestres, de color violeta y lo extendió, con una mezcla de vergüenza y melancolía, dibujadas en su rostro de granito.
—Lo siento. —Pronunció, con voz suave, envolviéndome en una mirada de miel y ternura.
Abrí la boca, con silencioso asombro, incapaz de interrumpir el hechizo de sus simples palabras.
La puerta a mi espalda, se cerró con un golpe seco, sobresaltándome y terminando con mi breve ensimismamiento.
Asentí, para darle a entender, que si bien, apreciaba el gesto y el detalle de las flores, eso no cambiaba nada.
Podía aceptar con cortesía su disculpa, no obstante, él continuaría en la célula del rencor.
—Julieta...
Seguía obstruyéndome el paso, y no parecía dispuesto a moverse, de modo que, me escabullí por un costado, para dirigirme, con paso apresurado hasta el Suzuki Carry.
Estaba abriendo la puerta del vehículo, cuando me percaté que estaba tras de mí. Volteé sobre mis talones, para enfrentarlo.
—¡Sigues aquí!
Edward, seguía extendiéndome las flores, con gesto apenado.
En lugar de ahorrarse toda la palabrería de su nueva despedida, insistía en desperdiciar oxígeno, con promesas vacías.
—No me iré, nunca más de tu lado... a menos que así lo desees.
Sus palabras me provocaron una desagradable sensación de déjà vu, además de tomarme por sorpresa.
Por un breve momento fantaseé con la idea de que se quedaba por mí...
Luego, recordé que estábamos en el pueblucho más cómodo del mundo, para que un vampiro pudiera llevar una vida diurna con normalidad y la ilusión se murió.
—Ah. —Me encogí de hombros. — Ya te dije. Me chupa tres pingos, lo que hagas...
—Entonces te esperaré, cada mañana, de cada día, en el umbral de tu puerta...
Puse los ojos en blanco y volví a tironear la puerta del auto para cerrarla.
—Haz lo que te dé la gana, pero no estorbes.
Edward, no entendió mi indirecta y siguió sosteniendo la puerta, con sus manos de acero.
—¡Quítate!
Con movimientos exageradamente lentos, incluso para un humano, obedeció.
Retrocedió de espaldas, con las manos colgando flojas a su costado. Las flores violetas, comenzaban a marchitarse, con la garúa, que se iba tornando gradualmente en una intensa lluvia.
Desvié la mirada, concentrándome en arrancar el motor.
Sin embargo, traicionando mi propósito de ignorarlo, di un breve vistazo al frente, deleitándome con la encantadora sonrisa del ángel destructor.
Mi desayuno —o cena, almuerzo, lo que sea, estaba tan nublado y oscuro, como a cualquier hora— demoró más de lo imaginable.
La batería del vehículo estaba descargada y mi mecánico de confianza era un niñato, que tenía que pedirle permiso a su papá para salir de casa.
—¿Cómo que te castigaron por no llegar a casa en tres días? ¡Eras el niñero de emergencia!
La breve réplica de Jacob, fue en un tono cansino.
—Sí... lo que sea... —Dije con la vista en la motocicleta, concluyendo la llamada.
La lluvia aumentaba de intensidad y mis compras no iban a caber todas en ese medio de transporte.
¿Por qué el universo conspiraba para privarme de proteína de origen animal?
Bajé del Suzuki Carry, enfurruñada y resignada a desayunar alpiste.
—¿Te llevo? —Ofreció el dueño del flamante Volvo plateado.
Me mordí el interior de las mejillas, tentada a rechazar su invitación...
Al demonio, iba a utilizarlo para mi beneficio.
Como toda una femme fatale. Como toda una perra empoderada, colosal, elocuente y espectacular...
—¡Queso de verdad! —Exclamé, degustando más de una muestra de queso trozo que ofrecía la promotora en el pasillo del supermercado.
Entusiasmada en planeta cheedar, con las manos llenas de trocitos de queso, para el camino, no me percaté que la chica en tacones altos y uniforme ajustado era conocida.
—Bella... —Dijo Edward a modo de saludo.
La muchacha se removió incómoda, cruzando los pies, en una peligrosa posición que la hizo perder el equilibrio.
—¡Bella! —Exclamé con la boca medio llena, tomando la bandeja con quesitos, para que no salieran volando por los aires.
Edward, tomó a la chica por la cintura, evitando su caída. La muchacha ahogó un jadeo, cuando las manos del vampiro pasaron de su cintura pequeña y curvilínea, hasta sus hombros esbeltos, para equilibrarla.
—Gracias. —Musitó tímida, bajando la vista hasta sus manos, mientras enrojecía hasta las orejas.
—Toma. —Mascullé con tono hostil, devolviéndole la bandeja.
—¿Quieres llevar?
—No. No está tan bueno. —Acusé, con los quesitos restantes en mis bolsillos.
La tos suave de Edward hizo que ambas volteáramos a verlo.
—Has vuelto... —Dijo Bella, señalando lo obvio.
Hice un esfuerzo sobrehumano para no poner los ojos en blanco. En cambio, forcé una sonrisa y me mordí el interior de las mejillas para evitar responderle.
"No... es una réplica de cartón a tamaño real que llevo a todas partes..." Estuve tentada a contestar.
O mejor.
"No... es un holograma que programé para no sentirme tan sola."
O bien.
"No... no es él. Es su clon Edwardhino. El original está en Brasil."
Recordaba más inteligente a Bella.
Tal vez, al volver con su madre, la habían internado en un psiquiátrico, para darle terapia de electroshock, dejándola palurda.
O bien estaba conmocionada por la perfección apabullante de Cullen.
—¿Qué hay de ti? ¿Cómo está tu mami? ¿Qué tal Arizona? —Opté por preguntar de manera más amable.
Bella dejó de mirar embelesada a Edward y bajó la vista hasta mí.
¿Estaba pasando, lo que me imagino que estaba pasando?
¿Qué eran esas miradas cómplices y esa tensión de primer encuentro de película gringa para adolescentes?
No me digas que Bella abrió los ojos como platos, se perdió en los orbes del pelinaranjo y sintió como una fuerza poderosa e inexplicable los unía por el hilo rojo del destino... Como una digna premisa de teleserie de Televisa.
—Está... bien... Supongo. —Las mejillas de Bella, volvieron a colorearse de carmesí.
Atrapó un mechón de cabello entre sus dedos y bajó la vista avergonzada.
Aguanté las ganas de dar un bufido y volví a sacar un quesito de la bandeja.
—¿Nos vemos en clase entonces?
La chica demoró en responder. Su mirada volvía a perderse a mis espaldas, por encima de mi cabeza.
—Claro...
Acomodó un mechón de cabello tras su oreja, con un atisbo de sonrisa en su rostro de belleza inocente.
Salí rauda de allí, memorizando el número del pasillo, para no volver a cruzarme con Swan.
—La carnicería está al final de este pasillo. —Avisó Edward, sobresaltándome, mientras caminaba despreocupado a mi lado.
—¡Sigues aquí!
—¿Qué se supone que haga mientras haces tus compras?
—Qué se yo... Tú eres el hombre de las mil y una distracciones. Yo la humana con memoria a corto plazo ¿recuerdas?
Edward torció el gesto compungido.
Esbocé una sonrisa irónica y continué sola por el pasillo, apoderándome de un carrito abandonado junto a una estantería.
El camino de vuelta, fui escogiendo canciones, al igual que de ida al supermercado, solo para evitar la innecesaria conversación, que probablemente quería tener Edward.
Para mi sorpresa, no se opuso a que mi canto desafinado y canciones estruendosas, hicieran eco entre nosotros.
Se limitaba a mirarme a hurtadillas y a llevarse las manos al rostro, con un deje avergonzado.
—Julieta... —Dijo finalmente, cuando estacionó frente a mi casa.
—Yo bajo las bolsas, tranquilo nomás. Y gracias por el aventón. Que Dios te lo pague.
Bajé con prisa, corriendo para llegar hasta el portaequipaje. Sin embargo, él ya estaba frente a la puerta de mi casa, con las compras en sus manos.
Resignada, avancé a grandes zancadas, con la lluvia mojando mi pelo.
—Gracias. Te puedes ir.
Abrí la puerta e hice el ademán para que dejara las bolsas en la entrada.
—He tomado una decisión.
Abrí los ojos con desmesura, mentalizando mi cara de póker, para que sus palabras, no tuvieran un efecto demasiado evidente en mí.
Me da igual.
Que haga lo que quiera.
¡Mala persona! ¡Mala persona!
—Me quedaré. Intentaré no interferir en tu vida, pero estaré aquí para lo que necesites...
—Como una masuke herramienta. —Asentí. — Entiendo. ¿A cambio quieres que sea tu distracción o ya tienes un nuevo juguete con el que entretenerte?
—Julieta... —Su tono serio, era realzado por su voz grave.
—¿Qué? ¿Ya te aburriste? —Me encogí de hombros. —No aguantaste ni un día. Te llevaba más fe.
—¿Qué te he hecho?
—No te creas tan importante, Cullen. —Espeté poniendo los ojos en blanco. —Gracias por ser mi Uver, te puedes ir por donde viniste...
Antes de que pudiera cerrar de un sonoro portazo, puso la mano en la puerta, haciéndome retroceder y entrando a la casa, sin el menor esfuerzo.
Retuve la respiración, sin dejar de mirar su rostro de gesto serio.
Sus ojos dorados refulgían con fuerza, en una mezcla de sentimientos que no fui capaz de descifrar.
Era difícil ordenar mis ideas, si lo tenía a tan poca distancia.
¿Por qué estaba enojada en primer lugar?
¿Quién podría guardarle rencor a un ser tan atento, considerado, amable y apuesto?
A mis espaldas, el gruñido amenazante de Sunny, me sacó de mis cavilaciones.
—Fuera. —Ordené, sosteniendo la puerta.
Edward, me miró con consternación dibujada en sus facciones de granito.
—Le caes mal a mi gata. —Expliqué desviando la vista.
Por el rabillo del ojo, pude ver, como la pequeña criaturita, corría despavorida hasta mi habitación.
—Julieta... No soy capaz de saber que estás pensando con claridad. Y francamente, que me eches por un animal es...
—No es solo una gata. —Interrumpí. —Es Sunny Eduarda Taylor González y es mi bebé. Si no le caes bien, no entras.
—Es su instinto de supervivencia...
—No me importa. No le caes bien a Sunny.
Edward alzó las cejas con incredulidad y se llevó una mano hasta el rostro, ocultando su risa.
Sin dejar de sonreír, salió de mi casa y se dirigió hasta el Volvo plateado.
Podía apostar un riñón a que lo vi reírse a carcajada limpia en el interior de su auto.
La cara de Edward, descripción gráfica.
Be like: really nigga?
Julieta: Yes.
Edit, para agradecer los maravillosos gif de @KyVelasquez porque no solo hace banners, también crea gif, portadas e historias (le hace a todo la chiquilla :)
Capítulo de fin de semana, con la aparición del onvreee, porque se le extraña, ¿sí o no?
Cualquier aporte monetario es bienvenido... ayiaaaa
Nah, bromita.
Cualquier aporte en forma de estrellita, comentario, crítica, premonición, promoción, lo que sea su cariño, se agradece.
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