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Extra #7

Incluso él tiene nubes de lluvia:

2:03 pm

Cris amaba tener a Rubí ahí, a su lado, aunque solo sería por el tiempo en que las dos presentaciones en Detroit programadas para la gira de Leb se llevaran a cabo. Aún así, se sentía como un enorme respiro de toda la pesadilla que estaba viviendo. Solo escucharla hablar sobre sus experiencias como telonera en la gira, sobre cosas en casa o cualquier tontería, le permitía simplemente sentirse normal.

Sentirse como una Cris sin preocupaciones.

El olor a pintura de uñas de repente se sintió inusual en sus fosas nasales. En el pasado, siempre fue muy cuidadosa con la forma en la que se veía. Cuidaba sus manos, su piel, su cabello...pero de hace unos meses para acá, había dejado de ser tan meticulosa consigo misma. Ya no tenía tantas ganas de consentirse, o sentirse bonita.

Y eso estaba mal, lo sabía. No se trataba solamente de verse bien, sino de sentirse bien. Tenía que encontrar la forma de recobrar las ganas de cuidarse, de quererse. Ahogó un suspiro al pensar en eso. El programa M.E.R empezaría en unas semanas, quizá con él podría recuperar todo lo que perdió.

Por ahora, solo pintaba las uñas largas en las elegantes manos de su amiga. Estaban sorprendentemente suaves a pesar de lo mucho que Rubí tocaba la guitarra ¿Cómo lo hacía? ¿Cómo mantenía su piel tan perfecta y cuidada?

"No te compares, Cristal," se dijo a si misma. "Es tu amiga y estás feliz de que esté contigo".

Y sí, sorprendente, eso funcionó para dejar de compararse con Rubí.

—Eres buena en esto de pintar las uñas —señaló Rubí —. No entiendo como lo haces. Siempre que yo lo intento, termino pintando toda mi mano.

—Es cuestión de práctica —aseguró Cris, esbozando una pequeña sonrisa. Levantó la mirada y observó los ojos azules de su mejor amiga —. Además, es divertido.

—Claro, divertido —la risa de Rubí sonó relajada y elegante, tan diferente a la risa seca que solía soltar cuando la conoció. Ahora Rubí se veía mucho más viva y animada.

Era tan satisfactorio verla de esa forma, con emoción desbordando sus brillantes ojos del color de dos zafiros. Su cabello rojo había crecido, mostrando unas raíces negras que no se veían nada mal. Sus mejillas ahora tenían cierto rubor natural, no maquillaje para verse mayor. Aunque, sin duda, el mayor cambio era su sonrisa.

Ahora sus labios tenían una curvatura que desbordaba orgullo, probablemente hacia sí misma. Después de todo, Rubí había superado un pasado muy oscuro hasta obtener un presente que prometía ser muy brillante.

—Háblame de tu álbum —dijo, colocando esmalte con delicadeza sobre las uñas —. Ya firmaste el contrato ¿Tienes ideas sobre cómo será?

—Tengo varias ideas, algunos detalles sobre el estilo y ya comencé a escribir más canciones. Les pasé algunas a la disquera y les han gustado mucho —ella sonrió, pero su mejor amiga logró notar un rastro de nervios en sus ojos —. La verdad, tengo miedo. Todavía no estoy segura de si estoy hecha para este mundo, para el espectáculo.

—Eres una estrella, Rubí. Te lo repetiré mil veces hasta que te quede en la cabeza. Y si mis palabras no te bastan, lee todo lo que dicen las redes sociales sobre lo increíble que eres como telonera en los conciertos de tu hermano.

—Amo cantar en un escenario, juro que ahí arriba me siento...completa. Me emociona trabajar en mi álbum, poner mis ideas en un proyecto y que por primera vez sea solo mío. Solo...no sé, sigo acostumbrada a ser la que se mantiene en las sombras. Creo que debo acostumbrarme poco a poco a los reflectores.

—Y cuando eso suceda, te diré un gran te lo dije —Rubí rodó sus ojos, pero sonrió un poco al escucharla decir eso —. ¿Me darás un álbum con tu autógrafo, verdad?

—Pf, no. Eres mi mejor amiga, no quiero tener esa clase de formalidades contigo.

—Pero no solo soy tu mejor amiga ¡Soy tu más grande fan! Tienes que darle a tu más grande fan aunque sea un autógrafo.

—Prefiero tenerte de amiga que de fanática.

—Pues soporta el hecho de que soy las dos —ella le sacó la lengua y Rubí volvió a rodar sus ojos. Se sentía tan bien simplemente hablar con ella, no pensar en cosas horribles. Había extrañado eso, aun cuando separadas se hablaban a diario por teléfono. Era lindo tener a su amiga ahí una vez más —. Ahora cuéntame, ¿cómo está tu mamá?

La conversación cambió de rumbo a uno más apagado y desanimado. Escuchó con paciencia y preocupación como su amiga le contaba sobre la enfermedad cardiovascular de Lei Carlton. Sus ojos se llenaron de lágrimas junto a los de ella cuando Rubí confesó tener miedo a perderla justo cuando su relación comenzaba a mejorar. Respiró con alivio junto a ella cuando le contó que el marcapasos que le habían puesto podría ayudarla a mejorar, y que ella y su papá estaban más unidos que nunca para superar ese obstáculo tan grande que se les había atravesado.

Tras un poco de llanto, la conversación pasó a ser más relajada. Le contó cosas sobre lo que ocurría en L.A, como Lory y Brandon se estaban consiguiendo todo lo que deseaban. Malory estaba trabajando como modelo y Griff comenzaba a ser pasante de fotografía, así que a menudo trabajaban juntos. También la actualizó sobre algunas travesuras nuevas de los terremotos.

Al final de toda la charla, las uñas de Rubí estaban perfectamente esmaltadas y Cristal estaba sonriendo. Mucho.

—Detroit te ha hecho muy bien —señaló su amiga, soplando sobre sus uñas —. Sigues con unas cuantas sombras por ahí, pero noto más brillo del que tenías la última vez que te vi.

—Sí...supongo que sí hay un pequeño cambio.

No el que quería, claro. Todavía no estaba ni cerca de ser la Cris feliz del pasado. Quizá jamás volvería a s. Aún así, lo que hace meses se veía como  algo inalcanzable, ahora se veía más cercano a ella. Ahora le resultaba más fácil sonreír...por poco tiempo, por pocas razones, pero al menos sonreía.

Había vuelto a comer. Poco, cosas muy ligeras, pero comía. Aunque luego...luego vomitaba. No siempre, no siempre lo hacia y eso era algo bueno, ¿no? Sin embargo, todavía no podía quitarse de la cabeza ese martes de la semana pasada, cuando su mamá la encontró vomitando en el retrete. Eve Nicols, la mujer más fuerte que conocía, solo se sentó a su lado y la abrazó mientras lloraba. Desde entonces, cada vez que Cris pensaba en purgarse, comenzaba a temblar sin control.

Las lágrimas en el rostro de su mamá llevaban su nombre y eso era algo que no se podía perdonar. No sabía cómo perdonarse.

Pero, dentro de todo, tenía que decirse que estaba mejorando. Tenía que convencerse de que sus paseos matutinos, sus risas con sus tíos, su tiempo ganando paciencia con los mellizos, todo eso era prueba de lo mucho que su actitud había mejorado. Pasos pequeños para recorrer grandes distancias, fueron las palabras de su papá el día anterior, cuando llegó a Detroit para pasar unas semanas con ella.

Pasos pequeños. Eso estaba dando.

Rubí pareció entender que estaba sumergida en pensamientos, así que le dio su espacio. Le concedió silencio para arreglar sus ideas, para ordenar el caos una o dos veces. Cris le agradeció eso silenciosamente a su amiga, amando esa comprensión tan típica en ella. Respiró una, dos, tres veces...y finalmente se sintió lista para volver a hablar.

Pero, al abrir su boca, su voz se vio interrumpida por un sonido proveniente de la ventana.

Sin quererlo realmente, Cristal sonrió.

—¿Qué fue eso? —preguntó Rubí, alzando una ceja en dirección a la ventana.

—Es David —fue la sola respuesta de Cristal.

De inmediato, la pelirroja se piso de pie y caminó hacia su ventana. Ya se había vuelto costumbre verlo al otro lado del cristal y aguantar sus intentos de animarla—aunque debía admitir que a veces lo lograba. David tenía un don para exasperarla, pero debía admitir que a veces era genial poder hablar con él.

Genial que él se encargara de calmar sus tormentas por un rato.

Abrió la ventana para poder hablarle y lo encontró ahí, haciendo exactamente lo mismo que ella. Por instantes, le resultó aterrador estar tan acostumbrada a...a todo lo que era él. Ya le parecía común ver esos ojos un tanto pequeños, azules grisáceos como el cielo de Detroit. Su cabello castaño claro, sin una sola onda sobre él, y su mandíbula marcada ya le eran familiares. Su sonrisa, amplia y bonita, ya era una constante en su día a día...

No, esa sonrisa no era normal. No cuando a penas si alcanzaba la mitad de sus mejillas, cuando no achicaba sus ojos ni creaba esas pequeñas arrugas en su mirada. David estaba sonriendo, manos en sus bolsillos igual que siempre, pero esta no era la sonrisa de David.

Era una imitación.

—Hola, vecina temporal —dijo él, su voz sonando más ronca y apagada de lo normal mientras se sentaba en el marco de su ventana. Como siempre, parecía estar intentando a la terrible gravedad.

—Hola, David —ella se apoyó en el marco de su propia ventana. Sus pies seguros en el suelo, no como él que hasta los balanceaba en el aire.

Pero incluso ese movimiento en sus pies se veía lento, triste. Ni siquiera estaba esa mirada bromista en sus ojos cada vez que ella mostraba una pizca de su disgusto hacia las alturas.

—Te ves bonita —señaló él, su sonrisa aumentando tan solo un poco —. Digo, siempre te ves bonita, pero hoy tienes un brillo más bonito en tus ojos. Estás feliz.

Ella quiso imaginar que no se estaba sonrojando frente a él, que sus mejillas no estaban hirviendo ante sus palabras.  Esperó ver ese brillo coqueto en sus ojos azules, ver algo del David tan intenso y atrevido que había conocido estos últimos meses.

Vio sinceridad, un poco de alegría por ella. Pero, sobre todo, vio una profunda tristeza...

—Gracias —consiguió decir. Tuvo que respirar más de tres veces para procesar las siguientes palabras que diría—. Oye, David...

—¿Si, Cristal?

—¿Te encuentras...bien?

—No.

La imagen de él tratando saliva y apartado la mirada para evitar llorar hizo que algo en su pecho doliera. Fue casi como escuchar a su corazón...agrietarse.

—¿Quieres hablarlo? —la pregunta de Cris fue tentativa, insegura, pero aún así lo hizo. Él le habría ofrecido eso, de estar en su lugar.

—No —fue la respuesta de David.

Seco, distante, apagado...Ese no era el David que ella creía conocer. Supuso que era justo recibir esa respuesta, pues era la misma que ella siempre le daba. Aún así, volvió a intentar.

—Puedes hablarlo conmigo...si quieres —insistió ella —. ¿Tienes ánimos de caminar? Podemos dar nuestra caminata y me cuentas. Soy buena escuchando...

—De verdad no quiero hablar, Cris.

Y por la forma en la que sus ojos estaban brillosos, por la forma en la que habían un par de ojeras decorando su rostro, ella sabía que hablaba en serio ¿Cuántas veces ella misma había tenido esa mirada? ¿Cuántas veces no quiso hablar? No insistió más, pero eso no le quitó la sensación de querer hacer algo. Casi hasta pensó en atravesar el patio y llegar a su habitación para acompañarlo.

¿Por qué quería hacerlo? Esa era una pregunta que no sabía responder. No podía responder.

—Solo llame a tu ventana para verte —habló él, pasando una mano por su cabello —. Quería saber si estabas bien, si hoy habían nubes de lluvia que ahuyentar...

Pero quien parecía estar en medio de una tormenta era él.

Escuchó una tos fingida a sus espaldas y, solo entonces, recordó que Rubí estaba ahí. Su amiga elevó una de sus bonitas cejas cuidadas y gesticuló un "¿quién es él?". Cris no le había contado aún sobre David. No por mal, sino porque esas conversaciones de ventana a ventana, esas caminatas hacia la parada de autobús, esas metáforas de nubes y arcoíris...eso ya se sentía muy propio, muy de ellos. Compartirlo, incluso con Rubí, sería como compartir un tesoro precioso. Algo invaluable.

Sus pensamientos se detuvieron en seco al darse cuenta de lo que estaba sucediendo, lo que tenía en la mente: ¿desde cuándo David había adquirido tanto valor para ella? Ahora que lo veía así, tan triste y sumergido en su propia sombra gris, algo en su pecho...se sentía mal.

Y Rubí, que la conocía demasiado bien, notó toda esa duda en sus ojos, más ese sonrojo en sus mejillas. No pudo detener a su amiga una vez pintó una sonrisa en sus labios y se asomó por la ventana.

—¡Hola! Soy Rubí, amiga de Cris —soltó, recargándose del marco de la ventana —. ¿Y tú eres...?

Quería bajar a Rubí de su ventana, alejarla de ahí y que David no le dijera ni una sola palabra. No sabía porqué, pero su corazón latía al ritmo de un nerviosismo diferente al que estaba acostumbrada. Este nerviosismo era...uno sin sentido y sin raíz.

Y se mezcló con algo más cuando vio los ojos de David pasar de Rubí a ella varias veces, con la lentitud de la tristeza arrastrando su cabeza. Aún así, un atisbo de sonrisa nació en sus labios. Como si se alegrara por ella...

Incluso estando triste, podía mostrar alegría por ella.

—Soy David —respondió él, ambas manos en sus bolsillos y amabilidad a pesar de lo apagada que sonaba su voz—. Soy el vecino temporal de Cris.

—¿Te gusta el béisbol, David? —preguntó su amiga, por alguna razón —. Veo una camiseta de los dodgers desde aquí. Mi papá es fanático.

—Tu papá tiene buen gusto.

—David juega béisbol —explicó Cris, sonriéndole de lado —. Aunque jamás lo he visto, podría ser terrible en eso.

—Ni bueno, ni malo. Soy decente en el deporte —aseguró él, sin muchos ánimos de seguir conversando —. Bueno, vecina temporal, como veo que estas bien acompañada, me voy a retirar.

—¿Seguro no quieres hablar? —insistió ella, casi olvidando de nuevo la presencia de Rubí.

David le sonrió de lado, sus ojos aún cansados y cristalizados.

—Hay cosas que ni yo sé como hablarlas, Cris.

Y eso movió partes de ella que no sabía que podían llegar a conmoverse. Él, que supuestamente sabía alejar tormentas y buscar arcoíris, parecía no poder encontrar sus propios colores. Jamás llegó a considerar que David, ese chico tan insufriblemente incorregible, tan intenso pero amable, también podía tener sus propias nubes de lluvia.

Entonces, ¿quién lo ayudaba a encontrar sus arcoíris?

—Gusto en conocerte, Rubí —dijo él a modo de despedida.

—Igualmente, David —su amiga sonrió con comprensión. Si alguien entendía la tristeza era ella.

—Nos vemos pronto, Cris.

—Claro, David.

Esperó a que él cerrara su ventana, vio como bajó las persianas esperando en vano que las abriera de nuevo y le hiciera una seña para bajar y caminar. Para hablar, así como él siempre hacía cuando ella estaba triste.

Pero David no volvió a abrir la ventana y ella debió cerrar la suya, sintiendo un dolor indescriptible en el pecho.

—No me dijiste que tenías a un vecino tan guapo —señaló Rubí —. Ni que se preocupaba lo suficiente por ti como para asegurarse de que estás bien.

—¿eh? —cuestionó, a duras penas procesando las palabras de Rubí. Seguía pensando en esos ojos tristes cuando su amiga repitió lo que dijo —. Oh, David es así. Se empeñó en ser mi amigo desde que llegué.

—Eso es lindo...pero parece que ahora él es quien necesita a una amiga.

Cris mordió su labio con nerviosismo ¿Y qué podía hacer ella? ¿Cómo lo ayudaba a espantar sus nubes de lluvia si ella vivía en una tormenta?

—¿Crees que debería ir con él? —preguntó...¿pero qué le diría si iba?

—Creo que dejó muy claro que no quiere hablar del asunto que lo tiene así. A veces hablar no ayuda, Cris —ella hizo una pequeña mueca de comprensión —. Lo que puedes hacer es demostrarle que tu también estás aquí para él.

—¿Cómo hago eso?

—He aprendido que es a través de pequeños gestos que se logran grandes cosas. Comenzaría por invitarlo a tu cena de cumpleaños mañana.

—No. Él ni siquiera sabe que es mi cumpleaños.

—¿Y no se lo quieres decir?

—Este cumpleaños no se siente mucho como una celebración —admitió ella, encogiéndose de hombros.

—¿Entonces que vas a hacer?

—No lo sé —si ella no sabía lidiar con sus propias tristezas, ¿cómo lo iba a ayudar a él?

—Algo se te ocurrirá. Creo que este chico te importa, Cris.

Y era aterrador porque ella también se estaba dando cuenta de eso: David le importaba. Le importaba lo suficiente como para intentar ayudarlo, para querer ver su sonrisa.

Unos toques en la puerta hicieron que ambas chicas voltearan. Su tito Gabe les sonrió a ambas desde el marco de la puerta, ellas le devolvieron la sonrisa.

—Chicas, tengo malas noticias —dijo él —. Su tía Cloe está empeñada en que quiere cocinar hoy porque "no debe ser tan difícil hacer un pastel de carne".

—Ay no...—soltaron ella y Rubí al mismo tiempo.

—Exacto. Entonces, las necesito en la cocina para que se unan a la casi protesta de los huracanes para ir a comer a algún restaurante en lugar de morir intoxicados. Tu eliges el restaurante, Cris. Sólo no dejes que mi esposa nos mate a todos.

Para su sorpresa, solo pudo reír ante eso en lugar de pensar en la comida.

Pero el recuerdo de la tristeza de David seguía doliendo...

—Vayamos a ese lugar que le gusta tanto a los huracanes. Mis padres, Caleb, Eli y Avi pueden vernos allá —dijo ella antes de mirar a Rubí —. Adelántate y ayuda a nuestros primos. Yo...tengo algo que hacer.

—Como digas —Rubí le sonrió ampliamente mientras caminaba hacia su tito Gabe —. Estaré protestando si me necesitas.

Vio a su tito y a Rubi marcharse y, solo entonces, se acercó a su escritorio. Ella no era de dibujar mucho, sus marcadores se mantenían intactos y arreglados en el bonito frasco que usaba para guardarlos. Decidió usarlos por primera vez, tomando una hoja y poniéndose manos a la obra.

Pequeños gestos.

David necesitaba pequeños gestos...

...

Un año más sin su mamá.

Un año más recordando que la tristeza le gana a las personas más buenas, que un corazón roto no siempre se repara, y que a veces las tormentas se convierten en diluvios.

Un año más recordando que él siempre sería una mancha en su familia. Quien provocó un dolor que jamás se iría.

Lanzó la pelota al aire y volvió a atajarla. David solía pasar el aniversario de la muerte de su madre así: acostado, con lágrimas contenidas en sus ojos que finalmente salían para jamás detenerse. Sabía que Trev le había escrito un mensaje preguntando si necesitaba compañía, sabía que Roxie le había enviado un snapchat con cientos de corazones cursis que significaban: estoy aquí para ti, Olsen.

Sabia que Daniel llegaría pronto del trabajo y que se vería más como un fantasma en pena que como el alegre dolor de culo de siempre. Sabia que Ashley les prepararía a ambos pastel de chocolate que complementarían con helado y que les ofrecería ver una película. Sabía que no terminarían de verla de todos modos...

Porque ese día en particular siempre era igual. Era como si el tiempo se detuviera, como se hiciera más lento y predecible. Como si cada minuto estuviera ahí para torturarlo, para hacerle recordar esa tarde en que llegó de la escuela y habían paramédicos en su casa.

Esa tarde en la que Daniel se le acercó con lágrimas en los ojos...

Esa tarde en la que vio una camilla con un cuerpo cubierto con una sabana negra salir de su casa...

El día en que no pudo salvar a su mamá de sus nubes de lluvia...

Hoy solo hubo una cosa diferente: ver a Cristal. Solo por un instante, cuando vio ese brillo en sus ojos y se dio cuenta de que estaba feliz, la tristeza se esfumó un poco y se sintió...bien. Luego vio que estaba con una amiga, que no estaba completamente sola, y esa sensación de bienestar aumentó. Por supuesto que notó que esa amiga era Rubí Carlton, que de hecho era famosa, pero no le pudo importar en realidad.

Si pensó en pedirle un autógrafo ahí mismo fue porque consiguió ese brillo de alegría en Cristal, cosa que él nunca logró hacer...

Pero ni siquiera ver a la chica que estaba seguro que comenzaba a gustarle así de feliz logro alejar a la tristeza por siempre. Había vuelto la sensación horrible en su pecho, ese vacío doloroso al que no quería ponerle nombre. Dejo de lanzar la pelota y simplemente suspiro.

Las lágrimas contenidas escaparían en cualquier momento y él no las iba a detener.

—Hey...—escuchó a su hermano desde su puerta. Alzó la vista solo para encontrar a un Daniel muy triste, con el cabello desordenado y el nudo de la corbata deshecha —. Hola, hermanito.

No respondió, no hacía falta hacerlo. Escuchó a Daniel entrar a la habitación, hasta que se dejó caer a su lado en la cama. El suspiro de su hermano sonó tan triste como el de él.

No era un buen día para ninguno de los dos.

—¿Cómo estás? —cuestionó Daniel. Él siempre hacía eso: preocuparse por él sin pensar en sí mismo primero.

—Igual que tú —respondió.

—Como la mierda, entonces.

—Seh...

Se quedaron en silencio un momento y las lágrimas comenzaron a brotar. No le molesto llorar frente a su hermano mayor. Después de todo, lo había hecho cientos de veces cuando fueron más jóvenes. Lloró cientos de veces cuando le decía que tenía miedo, o cuando se caía y se raspaba por alguna razón.

Lloró cientos de veces cuando Daniel le pedía que se escondiera debajo de la cama para que él no lo encontrara.

Lloró cientos de veces cuando su hermano recibió golpes en su nombre. Cuando regresaba a su escondite con su rostro lleno de moretones y con lágrimas en sus ojos que intentaba contener por él.

¿Qué más daba si Daniel lo veía llorar? A este punto de sus vidas, ya habían visto al otro derramar demasiadas lágrimas.

—Cuando huimos, creí que todo sería diferente...—admitió David en voz alta —. Creí que sin él podríamos ser felices los tres. Que Detroit era una nueva oportunidad.

—Yo también lo creí, hermanito —suspiró él. El temblor en su voz le indicó que también estaba llorando —. Yo también lo creí...

—Ella había dicho que estaba mejor. Me lo había dicho.

—Ella no quería seguir viéndonos tristes. Por eso mentía, David.

—Si no quería que estuviéramos tristes, ¿entonces por qué lo hizo? ¿Por qué se fue, Daniel? ¿De qué sirvió mentirme cuando al día siguiente la encontraron...?

—No lo digas —pidió él —. Por favor, David. No lo digas.

Porque fue Daniel quien la encontró colgada en su habitación y recordarlo seguro le causaba más dolor del que podía aguantar...

Más lágrimas cayeron al rostro de David y él sabía que Daniel lloraba igual. Ambos lloraban por esa mujer que los quiso lo suficiente para fingir alegría, pero no lo suficiente para quedarse.

Ambos lloraban por la mujer que más amaron en todo el mundo. La razón por la cual huyeron...

—Escucha —dijo su hermano, con voz ronca pero comprensiva —. Ese hombre le hizo mucho daño, David. Todavía recuerdo bien nuestra vida ahí y ella sufrió tanto...Quizá fue tanto de mi parte pensar que irnos lo borraría todo. Es evidente que no lo hizo y, aunque tú y yo supimos avanzar, mamá no lo supo hacer. Mamá tenía muchos más demonios de los que nos quiso mostrar.

—Él también te hizo mucho daño a ti —dijo David, sabiendo que iba a confesar algo que solo podría decir ese día. Solo podría aguantar confesar ese día —. A veces me da miedo, ¿sabes? Porque sé que en el fondo a quien más golpeó, a quien más hirió, a quien casi mata...Daniel, ese fuiste tú ¿Y si estas fingiendo ser feliz también? ¿Y si un día simplemente decides dejar de fingir?

Y era algo que le aterraba profundamente. Era la razón por la cual no se imaginaba dejando a su hermano, a pesar de que esté vecindario en el que vivían era muy común, muy aburrido. Tenía miedo de que un día la historia de su mamá se repitiera en su hermano.

Daniel volteo su cabeza para observarlo, sus ojos de repente demasiado llenos de sentimientos—y de una comprensión que logro hacer que David derramara aún más lágrimas. No detuvo a su hermano mayor cuando resolvió su cabello, aún cuando el simple movimiento causó un nudo en su garganta.

—Hay cosas que siento que jamas voy a superar, incluso aunque ya estamos lejos de esa escoria —admitió él —. Pero te puedo asegurar que mi felicidad no es fingida...Quizá lo fue los primeros años, pero luego se hizo genuina. Tengo una vida, David, y te estoy viendo a ti obtener una propia. Eso es todo lo que siempre quise.

》Y sí, me entristece muchísimo que mamá no esté con nosotros, pero eso no borra el hecho de que finalmente me siento feliz y seguro. Que finalmente sé que tu estarás bien cada vez que llegues a casa, que no debes esconderte debajo de la cama o en el armario para escapar de alguien que debió protegernos, amarnos. Ahora sé que existen personas en nuestra vida que nos aman de verdad, y ese amor no daña.

—Hablas de Ashley, ¿no?

—Soy afortunado de que esté a mi lado...aun cuando sus intentos de animarnos con pastel, helado y películas son francamente inútiles.

—También me gusta que ella sea parte de la familia. A mamá siempre le agradó —señaló él, tocando una fibra sensible en Daniel —. Dime que algún día le vas a pedir matrimonio.

—Cabroncito, algún día Ashley será mi esposa y te haré arrojar pétalos de rosa en mi boda como si fueras mi propia hada madrina.

—Las hadas madrinas no arrojan pétalos.

—Tu lo harás. Serás una hada madrina especial.

Y, por primera vez en el día, soltó una pequeña carcajada.

Saber que Daniel tenia planes de casarse con Ashley era un alivio. Así estaba seguro de que no le mentía, de que en serio quería quedarse y que no estaba fingiendo sonrisas. Quizá por eso amaba tanto a su cuñada, ella era lo que mantenía a Daniel feliz...intentando sobrevivir a pesar de todo.

Ambos se quedaron en silencio por un buen tiempo. Diciendo cosas sin realmente decirlas, pero comprendiéndolas como solo ellos sabían hacerlo. Sabía que ese silencio significaba respeto, comprensión y cariño, pero que también significaba compañía.

Mientras Daniel y él estuvieran juntos, jamás estarían en peligro de nuevo.

—La extraño, Daniel.

—Yo también, David.

Y la extrañarían toda la vida...

¿Sabría ella el vacío que dejó cuando tomó su decisión?

¿Sabría ella todas las nubes de lluvia que dejó con su partida?

Escucharon unos golpes en la puerta y ambos se alzaron al mismo tiempo. Ashley estaba recargada al marco de esta, una sonrisa tentativa en sus labios. Su cabello entre rubio y castaño seguía en su moño de trabajo, pero su ropa estaba cubierta de harina y chocolate.

—Hola, Olsens —dijo con suavidad y comprensión —. ¿Quieren un abrazo de su Ashley favorita?

—Por favor —pidió Daniel.

Ashley no lo pensó dos veces antes de sentarse en la cama entre ellos y pasar sus brazos por sobre sus hombros, sujetándolos con fuerza y cariño. David la envolvió también entre sus brazos, sintiendo el dulce aroma de su perfume tan familiar entrar por su nariz. Se quedaron así un tiempo, abrazados como la extraña familia en la que se habían convertido.

Ellos dos eran todo lo que David tenía y se sentía...se sentía como un tesoro que intentaría proteger a toda costa.

Ash dejo un beso en su mejilla y luego otro en la de Daniel. Les dedicó una bonita sonrisa, aun cuando sus ojos también contenían unas cuantas lágrimas.

—Los amo mucho, a los dos —les dijo —. A veces son desastrosos y no los comprendo, pero aún así son mi familia y quiero que sepan que voy a estar con ustedes hasta en los momentos más grises. Considérenme su rayo de sol personal.

—También te amamos, Ash —dijo David, sonriendo.

Daniel le respondió de una manera más dulce, con un beso en la comisura de su labio. Luego, Ashley se levantó y los observó a ambos.

—Ahora vengan. Les hice pastel de chocolate y compré mucho, mucho helado. Ustedes eligen la película hoy —les dijo, igual que siempre. Él no pudo evitar sonreírle con gratitud —. Y abramos las persianas, Dav. Este lugar está muy oscuro.

Si era cierto que su cuarto se veía casi lúgubre con las persianas cerradas y las luces apagadas, así que no puso quejas cuando Ashley dejó entrar la luz. Tuvo que parpadear varias veces para acostumbrarse a la claridad, pero cuando por fin pudo ver bien notó que Ash ahora sonreía con ternura hacia fuera de la ventana. Su cuñada volteo a verlo antes de señalar hacia la casa de al lado.

—Cris dejó un lindo dibujo —dijo, sin esfumar su sonrisa —. Creo que es para ti, Dav.

David limpió sus lágrimas y se levantó de la cama para ir hacia Ashley. Sintió a su hermano seguirlo, pero dejó de importarle por completo cuando encontró esa hoja de papel pegada con cinta adhesiva a la ventana de en frente. Los colores llegaron a sus ojos y tocaron una fibra sensible de su corazón. Lo que había hecho Cristal...

—¿Te dibujó un arcoíris? —cuestionó Daniel, alzando una ceja hacia él.

—Si...—y David se sintió realmente conmovido en ese momento —. Quería ayudarme con mis nubes de lluvia.

Y cuando una sonrisa surgió en sus labios de manera espontánea, David supo que Cris había logrado lo que planeó con ese bonito arcoíris.





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