La primera vez que quise
La primera vez que quise, lo hice con miedo: con miedo a perder, a perderme.
Siempre he tenido la creencia de que cada persona qué pasa por nuestras vidas dejan una huella y después continúan con su vida de forma natural, demostrando que quizá la reciprocidad tiene un nivel de importancia distinto para cada cabeza. Cuando uno quiere a una persona, decide otorgarle a esta la capacidad de conocer las partes de ti que otras personas no conocen: la risa atontada después de un beso, lo alegría al regresar a casa después de un momento bonito, las llamadas hasta las tantas, «compartir». Te quiero. Es una frase chiquita, vacía y a la vez llena de significado, querer, quererte, quererme. Cuando una persona quiere a otra persona surge la vulnerabilidad, puedes dañar a la persona que quieres o viceversa y al final, el gran acto de amor es intentar evitarlo.
Querer sin miedo, sin miedo a perder, a perderse.
Sin miedo a sentir, sin miedo a demostrarlo. Sin miedo. Querer es confianza y respeto, confiar en la persona que te quiere para asumir la incapacidad de hacerte daño a propósito y respeto hacia los sentimientos que yacen involucrados.
La primera vez que quise aprendí dos grandes cosas: La misma persona no la vas a conocer dos veces en la vida. Ni porque se trate de la misma persona. La segunda: El corazón no conoce de expectativas y a veces no es que se conforme con menos, es que, se ciega tanto que se olvida del valor personal. Uno quiere a muchas personas a lo largo de la vida, pero uno nunca en la vida va a decidir a qué personas o no va a querer. Uno no decide cuánto tiempo vas a compartir con esa persona «importante» ni de qué forma será la despedida.
Yo, que sobre pienso, desde el primer momento pensé en un "adiós" y durante todo el proceso siempre consideré las diferentes formas en las que surgiría una despedida; siempre que «quiero» lo hago. Supongo que el miedo es persistente, ¿verdad? Todo el tiempo que compartí con esta persona en su medida «especial» estuve preparándome para despedirla y cuando llegó el momento me costó mucho trabajo asimilar su ausencia, evidenciando que, a pesar de ser consciente de un "adiós" nunca estuve lo suficientemente preparada como para despedirle en realidad. «Todo está bien» tardé en sentir y también tardé en reconocer que son los mismos sentimientos los que nos permiten comenzar a sanar.
Querer es vulnerabilidad y animarse a querer es un acto de valentía y aunque mi historia no comenzó con un tropezón de libros en la biblioteca de la universidad, les puedo asegurar que las mariposas en el estómago se sienten con la misma intensidad.
No le tengan miedo aun corazón roto, duele un ratito, pero después la vida continúa su cursohabitual.
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