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11:25
—¡Yo no fui! ¡Lo juro!
Un montón de cabecitas curiosas se acercan hasta el pasillo donde se encuentra la sala donde Ji Min hizo su intromisión el día de ayer. Todos hablan entre susurros, unos se ríen y otros se ven más bien preocupados por lo que sucede.
Ji Min está apartado de todos, en la esquina junto a las escaleras. Tiene en su mano un paquete de galletas rellenas de crema de cacao y las va metiendo a su boca mientras observa. El crujir de las galletas se ve opacada por todas las voces, pero no el ruido que hace al sacar otra del paquete plástico tan colorido.
Por dentro sonríe porque sabe que ha ganado, hasta cierto punto ha ganado. Sólo falta un paso más para obtener la medalla de oro dentro de su cabeza y consagrarse así como el más inteligente y astuto entre todos esos niños.
—¿Qué hacía esa polaroid en tu mochila Chae Min?
Un hombre mayor, demasiado como para ser director de un colegio, sale del despacho tras el niño y su compañero, el cual trata de escabullirse sin argumentar nada más que gritarle que él no sabe que ha pasado.
—¡No es mía! —vuelve a chillar.
Ji Min sabe que por más que no sea de ninguno de ellos, el daño ya se hizo. Picaron el anzuelo con las fotos y éstas las enseñaron por todo el patio a sus compañeros como si fuera un gran logro. Comprobó que no eran muy listos después de todo.
Y mientras los gritos seguían y otros niños se metían para recriminarles lo que habían hecho, bajo la escalera estaba ella. La niña de las fotos se encontraba agazapada, llorando a moco tendido sin poder creer lo que le habían hecho esos dos. Le dolía la garganta de aguantar las ganas de gritar, y por eso Ji Min estaba ahí, el chico al que consideraba su único amigo en el colegio estaba a su lado. Le pidió que se quedara con ella y que les dijera que no sabía dónde estaba si alguien preguntaba. Tenía vergüenza. Mucha.
Ayer fue un escándalo. Pero hoy era un desastre.
—Son unos idiotas... No creí que... No creí que fueran a hacer algo así — limpiaba sus lágrimas con las manos y hasta con los brazos, pero sus ojos eran como una cascada en ese momento —¿Por qué me hacen eso?
Ji Min se esconde con ella, le ofrece una galleta pero se la niega sin prestar atención al gesto tan extraño que hace.
—Son unos idiotas... No se merecen perdón de nadie.
—¡Claro que no!— ella grita y luego tapa su boca. Ji Min le acaricia la cabeza como si fuese un animal para que se calme— Y los demás... Ellos sólo trataron de defenderme cuando supieron que castigarian a toda la clase si no hablaban. Ellos también...
—Sí, ellos también se rieron de ti. Los vi perfectamente —finge un puchero y trata de verse enojado por la situación —. Seguramente los van a sancionar por unos días y luego volverán de lo más tranquilos. Eso pasó unos meses atrás, al final siempre ganan.
Era cierto. Siempre pasaban esas cosas.
—Me siento muy mal, quédate conmigo por favor.
Ji Min hace una mueca cuando ella esconde el rostro entre sus rodillas para seguir llorando. Le vuelve a acariciar la cabeza y piensa en aquello que lleva en su mochila escondido. Su plan va por el paso número tres. Sólo un poco más.
—¿Te gustaría vengarte?
Su repentina pregunta la hace levantar la mirada un poco confundida. Es obvio que está muy enojada con los chicos y que en ese momento haría cualquier cosa porque ellos sientan lo mismo por lo que pasó. Los ojos oscuros de Ji Min la miran sin parpadear, como si tratara de meterse en su cabeza para que le responda que sí.
Y ella asiente con calma, volviendo a pasar las manos por sus nojadas mejillas.
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