21. Guerra
Por MichellBF, RonaldoMedinaB, Metahumano, Supernovx-, GabrielO5 & Ale_Grate
Desde el alto e imponente trono que destacaba por encima de todo en la sala de control, Kissandra pasó la vista sobre sus subordinados, trabajaban sin descanso en el monitoreo de las ciudades y extraían informes del estatus en cada punto. Luego centró su mirada a través de un enorme ventanal de cristal, desde donde contempló la ciudad. Capital City ardía en llamas y gran parte de sus edificaciones se hallaban destruidas.
Sonrió, complacida. Las calles desoladas y la tenacidad de su ejército habían enviado el mensaje que pretendía a la humanidad: Corvyn había llegado con puño de hierro y tomaría lo que dictaron como suyo. Los noticieros de todas las naciones no hacían sino hablar de ello; su pueblo era el centro de atención.
—Mi señora —saludó uno de los soldados, postrado ante ella.
—Habla —ordenó, cortante.
—Su hermano y el Consejero Real han regresado... —Temeroso, debatió en sus adentros cómo continuar con la noticia—. Las... las naves... fueron destruidas. —El semblante de Kissandra se deformó. Pronto la invadió una expresión airada.
—¿Todas?
—Todas han caído, mi señora. Ellos otra vez.
—¡Maldición! —Golpeó uno de los brazos del trono, dejando un pequeño cráter en él—. Háganlos pasar, y que todo el mundo salga, ¡ahora!
Aterrados por la impetuosidad de la orden, los soldados abandonaron la sala al instante. Por las mismas compuertas entró Kassian. El General lucía derrotado en muchos aspectos, herido de gravedad; su torso se hallaba desnudo y lleno de cortes y quemaduras, pero la más pronunciada y de mayor grado la tenía en el rostro; se le extendía por una mejilla. Azazel entró tras él, no se veía diferente, era víctima de profundas quemaduras en el cuerpo, su túnica negra poseía agujeros.
Para cuando los altos mandos de Corvyn terminaron de ubicarse en la sala de mando, ya todos los soldados habían abandonado el recinto.
—Hermana... yo —musitó Kassian.
—¡Cierra la boca! —demandó mientras se levantaba. Su voz retumbó por todos los confines de la nave—. ¿Cómo es posible que dos de mis mejores estrategas perdieran contra una fuerza tan insignificante?
—Son más fuertes de lo que aparentan —soltó Azazel entre dientes, incapaz de dirigir la mirada a la Emperatriz—... y difíciles de matar.
—Su fuerza es su inteligencia —añadió Kassian—, de algún modo descubrieron la forma de destruir las naves y escapar a tiempo.
—Eso no es una excusa. —Golpeó la pared, causando otro hundido pronunciado—. ¡Somos de Corvyn! ¡Somos superiores a estos insectos terranos!
—Dame una última oportunidad, hermana, y prometo traer sus cabezas ante ti. —Se arrodilló ante ella para humillarse.
—Si me permite, Emperatriz Kissandra, me gustaría enmendar mis errores —comentó Azazel, entrelazando los dedos—. Después de todo, qué soy yo además de un pobre anciano consejero.
—Si tienes algo importante qué decir, Azazel, habla ahora.
—Queda claro que estos. —Aclaró su garganta en busca de una palabra adecuada—... opositores, no están dispuestos a rendirse ni mucho menos dejar de pelear. Ya destruyeron tres de nuestras naves, es obvio que vendrán por la última, lo que significa...
—Que debemos prepararnos para un último ataque. —Se adelantó ante lo que pudiera decir.
—Muy astuta, alteza. —Sonrió.
—¿Ese es tu aporte? —inquirió, serena, y recibió un asentimiento—. ¡Hasta el más inútil de aquí es consciente de que eso pasará! —replicó, sobresaltándolo—. Kassian, de pie. Esta es la última oportunidad que les doy, o tendré que encargarme de ellos yo misma.
—Prometo jamás volverte a defraudar, hermana. Lo juro por la memoria de nuestro padre.
—Emperatriz de ahora en adelante. Y no vuelvas a meter al Gran Emperador Castel en esto.
—Sí, mi Emperatriz.
—Azazel —llamó Kissandrea—, que todas las tropas activas regresen aquí a proteger la nave. Kassian, prepara el ejército. Necesitamos estar listos para cuando lleguen.
—Como ordene, Emperatriz Kissandra —dijo el anciano, y se retiró tras una reverencia.
Kissandra cruzó su pierna derecha por encima de la izquierda y cabalgó sus dedos lentamente en el brazo del trono; ojeaba de pies a cabeza a los dos hombres frente a ella. En ese momento, no los veía como familia, mucho menos como sus consejeros ni como sus más fieles soldados, por primera vez, los trataba como los servidores en lo que su cargo de Emperatriz los convertía.
—¿Qué no permitiré?
—La derrota —respondieron Azazel y Kassian al unísono.
—¿Qué es lo único que obtendré?
—La victoria —siguieron.
—¿Y qué sucederá si fallan?
En ese momento, ambos cruzaron miradas con lentitud, inseguros de lo que responderían.
—¡¿Qué sucederá si fallan?! —inquirió de nuevo, esa vez con el brillo de las cinco gemas de su prenda como amenaza.
—La muerte... —respondieron secamente.
—Entonces vayan y cumplan con sus labores, soldados —demandó—. Azazel, supervisa cada movimiento en la ciudad desde la sala de control. Quiero ojos y oídos en cada rincón de Capital City, hasta la mínima anomalía debe ser reportada. —El anciano asintió, y se retiró del lugar—; y Kassian...
—¿Sí, mi Emperatriz?
—Acaba con ellos. Es la única orden.
El rubio, consciente de todo lo que había en juego si perdían, tomó su casco de general del que sobresalía un cuerno curvo y lo mantuvo bajo su brazo. Una nueva espada, sellada con magia negra, ya se hallaba envainada en su cinturón.
El General caminó a paso firme fuera del recinto y se abrió camino por toda la nave, luciendo su pesado e impenetrable traje de batalla. Una hilera de soldados a cada lado le saludó con un asentimiento de cabeza, hasta que llegó a la compuerta final. Una vez esta se abrió, respiró a profundidad el aire de la Tierra. Ese mismo oxígeno lo deseaba para él y para su gente. Esa era la sensación de vitalidad que tanto necesitaban para la supervivencia, y por la que estaban dispuestos a conquistar tantos planetas como les fueran posibles.
Descendió por la rampa mientras contemplaba la inmensidad de su ejército. Todo el espacio alrededor de la nave era vinotinto. Las tropas la conformaban hileras incontables de soldados, acompañados por tanques de tierra, que esperaban con firmeza a la orden de su general, armados con la más sofisticada tecnología bélica de Corvyn. Sobre ellos sobrevolaban naves, vehículos aéreos y soldados alados que mantenían preparados para respaldar a los activos en tierra, pero aquello no era lo único. Por primera vez, mostraron a dos salvajes gigantescos y corpulentos, de piel roja y rostro deforme, contenidos por cadenas; Azazel los había invocado minutos antes, bajo el juramento de que asegurarían la victoria.
—¡Larga vida a la Emperatriz! —exclamó Kassian.
—¡Larga vida a la Emperatriz! —Retumbó una voz unísono en la periferia.
—¡Larga vida a Corvyn!
—¡Larga vida a Coryvn!
Y tan pronto como el tsunami de voces cesó, el aire fue invadido por la presencia de una descomunal cantidad de bruma azul que se concentró frente a ellos. El ejército entero fijó su atención allí. Pero, para sorpresa de todos, escucharon una voz a la distancia que los obligó a girarse a lo alto de un edificio.
—¡Ey, pechos firmes! —llamó Vigilante desde lo alto de un edificio—. Bonita cicatriz tienes ahora, te mostraría la mía, pero no me quedó ninguna.
Al tiempo en que les llovían las miradas, los héroes fijaron posiciones de combate. Venatrix extendió sus brazos a cada lado, mostrando dos filosas espadas que guardaba bajo su gabardina oscura; Supernova resplandeció cual centella; Blazer tomó dos de sus dagas; Renegado tronó su cuello a cada lado y se terminó de poner su máscara; Vigilante retiró del traje sus bastones y los electrificó; finalmente, los ojos de Mago se tornaron azules mientras preparaba dos sellos de energía en sus manos.
—Acábenlos —ordenó Kassian, con atisbos de ira.
Tan pronto como habló El General, el ejército entero atacó con toda potencia. Los láseres no paraban de ser descargados, de tal forma que el edificio entero se fue abajo. Con el humo propagándose tras la inminente demolición, se extendió un silencio mortal por la ciudad, pero, una vez la bruma fue menor, no hubo avistamientos de nada más que escombros.
Kassian se giró hacia las tropas. Los soldados clamaron la victoria, pero no él. No pensaba subestimarlos de nuevo. Permaneció atento a los escombros por unos segundos más.
—Lamento interrumpir la celebración —dijo Mago Universal, captando la atención de todos, al tiempo en que el Escuadrón surgía de la bruma azul que minutos antes surcó la superficie. La distracción había funcionado—, pero la fiesta hasta ahora comienza.
—Lo sabía... una ilusión.
Kassian colocó el casco sobre su cabeza y alzó su espada como señal de guerra.
—¡Por Corvyn! —gritó.
—¡Por Corvyn! —respondió el ejército, corriendo directo a la batalla.
Los héroes cruzaron miradas cómplices. Tras un asentimiento conjunto, Supernova centelló y junto a Mago, volaron directo a las naves; Vigilante aceleró a Nocturna para perderse entre la multitud; mientras que Renegado, Blazer y Venatrix permanecieron en tierra.
Supernova surcó los cielos a toda velocidad, sintiendo la fuerza del viento contra su rostro. Tomó un camino separado de Mago para abarcar un mayor campo. La hora de contenerse había pasado, era momento de mostrarle a los invasores lo que un Nox podía hacer. Como era de esperarse, un grupo de enemigos voladores empezó a perseguirla de inmediato, extendían sus extrañas alas en un vuelo arrollador. Más que nunca, a Supernova le seguían dando ese aspecto de insectos.
Colocándose detrás de ella, dispararon, pero Supernova giró con rapidez. Esquivó los proyectiles, y dándose vuelta justo a tiempo para disparar contra ellos, eliminó a tres o cuatro en cuestión de segundos. Sin embargo, protegida de sus atacantes, Cassiopea dejó al descubierto su espalda y desde el suelo recibió un poderoso disparo de energía de una extraña y gigantesca torreta, que le hizo perder la concentración y caer abruptamente.
La caída fue dolorosa. Eran quince metros de altura que dejaron un pequeño cráter como consecuencia. Cassiopea se puso de pie con lentitud después de haber sido derribada del cielo, por un momento las rodillas le temblaron y no escuchó nada. Miró a su alrededor con algo de desconcierto. Sus ojos procesaban todo como si estuviera a cámara lenta. La destrucción en la que se encontraba la ciudad era desgarradora, pero en el corazón de esa guerra se encontraban ellos, presentando batalla, seis contra toda una flota imperial.
Empujó hacia atrás los mechones de cabello rubio que le cayeron en el rostro, sin cuidado alguno, con el único objetivo de volver a la batalla. Cuando levantó la vista, un grupo de soldados ya la rodeaba; apuntaban sus armas contra ella y acortaban la distancia con movimientos lentos pero calculados, listos para atacar.
A diferencia de las primeras veces que utilizó sus poderes, Cassiopea ahora podía controlar aquella energía estelar que la recorría. Sintió como quemaduras el poder que nacía desde su pecho y le viajaba hasta el resto del cuerpo. Ella brilló, sus manos se iluminaron, al igual que sus ojos, y, de un momento a otro, con un grito de furia, liberó toda la energía contenida en una onda expansiva que alcanzó todo a un radio de cinco metros.
—Chicos, acabo de caer quince metros, no estoy de buen humor —murmuró mientras avanzaba sobre los cuerpos inconscientes que dejó a su paso.
A pocos metros de allí, la torreta que la bajó del cielo se preparaba para disparar de nuevo contra ella, pero, sin mirarla, alzó su mano y disparó, haciéndola estallar en pedazos.
—Se los advertí —dijo antes de alzar vuelo.
En el momento que el Escuadrón se separó, Nakai observó su alrededor. Las tropas de la superficie se movilizaban junto a vehículos que le recordaban a los tanques de tierra y tropas aladas surcaban los cielos junto a naves de artillería.
—Supongo que es mi turno... —dijo para sí mismo.
Se dio cuenta de cómo los tanques disparaban al cielo, apuntaban a Supernova, quien se enfrentaba a las brigadas aéreas, el fuego cruzado la dejaba en desventaja, mas tenía el apoyo de Mago.
Nakai se apretó los puños, haciéndolos crujir, y comenzó a caminar en dirección a los enemigos; aceleraba el paso cada vez más, usaba la mayor cantidad de fuerza que podía en sus zancadas, fracturaba el suelo con cada paso.
Las tropas tardaron unos momentos en darse cuenta, pero, cuando lo hicieron, abrieron fuego. Renegado ya se había convertido en una fuerza indetenible, con rapidez atravesó la coraza de varios tanques, causando que explotaran en cadena y que dispersaran a las tropas mientras huían de la explosión.
Renegado caminó entre las llamas, leves quemaduras empezaban a formarse en su cuerpo, pero la onda expansiva de la explosión le dio más fuerza de la que necesitaba para pelear con un ejército. Apenas los soldados se reorganizaron, comenzaron a atacarlo, él se acercó a los restos de los tanques y tomó uno de los cañones que casi no había recibido daños. Cuando la horda se acercó lo suficiente, lo usó de bate para atacar a los enemigos cercanos. Varios fueron repelidos, hasta que un soldado, mucho más grande y de armadura igual, atrapó con una mano el arma improvisada de Renegado.
—Escoria —lo llamó el soldado, y más como él comenzaron a rodearlo.
Luego lo arrojó contra el suelo cual muñeca de trapo. Lo enterró entre el asfalto. Nakai quedó ligeramente aturdido por el golpe repentino, el soldado no tardó en levantarlo del cuello, trataba de rompérselo.
—Jamás podrán salvar su mundo —declaró el invasor—. Solo uno vivirá, y será el nuestro.
Aunque la máscara no permitía que se viera, Renegado tenía una sonrisa en el rostro. Con ambas manos sujetó el brazo con el que era ahorcado, la armadura se quebró, y, pocos segundos después, se escuchó cómo el hueso se rompía en dos, el soldado liberó a Renegado a la vez que soltaba aullidos de dolor.
—Gracias, por fin una pelea donde no debo contenerme —dijo con verdadera alegría en su voz.
Un segundo después un golpe estalló en el pecho del soldado, proyectándolo directo al edificio más cercano. La pared se fracturó ante tal impacto, los demás invasores vieron el cadáver de su aliado con un agujero en el centro del pecho y su armadura rota cual cristal. Con rapidez volvieron a atacar al héroe. Él tronó sus nudillos con una sonrisa ligera.
—Esto será divertido.
Mago se coló en uno de los pequeños vehículos aéreos de los invasores. Con un movimiento de mano, su magia expulsó a los dos tripulantes de la plataforma. Rápidamente la nave comenzó a declinar al no tener un piloto, por lo cual James voló hasta otro vehículo cercano mientras el anterior se estrellaba con uno de los edificios.
Al instante fue recibido por un golpe que logró esquivar, y, tras chocar sus manos, liberó una onda mágica que derribó a sus contrincantes. Luego se lanzó con un giro hacia atrás y cayó justo en el tercero, desde donde visualizó a Supernova pasar por su lado y atacar las naves una a una con sus poderosas centellas, aun cuando los tanques de tierra se esforzaban por derribarla. Pronto Cassiopea abandonó su plano visual y lo ocupó uno más preocupante: dos gigantescos salvajes se dirigían a sus compañeros.
Decidido a protegerlos, creó un látigo mágico con el que atrapó al primer enemigo y lo expulsó de la nave. Al girar, el segundo lo recibió con un golpe directo al pecho, mas su capa cobró vida y le envolvió el brazo, luego James lo lanzó de la plataforma con un golpe al rostro. Cuando la nave comenzó a declinar, fue cubierta por un resplandor azul, y emprendió vuelo directo a uno de los monstruos de piel roja. James permaneció levitando justo antes de impactarlo, el golpe lo derribó, pero no fue suficiente para detenerlo.
El segundo de ellos tomó a Mago por la pierna y lo golpeó dos veces contra el suelo, hundiéndolo en el asfalto en el proceso, donde dejó escapar una larga queja a causa del dolor descomunal. Por todo el cuerpo se le extendía una punzada sin precedentes. Fue entonces cuando los dos gigantes lo rodearon y le rugieron con frenesí, pero fueron detenidos por dos cuchillos que se les clavaron en la espalda.
Los monstruos gimieron mientras se giraban al autor del ataque, se trataba de Blazer. Coléricos, se arrancaron las dagas sin el mínimo esfuerzo y centraron su mirada en el joven.
—Ay, no... —susurró para sí, y corrió al verlos acercarse.
En lo profundo de su dolor, James se alzó de nuevo en el aire; su capa se meneó con furor y sus ojos fueron llenos de resplandor. Esa vez no cobraron el azul característico, sino un color oscuro que pidió venganza. Mago tendió las manos a cada lado, y de las grietas del suelo se proyectó una luz sombría, que reclamó a los monstruos con su poderosa magia. Quedaron inmóviles. Poco a poco el suelo dejó de existir y solo se vio un vórtice oscuro del que se escuchaban gritos distorsionados y escalofriantes.
—¡Arucso noisnemid al amusnoc sol euq! —exclamó con voz potente, como si tratase de una legión.
Entonces, de la oscuridad del portal surgieron múltiples tentáculos de oscuridad que arrastraron a los gigantes y a todo soldado a su alrededor. Fueron consumidos entre lamentos y súplicas hasta que el vórtice se selló por orden de Mago. Cuando descendió del aire, la oscuridad que había invadido sus ojos desapareció, causándole un mareo ligero, mas recobró la postura con rapidez y continuó luchando.
Vincent recorrió las calles de Capital City con Nocturna a toda velocidad. Sabía que el ruido del motor iba a atraer atención hacia él, pero era justo lo que quería, dar espacio para que los pesos pesados se abrieran camino hasta la nave.
Algunos enemigos intentaron dispararle desde los techos, pero él esquivó los disparos con facilidad, hacía que las llantas de Nocturna chillaran contra el asfalto. Ahora ya no quedaba duda, los invasores tenían sus ojos sobre él.
De repente, el fuerte sonido de una especie de motor a sus espaldas llamó su atención, forzándolo a girar la cabeza para ver de qué se trataba. Descubrió que un grupo de hasta cinco enemigos lo perseguían en unos extraños vehículos, similares a motocicletas, que flotaban a varios centímetros del suelo, y que se acercaban a él a una velocidad peligrosa.
Solo para sorprenderlo más, de la punta de uno de los deslizadores, salió disparado un proyectil que impactó contra un auto abandonado que tenía a su lado, forzándolo a hacer un giro brusco para salvar su vida.
Consciente de que sus perseguidores no se rendirían con facilidad, se dijo que era la hora de llevar la pelea contra ellos, y apretó algunos botones en el volante de Nocturna, para que segundos después, las palabras "Modo combate activado" se mostraran en una pequeña pantalla frente a él, haciéndolo sonreír.
Vigilante aceleró todo lo que pudo y, cuando estuvo a una distancia prudente, hizo un giro rápido. Quedó frente a frente con los invasores, quienes no parecían tener intenciones de bajar la velocidad. Sin más, el héroe se lanzó contra ellos, accionando las dos pequeñas metralletas junto a las ruedas que volaron por los aires a dos de los enemigos en cuestión de segundos. Así, hizo una peligrosa maniobra para evitar ser impactado por los tres que aún lo perseguían.
A toda velocidad por calles llenas de autos abandonados, Vincent logró colocarse detrás de sus enemigos, y una vez más abrió fuego, pero esta vez lograron esquivar sus disparos, de forma que debía pensar en una nueva estrategia.
—Lo siento, mi amor —dijo mientras miraba a Nocturna, antes de acelerar a fondo y chocarla contra uno de sus captores.
Ambos vehículos fueron destrozados. Sin embargo, él logró saltar antes de la colisión y colgarse de uno de los enemigos cercanos, que ahora se retorcía en un intento de quitarse al héroe de encima, mientras que el restante se acercaba a ellos con intenciones siniestras.
Vigilante logró bloquear gran parte de los golpes del conductor. Aprovechando una apertura, le asestó un brutal puñetazo en el medio del rostro que lo dejó lo suficientemente desestabilizado como para arrojarlo del vehículo que, como era de esperarse, empezó a perder el control.
Sin perder tiempo, Vincent saltó por los aires y arrojó uno de sus palos de eskrima contra el último conductor. Lo golpeó en la cabeza e hizo que su vehículo chocara contra un pequeño grupo de tropas terrestres que se acercaban hacia ellos.
Luego de arduos encuentros con sus enemigos, Blazer comenzó a recorrer las caóticas y devastadas calles de su ciudad, el fuego, gritos y explosiones lo cubrían todo.
Pasó a toda prisa por una intersección, y fue cuando escuchó algo: un lamento apenas perceptible, proveniente de un automóvil destrozado. Se acercó y contempló con horror a una niña cubierta de polvo y sangre adentro, la madre estaba inconsciente, pegada contra el volante y la bolsa de aire, la pequeña no dejaba de llorar; por las maletas y por el hecho de que la mayoría de ciudadanos habían sido evacuados, dedujo que se hallaban escondidas y que eligieron el peor momento para huir de Capital City.
—Te sacaré de aquí... —Tomó la puerta y haló con todas sus fuerzas, pero estaba atascada con algunos escombros.
El fuego comenzó a cubrir el cofre del automóvil. Jonathan se apresuró y haló de nuevo, el peso era mucho y el calor aumentaba. Soltó la puerta y miró con desesperación a la niña. Respiró a profundidad y volvió a sujetar la puerta, el metal ya estaba caliente.
—Venga, tú puedes... Blazer...
Tiró con todas sus fuerzas, expulsando un enorme grito, y la puerta cedió. Con rapidez desató a la madre y la cargó en su hombro, le tendió la mano a la pequeña y le sonrió. Ella lo sujetó y salieron a toda prisa, justo a tiempo antes de que el automóvil estallara.
Blazer recostó a la mamá sobre la acera y suspiró en alivio.
—¿Estás bien, peque...? —El abrazo de la niña lo dejó en silencio. Se agachó hasta verla de frente.
—Gracias —susurró.
La niña soltó en llanto y se aferró a él con fuerza, Jonathan la cubrió con sus brazos y le regresó el gesto, hasta que escuchó algo detrás suyo; una cuchilla acabó en su espalda, soltó un quejido ahogado. Volteó con rapidez y se topó con todo un pelotón de soldados que portaban lanzas. Para sorpresa, la niña le arrancó el cuchillo, se quejó de nuevo, pero el alivio momentáneo fue mejor.
—Atrás de mí —ordenó, y sacó dos dagas afiladas con las que encaró a los invasores—. Esta ciudad no caerá hasta que yo deje de respirar.
Los primeros alienígenas arremetieron. Él se deslizó por el suelo y cortó a los dos más cercanos, se levantó e interceptó la estocada de uno y la puñalada de otro. Apuñaló al primero y le arrojó una de sus dagas al segundo, pero otro pequeño grupo corrió tras él. Lanzó patadas y puñetazos una vez que le enterró la segunda daga a otro que logró cortarlo. El grupo lo superó, dos soldados se le abalanzaron y lo mantuvieron en el suelo, mientras que los otros se aproximaron a la niña.
—¡No! —exclamó, y logró propinarle un puñetazo a uno de sus captores, pero le respondieron con más.
Blazer gritó con desesperación y golpeó con su cabeza al más cercano, aprovechó el momento y noqueó al otro, se levantó y tomó una de las lanzas color vino, la arrojó y atravesó a uno de los alienígenas. Luego corrió hasta llegar con la niña, y, aún viéndose superado, se puso en guardia, pero los soldados alzaron sus armas; uno de los alienígenas corrió contra él, y, justo cuando Jonathan iba a golpearlo, un objeto lo dejó en el suelo, era un extraño bastón oscuro.
—Si querías refuerzos solo debías llamar. —Vigilante cayó encima de un alienígena y recibió a golpes a otros. Blazer volteó, confundido, y contempló a Renegado peleando contra otros—. ¿Vas a ayudar o qué? —Le arrojó uno de sus bastones, sonrió ligeramente y luego de recibirlo se unió a ellos en el combate.
Venatrix avanzó por la calles. Usaba su espada y se alternaba con una de sus armas para enfrentar a las tropas. Tras minutos de combatir sola, encontró a algunos de sus compañeros, eran Blazer, Vigilante y Renegado, combatían arduamente contra los alienígenas que se aglomeraban alrededor de ellos. Con su espada atravesada en el último invasor que la atacó, resopló y extrajo la misma con ímpetu.
Lo siguiente que hizo fue avanzar al medio de la calle. Alzó la espada a nivel de sus ojos, apuntando en dirección a los héroes, precisó con la vista la distancia que había, y al estar segura pasó a ver al suelo. Ubicó su espada de forma horizontal, y su mano libre la cerró en torno al filo, poco a poco la deslizó, sintiendo su piel ser cortada y dar libertad al líquido carmesí que cubrió la hoja. Para cuando su mano llegó a la punta, ya la sangre derramada había creado una mancha en el suelo, junto a sus pies.
—Sé que esto me saldrá caro —murmuró mientras preparaba la espada una vez más para su siguiente movimiento.
Cogió impulso y descendió el arma con fuerza sobrehumana, afincándose sobre ella para llevarla a fracturar el pavimento donde la sangre había derramado; por su fuerza, la espada quedó clavada y la acción provocó pequeñas grietas que no fueron más de eso, hasta que Venatrix pronunció una única palabra.
—Inferno.
Las grietas resplandecieron en un brillo escarlata, después de eso, fueron en aumento, crecían y se extendían por el centro de la calle, provocando la ruptura del pavimento y su división en dos. El suelo tembló con vigor, y la grieta creció, volviéndose un abismo donde solo llamaradas intensas de fuego fueron visibles.
El temblor incitó a la caída de muchos tras perder el equilibrio, algunos incluso resbalaron y cayeron al interior de la grieta, el grito que habían liberado en el proceso se disipó por el crepitar del fuego al recibir el cuerpo. Los héroes fueron afectados de igual forma, perdieron la estabilidad y trastabillaron al combatir, todos giraron a ver la grieta inmensa que atravesaba la calle, y la siguieron hasta el origen para encontrar la causante. Venatrix desclavaba la espada y la giraba con agilidad antes de empezar su andar por un costado.
—Demonios, tomen de la tierra lo que yo les ofrezco —dijo en voz tan baja que solo ella podría haber escuchado, sin embargo, sus palabras fueron oídas y respondidas desde el infierno.
Con cada paso que dio al borde del abismo, de él emergió la sombra de lo que en principio fue una mano humana, pero que al extenderse por el suelo y cobrar tamaño, se convirtió en una garra sin forma material, pero con la fuerza necesaria. Cada garra se aferró a un invasor y lo arrastró al interior.
Camille arrojó por sí misma a invasores que intentaron atacarla; uno de ellos, con fiereza, se impulsó hacia ella, y evadió los ataques que ella le dirigió. Emprendieron un breve combate donde terminaron por cambiar posiciones, quedando el invasor de espaldas a la grieta, Camille bajó la guardia al verlo tan al borde, y dejó que alcanzara a dar un golpe en su mejilla, su rostro giró a un lado por el impacto y volvió al frente con lentitud, en la comisura de su labio una gota de sangre brotó, ella la limpió con expresión oscurecida.
—No debiste hacer eso —espetó.
Alzó su pie y empujó al soldado que intentó aferrarse al borde del pavimento. Por un instante sintió esperanza al no sentirse caer, vio al fondo: era todo fuego; luego vio al exterior: deseaba salir, pero se encontró con la mirada carmesí de Venatrix.
—Arderás en el infierno, bastardo —pronunció y procedió a pisar los dedos del soldado.
El agarre del alienígena se debilitó y su propio peso jugó en contra, fue atraído por la gravedad; cayó al fondo del abismo para ser consumido.
Del interior surgió un soplido que agitó el cabello de Venatrix ligeramente, su mechón blanco ondeó por más segundos y ella sonrió. Sus compañeros la vieron asomarse por la grieta con aquella sonrisa triunfante, sacudieron sus cabezas e hicieron como ella: empujaron a los contrincantes hacia la grieta.
Segundos después, ésta se cerraba, y los héroes ganaban unos segundos para respirar, en los cuales compartieron una breve mirada, pero no llegaron ni siquiera a moverse cuando el ruido de movimiento a su alrededor llamó su atención. Al alzar sus cabezas notaron que estaban rodeados: tanques, torretas, tropas terrestres, aéreas... todas las fuerzas de Corvyn los tenían fijados, pero ellos se pusieron en posición de combate, preparados para la siguiente ronda.
Justo al momento en que todos abrían fuego contra el Escuadrón, Mago y Supernova aterrizaron justo en el medio del grupo. La zona de combate se llenó de polvo y destrucción, pero, conscientes de lo que eran capaces los héroes, el ejército de Corvyn no paró de disparar hasta que sus proyectiles se acabaron.
Con lentitud, la polvareda comenzó a descender, y todos los invasores se quedaron mirando expectantes, contaban que se encontrarían con los cadáveres de sus enemigos, pero, en su lugar, vieron un enorme campo de energía mágica azul que cubría a los héroes, y a Mago Universal sosteniéndolo con gran esfuerzo.
—¡Agáchense! —exclamó Supernova, al tiempo que la barrera desaparecía.
En ese mismo instante, Cassiopea llenó sus manos de energía y, al notar que ya todos sus compañeros se encontraban en el suelo, comenzó a girar mientras disparaba los rayos de sus manos. Así, eliminó a todos los enemigos que tenían a su alrededor.
Cuando el último cuerpo cayó, los héroes alzaron la vista y miraron a su alrededor. El peligro había pasado, pero la ciudad todavía estaba tomada, y quedaba mucho trabajo por hacer.
—Eso debió ser la cosa más genial que vi en mi vida —comentó Blazer, aún inspeccionando los destrozos causados por la heroína.
—La pelea no acabó —agregó Renegado.
—Nakai tiene razón, tenemos que concentrarnos y... —empezó a decir Mago, viéndose interrumpido cuando, desde lo alto de un edificio, Kassian saltó en su dirección y aterrizó a pocos centímetros de ellos.
El General clavó su espada en el suelo, y generó una enorme onda expansiva que arrojó a los héroes. Para cuando Venatrix se recuperó, Kassian ya estaba casi encima de ella, y tuvo que mover rápidamente su espada para bloquear el ataque, el cual, con seguridad, la habría traspasado de lado a lado. Kassian reaccionó dándole una poderosa patada que la hizo arrastrarse por el suelo durante varios metros.
En ese instante, Blazer se acercó para atacarlo por la espalda con sus dagas, pero el enemigo reaccionó, y el joven héroe solo logró arañar su armadura, antes de recibir un fuerte puñetazo en el rostro, que lo dejó tendido e indefenso frente a él. Viendo que Jonathan estaba en el peligro, Nakai se apresuró a levantarse y correr contra Kassian,lo tomó por el torso y lo estrelló contra un edificio cercano.
Teniéndolo allí, Renegado puso toda su furia en sus puños y empezó a atacarlo, lograba arrancarle el amenazador casco que protegía su cabeza, de tal forma que expuso todas sus horrendas cicatrices. Sin embargo, cuando estaba a punto de asestarle un último y brutal golpe, Kassian reaccionó y lo esquivó, haciendo que el puño de Nakai se enterrara en el concreto, lo que le dio tiempo al El General para tomarlo de una pierna y arrojarlo lejos de la zona de combate.
En ese momento, una serie de lazos mágicos parecieron salir de todos lados y envolver a Kassian, inmovilizándolo.
—Ríndete, esta es tu única advertencia. —Mago descendió a pocos metros del enemigo.
—Ustedes no tienen idea de con quienes se están metiendo —respondió El General, aún atrapado.
Su espada comenzó a brillar, y liberó una onda expansiva color vino que lanzó a James al suelo y terminó por deshacer sus ataduras. Vigilante corrió a toda velocidad y esquivó a duras penas una estocada, para luego darle un fuerte bastonazo en el rostro a Kassian. Sin embargo, pareció no sentirlo en lo más mínimo.
—Me sorprende que no estés muerto —comentó, quitándose un poco de sangre de donde Vincent lo había golpeado.
—Lo mismo digo —respondió con respiración agitada—. Vaya, de verdad hicimos desastres en tu bello rostro. Conozco un buen cirujano plástico, ¿sabes? Es un asesino serial y un psicópata... pero un buen cirujano al fin.
—Morirás con honor, eso es lo único que debería importarte ahora —dijo Kassian antes de lanzarse de nuevo al ataque.
Vigilante logró esquivar el ataque por los pelos, pero quedó en el suelo, y con la punta de la espada apuntando directo a su cuello.
—¿De verdad creíste que podía ganarte? —preguntó de repente Vincent, desconcertó por pocos segundos a su enemigo—. Solo quería entretenerte hasta que ella llegara.
En ese momento, Kassian se percató de la presencia de Supernova a sus espaldas, y se giró con rapidez para enfrentarla. Cassiopea lanzó un golpe cargado de energía en contra, pero él logró detenerlo sin problemas, y, aplicando toda su fuerza, hizo que la heroína se arrodillara ante él.
—¿Qué pasa? —preguntó Kassian mientras ejercía más fuerza sobre la mano de Supernova, a punto de quebrársela—. ¿Se te agotó la batería?
Kassian se preparaba para atravesar a Cassiopea con su flamante espada, pero entonces, de entre las sombras, Venatrix apareció. Con el propio sable de Kassian cortó tanto la armadura, como la piel del enemigo, forzándolo a liberar a Supernova y dándole tiempo de escapar.
El General se giró en dirección a la cazadora, quien lo miraba de forma desafiante. Antes de que pudiera hacer un movimiento contra ella, una sombra que se formó sobre su cabeza llamó su atención y lo forzó a girarse de nuevo, solo para encontrarse con que un auto estaba a punto de aplastarlo.
Incapaz de reaccionar a tiempo, el vehículo impactó sobre él con toda su fuerza, pero esto no bastó para detenerlo, y en cuestión de segundos ya estaba otra vez en pie. Nakai volvió a correr contra uno de los tantos vehículos abandonados en la calle, esa vez eligió un enorme camión, y le asestó un brutal puñetazo con toda su fuerza, de tal forma que lo envió a volar justo en la dirección de Kassian.
El General saltó con todas sus fuerzas hacia el vehículo y, con su infalible espada, lo cortó al medio como si de papel se tratara, pero Blazer había tomado carrera y lo encontró en pleno vuelo; le dio una brutal patada en el rostro que lo mandó de espalda al suelo.
Utilizando su espada, Kassian volvió a ponerse de pie, y en ese mismo instante, Cassiopea se voló hacia él.
—¿Adivina quién tiene sus baterías llenas y está lista para sacarte la mierda? —preguntó ella, a centímetros del enemigo.
Él trató de cortarla con su espada, pero ella retrocedió justo a tiempo, y contraatacó con un brutal gancho cargado de energía justo debajo del mentón, que mandó a Kassian a volar lejos de allí. El General aterrizó violentamente, con dolor en todo su cuerpo, su labio sangrando, y su armadura de combate, aquella que lo había acompañado en la conquista de tantos planetas, se encontraba casi totalmente fracturada. Sintió que lo rodeaban, pero la idea de rendirse jamás cruzó su mente. Si caería, lo haría peleando, como un soldado honrado.
Al levantarse comprobó que solo tres de sus enemigos lo rodeaban: Mago Universal, Venatrix y Vigilante.
—Te dije que era la última advertencia, y siempre cumplo con mis palabras —dijo James, y con un movimiento hizo que unos látigos mágicos lo envolvieran de manos.
Kassian se levantó y encaró a Mago Universal, quien utilizó sus armas mágicas para desviar los ataques del enemigo, mientras que sus compañeros se apresuraban a sumarse al combate.
Vigilante intentó golpearlo de nuevo con su bastón, pero él reaccionó justo a tiempo para agacharse y barrer las piernas del héroe, pero no fue lo suficiente rápido para evitar que Camille le hiciera un profundo corte en el rostro con su espada.
Aprovechando el momento, Mago utilizó sus dos poderosos látigos para golpearlo en el suelo, luego para envolverlo y arrojarlo en dirección a Venatrix, quien le hizo profundos y rápidos cortes en varias partes del cuerpo, antes de que él pudiera reaccionar y asestarle un manotazo descontrolado, pero lo suficientemente fuerte para apartarla.
Sin embargo, la cazadora vio que Vigilante se movía por una pila de escombros y estaba a punto de saltar, por lo que arrojó su espada al aire al instante. Vincent la tomó, y, con un grito de guerra, cayó sobre Kassian, atravesando su pecho de lado a lado, y dejándolo clavado contra el suelo.
—Ahora estamos a mano —dijo Vigilante, cerca al rostro desfigurado de su enemigo, mientras retorcía un poco la espada.
Finalmente, los ojos de El General se cerraron. Vincent le retiró la espada del pecho, para luego arrojársela a Venatrix, quien se acercaba junto a Mago Universal.
—Esto tiene que acabar, ya se perdieron demasiadas vidas —dijo James, mirando el cuerpo de Kassian.
—Entonces acabémoslo —agregó Camille.
En ese momento, una explosión a sus espaldas, proveniente de la zona en la que habían dejado al resto de los héroes, llamó su atención.
—No podemos dejarlos cinco minutos solos —dijo Vincent, con su bastón de aikido cargado al hombro, sacándole una sonrisa a Mago y a Venatrix.
Sin más, La Trinidad salió en dirección al campo de batalla, preparados para poner fin de una vez por todas, pero, concentrados en la batalla que tenían por delante, no repararon en un detalle muy importante: el cuerpo de Kassian había desaparecido, con un leve rastro de sangre.
Kassian se arrastró por el campo de batalla. Apoyando su peso sobre la espada, dejaba un rastro de sangre detrás de él; avanzó ocultándose de sus tropas, lo peor que podía hacerles era mostrarles que su general había fallado, por primera vez habían derrotado al más grande guerrero de Corvyn, y por terrícolas, mayor era el dolor de su derrota que el de sus heridas. Debía buscar a su hermana para advertirle sobre los enemigos, eran poderosos, más que cualquier otro que hayan enfrentado durante sus conquistas.
Comenzó a toser sangre cuando apuró su andar, la herida de su pecho seguía expulsando líquido carmesí sin señales de poder detenerse; había llegado a la nave, solo faltaba el tramo a la sala del trono, esperó a que no hubiera nadie alrededor, una espera que para él se sintieron como horas. En la primera oportunidad subió a la nave con prisa, al llegar a cubierta el dolor de su pecho aumentó a tal nivel que apenas podía mantenerse en pie. Tomó apoyo de la pared más cercana, donde fuera que tocara aparecían manchas de sangre, le quedaba poco tiempo y lo sabía, pero El General de las tropas de Corvyn no iba a perecer tan fácil, iba a cumplir con su emperatriz, ahí fue entonces cuando logró visualizar la enorme puerta que llevaba al trono, solo unos últimos pasos faltaban.
—Kassian —llamó Azazel, interrumpiendo la acción del susodicho.
Él volteó a mirarlo, venía en sentido contrario y su paso se volvió apresurado para alcanzarlo.
—Kissandra... —jadeó Kassian, inclinándose sobre el lector dactilar de la compuerta.
Azazel se interpuso entre él y la entrada cuando quiso ayudarlo, dándole soporte con su propio cuerpo. Lo condujo por el mismo pasillo por el que había llegado, Kassian mostró quejas al mirar que se alejaban del salón donde su Emperatriz yacía.
—¿Qué te sucedió? —preguntó Azazel.
—Son más fuertes... —jadeó—. Y están más cerca, en poco lograrán entrar a la nave.
—¿Qué? —Azazel detuvo el paso abruptamente, causando el desequilibrio ante el que Kassian se quejó.
—Llegarán a Kissandra, debo advertirle, debemos dar marcha atrás, abandonar este planeta o moriremos todos. —Desesperado, dejó de lado a Azazel para buscar ayuda de las paredes y regresar a la puerta, aunque la gravedad de sus heridas no le dejó avanzar más que un par de pasos.
—¿Abandonar este planeta? —Escuchó que Azazel cuestionaba por lo bajo, seguía, aparentemente, impactado, y poco a poco se giró para encararlo—. Lo que ofreces es huir... ¿es ese el legado de tu padre?
—El legado de mi padre está siendo masacrado allá afuera, y su mayor legado está detrás de esa puerta. —Señaló—. Ella debe irse de aquí si queremos conservar algo.
Kassian se agitó y perdió la estabilidad, Azazel se aproximó antes de que cayera, y lo sostuvo una vez más; el mentón de Kassian descansó apenas sobre el hombro de El Consejero, y él tuvo que cargar con gran parte de su peso cuando un momentáneo desvanecimiento invadió al derrotado general.
—No te preocupes. —Escuchó que susurraba a su oído—. Nuestra Emperatriz estará bien, Corvyn también lo estará, una vez que tomemos la energía de este planeta, pues no lo abandonaremos. —Su voz se endureció—. No huiremos, o al menos, nosotros no lo haremos.
Kassian, cuyos párpados habían decaído, abrió sus ojos con amplitud, en demostración de una gran sorpresa que lo cogió. Tambaleó un paso hacia atrás, alejándose de Azazel tan solo unos centímetros para contemplar como una daga penetraba en lo alto e izquierdo de su pecho. Perdió la poca fuerza, decayó sobre él de nuevo, y el anciano acercó su boca al oído de Kassian.
—Eres una decepción para la progenie, y un parásito que no debe infectar el reinado de la Emperatriz Kissandra, pues ella finalmente alcanzará el máximo objetivo: la conquista de cada planeta en el universo. —El cuerpo de Kassian resbaló sin vida, y Azazel lo dejó desplomarse, tomando antes de que tocara el suelo, su daga, que limpió y guardó en su traje—. Regresa al seno de los dioses, Kassian, y permanece con ellos en la eternidad... hasta que vean el Imperio Corvyn figurar como el soberano entre todas las galaxias.
Con una expresión desdeñosa y oscurecida, Azazel pasó sobre el cuerpo de Kassian para retomar el camino hacia el Salón del Trono, se posicionó frente a las puertas e inspiró, liberando el aire luego con serenidad, miró por última vez el cuerpo, y una sonrisa ladina y macabra se asentó en sus labios. Desapareció al abrir las puertas con gesto pavoroso y exclamar con falso horror:
—¡Mi estimada Emperatriz, ha ocurrido una devastadora desgracia!
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