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La calma antes de la tempestad

Luego de salir de la habitación de Taehyung y aprovechando la confusión que se armó en el castillo, Jungkook se escabulló hasta su alcoba y rápidamente redactó una pequeña enmienda que selló con su anillo. Minutos más tarde bajó hasta los jardines y con pasos seguros pero algo temerosos se acercó hasta aquel hombre y solicitó su atención. 

—Alteza, Hyung Sik. ¿Me concedería un momento?

El príncipe, que se hallaba rodeado de su corte, no necesitó que se lo pidiesen por segunda vez. Excusándose, se alejó un momento de sus coterráneos y complacido se reunió con Jungkook.

—No quisiera incomodarlo, alteza —comenzó a hablar el rey Joseoneano, sacando el sobre de dentro de su túnica. —Sé que durante el viaje de retorno, usted y sus hombres deben pasar por mi reino, muy cerca a la capital principal. ¿Me preguntaba por tanto si no le incomodaría desviarse un poco más y hacerle llegar este mensaje a Eun Woo, el primer ministro de Joseon?...Si pudiera dárselo en sus propias manos, sería lo mejor.

—¿Pasa algo grave, majestad? —Hyung Sik se acercó un poco más a él, y en un momento de descuido, lo tomó de sus manos enguantadas.
—Suena muy serio.

—No. —Con una sonrisa Jungkook trató de restarle importancia al asunto.
—Realmente no es nada grave, pero si es urgente y usted me pareció muy confiable y responsable. Además — añadió,
—aprovecho que pasaran por allí y así no molesto a nadie más con viajes innecesarios.

Hyung Sik sonrió. No estaba muy convencido de las palabras de Jungkook pero disimulándolo bien, tomó el sobre, rozando levemente los dedos del doncel. Sintió con aquella pequeña caricia, como su corazón empezaba a desbocarse ¿Qué rayos tenía ese hombre para cautivar a todos de esa manera?, se preguntó mientras lo miraba con interés. Aun no lo sabía, pero lo descubriría... Por Latiffa que lo descubriría.


En uno de los principales salones del concejo real de Koryo se encontraban reunidos el rey Jung Hyung y Yoongi. Junto a ellos se encontraban algunos miembros del concejo y por supuesto, el príncipe Taehyung. Los kaesonginos se habían ido a otra torre luego del vergonzoso y público rechazo de Jimin al príncipe Hyung Nil y al parecer, los extranjeros del reino de las arenas del desierto, tenían intensiones de marcharse esa misma tarde.

El salón en que se hallaban, era un inmenso recinto rectangular, decorado con pinturas sobre escenas de caza y guerra. Al final de los catorce pilares que sostenían la estructura, sobresalían adornos en forma de cabezas de leones y del conjunto de doble altura, que era el techo, se desprendían como un montón de estalactitas doce inmensas lámparas que lo iluminaban todo. Apenas si habia despuntado la mañana por lo que por las treinta ventanas de aquel salón no entraba ni el más mínimo rayo de sol.

Cuando uno de los consejeros reales finalmente llegó con noticias sobre el príncipe, todos los presentes se pusieron de pie de inmediato.

—Su alteza, el príncipe Jimin, pasó una buena noche y no peligra en lo absoluto —informó el hombre con una gran sonrisa. Era un sujeto alto y delgado como un saltamontes. Sus ojos también eran saltones como los de un bicho. Jung Hyung agradeció volviendo a su asiento, y con él, los demás. El concejero fue hasta su lado y ocupando su puesto sacó un pequeño pergamino de uno de los bolsillos de su chaleco.

—Sin embargo, no todas las noticias son muy agradables, majestad —continuó, mirando un poco dubitativo hacia los invitados. —No quisiera parecer descortés —añadió, —pero creo que sería conveniente que sus invitados nos disculpen un momento. Precisamos una reunión privada de inmediato.

—¿De qué se trata? —Jung Hyung instó a su concejero a hablar. Estaba muy irritado aun por los sucesos recientes como para tolerar más misterios. Sin embargo, el concejero no lucía muy convencido.

—No sé si sea convenien...

—¿Son noticias sobre la tormenta? —La voz de Yoongi hizo girar todos los rostros hacía él.

El concejero lo miró estupefacto.

—Sí, alteza —convino. —Se trata de eso. ¿Cómo lo supo?

—Fui alertado sobre esa tormenta, más exactamente el huracán, hace unos días. Antes de partir hacia acá, y tomé todas las medidas de seguridad para mi gente. Jaén es una zona costera; los meteorólogos del reino tienen mucha experiencia en desastres naturales.

—¿Vendrá un huracán? —Jung Hyung se había puesto lívido. Koryo era asolado por algunas tormentas durante el año, pero los huracanes nunca habían tocado sus suelos. —¿Y qué podemos hacer? —preguntó, solemne. —Si es que aun tenemos tiempo de hacer algo.

—Si, por favor, ilústranos sapiencia suma. —Taehyung alzó la voz desde su lugar. Sus relaciones con Yoongi siempre habían sido peores que el clima, y tenerlo ahora allí con esa pose prepotente y pretendiendo tener la mano de su hermano en matrimonio, de esa forma tan repentina y misteriosa, no ayudaba a mejorar su imágen de él. Allí estaba pasando algo raro. Pero para su sorpresa, esta vez Yoongi no cayó en su provocación.

—Aun están a tiempo de hacer muchas cosas —respondió tranquilo, ignorando a Taehyung.
—Por más que se haya adelantado a las predicciones de los meteorólogos, no creo que el huracán llegue en menos de doce horas. Hay tiempo suficiente para mandar mensajes a los gobernadores de las diferentes aldeas y estos a su vez alerten a sus gentes. Será necesario también ubicar en albergues provisionales a todos los habitantes de las zonas costeras y también mandarles recursos y alimentos no perecederos.
Cuando los expertos de mi reino detectaron la tormenta hace unos días, esta tan solo tenía la categoría de tormenta tropical. Pero los meteorólogos me advirtieron que se convertiría en huracán y que el ojo de este pasaría por Jaén, aproximadamente en cinco días. Al parecer, ya alcanzó el desarrollo máximo y agarró más velocidad llegando antes de lo planeado. Será un gran desastre esta vez.

Todos estaban anonadados con la seguridad implícita en cada palabra de Yoongi. Hasta Taehyung, incluso, lo miraba con algo de envidia mientras a Jung Hyung le empezaba a alegrar la idea de entregarle a Jimin en matrimonio. Veía satisfecho que al igual que su hijo mayor, el heredero de Jaén también parecía estar muy preparado para asumir la responsabilidad de dirigir un reino. Sin embargo, Taehyung aun tenía una espinita clavada en el pecho y quería sacársela a toda costa.

—Vaya —habló en un tono algo sarcástico. —Veo que sabes mucho al respecto. Tal vez deberías cambiar la espada por una brújula.

—Y tal vez tú deberías cambiar la espada por el arco —replicó Yoongi. —A diferencia de ti, yo si me preocupo por conocer las debilidades de mi reino en vez de dedicarme a la cacería —concluyó dedicando una intencional mirada sobre Jungkook. A este se le agolpó la sangre en las mejillas sintiéndose tremendamente incomodo y trató de salvar la situación participando de la conversación.

—¿Y qué hay de los demás reinos, alteza? —preguntó, sonrojado aun. —¿Qué podríamos hacer en Joseon, por ejemplo?

—Usted no debe preocuparse, majestad —le respondió el Jaeniano, guardando más cortesía esta vez. —El huracán solo alcanzará mi reino y el de Koryo. Los tres restantes no se verán afectados. Puede estar tranquilo.

Pero Jungkook estaba muy lejos de sentirse tranquilo y menos con la mirada de Yoongi clavada tan impertinentemente sobre él. El heredero de Jaén se había percatado del brazalete que este llevaba en la muñeca y lo había reconocido de inmediato. A diferencia del resto de los presentes, él sí sabía de qué iban esa clase de talismanes ya que eran hechos en su nación. Los Jaenianos además de expertos en desastres naturales, también lo eran en talismanes y magia.

“Ahora sí que Taehyung ha perdido por completo la razón por ese hombre” pensaba Yoongi con algo de vergüenza. En ese momento él era el menos indicado para evaluar la cordura de otros teniendo en cuenta la forma tan osada como estaba arriesgando el pescuezo.

Cuando Namjoon le había quitado a Jimin de los brazos, la mirada que este le lanzó, le dijo que lo sabía todo. Tenía que andarse con mucho cuidado si quería conservar la vida o al menos la libertad.

—Bueno, ya hemos oído al experto. —Jung Hyung volvió a hablar, sacando al resto de sus pensamientos.  —Envía varias palomas mensajeras a las fortificaciones más importantes del reino, y por supuesto, a los principales feudos —ordenó, mirando a su consejero. —Entre más rápido nos movamos, más vidas podremos salvar.

—Sí, majestad. —El consejero se levantó con una reverencia, alejándose a toda prisa. Mientras tanto un relámpago iluminó la estancia, provocando que Jungkook se sobresaltara temeroso. Desde niño le temía a las tempestades. Realmente le temía a todo lo que no pudiera controlar. Pero le tenía especial temor a las tormentas; las tormentas eran la ira de las Diosas, pensaba. Cada relámpago era una advertencia; cada trueno, un grito enojado y SiKje tenía muchas razones para estar furiosa.

Las puertas del recinto volvieron a abrirse. La figura de uno de los príncipes de Kaesong estaba en todo el umbral, pero nadie supo de cual gemelo se trataba hasta que él mismo se presentó.

—Soy Hyung Sik —dijo el príncipe. —He venido a despedirme en nombre de mi nación y de mi hermano. Lamento que las Diosas no nos hayan sonreído está vez.

—No, muchacho. —Jung Hyung se puso de pie ofreciéndole asiento. Estaba muy avergonzado por lo ocurrido y no sabía como compensar a los Kaesonginos.

Había sido difícil calmar el enojo de Hyung Nil, más aún porque le había resultado grosero y vulgar que le ofrecieran otro doncel para casarse y por eso se había ido a otra torre, ofendido. Hyung Sik, por su parte, no encontraba como mediar en la situación; su hermano podía parecer tonto pero cuando se resolvía a algo era terco como una mula y estaba resuelto a irse esa misma tarde.

Así se lo hizo ver a Jung Hyung, pero el rey de Koryo comunicándole las noticias sobre la tormenta, lo convenció de aguardar en el palacio por seguridad. Un segundo relámpago cayó de nuevo sobre el palacio y Jungkook volvió a estremecerse. Esta vez, Hyung Sik, que se hallaba a su lado, lo tomó de las manos y le sonrió afectuoso. Taehyung, que contempló la escena muy de cerca, sintió que le hervía la sangre de celos.

Tenía que darse prisa con el segundo paso de su plan. Aunque no había logrado ni un solo acercamiento certero con Jungkook, lo que pasó la noche anterior y el beso que se dieron en la mañana podía considerarse como un primer paso, un pequeño pero significativo adelanto en su relación; pero no le era suficiente, no cuando veía con espanto como ese invitado intruso quería tomarle la delantera y robarse a su tesoro.

No se lo permitiría, costara lo que costara.

La cabellera se desparramaban sobre su pecho cosquilleando y levantando sus pezones; la cadera estrecha y casi infantil chocaba contra la suya en un vaivén lento y sedoso. La oscuridad reinaba en la habitación de Namjoon, pero cuando la luz de los relámpagos entraban por los postigos abarcando todo el recinto, el príncipe veía claramente la figura sentada a horcajadas sobre sus piernas, y esos ojos mirándolo desde arriba.

Namjoon estiró una mano y palpó un muslo suave y terso; la cintura de aquel doncel era estrecha, y el resto de su cuerpo menudo; como el de un muchachito que recién ha abandonado la infancia. Entre la intermitente luz de las centellas lo veía sonreírle con lascivia sin frenar su rítmico galope; las manos traviesas y delicadas paseaban por su pecho y acariciaban sus labios que, ansiosos y golosos, atrapaban aquellos dedos mordisqueándolos con picardía.

—¿Te gusta? —le preguntó el doncel, descendiendo hasta besar su boca, provocándolo al mismo tiempo con esos ojos traviesos, más propios de un demonio que de un ángel.

—Me encanta —contestó Namjoon, sudoroso y extasiado de placer. Sus lenguas cual serpientes se enredaron, candentes, febriles. —Pero solo eres un mocoso insolente.

Una sonrisa picara, combinada con un poco de benevolencia adorno las facciones del muchacho y Namjoon pudo verla con la caída de un nuevo relámpago. Otros más como ese cayeron seguidos, y el Koryano contempló al doncel acariciándose a sí mismo; tocando su abdomen, su pecho, sus pezones. Hasta que sus manos se enredaron en sus cabellos alzándolos sobre su cabeza como una lluvia. Un espectáculo de inocencia y sensualidad tan magistral que tenía que ser pecado.

Luego la oscuridad volvió. Pero entonces, las manos del chico volvieron a su pecho, limpiaron el sudor que lo cubría y Namjoon sintió en medio de las tinieblas como arqueaba la espalda y un gemido, largo, profundo, como el final de una melodía se expandió por toda la habitación, cubriéndolo todo.

—¿Un mocoso, eh? Pues mira nada más como te enciende este insolente —dijo la voz sensual y agitada del doncel después que caer extenuado sobre su pecho. Algo viscoso y cálido empapaba su vientre y se escurría entre sus cuerpos.

La liquida calidez en sus mantas sacó al príncipe del mundo de los sueños, y entonces, casi entre lagrimas, despertó; comprobando que se encontraba solo en medio de su habitación, y que el doncel precioso que lo cabalgaba se había desvanecido en la nada.

—¡Rayos! Ya estoy peor que Taehyung —dijo para sí, levantándose para arreglar el desastre que su libido desbocada en medio del sueño había causado.

Había tenido un sueño muy inquieto a causa de la presencia del heredero de Jaén dentro de palacio. Odiaba saber que ese hombre estaba tan cerca de Jimin después de lo que le había hecho, pero de momento tenía que esperar y vigilar. Si no se mantenía a raya dudaba poder controlarse y evitar una tragedia mayor.

Una pequeña lamparita puesta sobre una mesa, le iluminó el camino hacia un postigo, y de la misma mesa,  tomó el reloj de cristal que se le había caído a aquel chico que ahora invadía sus sueños.

Cuando llegó a la ventana y la brisa de la tempestad le golpeó el pecho desnudo, se preguntó de nuevo por la identidad de aquel jovencito. El día después de su encuentro lo había buscado en palacio pero no había rastro de él. La guardia y los capataces le habían dicho con toda seguridad que no había ningún esclavo ni sirviente libre con esa descripción dentro del castillo. Desde aquel momento el príncipe no encontraba paz. No sabía qué hacer, pero tenía claro que pensaba seguir buscando a ese chico. Iba a dar con él aunque para eso tuviese que peinar por completo los cinco reinos.

Después de un cálido y reconfortante baño, Woo Seok fue llamado a las habitaciones de su marido. Imaginando la razón por la que era requerido, se colocó una modesta túnica gris ceñida a su esbelta figura; se peinó el cabello y se enjuagó la boca con un agua mentolada que le refrescó el aliento.

Cuando las puertas de la recamara se abrieron, el rey consorte se topó con la silueta de Jung Hyung recostado a la ventana, mirando la lluvia y esperando por él.

—¿Me mandaste a llamar? —le preguntó con aspereza.  —Pues aquí me tienes.

Jung Hyung giró con sus manos unidas tras su espalda. La expresión de su rostro no mostraba ninguna sorpresa por el tono de su consorte. Era obvio que estaba acostumbrado de sobra a que le hablara así.

—Sí, te he mandado a llamar —contestó dando unos pequeños pasos hacía él. —¿Quiero saber qué opinas sobre el compromiso de Jimin con el príncipe Yoongi?

—¿Y qué importa lo que yo opine? —replicó Woo Seok. —¿Ya lo comprometiste, no? No te importó mi opinión en ese momento. ¿Por qué habría de importarte ahora?

—¡Jimin se veía con ese hombre a mis espaldas! —Esta vez el tono de Jung Hyung había sido menos amable. Miró a su esposo directo a los ojos y estudió su mirada con severo escrúpulo. —¿También lo hacía a tus espaldas?

—Sí. —Woo Seok le respondió sin rastro de duda, y sin escapar de la mirada inquisidora de su esposo. —Yo tampoco sabía que Jimin se veía con ese hombre.

—Bien. —Jung Hyung se acercó por completo al doncel y colocándose a sus espaldas comenzó a desatar los nudos de su túnica. Uno a uno los cordones fueron cediendo y a los pocos instantes los hombros de Woo Seok habían quedado al descubierto. —Te creo —añadió el rey retirando la mata de sus cabellos para depositar dos cálidos besos en el cuello del otro hombre. Ardiendo de deseo lo estrechó más entre sus brazos y en pocos movimientos terminó de desnudarlo por completo.

Woo Seok no llevaba más ropa debajo de aquella túnica y su piel fina y tersa parecía nácar debajo de las luces de la recamara. Jung Hyung la degustaba con infinito placer mientras se desnudaba por sí mismo; llevaban varias semanas sin hacer el amor y se sentía urgido. Aunque "hacer el amor" no fuese el termino correcto para ellos en realidad.

Woo Seok llevaba años sin "hacer el amor" con su marido y sabía que este nunca le había llevado a la cama por amor, Jung Hyung al único hombre que en verdad había amado en su vida, era al difunto Hyo Seop y el rey consorte lo sabía. Sin embargo, ambos disfrutaban el seguir acostándose juntos, sin romanticismos ni sentimientos de por medio.

Al principio Woo Seok se sentía muy culpable de disfrutar el sexo tan a gusto con su esposo. Jung Hyung no se lo merecía; lo había engañado múltiples veces, lo había hecho sufrir, y había sido el culpable indirecto de la pérdida de su último embarazo. Pero luego de un tiempo su opinión cambio. Woo Seok se dio cuenta de que ese cosquilleo que le invadía las entrañas cada vez que era penetrado por él, ya no era producto del amor que alguna vez le tuvo, sino de un puro y básico placer carnal; un instinto tan elemental como comer o dormir.

¿Era que acaso los donceles solo podían disfrutar del placer de la carne cuando amaban de verdad? ¿Por qué los varones entonces, si tenían el derecho de vaciar su semilla como se vaciaba una jarra de cerveza? No era justo, pensó un día y desde ese día dejo de sentir culpa, dejó de sentir remordimiento por disfrutar del sexo sin amor... Desde ese día solo abría las piernas y se entregaba al placer sin pensar en más.

—Desde antes de irnos a Kaesong estas extraño. Últimamente estás más sarcástico y venenoso que de costumbre. ¿Pasa algo especial que deba saber o solo necesitas que te recuerde cuáles son tus deberes para conmigo? —Jung Hyung se terminó de desvestir y descorriendo el mosquitero se introdujo a gatas en la cama, donde ya lo esperaba Woo Seok tendido entre las sábanas blancas.

—El único deber que yo tengo para contigo, querido esposo, es abrirte las piernas —contestó este, sin poder ocultar un deje de desprecio en su voz. —El resto de mis deberes son solo con mis hijos.

—Muy bien —replicó Jung Hyung tumbándose sobre él. Con aspereza introdujo su mano debajo del cuerpo del doncel y palpó su miembro firme, ya dispuesto. —Empecemos entonces. Cumple con el único deber que tienes conmigo y abre esas hermosas piernas para mí.

Woo Seok lo complació sin resquemores. Lejos de cualquier rastro de indignación que Jung Hyung hubiese podido esperar debido a la brusquedad de sus palabras, su marido solo esbozó una sonrisa abriendo sus piernas con docilidad: No había nada de resistencia en su postura, todo lo contrario, ansiedad por ser poseído era lo que parecía leerse en su rostro.

En aquel momento Jung Hyung se volvió a preguntar qué rayos pasaba por la mente de su consorte. Woo Seok a veces era un total enigma para él; en algunos momentos daba a todas luces grandes muestras de ya no sentir nada por él, pero en otros, como en ese instante, se ofrecía sin el menor pudor. Tampoco se esforzaba mucho por aparentar frente a la corte, y sus roces públicos habían llegado hasta tal punto, que uno de sus consejeros reales le había preguntado por qué no solicitaba el divorcio.

Pero Jung Hyung no podía dejar a Woo Seok, no después de ese día, no se lo decía, pero estaba plenamente consciente de que el único culpable del fallo de su relación era él. Además, su consorte podía ser un impertinente y un rencoroso, pero era una muy buena madre. No obstante, Jung Hyung seguía pensando a ratos en que no debía tomárselo tan a la ligera. Woo Seok podía parecer a ojos de todos un ser transparente y sincero, pero para él resultaba todo un misterio.

—¿Te gusta, verdad? —le decía en ese momento mientras frotaba su sexo. El miembro de Woo Seok reaccionaba rápidamente después de tantos días de abstinencia.

—Bien sabes que si —contestó el doncel con la voz pastosa por el placer. Ladeó la cabeza y sus labios se encontraron con los que su marido le ofrecía, apremiante.

Como un relámpago, igual al que iluminaba la estancia en ese momento, Woo Seok recordó, ahora sin dolor, los días en que aquella misma boca lo hacía sentirse en el cielo y creer que era el dueño del mundo. Ahora ya solo quedaba rencor en él y el sabor de aquellos besos, húmedos y amargos, lo único que lograban despertar en él, era simple deseo y lascivia.

De improviso, Jung Hyung volvió a besar el cuello de su consorte; con tibios besos fue bajando por todo el camino de su columna mientras su diestra seguía apresando su sexo; cubriendo y descubriendolo con sedosa calma. Woo Seok jadeaba muy despacio, buscando con sus manos los pliegues de las sabanas que bajaban del dosel hasta la cabecera de la cama. Sentía su miembro erguido punzar entre la mano que lo apresaba.

Buscando un poco de alivio separó su cuerpo de las sabanas, quedando en cuatro. Jung Hyung no se quejó. Con esa nueva postura el redondeado y perfecto trasero de su cónyuge quedó por completo frente a su cara, como un manjar que espera por ser degustado.

Con descaro empezó a mordisquearlo sutilmente. Woo Seok apretaba sus ojos con la misma fuerza con que sus manos apresaban la tela del mosquitero al sentir que el primer orgasmo de la noche estaba cerca; su marido continuó frotando su miembro ayudado por los viscosos fluidos que de este emanaban. De repente, un estremecimiento sacudió al doncel, su cuerpo se tensó y la primera emanación brotó de su cuerpo, espesa, abundante, manchando las colchas.

Agitado, Woo Seok se estrelló contra la cama nuevamente. Jung Hyung, quien empezaba a sentir que su propio miembro reclamaba atención, volteó a su esposo hasta tenerlo frente a frente; miró sus ojos vidriosos por el reciente placer y contempló gustoso su respiración jadeante. Entonces se inclinó un poco para volver a besar aquellos labios, pero Woo Seok, frio e indiferente, ladeó el rostro para evitar el contacto.

—No dañemos el momento con romanticismo barato ¿Quieres? —dijo mientras recuperaba el aliento.

Jung Hyung se lo quedó mirando por varios segundos. Su expresión era tan sombría que Woo Seok llego a creer que se pondría de pie dejándolo solo en el lecho. Sin embargo, aquello no sucedió. El rey no cambió su expresión seria ni trató de besarlo de nuevo. Pero lo que sí hizo fue girar su cuerpo de tal forma que su cabeza quedó entre las piernas del doncel, y su entrepierna, con el sexo erguido y dispuesto, quedó frente a la cabeza de este, en un perfecto 69.

Woo Seok sonrió. Tal vez no fuesen la pareja más ejemplar del reino como se suponía que lo fuesen; tal vez ambos ya supiesen que las promesas del altar no eran más que eso... Promesas vacías...

Pero seguían entendiéndose en medio de las sabanas, en la cama, en el lugar en donde sus antepasados solo se habían encontrado para engendrar a los herederos del reino, y para ambos, aquello era suficiente y hasta más de lo que podían pedir después de tantos años.

Los brazos de Jung Hyung trastabillaron un poco al sentir la lengua de su marido enroscándose y lamiendo su erección. Woo Seok podía insultarlo con aquella boca pero si luego la usaba para hacerle eso que le estaba haciendo en ese momento, entonces podía perdonarlo; podía pasar por alto su impertinencia. Jadeó engullendo de nuevo el otro sexo. Si su esposo era bueno con la boca él tampoco se quedaba atrás; succionaba más presto que una esponja y había aprendido a descubrir con que intensidad debía mamar aquel miembro para hacerlo estallar.

Al instante, un gemido sonoro abandonó la boca de Woo Seok. Este, preso del placer obsequiado por su marido, había dejado por un momento su labor para regodearse por completo en las caricias de las que era objeto. Sus manos soltaron el mosquitero para enterrarse ahora entre los muslos de Jung Hyung mientras su boca volvía a su tarea. Ambos succionaban y lamían a la par, se brindaban y recibían placer con una sincronía tan perfecta como la maquinaria que hacia funcionar un molino.

De repente, ambos gruñeron. El orgasmo volvía a cosquillear en el bajo vientre de los dos, vibrante y enérgico como una centella. Pero de nuevo fue solo Woo Seok quien pudo correrse. Cuando Jung Hyung había estado a punto de eyacular, su esposo había tomado su miembro apretándolo con fuerza para evitarle el alivio y este, aturdido y molesto, dejó escapar de sus labios, parte de la simiente que estaba bebiendo.

—Quiero que te vengas dentro de mí —explicó el rey consorte viendo su cara de enfado. Con un movimiento ágil se colocó sobre su marido, y con un pequeño giro quedó debajo de este, abriendo por completo las piernas para penetrarse el mismo.

Jung Hyung jadeó cuando ese agujero estrecho y caliente lo apresó. Entonces no lo dudó más y comenzó a embestirlo.

De esta manera, las piernas de Woo Seok se enroscaron en sus caderas y su uñas se clavaban en su espalda. Jung Hyung le lamía el cuello y le decía obscenidades al oído mientras se hundía más y más dentro de él. Su culo estrecho le ceñía con calidez mientras ambos gemían como si estuviesen enfermos de placer.

—Si... así. —Woo Seok gemía muy bajito al oído de su marido. La forma como este lo embestía le hacía estremecer de placer y clamar por más. Jung Hyung, lleno de lascivia alzó una de las piernas del doncel sobre su hombro. El cambio en el ángulo de la penetración les trajo más fricción y más jadeos que se perdían entre los ruidos de los relámpagos.

Entonces, Woo Seok abrió los ojos y buscó con estos la mirada de Jung Hyung. Este sintió el peso de aquellos ojos y en seguida se volvió para mirarlos. Volvía a estar al borde del orgasmo...

—¿Qué pasa? —preguntó corcoveando un poco más a prisa.

Entonces la sonrisa de Woo Seok, un poco siniestra y retorcida, se asomó entre sus labios.

—No sé... por qué te asombra tanto... lo de Jimin y Yoongi —dijo resoplando—Jimin es tu hijo y tu bien sabes... que la debilidad por los Jaenianos... le viene de herencia. Es una lastima que Hyo Seop este muerto, nunca pude preguntarle si disfrutaba tanto como yo, teniendo sexo con MI marido.

Y así acabo todo. El rostro de Jung Hyung palideció junto a una mueca de disgusto mientras salía a toda prisa del cuerpo de su consorte. Con aquellas últimas palabras de Woo Seok, su libido se había ido a pique tan rápido como se había elevado y tomando una bata que se hallaba sobre una butaca abandonó la recamara por uno de sus pasadizos secretos.

Woo Seok se quedó sonriente sobre el lecho y con los vestigios de su tercer y último orgasmo secándose sobre su piel. Posiblemente, su marido buscara consuelo en algún esclavo para no irse a dormir tan insatisfecho, o quizás, se aliviara él solo mientras lo maldecía mil veces. Honestamente, ya le daba igual, ya no le importaban sus infidelidades y estaba demasiado feliz para pensar en ello. A pesar del huracán que se avecinaba los vientos parecían marchar a su favor, y por lo pronto, aquella noche, la balanza volvía a quedar de su lado, cada vez quedaba menos tiempo para que pudiera vengarse de todas y cada una de las traiciones del infeliz de su marido.

Continuará...

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