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12. ¡Abajo las máscaras!

Viernes, 7:00 a.m.

No lo sabía yo a esa hora, empezando porque estaba tirando más al mundo de los muertos que de los vivos (o dormida, como quieran decirle), pero hoy me iba a sorprender.

Cabe destacar que nunca fui fan de las sorpresas, empezando porque a pesar de que aparento y soy medio idiota, de alguna forma termino sabiendo todo antes de que pase y no me queda de otra que aparentar sorpresa. Pasa cuando quieren hacerme una fiesta sorpresa o cuando iban a decirme que reprobé alguna materia. Ya lo sabía, dah. Y joder, eso le quita la diversión.

Pero por suerte, la única cosa que ya sabía desde hace rato es lo de la princesita sonriente, Kelia Harris.

Y en vez de aparentar sorpresa, lo que quise hacer fue una conferencia solo para dejar en claro que YA LO SABÍA Y NUNCA ME EQUIVOCO SALVO EN QUÍMICA.

En serio, odio la química.

Pero nunca me equivoco.

El viernes era el día en que viajariamos a Texas para hacer el intercambio de mellizos, es por eso que exactamente a las 10:15 am, Mar entró a la habitación sin importarle si dormíamos desnudas o no, con una bocina que no tengo idea de dónde carajos sacó, haciéndola sonar como si fuese la hora del juicio final.

—¿Por fin conoceré cómo es el infierno? —murmuré mientras frotaba mi ojo.

—Voy a estar encerrado en un auto con ustedes tres por al menos doce horas. Yo seré quién conozca el infierno —soltó Mar con su exquisito mal humor—. A levantarse, tienen exactamente quince minutos para estar listas e irnos al aparcamiento. Las estoy cronometrado desde... ahora —dijo tras ajustar su reloj de muñeca. Rodé los ojos—. Deprisa.

Me miró mal un segundo más, como dándose el gusto, y salió con un portazo y sONANDO LA PUTA BOCINA OTRA VEZ.

—Es un estúpido —giré mi rostro hacia Elle—. ¿Cómo es que pueden soportarlo?

No me respondió. Seguía dormida. La zorra astuta traía audífonos.

Luego de un rato tratando de despertar a Elle (Mar tuvo que volver para sonar la bocina en su oído), ambas nos alistamos.  Por suerte ya teníamos todo arreglado, por lo que no fue sino darnos un baño y vestirnos cómodamente para el viaje, que se llevaría a cabo dentro de unos minutos.

Juntas salimos a la cocina y encontramos ahí a Spencer, que metía sus cosas de cocina en un maletín. Le eché un ojo adentro para fisgonear: habían cuchillos de diferentes tipos, tijeras para pollo, batidora eléctrica y demás utencilios que parecían sacados de una película de body horror.

—¿Vas a cocinar o a asesinar a alguien? Porque si lo harás, propongo que sea a Mar —dije, causándole una sonrisa.

—¿Cocinar o asesinar? —preguntó Elle.

—Ambas cosas.

—Buenos días para ti también, hermosa y Elle —la chica le mostró sus dedos del medio como saludo—. Y no, nena, no voy a asesinar a Mar. Son mis herramientas, no salgo a ningún lado sin ellas.

—No es como que vayas a tener muchas oportunidades de cocinar tampoco —comentó Elle, cruzándose de brazos—. A menos que pienses llevarte el horno y la encimera, pero Mar no te dejaría.

—Ya llegará mi momento —Spencer dijo con dramatismo.

Nos observamos Elle y yo un segundo para luego negar y resignarnos a ayudarle a guardar todo, porque Mar había empezado a joder de nuevo, apurándonos.

Minutos después esjtaba en la puerta, echándole una última mirada a todo el departamento. Había pasado pocos días en  este lugar, pero se sintieron como una eternidad. ¿Es posible familiarizarse con algo y con alguien tan rápido? Yo no tenía idea de que sí hasta ese momento, porque no solo era el apartamento. Se trataba de todos, tanto Elle como Spencer y hasta se podría decir que Mar (iugh) se hicieron un espacio en mi corazón (el de Mar era súper pequeño, menos que un centímetro. ¡Menos que un milímetro!). Nunca me había sentido de esta forma con otras personas que no fuesen mi familia. ¿Qué puedo decir? Soy terriblemente asocial y esta era la primera vez que interactuaba con el mundo, y supongo que, además, tuve suerte de encontrarme con personas maravillosas (salvo Mar, obviamente).

—¿Vas a quedarte ahí? Porque puedo buscarte una maceta por si te salen raíces  —hablando del rey de Roma.

Di un suspiro y salí de ahí sin mirar atrás. Y probablemente esté sonandramaticona (gracias, Spencer), pero lo sentí de esa forma: los cuatro, arrastrando las maletas a través del lujoso pasillo del hotel en cámara lenta, nuestros cabellos moviéndose sin ninguna corriente de aire visible y con una canción de despedida escuchándose en el fondo. Quizás alguna triste de Taylor Switf, quién sabe. La escena sería melancólica y con un peso serio. Quiero decir, estábamos a punto de hacer una movida que tenía toda las de perder, pero ahí íbamos: de lleno a lo desconocido. Yo, la protagonista de esta historia, dejando atrás una vida que aunque corta, me había hecho tener una evolución como personaje ya que ahora lo pensaría dos veces antes de extraviar a mi hermano mellizo en un aeropuerto.

Y luego ese clímax que me había inventado se quiebra cuando Spencer tropezó con la alfombra mal corrida y cayó de cara al suelo, el maletín de los utencilios abriéndose y haciendo un ruido del infierno.

—¡¡Mis bebés!! —chilló el chico.

—¡¡Esto nos atrasará cinco minutos!! —adivinen quién fue ese.

[...]


Diez minutos después y con la escena que me había creado en mi mente ya destruida gracias a la idiotez de Spencer, habíamos bajado el ascensor hasta el estacionamiento privado del hotel. Spencer nos guió hasta su lujoso automóvil color gris de marca que no conozco, y empezamos a meter todo ahí.

—¿Entonces este es el auto que compartes con Peyton?

—Yep, ¿por qué? ¿No te gusta?

—¿Estás bromeando? Lo amo, cuando ya no lo quieran me lo puedes regalar, pero no sé por qué me imaginé que sería rosa.

—En realidad lo había propuesto pero Peyton no quiso porque dijo que con el gris no tendría que pensar tanto en la combinación outfit/coche —explicó con una sonrisa en el rostro.

—Tipicas preocupaciones de Peyton —murmuró Elle.

Decidí que era mejor no responder a eso, así que me digné solo a subir a la parte trasera del auto. Me sentí feliz de que fuésemos solo cuatro, porque así nadie tendría que pelear por la ventana. Era lo mismo que le decía a mis padres: gracias por no tener un tercer hijo, no me gusta turnarme en las ventanas de los autos. Y aunque este era un convertible, todo el mundo sabe que el que va en el asiento del medio de la parte trasera es un ser miserable.

—Está todo listo, ¿no? —cuestionó el chico pelinegro—. ¿Verificaste que no olvidaste nada, _____?

—¿Por qué solo me preguntas a mí? —gruñí, y al ver que todos me miraron como si la respuesta fuese demasiado obvia para decirla, suspiré—. Elle me hizo una lista y todos los cuadritos están tachados así que no, no olvidé nada.

—Perfecto, entonces podemos irnos —Mar subió al piloto.

—Sigo diciendo que como es mi auto debería ser yo quien conduzca —mencionó Spencer en el asiento a su lado.

Mar ni siquiera respondió, encendió el auto y como el maniático que es, revisó que todo estuviese en su lugar para poder arrancar. Y lo habríamos hecho perfectamente de no ser por ustedes, chicos entrometidos... oh, esperen, así no iba:

Lo habríamos hecho perfectamente de no ser porque una figura encapuchada se detuvo justo frente al auto. Todos nos miramos unos segundos, extrañados y asustados.

—Si pregunta qué hora es, lo atropellas —le dije a Mar.

—Eso no hace falta, no voy a preguntar la hora —respondió la figura, que tenía voz de mujer y a juzgar por el tono de piel extremadamente rojo de Spencer, deduje quién era.

—Kelia Harris —mascullé con ojos entrecerrados—. ¿Qué mierda haces aquí y donde están tus demonios plumozos?

—No estoy segura de que plumozos sea una palabra.

—Cállate, Elle.

—Las palomas están muy bien invadiendo Nueva York y yo estoy aquí porque quiero ir con ustedes —respondió con simpleza la chica.

Creo que a Spencer le costó formular una respuesta:

—¿N-nosotros? S-solo v-vamos a comprar pan.

Ay, pero que malo es diciendo mentiras.

–¿Y necesitan ir los cuatro en el auto con maletas, mochilas y los utencilios de cocina que se te cayeron en el pasillo del piso 20 para ir a comprar un pan?

—Es que me tomo muy en serio el pan que elijo —dijo con voz aguda.

Tuve que reprimir las ganas de abofetearlo. Gruñí, ya que al parecer tanto Elle como Mar se habían congelado en su sitio y yo no podía permitir que Spencer siguiera cagándola.

—Hacia donde vayamos no es asunto tuyo, princesita del bosque silvestre —escupí—. Ahora quítate del medio porque si Mar no piensa atropellarte, yo gustosa me ofreceré como voluntaria.

Y a pesar de haber sonado en mi cabeza súper amenazante e imponente, pensando que eso haría que ella chillara y saliera corriendo a refugiarse con sus palomas, Kelia hizo algo diferente: alzó la pierna y puso una bota negra y de hebillas rockeras en el capó del coche, inclinando su cuerpo hacia adelante para vernos a cada uno de nosotros a través del parabrisas con sus brillantes ojos azules.

—Voy a hacerlo fácil —dijo lentamente—: Me van a llevar con ustedes a buscar a Peyton o le mostraré las grabaciones de seguridad de hoy y la carta que le enviaron al hermano de ____ a mi padre y él llamará al tuyo, Spencer, y no creo que al señor List le guste escuchar que perdiste a tu hermana en un campamento militar en medio de la nada en Texas.

—¿Tú como sabes es...?

—Soy observadora, Mar, y ustedes poco discretos. Además, no eres el único que sabe hackear con facilidad una página de mierda. En mi teléfono tengo las evidencias de la carta y las grabaciones de seguridad que borré del sistema del Hotel para que no sospecharan si alguien miraba. Así que sólo me faltaría mover un dedo y todo este plan se iría a la basura. Yo solo pido algo fácil: sáquenme de aquí a un viaje. ¿Es mucho pedir?

Y finalizó con una sonrisa. Todos estaban perplejos. Incluso yo, aunque internamente estaba contenta porque al final tenía razón: se veía muy buenesita la muy zorra para ser verdadera esa cara.

–Si te llevamos, entonces no harás nada de lo que dijiste, ¿no? —preguntó Mar con cautela.

—Es justo lo que digo.

—¿Por qué quieres venir con nosotros? —cuestionó Elle.

—Estoy aburrida —ella se encogió de hombros, avanzando hacia el costado del auto y abriendo la puerta del asiento trasero sin siquiera recibir una confirmación—. ¿Te mueves o qué? —me miró.

—Oh, no, si vas a venir, entonces irás en el medio —mascullé saliendo para que ella entrara. Que ni se crea que me va a quitar el asiento de la ventana.

Kelia entró sin rechistar, sonriendo triunfante. Se puso su mochila en un costado y subió las botas rockeras en el portavasos de adelante. A Spencer parecía que se le iba a caer la quijada en cualquier momento.

—Bueno, ¿qué esperas para arrancar? —le gruñí a Mar.

—Espera —el chico se giró hacia Kelia—. ¿Qué va a pensar tu padre al notar que te fuiste?

—Le dije que me iría a la casa de una amiga todo el fin de semana, así que no te preocupes por eso y hazle caso a ____: arranca.

Para Mar eso fue suficiente. Le echó una última revisada al auto y por fin lo puso en marcha. Salimos a la calle, que para nuestra sorpresa estaba bastante suave de tráfico, seguramente gracias a algunos grandes charcos que aún quedaban por ahí. Elle eligió la música para que el silencio dejara de ser tan incómodo, pero no sirvió porque todavía estábamos conmocionados por la manera tan fácil en la que una supuesta Madre Teresa de las palomas nos manipuló y consiguió lo que quería.

—¿Qué? —espetó la chica, sonriendo—. ¿Actué muy bien mi papel de estúpida? Porque esa era la idea... pero ya es tiempo de que deje caer la máscara.

Y tras finalizar su frase, alzó la mano hacia su cabeza y dió un tirón. Su cabello castaño oscuro se desprendió del cuero cabelludo y en su lugar apareció un cabello rubio rosáceo casi blanco, que sacudió dejando que el viento lo alzara. Ahora no era Spencer el único al que se le iba a caer la boca. Incluso Mar por poco nos hace chocar, así de impactante el asunto.

—Mi padre necesita a una niña bien portada —explicó, encogiendo sus hombros—. Yo solo le hago el favor, pero soy de todo menos eso.

—Okay, debo admitir que eso fue muy cool —asentí, Spencer y Elle estuvieron de acuerdo—. Pero aún te detesto.

—Gracias.

—Esto cada vez se pone más interesante —Elle sonrió y con eso todos dejamos de hablar para apreciar sus buenos gustos musicales.

Y este fue el inicio del viaje de mi vida.

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