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Cap. 20 ¿Laia?

Ellen no para de darle vueltas a lo que le ha dicho su hermano. Se niega a pensar que Laia tenga algo que ver con esas posibles acciones ilegales que podrían estar relacionadas con las empresas de su padre.

Para empezar, no había nada en firme. Dan quería ir demasiado rápido y varios pasos por delante. Le faltaba información y ni siquiera le habían contratado como abogado. Aunque también sabía que su hermano tenía una especie de sexto sentido para estas cosas. Vivía por y para la abogacía, siempre informado, con contactos hasta en el infierno. Pocas veces se equivocaba. De hecho, no recordaba ninguna ocasión en la que lo hubiera hecho.

Y Ellen tenía que reconocer que Laia estaba un poco rara últimamente. Desde lo que le ocurrió con Jared, prácticamente no habían pasado tiempo juntas. No le contaba dónde o con quién iba, ni tampoco le había vuelto a hablar de las actividades de representación (por llamarlo de alguna forma) que tenía que hacer para las empresas de su padre.

Cuando llega a casa, se la encuentra en el portal. Laia sale con prisas, con un vestido colgado sobre una percha que sujeta con una mano sobre su hombro, y en la otra unos zapatos de tacón.

—¡Uy, ya estás aquí! —exclama, sorprendida, al toparse con Ellen.

—¿Te vas? 

—Sí, he quedado... 

—Ah... ¿y dónde vas? Me apatece salir a tomar algo. Necesito un poco de fiesta...

—Quedamos mañana, ¿te parece? —le dice Laia, lanzándole un beso al aire.

—¿No puedo ir contigo?

—Te aburrirías —Laia le contesta mientras sigue andando hacia el ascensor—: Tengo que acompañar a unos inversores de... no sé qué.

—Ese vestido es muy elegante, ¿no? —le grita Ellen.

—Claro, ya sabes, tengo que causar una buena impresión. ¡Quedamos mañana! 

Y Laia se mete en el ascensor.

Ellen va a entrar en casa, para darse una ducha y salir rápidamente a su encuentro con Jared, pero entonces cambia de opinión y decide seguirla. Baja corriendo las escaleras y, desde el portal, ve cómo Laia se sube a una limusina que hay esperándola en la puerta. 

Se dirige hacia su coche y, cuando va a entrar, ve pasar un taxi y decide pararlo, así evitará que Laia pueda darse cuenta de que va detrás de ella. 

—Siga a esa limusina —le dice al taxista.

—¡Guau! Llevo años esperando que alguien me pida algo así —dice el taxista entusiasmado. 

El conductor se pone en marcha rápidamente para no perder de vista su objetivo.

—¿Persiguiendo a algún famoso? —le pregunta.

—No, a mi amiga.

—¡En marcha! —exclama el taxista.

La limusina no va demasiado rápido y no hay mucho tráfico, así que no le cuesta seguirla, hasta la puerta de La Luna de Mar. Al instante, ve cómo Laia sale del vehículo, ataviada con el vestido que llevaba antes colgando de la percha y acompañada de un hombre bastante mayor que ella. 

—¿Paro aquí o sigo? —le pregunta el taxista. Y Ellen le indica que se detenga un poco más adelante, desde donde puede observar los movimientos—: ¿Es esa su amiga?

—Sí. Pare aquí un momento, por favor. 

Ellen observa cómo Laia se agarra del brazo del hombre que la acompaña, quien parece que le ha dicho algo gracioso, pues ella suelta una sonora carcajada y, conociendo a su amiga, diría que también es una risa forzada, exagerada. Se muestra coqueta y Ellen piensa si en eso consiste lo que Laia interpreta como causar una buena impresión. 

Imagina que ese hombre será algún contacto de su padre al que tiene que acompañar esa noche, aunque le resulta sospechoso que acudan precisamente a ese local. Quizás, esa noche se organice otro tipo de evento y no tenga que ser necesariamente ir para mantener relaciones sexuales con dos hombres. No imagina a Laia participando en ese tipo de juegos, y menos aún, hacerlo con un acompañante que le dobla la edad.

—Noooo —susurra Ellen, al ver que otro hombre, aproximadamente de la misma edad, saluda a su acompañante y se pone al otro lado de Laia—: No puede ser...

—¿Es cierto lo que dicen? —le pregunta el taxista.

—¿Lo que dicen? ¿Quién? 

—Rumores... Algunos compañeros dicen que en este sitio se organizan fiestas... Encuentros de... Orgías, vamos. ¿Lo sabía?

—No. No son... —Ellen no termina la frase, cuando ve a Jared en la puerta, quien ha salido a recibir a los recién llegados. Le da un fuerte apretón de manos al hombre con el que ha acudido Laia y espera a que este le presente al otro señor, para estrecharle también la mano. No saluda a Laia, incluso se atrevería a decir que ha eludido su mirada. 

En cuanto ve que entran en el local, Ellen sale del taxi:

—Espere a quí —le dice al taxista, y sin vacilar, se dirige hacia la entrada. No sabe por qué lo hace, ni siquiera se ha dado cuenta de que no va vestida de manera apropiada para asistir a una fiesta, pues sigue llevando la ropa deportiva. Simplemente, se ha dejado llevar por un impulso. Quiere saber qué hace Laia allí.

Pero, en cuanto se acerca a la puerta, sin ser consciente de que está consiguiendo que todas las miradas se dirijan hacia ella, un hombre trajeado la detiene y la impide acceder:

—Disculpe, señorita, pero aquí no puede entrar.

En ese momento, Jared se gira y al verla allí, exclama con sorpresa:

—¿¡Helena!? ¡Ya estás... aquí!

—Yo... emmmm, estaba... Pasaba por aquí y quería saludarte —improvisa. Y Jared observa su atuendo desaliñado.

—¿Vienes de... hacer deporte?

—Ah... Sí, sí. He salido a correr un rato y... Bueno, te he visto y me he dicho, voy a darle una sorpresa, je, je.

Jared consulta la hora en su reloj y añade:

—Pero habíamos quedado ahora... 

Ellen abre los ojos. En ese momento recuerda que había quedado a tomar una copa con Jared. Lo había olvidado por completo. 

—¡Anda! No me había dado cuenta de que era tan tarde, ¡qué despiste! 

Jared la observa con el ceño fruncido, algo desconcertado. Y Ellen le dice:

—Oye, me ha parecido ver a una compañera de la uni... Acaba de entrar, ¿te has fijado? 

—Ah, pues, no sé...

—Bueno, no sé, igual no era ella. Llevaba un vestido azul, escotado. Ha entrado ahora mismo... ¿Era ella?

—No me he fijado, la verdad —dice Jared, y Ellen sabe que está mintiendo. 

—¿Podría pasar un momento, a ver si la veo? Me gustaría saludarla.

—Lo siento, Helena, pero no se permite la entrada sin invitación, ya lo sabes.

—Sí, bueno, pero tú me dejaste entrar una vez y...

—No venías vestida con mallas y zapatillas...

El hombre que vigila el acceso, se acerca a Jared y le dice, con cierta discreción:

—Tenemos que dejar el paso libre.

—Sí, claro —dice Jared. Y coge del brazo a Ellen, para acompañarla hacia la acera. Se siente algo decepcionado, ya que parece que ella se ha olvidado de su cita. Había dejado a su compañero al cargo de la fiesta, mientras él se fuera a un pub aledaño, a tomar una copa con su cita. Pero no iban a dejar entrar a Ellen con ese atuendo, así que le dice—: ¿Y qué hacemos? No podrás entrar con zapatillas en el local que...

—Lo siento. Se me ha ido el santo al cielo.

—Te has olvidado de nuestra cita.

—Lo siento, de verdad. Necesitaba despejarme un poco y...

—Ya, vale... —el rostro de Jared muestra su decepción.

—¿Seguro que no puedo entrar un momento? —insiste Ellen—: Es una vieja amiga.

—No puedo. Lo siento —dice Jared, algo molesto—: Pero, como veo que nuestra cita se cancela, tendré que volver a entrar, así que, si veo a alguien de la universidad, le digo que te llame, ¿vale? 

Ellen se da cuenta del malestar de Jared y es consciente de que se ha comprotado como una cretina. Por eso, añade:

—Perdóname, soy una tonta. Llámame y quedamos esta semana, ¿vale? 

—Sí, claro. Te llamo —responde Jared. Y sin decir nada más, se da la vuelta para regresar al Luna. 

Ellen se queda un momento allí de pie, pensando qué hacer. Ya sabe que no puede entrar, pero necesita saber qué está haciendo Laia allí dentro. Tal vez, podría esperar a que saliera y preguntarle directamente. Y también se siente mal por su comportamiento con Jared. Sabe que le ha ofendido su actitud, pero ni siquiera ella sabe por qué ha actuado de esa forma. 

Así que, regresa al taxi y le pide que la lleve a casa. Esperará a que llegue Laia para hablar con ella. 

El taxista la mira por el retrovisor, con curiosidad. Ellen está girada hacia la ventana, con la mirada perdida, y el taxista no puede evitar preguntarle:

—¿Está preocupada por su amiga? 

Ellen le devuelve la mirada a través del espejo. 

—¿Qué más ha oído sobre las fiestas que se organizan en ese sitio?

—Bueno, son solo rumores. Algunos compañeros han traído aquí a clientes. Dicen que son fiestas de ricos, o sea, que no todo el mundo tiene acceso. Fiestas en las que quedan para..., para eso..., para tener sexo unos con otros, y donde hay mucho alcohol del caro y droga de la buena. A ver..., ya me entiende, ninguna droga es buena, pero en estos sitios es de calidad, no viene adulterada con mierdas, perdone por la expresión.

—Ya...

—Parece todo legal, pues una vez vino la policía. Un compañero trajo un servicio y pensó que él también podría participar en la fiesta. No sabía que era un sitio exclusivo. Se puso un poco... pesado, el segurata se puso un poco violento y, bueno, pues alguien llamó a la policía. El compañero se puso a gritar que aquello era un antro ilegal, que había prostitutas, drogas y tal, así que la policía entró. Pero al rato salió diciendo que estaba todo en orden. No detuvieron al compañero, porque el gerente del local no quiso presentar cargos, si no, habría pasado la noche en el cuartelillo, seguro... Ya hemos llegado.

El taxista le avisa cuando detiene el coche, pues Ellen seguía inmóvil, mirando por la ventanilla. Le paga la carrera y baja del coche. Sube a casa, se da una ducha y luego se queda sentada en el sofá, dispuesta a esperar despierta la llegada de Laia. Sin embargo, al poco rato, empieza a acomodarse y poco a poco el sueño le va venciendo. 

A la mañana siguiente, va a la habitación de su amiga en cuanto se despierta, pero no está, y no parece que haya pasado por allí, pues su cama está sin deshacer. La llama por teléfono, pero no le contesta. Tendrá que esperar a otro momento para hablar con ella.


Jared llega a casa de su hermano a primera hora de la tarde. Lleva los documentos que Caleb le ha pedido.

—Ves, está todo en regla —le dice—: Y ahora, cuéntame todo lo que sabes.

—No sé mucho más de lo que te dije. Solo quiero que tengas cuidado. Ya sabes lo que pasa cuando se inicia una investigación de este tipo. La prensa busca el morbo y no pierden tiempo en corrobar una información. Si la noticia genera escándalo, la sueltan y punto, sin preocuparse en el daño que hagan o a quién implican. Y si hay algo relacionado con un tema sexual, se convierte rápidamente en un peligroso tsunami. No me gustaría que saliera tu nombre unido a un asunto así.

—Tranquilo, bro, ya has visto que mis negocios son completamente legales. 

—Está bien, pero ten cuidado, ¿vale? Quiero que estés seguro de que no has estado involucrado en ninguna situación... digamos comprometida, con la que te puedan buscar las cosquillas.

Jared se queda pensando un momento, lo que inquieta a su hermano y le anima a seguir preguntando:

—Además de lo que me contaste del hombre que se puso violento ¿ha ocurrido algo más?

—No, no...

—Jared, te conozco. Dímelo —le insiste. Y después de tomar aire, Jared le cuenta:

—Bueno, hace unas cuantas semanas, vino una chica que conozco de la universidad. Estuvimos a punto de liarnos una vez, pero no llegó a pasar nada. Teníamos intereses diferentes.

—¿Intereses diferentes? ¿A qué te refieres?

—Pues que yo solo quería pasar un buen rato, pero ella quería algo más. Me dijo que estaba enamorada de mí desde primer curso, que quería iniciar una relación... Pero  yo fui sincero y le dije que no tenía ninguna intención de salir con nadie. Y ahí quedó todo.  Luego nos vimos alguna vez por la uni, en alguna fiesta que coincidimos, pero no recuerdo ni que volviéramos a hablar. Hasta que aquella noche apareció en mi local. Vino acompañada de dos chicos y, al cabo de un rato pidieron un reservado. Todo parecía normal, yo di por supuesto que habían ido allí a vivir esa experiencia.

—¿Y no fue así?

—No exactamente. Vino a buscarme uno de los hombres que la acompañaban, para decirme que la chica se negaba a participar y que quería hablar con el gerente. Decía que ella no estaba conforme con sus acompañantes y quería un cambio.

—¿Un cambio? ¿Es que se asignan las parejas de alguna forma? 

—No, no, para nada. Normalmente, la gente acude con quien quiere. Aunque también hay veces que van mujeres y hombres por separado, y allí mismo se establecen los contactos. Pero si vienen los tres juntos, lo habitual es que hayan quedado previamente. Y esa chica vino acompañada de los dos hombres.

—¿Pudo ser que ella no supiera realmente a lo que iba? ¿Que la hubieran engañado?

—Eso pensé yo, pero cuando fui a hablar con ella, insistía en que fuera yo uno de sus acompañantes. Y me negué. 

—¿Nunca has participado en esa actividad? —le pregunta Caleb, demostrando su incredulidad.

—Sí, claro que lo he hecho, siempre con el consentimiento de todas las partes. Aunque, si te soy sincero, prefiero ser yo quien comparta dos mujeres, que estar con una mujer que compartimos dos hombres. Pero esto era diferente. Además, no quería tener problemas. Esa chica ya me había montado una escena aquella vez que empezamos a enrollarnos. Si solo hubiera querido sexo, no habría tenido ningún inconveniente en acostarme con ella, pero así...

—Bueno, pero si ella había acudido allí era porque quería solo sexo, ¿no?

—Sí, pero ya te digo que yo no veía las cosas claras.

—¿Y qué pasó?

—Que rechacé su propuesta y entonces ella se volvió un poco loca. Hizo pasar a sus acompañantes, que se habían quedado fuera mientras nosotros hablábamos. En cuanto entraron, empezó a desnudarse y a pedirles que empezaran a practicar sexo con ella, y quería que yo me quedara a mirar, para que me diera cuenta de lo que me estaba perdiendo. Yo estaba un poco desconcertado, pero tengo que reconocer que me puse muy cachondo. Ella se quedó desnuda y empezó a moverse... Vamos, que nos puso a los tres cardíacos en un minuto, y creo que estaba encantada de vernos así. 

—¿Y no participaste?

—Estuve a punto. De hecho, ella se acercó de espaldas a mí, cogió mis manos y las puso sobre su pecho, mientras los otros se desnuban y empezaba el juego. Luego dirigió una de mis manos hacia su sexo y... ¡uf! La cosa empezaba a calentarse. Pero tuve un momento de lucidez y evité que pasara algo más. Me aparté y los dejé en la habitación.

—¿No pasó nada más? 

—No. Bueno, supongo que se quedarían allí disfrutando del sexo. Ya no los vi más. De hecho, no la había vuelto a ver hasta anoche.

—¿Anoche la viste?

—Sí, fue a la fiesta acompañada de dos hombres. 

—¿Y qué sabes de ella? —pregunta Caleb algo preocupado y pensando que, tal vez, esa chica pudiera ser Ellen.

—Poca cosa... Que estudiaba Derecho, que iba a un curso menos que yo y que viene de familia rica. Nada más.

—¿Y no sabes su nombre?

—Sí, eso sí. Pero ¿por qué me haces tantas preguntas? ¿Qué sabes tú?

—Dime cómo se llama. 

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Cuando Jared le diga el nombre, espero que Caleb deje de sospechar que se trata de Ellen.

Aunque me parece que la conversación entre los dos hermanos todavía no ha acabado, así que puede que obtenga más información para empezar a atar cabos. 

¿Hablarán de Helena "con hache"?

Lo veremos en el próximo capítulo ;-)

unjovenromantico






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