Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capitulo 14

Seguí acudiendo a las clases. Me pasaba el día con náuseas y sueño, pero de repente aquel curso ya no era algo opcional, sino un deseo, una meta. Quizás porque descubrí que la taquigrafía me gustaba más de lo esperado o porque en aquel ambiente me sentí bien conmigo mismo, arropado por esos chicos que no temían decir lo que pensaban y que quedaban para divertirse los domingos por la tarde.  

    Tú me animabas a salir con ellos cuando nos despedíamos de tu padre tras la comida y la partida de rigor al dominó, pero estaba tan cansado que lo único que me apetecía era ir a casa, acurrucarme en el sofá a tu lado y escuchar alguno de nuestras discotecas preferidas.  

    ― El domingo que viene.― te dije.  

    - Como quieras. Toma, cariño.  

    Me diste un caramelo de nata, de esos que me encantaban ya los que nunca pude negarme. Sonreí y me lo metí en la boca mientras tú hacías lo mismo y echábamos a andar hacia casa cogidos de la mano y en silencio. Había algo en esos momentos, en los paseos compartidos juntos, que me dibujaban una sonrisa tonta en la cara.  

    ― ¿Caliento leche?― preguntaste al llegar, mientras te quitabas la chaqueta ― Creo que aún quedan galletas, ¿has comprado esta semana?― te encantaba merendar algo dulce.  

    Asentí, distraído. Me dolia la tripa. Me dolía todo, en realidad. Colgué la bufanda del perchero tras la puerta y me quité los pendientes antes de ir al cuarto de baño.  

    No me di cuenta hasta entonces.  

    Sollocé tan fuerte que me escuchaste desde la cocina.  

    Llamaste a la puerta, pero no pude responder. No podía decir nada. Estaba paralizado y sin saber qué hacer. Volviste a llamar más fuerte. Tomé una bocanada de aire.  

    — Namjoon… voy a entrar.  

Abríste la puerta. Y te quedaste pálido. Te llevaste una mano al pecho mientras me mirabas y un velo de dolor cubría tu expresión. Había empezado a sangrar. Cada vez más y más. Y solo podía preguntarme por qué. Eso y llorar. Intenté apartarte cuando te acercaste para abrazarme y decirme que teníamos que irnos a ver a un médico. Quería gritar, pero no me salía la voz. Estaba rompiéndome en mil pedazos delante de ti y tú no podías hacer nada para evitarlo. Ni siquiera reaccioné cuando nos dijeron media hora más tarde que habíamos perdido al bebé, ya sabía que había demasiada sangre. Solo te miré, temblando.  

    ― Lo siento.― susurré muy bajito.  

    ― Yo también lo siento, cariño.  

    Me diste un beso tierno en la frente.  

    Los siguientes días fueron una sucesión de silencios y miradas cargadas de palabras no dichas. Al principio estaba enfadado. Lo estaba porque pensaba que eran nuestros primeros años, esos en los que nos merecíamos ser felices. Lo estaba porque nos queríamos y me dolía que no pudiésemos tener algo que otros ni siquiera deseaban y seguirían. Creo que pasó por todos los estados de ánimo tan solo en unas semanas. La tristeza, la desilusión, la melancolía. Después llegó la rabia, la ira, la incomprensión. El pensamiento continuo de que aquello «era injusto», que «no nos lo merecíamos».  

    Y, luego, sorprendentemente, llegó la calma.  

    Tener las clases y salir con Clara y los chicos fue un impulso, porque sentía que mi vida no giraba en torno a una sola cosa, sino que estaba haciendo algo útil, algo más.  

    Pero no siempre hemos recorrido todos los caminos cogidos de la mano, ¿verdad, Jungkook? A veces uno de los dos necesitaba soltarse. A veces uno de los dos se quedó atrás por mucho que hubiera intentado correr para alcanzar al otro.  

    Y en esa ocasión te ocurrió a ti. Tropezaste. Te raspaste las rodillas, pero no encontraste el valor para pedirme ayuda porque temías arrastrarme contigo. Lo supe luego. Lo supe aquella tarde, cuando llegué a casa y tú no me oíste entrar. Tenías puesta la música. Se suponía que iba a llegar más tarde, pero cambié de opinión a última hora y decidió que me apetecía más pasar la tarde contigo que con mis compañeros. Y allí estabas tú, sentado en el suelo del salón, con la espalda apoyada en la pared y la mirada acuosa y perdida.  

Me arrodillé delante de ti. Te acaricié la mejilla. 

    No dijiste nada, pero me rompió el corazón verte así. 

    Y te hice la pregunta que no debería haber retrasado tanto. 

    - ¿Qué es lo que sientes, Jungkook? 

    Respiraste hondo, apartando la mirada. 

    ― Siento… siento vacío y lo contrario a la vez.― parpadeaste ― Me siento todo el tiempo como si tuviese un nudo en la garganta y no sé por qué, ni siquiera lo entiendo, Joon. Y siento que debería estar más entero para ti, ser el más fuerte de los dos. Pero esta vez no puedo. Y me mata pensar que tu padre pudiese tener razón, que te des cuenta algún día de que tu vida no ha cambiado al casarte conmigo, porque te quiero más que a nada. Te quiero a ciegas, por impulso, porque te siento aquí.― te llevas una mano al pecho ― Y quería dártelo todo. ¿Recuerdas lo que te dije aquella noche? Que me enamoré de ti porque tenías el mundo a tus pies, pero aún no te habías dado cuenta.  

    ― Jungkook…― sollocé y te abracé fuerte. 

    ― Yo quería estar a tu lado cuando fueses descubriendo ese mundo tuyo que aún no sabías que te pertenecía, pero me da miedo que falte un trozo, un trozo tan grande que… 

    ― No.― te obligué a mirarme y el alivio me tocó cuando entendí que gran parte de tu dolor ya no estaba allí, cuando me di cuenta de que lo que de verdad necesitaba era hablar conmigo, decir en voz alta todo aquello, dejar que las palabras escapasen solas, sin pensarlas, sin preocuparse por una vez por ser tú el correcto, el que guardase la calma ― Tú siempre serás mi mejor casualidad. ¿Sabes por qué? Porque tenías razón: no lo sabía, Jungkook. Llevaba una venda en los ojos y no se me pasó jamás por la cabeza deshacer el nudo. Qué tonto suena ahora, pero ni siquiera sabía que existía esa posibilidad. Lo único que me enseñaron antes de venir a la ciudad fue a matar animales, preparar la comida y mantener la casa. 

    Sonreíste. Y pensé que tenías la sonrisa más bonita del mundo, como la que me dedicabas al conocernos, esa de medio lado que te llegaba a los ojos. Despreocupada. Sincera. 

    ― Ahora no te imagino haciendo eso. 

    ― ¿Matando animales?― me senté de lado en el suelo ― Tenías que verme, no se me daba nada bien. Menos mal que nos mudamos. La primera vez que mi abuela me pidió que matase a una gallina, pensé que sería fácil, pero… te seguro que no. Son más resistentes de lo que parece. Salí de allí despavorido y dejando el trabajo a medias. 

    Te reíste y se te formaron un par de hoyuelos en las mejillas mientras te sacabas el paquete de tabaco del bolsillo del pantalón y te encendías un cigarro. 

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro