Capítulo 9.
Actualidad.
El día había llegado. Las calles del pueblo estaban llenas de luces, música y el bullicio típico de la Semana de la Fundación. Entre los eventos más esperados estaba el concurso, donde se elegiría a la joven que representaría la gracia, el espíritu y la belleza de la comunidad.
África llegó acompañada por Jared, quien iba vestido con un elegante traje negro y una camisa blanca sin corbata, proyectando un aire relajado pero sofisticado. Jared, siempre atento, no se apartó de África, lo que no pasó desapercibido para cierta persona en el público.
Sarah, fiel a su espíritu reivindicativo, llegó junto a un amigo de Jared, Sullivan, un chico simpático y con una actitud despreocupada que hacía juego con el aire rebelde de Sarah.
Por último, Siena apareció junto a su hermano Colin, quien, con su atractivo natural y tatuajes llamativos, llamó la atención de todos, especialmente del grupo de chicos que estaba entre el público.
Entre el público Landon, Lucas y Tyler estaban en las primeras filas, observando con atención cómo las chicas desfilaban en sus trajes de gala para el baile inicial. Ninguno dijo nada, pero los tres intercambiaban miradas cuando Jared se inclinaba hacia África, Sullivan miraba de más a Sarah o cuando Colin ofrecía su brazo a Siena para ayudarla a subir al escenario.
—¿Quién es ese tipo? —preguntó Landon en voz baja, mirando a Colin con el ceño fruncido.
—Debe ser su novio —respondió Tyler, cruzándose de brazos.
Lucas no dijo nada, pero su mandíbula apretada lo delataba.
África llevaba un deslumbrante vestido azul eléctrico que capturaba todas las miradas. El diseño era ceñido hasta la cintura, resaltando su figura con elegancia, y se abría en una falda con capas de gasa que flotaban mientras caminaba. El escote en forma de corazón estaba decorado con pedrería que reflejaba la luz del escenario, dándole un brillo único. Su cabello, recogido en un moño alto, gracias a unas extensiones, con mechones sueltos, le daba un aire sofisticado pero juvenil.
Sarah apareció con un vestido que era más una declaración que un atuendo tradicional. De color negro mate, el diseño asimétrico tenía palabras como igualdad y empoderamiento bordadas en hilo plateado a lo largo de la falda. La parte superior del vestido era un corsé moderno con detalles geométricos, y la falda, de corte irregular, terminaba en picos que le daban un aspecto audaz. Su cabello estaba recogido en una coleta alta y llevaba botas negras en lugar de tacones, completando su imagen de protesta.
Siena, por su parte, parecía sacada de una película clásica. Su vestido rojo era ceñido, de satén brillante, con un escote de hombros caídos que enmarcaba su cuello y clavícula a la perfección. La falda tenía una abertura en el lado izquierdo, lo que añadía un toque de sensualidad sin perder elegancia. Llevaba el cabello suelto con ondas suaves, y un collar de perlas completaba el look, dándole un aire sofisticado y atemporal.
La música comenzó, y las chicas, junto a sus acompañantes, iniciaron un elegante vals en el centro del escenario. Las luces giraban en tonos cálidos, reflejándose en los vestidos y creando una atmósfera mágica.
Desde el público, Landon, Tyler y Lucas seguían cada movimiento.
—Ese tipo no puede ser su hermano, ¿Verdad? —preguntó Landon, todavía mirando a Colin con desconfianza.
—¿Qué hermano abraza así? —añadió Tyler, tratando de sonar casual, aunque su tono traicionaba su molestia.
Lucas simplemente negó con la cabeza, pero sus ojos permanecieron fijos en África y Jared.
Cuando terminó el baile inicial, el presentador invitó a las participantes a hacer una breve presentación personal, pero para los chicos del público, todo lo que realmente les importaba era quiénes eran esos misteriosos acompañantes y por qué estaban tan cerca de las chicas que ellos conocían, y tal vez querían más de lo que admitirían.
El salón se llenó de aplausos cuando el presentador anunció el nombre de la ganadora.
—¡La nueva Miss Maplewood es... Siena Simons! —exclamó con entusiasmo mientras Siena avanzaba al centro del escenario, recibiendo la corona y el ramo de flores.
La sonrisa de Siena era radiante, pero desde su lugar, África aplaudía con desgano, intentando mantener la compostura. No podía ignorar el nudo en su estómago. Había querido ese título más de lo que estaba dispuesta a admitir, y aunque había quedado como primera finalista, no era suficiente. Mientras las cámaras se centraban en Siena, África se retiró discretamente, pasando de los intentos de su familia por consolarla.
En el baño del auditorio África se apoyó contra el lavabo, mirando su reflejo en el espejo. Respiró hondo, tratando de calmarse, pero las lágrimas se acumulaban en sus ojos. La puerta se abrió, y Siena entró, aún con la corona en su cabeza.
—África —la llamó con voz suave, dudando en acercarse.
—¿Qué quieres? ¿Venir a presumir? —respondió África, con el tono afilado y la mirada fija en el espejo.
Siena dejó el ramo sobre el tocador, cruzándose de brazos.
—No vine a eso. Quería decirte que lo hiciste increíble. Si no fuera yo la ganadora, habría querido que fueras tú.
África se giró, sus ojos clavándose en Siena.
—¿En serio? No necesitas ser condescendiente. Sé que esto no significaba nada para ti.
Siena bajó la mirada, nerviosa.
—No es eso... —dijo, pero su voz tembló. Había algo extraño en ella, como si quisiera decir más pero no se atreviera.
África dio un paso adelante, observándola con atención.
—¿Sabes? Eres muy buena actuando. Siempre tan misteriosa, tan... perfecta. Pero conmigo no funciona, Siena.
—¿De qué estás hablando? —preguntó, su tono ahora más firme, aunque sus ojos se llenaban de lágrimas.
—De los mensajes anónimos —soltó, casi en un susurro cortante. La tensión en el aire se podía cortar con un cuchillo.
—¿Qué...? —Siena abrió los ojos, sorprendida, pero África no le dio tiempo de reaccionar.
—No te hagas la inocente —continuó África, con la mandíbula apretada—Siempre estás diciendo cosas raras, actuando como si supieras todo de todos. Si eres tú, te advierto: deja de jugar conmigo, porque si no, me encargaré de que todo el mundo sepa quién eres realmente y sepas cuáles son las consecuencias de tenerme como enemiga.
Siena dio un paso atrás, sus labios temblando.
—Yo no... yo no sé de qué estás hablando.
—Claro que lo sabes —tomó aire, intentando recuperar la calma, pero su voz seguía llena de veneno—No voy a dejar que sigas manipulando a todos como lo haces.
Sin esperar respuesta, África salió del baño, dejando a Siena sola. Siena se quedó quieta por un momento, sus manos temblorosas sujetando el lavabo. Cerró los ojos, reprimiendo las lágrimas, y su reflejo en el espejo mostró a una chica al borde de romperse, como si las palabras de África hubieran desenterrado algo más profundo de lo que nadie imaginaba.
Fuera del baño, en el pasillo del auditorio, África salió apresurada, con el ceño fruncido y la respiración acelerada, tratando de calmarse tras su enfrentamiento con Siena. Se detuvo un momento, apoyándose en la pared y cerrando los ojos, cuando sintió una mano en su hombro.
—África, ¿Estás bien? —preguntó Jared, su tono preocupado.
Ella abrió los ojos y se encontró con la mirada sincera de él. Jared siempre tenía una manera de estar en el lugar correcto cuando más lo necesitaba, aunque eso solo la hacía sentir más vulnerable en ese momento.
—No es nada —respondió, aunque su voz temblaba un poco.
—Eso no parece "nada". Sabes que puedes confiar en mí —insistió, dando un paso más cerca.
África dejó escapar un suspiro. Había algo reconfortante en su presencia, en cómo no necesitaba fingir con él.
—Es solo que... todo esto me supera —admitió, refiriéndose al concurso, al enfrentamiento con Siena, y a todas las emociones reprimidas que llevaba cargando.
Jared la miró con ternura, su mano todavía en su hombro.
—No tienes que cargar todo sola, ¿Sabes? Estoy aquí. Siempre lo he estado.
África lo miró, agradecida pero también confundida por lo que sentía. Antes de que pudiera responder, Jared hizo algo que ella no esperaba: acercó su rostro al suyo y, con una suavidad que la tomó por sorpresa, la besó.
Por un momento, África dudó, pero luego se dejó llevar, cerrando los ojos y devolviendo el beso. Era diferente, cálido, sin las complicaciones que siempre sentía con Lucas. Cuando se separaron, Jared la miró con una sonrisa tímida.
—No quiero presionarte, pero... ¿Me darías una oportunidad, real? ¿Una cita de verdad? —preguntó, su voz llena de esperanza.
África sonrió ligeramente, todavía procesando lo que acababa de pasar, pero algo en ella le decía que tal vez debía intentar algo nuevo, algo distinto.
—De acuerdo. Una cita.
Jared sonrió, aliviado.
—No te arrepentirás.
Lo que ninguno de los dos notó fue la figura de Lucas al otro lado del pasillo. Había salido a tomar aire y, desde la distancia, vio todo. Su mandíbula se tensó al ver cómo Jared besaba a África y cómo ella aceptaba su propuesta. No podía escuchar lo que decían, pero no hacía falta: la escena hablaba por sí sola.
Lucas apretó los puños y giró sobre sus talones, alejándose antes de que África pudiera verlo. Su corazón estaba dividido entre la rabia y el dolor, una mezcla que no podía controlar.
En una esquina del auditorio, Sarah y Tyler conversaban animadamente.
Tyler, con una sonrisa genuina, no podía dejar de observar el vestido de Sarah. El modo en que ella se movía, el brillo en sus ojos y la forma en que las telas del vestido casi parecían bailar con la luz del escenario le daban un aire casi místico.
—Me gusta tu vestido —comentó Tyler, sin poder disimular lo intrigado que estaba—Es... diferente, muy tú.
Sarah sonrió, halagada.
—Gracias, lo escogí con una intención bastante clara. No soy mucho de seguir lo que se espera de mí, así que pensé en mostrar algo que hablara por mí... Mi vestido, mi declaración, ya sabes.
Tyler frunció el ceño, interesado.
—¿Qué significa tu vestido para ti?
Sarah se quedó pensativa por un momento.
—Reivindicar el poder de las mujeres, por encima de lo que los demás digan sobre cómo debemos lucir, cómo debemos comportarnos... Es un recordatorio de que somos más que solo lo que los demás quieren ver.
Tyler asintió lentamente, comprendiendo.
—Eso es... poderoso—se acercó un poco más a ella, una sonrisa tímida apareciendo en su rostro—¿Te gustaría...
Antes de que pudiera terminar la frase, una voz grave interrumpió la conversación.
—Sarah, necesitamos hablar.
Era el Sheriff, con una expresión seria, mirando a Tyler con una mirada de advertencia. Sarah, visiblemente incómoda, se giró hacia él.
—Papá, ¿Qué pasa? —preguntó, tratando de esconder la incomodidad que sentía.
—Es algo urgente. Ven conmigo, ahora—el Sheriff no esperaba respuestas.
Sarah miró a Tyler, luego al Sheriff.
—Lo siento, Ty. Luego hablamos, ¿Vale? —dijo rápidamente, antes de caminar hacia su padre, dejando a Tyler de pie, algo confundido y decepcionado.
Una vez que Sarah se alejó, el Sheriff se acercó lentamente a Tyler, asegurándose de que no había nadie alrededor. Tyler lo miró, intrigado y algo molesto por la forma en que lo había interrumpido.
—¿Qué pasa? —preguntó, en tono desafiante.
Stefano lo miró con una seriedad que hacía que la tensión aumentara.
—Escucha bien, Tyler. Sé que estás interesado en mi hija, pero si vuelves a acercarte a ella de esta manera... te arrepentirás.
Tyler frunció el ceño, molesto por la amenaza implícita.
—¿Qué quieres decir con eso?
—Lo que quiero decir es que ambos sabemos que sé cosas, cosas que, si salen a la luz, cambiarían todo para ti. Todo lo que has hecho, todo lo que has dicho, se volvería en tu contra —advirtió el, bajando la voz para que sólo Tyler pudiera escuchar—Y no quiero ver a mi hija involucrada en ese lío. Así que, por su bien y el tuyo, aléjate de ella.
Tyler, incapaz de procesar completamente lo que el Sheriff había dicho, se quedó en silencio, mirando fijamente al hombre frente a él. La amenaza era clara, pero lo que más le inquietaba cómo podía afectar a todos.
Tyler se quedó allí, pensando en las palabras del Sheriff, y por primera vez, sintió que las piezas del rompecabezas que había estado armando comenzaban a encajar de una manera inquietante.
África llegó a casa con el peso del concurso aún apretándole el pecho. Apenas abrió la puerta, la algarabía habitual de sus hermanos pequeños la recibió. Lisboa, la más pequeña, corría con un muñeco en las manos, mientras Milán y Moroccan discutían sobre algo relacionado con un videojuego. Áfrican forzó una sonrisa y se acercó a ellos, acariciando la cabeza de Lisboa.
—Ya es tarde, ¿No?—dijo mientras trataba de sonar relajada.
—¡Queríamos esperarte para felicitarte! —exclamó Moroccan, sonriendo de oreja a oreja.
África suspiró, agradeciendo la ternura de sus hermanos, aunque la espina de la derrota todavía le doliera.
—Gracias, chicos. Ahora id a la cama, mañana será un día largo—les dio un beso en la frente a cada uno y los dirigió hacia sus habitaciones.
Su padre apareció en el pasillo, observándola con ese rostro que denotaba tanto orgullo como cansancio.
—Hiciste un buen trabajo, hija. Lo importante es que diste lo mejor de ti—le palmeó el hombro antes de irse hacia su cuarto sin esperar una respuesta.
África lo observó irse, deseando por un instante que pudiera decirle lo que realmente sentía. Pero no podía. No ahora.
Subió las escaleras hasta su habitación, cerró la puerta tras ella y se dejó caer sobre la silla frente al espejo. Se quitó lentamente los pendientes y comenzó a desmaquillarse, mirando su reflejo con ojos vacíos.
De pronto, su teléfono vibró sobre el escritorio. Miró la pantalla: Número oculto. Su pecho se tensó. Dudó un instante, pero respondió.
—¿Hola? —dijo con voz cautelosa.
Un silencio pesado se extendió por unos segundos, hasta que una voz ronca y distorsionada habló al otro lado de la línea:
—Sé lo que hiciste, África. Sé todo.
El corazón de África dio un vuelco. Se llevó la mano al pecho, tratando de mantener la compostura.
—¿Quién eres? —preguntó, tratando de sonar firme, pero su voz se quebró.
—Eso no importa. Lo que importa es que sé tu secreto. Y si dices una palabra de esta conversación, tiraré de la manta y arruinaré tu vida.
África sintió cómo se le helaba la sangre. Miró a su alrededor, como si alguien pudiera estar observándola.
—No sé de qué hablas... —intentó, pero su voz salió débil.
La risa al otro lado de la línea era gélida, cortante.
—Claro que lo sabes. Mejor no juegues conmigo. Ahora, haz lo correcto y cállate.
Antes de que pudiera responder, la llamada se cortó. África dejó el teléfono sobre el escritorio, con las manos temblorosas. Sus ojos se llenaron de lágrimas, pero las contuvo, apretando los puños.
"Tranquila", pensó. "Esto no puede salir a la luz".
Se tumbó en la cama, sin cambiarse de ropa, mirando al techo mientras trataba de organizar su mente. La amenaza pesaba sobre ella como una losa, y la certeza de que alguien sabía lo que había ocurrido le hacía el estómago un nudo. Decidió que no podía hablar de la llamada con nadie. Callar era su única opción.
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