Hay un árbol que quiero que no sé si el resto de personas quieren.

Un árbol que me dio sombra cuando temi y hojas cuando vergüenza padecí.

Uno cuya corteza al principio sentí su pequeño rechazo, pero que con el tiempo correcto se me hacía más amoroso, más enternecedor.

Un madero robusto con plumaje amarillento, que volaba a mí vista cuando el cielo despejado se tenía de fondo, luciendo poesía, luciendo azul.

Qué pena que seas lo último grande donde se parquean ineptos, donde no admiren tu abedul.

Lamento no poder brindarte el suficiente amor, mas el tiempo y tu firmeza harán que el tiempo te quiera incluso tras morir tú.

Y no importa cuánto pase o qué sea lo que pase, porque también en mi corazón te guardaré a tí.

Por ser poesía, por ser amor, por ser un árbol digno de devoción, quien en mis trayectos matutinos bien que me recibió, bien que decoró.