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Capítulo 15

El desagradable sonido del despertador me obliga a moverme y lanzar hacia atrás las mantas.
Estiro mis brazos y piernas y me froto los ojos.
Siento un peso extra en la cama y sonrío.
—Buenos días, cariño. —Cojo al animal entre mis brazos y lo saco de la cama.

Camino rápido hasta llegar al baño pues mi vejiga está gritando por descargar.
Me deshago del pijama y me meto bajo el agua, oyendo de fondo como el animal solloza.
Ruedo los ojos y enjabono mi pelo, lo aclaro y cierro la llave del agua.

Retiro el exceso de agua en mi pelo y me visto en un par de minutos.
—Vamos. —Susurro, encajando la cadena en su correa.
Abro la puerta y salimos de casa.
Paseamos, parando de vez en cuando, hasta llegar al parque.
—Buenos días, Jane. —Una voz familiar invade mis oídos y sonrío en su dirección.

—Hola Drew, ¿qué haces? —El muchacho se acerca hasta mí y se agacha para acariciar a Tobi.
—Necesitaba respirar aire puro y he salido a pasear un rato. —Da un par de pasos más y agarra uno de los mechones de mi pelo.
El frío de éstos se cuela hasta mis huesos y siento un escalofrío recorrerme.
—¿Salimos hoy? —Entre cierro los ojos y muerdo el interior de mi mejilla.
—No tengo demasiado ánimo para más fiestas. Ya he tenido bastante, gracias. —Suelto en tono juguetón.
—¿Maratón de películas?
—Choca su hombro contra el mío mientras una sonrisa nace en sus labios.

Le devuelvo el gesto y asiento.
—En tu casa esta vez. Las chicas son demasiado gorronas y me agotan. —Me quejo. Veo el momento perfecto para conocer su casa y echar un vistazo a mi objetivo.
—Hecho. Pero no esperes que cocine. —Ruedo los ojos y río.
—No te preocupes, morir envenenada no está en mi lista de deseos.

Tira del mechón de pelo que aún está entre sus manos hacia abajo, molestándome.
—¡Idiota! —Suelto mi cabello de sus dedos y me pongo de puntillas para tirar del suyo hacia atrás.
Sus manos se encierran en mi cadera y tira de mi cuerpo para alejarlo del suyo.
Su tacto sigue dándome asco pero estoy comenzando a acostumbrarme.

Me sigo aferrando a él, colocando ambas manos detrás de su cuello y eso nos hace forcejear mientras reímos. Él trata de alejarme y yo me encadeno a su cuello.
—¡Quita, bicho! eres pegajosa.
—Lloriquea entre carcajadas.
Oigo unos ladridos a los que estoy acostumbrada y eso nos obliga a parar y mirar hacia abajo.

El animal gruñe en nuestra dirección. Se ve que no le gustan las "peleas".
Al final me alejo de su anatomía y nos enfocamos mutuamente.
—Tampoco cocino tan mal. —Sisa entre dientes pero con aire de juego.
—Pediré pizza. —Le guiño un ojo y niego.
Rueda los ojos y mira hacia abajo mientras tira de las comisuras de sus labios.

Enrollo en mi mano la cadena del perro y le doy un último vistazo a mi amigo.
—Te veo luego, playboy. —Suelta una carcajada y levanta su mano para despedirse.
—Hasta luego, Tobi. —Serás capullo.
Con una sonrisa plasmada, regreso a mi hogar.

Dejo caer la cadena encima del sofá y voy a rellenar los cuencos de comida y agua.
Una vez que he terminado mi acción diaria, agarro mis objetos personales y me dispongo a salir de casa.
Cierro la puerta detrás de mi y me giro sobre mis talones.
Saco el aire de mi pecho y éste se convierte al mismo tiempo en vapor que se mezcla con el helado aire que corre hoy.

Miro de un lugar a otro, asegurándome de que no hay coches cerca y cruzo la calle.
La heladería está al otro lado del cruce y sólo necesito recorrer un par de metros más para poder abrir la puerta.
La abro, creando el melodioso sonido y me adentro.
En seguida me veo obligada a retirar las prendas sobrantes de mi cuerpo pues la calefacción cambia en momentos la temperatura de mi anatomía.

—Buenos días Tom. —El jefe sonríe en mi dirección y me lanza un donut que atrapo en el aire.
—Eso es, azúcar por la mañana. —La voz mañanera de Moira resuena en mis orejas.
—No es mi culpa que tu trasero acumule grasa como agua.
—Bromeo.
—Habló la señorita "comida caducada" —Le lanzo una mirada envenenada que la hace reír.

—Chicas, ¿qué tal? —Los tres nos sentamos en una improvisada mesa central. Devoro el dulce en segundos.
—Igual de buenorras. —El hombre canoso carcajea mientras yo tiro de mi labio inferior.
—Nosotras como siempre.
¿Qué hay de ti? —Apoyo ambos brazos en la mesa y le regalo una sonrisa socarrona.

—Yo también estoy bien. Ya sabes, como de costumbre. Esperando a que mi chica salga de trabajar para llevarla al cine. —La palabra "cine" me lleva a un peliagudo recuerdo.
—Cuidado con el cine... —Casi susurro, riendo ante el recuerdo.
—¿Qué? —Frunce las cejas sin entender lo que digo.
—Nada... —Vuelvo a susurrar, dejando que el misterio envuelva el aire.

—Mamá, no voy a volver a casa. Ni ahora ni nunca. —Ambos nos giramos para ver a la rubia. Ella está hablando por teléfono a nuestro lado pero ninguno de los dos nos habíamos percatado de ello.
—¿Todo bien? —Cuestiona el hombre cuando la ojiverde corta la llamada.
Mis ojos intentan buscar los suyos pero sé que intenta evitar todo contacto visual posible.

—Sí. Mi madre no acepta que nunca regresaré pero supongo que ya lo entenderá. —Sonríe.
Tom se pone a mi lado para hablar en mi oído y que ella no pueda escucharlo.
—Voy a hacerle un helado y que sonría un poco. —Me guiña un ojo y asiento.
La puerta del local se abre y aliso mi delantal -como de costumbre- antes de atender a quien sea.

Tomo la libreta y el bolígrafo y uso mi mejor sonrisa.
—Buenos días y bienvenido a HeladoWorld donde el helado es nuestra religión, ¿cómo puedo refrescar su mañana?
Termino de cargar la máquina del helado y estrello la punta de mi zapato contra el suelo repetidas veces, intentando entretenerme.

—¿Qué haces hoy? —La rubia se posiciona junto a mi y me observa.
—Voy a ver el películas con Drew. —Respondo con normalidad.
Sin embargo ella sonríe con picardía y apreto los dientes ante el gesto.
—¿Te lo beneficias? —Levanta las cejas y las baja, en un baile gracioso.

En otra situación me habría reído pero no en esta ocasión.
—No, Moira. Menudo asco. Tan sólo somos amigos. —Levanto los hombros y los dejo caer.
—Que aburrida. —Bufa. —Y perdona que te diga pero no me parece un asco.
—Agradable a la vista. —Acorto.
—¿Qué? 
—Que así le llamamos Rebecca y yo. —Especifico y veo como frunce el ceño.

—Que raras sois.
—Le dijo la sartén al cazo. —Le devuelvo la jugada y sonrío.
Unas horas después, terminamos nuestra jornada laboral y nos vamos a casa.
Pero yo me desvío del trayecto y voy hasta el hogar de la pelinegra.
—Aquí está tu hombre. —Uso un tono grave y ella ríe.

—¿No me traes flores ni nada? que sosa. —Se hace a un lado y me introduzco en la vivienda.
—Tú no me das sexo, yo no te doy flores. Es un trueque justo.
—Bufa por detrás de mí.
Camino hasta la sala principal y me lanzo al sofá.
—Quita las piernas del sofá, maleducado. —Pongo los ojos en blanco y me siento recta.

—Moira tiene un mal día por culpa de sus padres y había pensado que podrías quedar con ella. —Tuerce la boca y observo a través de sus orbes como cabila.
—Hecho. ¿Tú estarás ocupada?
—Sonríe de lado y golpeo su frente con un dedo.
—Conozco sus secretos, Becca. Conozco sus manías y costumbres. —Dejo salir, sintiendo un gran orgullo de mí misma.

Ella me devuelve el gesto pero con menos efusividad. Es una sonrisa tímida que no terminar de convencer y de nuevo veo algo extraño en sus ojos. Como las primeras veces que solíamos hablar de ello.
Pasamos un par de horas juntas y luego regreso a casa para cambiar mi atuendo.
El timbre suena y corro a abrir la puerta.

—Son las 17:00 justo ahora. ¿Lista, Master? —Asiento de un sólo movimiento.
—Lista, señor Bolt.
Salimos fuera de la casa y paseamos calentando hasta la zona de salida.
Calentamos piernas y brazos junto con el resto del cuerpo.
Y en unos minutos estamos listos para salir.

Recorremos la primera calle con lo auriculares puestos y la música a tope.
No solemos hablar mientras hacemos deporte, tan sólo nos dedicamos a escuchar canciones aleatorias y hacernos compañía.
De vez en cuando miro de reojo hacia él, no tengo idea de porqué pero lo hago.

Recorremos otra calle y el aire comienza a faltarme. Respiro hondo para intentar calmar mis pulsaciones.
Cruzamos otra calle y me deshago de los auriculares.
Siento como algunas gotas de sudor van cayendo desde mi frente y como el calor se va albergando en mi cara.
—¿Estás bien? —Asiento rápidamente y trato de sonreír.

—El deporte no es lo mío, no voy a negarlo. —Confieso. Suelto un par de carcajadas y atravesamos otra calle.
Un par de kilómetros después, vamos de vuelta.
—Las de comedia son más divertidas. Los dramas psicológicos son demasiado cargantes. —Ríe.
Muy de vez en vez -cuando nuestros pulmones nos lo permiten- iniciamos alguna conversación aleatoria que acaba con alguna sonrisa o un asentimiento.

Llegamos a nuestro destino y descendemos el ritmo.
—Te vengo a buscar en quince minutos. —Anuncia. Asiento y ando hasta mi vivienda.
Quito el sudor de mi cuerpo con una rápida ducha y me adentro en mi habitación.
Cojo unos pantalones y una camisa, me calzo unas zapatillas y una chaqueta.

Bajo las escaleras de dos en dos, cojo las llaves y le doy un beso a mi schnauzer antes de encaminarme a la puerta y esperar junto a ella.
Pasan exactamente quince minutos antes de que el sonido llegue hasta mi canal auditivo y tome el pomo entre mis manos.
—¿Quince minutos justos? me asustas, colega. —Jugueteo.

Larga una risa y agarra mi mano para tirar de mi.
Decidimos ir sobre nuestros pies hasta su casa pues sólo está a unas cuantas calles y el mundo ya está bastante contaminado.
Atravesamos la última calle y nos adentramos en una urbanización que me resulta conocida.
He estado aquí antes, ahora que recuerdo.

Te olvidas de todo cada tres segundos, Jane.
Las casas son de un blanco perfecto y las puertas tienen un tono azul oscuro bastante agradable.
—Bienvenida al hogar Stype.
—Encaja la llave en la cerradura y la abre en cuestión de instantes.
Con una de sus manos m indica el obvio camino mientras sonríe.
Es una casa de tamaño mediano, no muy grande ni tampoco pequeña.

Tiene una sala bastante amplia con un sofá y un televisor colgado de la pared.
Hay muchos ventanales que dan a la casa mucha luz y la hacen ver más grande.
Parece que estés vendiendo la casa, Jane. 
Río ante mi estupidez patológica y sus azuladas pupilas me observan con detalle.

—¿Dirty dancing? —Toma un taco de DVDs entre sus manos y me mira sonriente mientras señala el primero.
—No, gracias. No me apetece ver ente bailando. Ya llevo mucho deporte por hoy. —Bromeo.
—¿Bad boys? —Niego.
—Ya la he visto. —Confieso y veo como pone los ojos en blanco.

—¿Poseidon? —Vuelvo a negar y suelto una carcajada.
—¿Gente ahogándose? no gracias. —Chasquea la lengua y levanta las cejas. Sus ojos me muestran la incredulidad que siente y eso me provoca reír.
—¿Nothing to lose? —Muerdo mi labio inferior intentando no reírme en su cara. También la he visto, querido Drew.

—¡Jane! —Me riñe. Ahora si, suelto una risa y veo a través de mis orbes como me enfoca sin poder creerlo.
El chico tiene aguante, hay que reconocerlo.
—No sé como me aguantas.
—Digo sincera.
—Vale la pena. —Introduce una película que desconozco en el reproductor de vídeo y se lanza junto a mi.

—¿Ah si? ¿por qué? —Indago, apoyando mi brazo en el reposabrazos del sofá y al mismo tiempo apoyo la cara sobre mi mano.
—Eres mi mejor amiga, Jane.
—Me responde y puedo ver en sus ojos la sinceridad. Aclaro mi garganta y me pongo recta. Sonrío.
—Tú también el mío. Ahora deja el momentazo de telenovela y vamos a ver la peli. —Suelta una risa.

—No tienes remedio, mujer.
—Dejo de contestar a sus preguntas y me centro en la película.
Resultar ser sobre un policía algo desastroso que, con la ayuda de una taxista, va detrás de una banda de ladronas.
Seguimos viendo comedias hasta que la luna está instalada y acomodada en el cielo y es más de media noche.

—Debería irme, mañana tengo trabajo. —Me levanto del sofá y deposito un sonoro beso en su mejilla antes de andar hasta la puerta.
—¿Qué clase de caballero crees que soy? te acompaño a casa.
—Comenta antes de abrir la madera.
—No soy una princesa en apuros, ¿lo has olvidado? —Frunce las cejas y se torna serio.

—Ya lo creo que no. Pero voy a ir contigo igual. —Sentencia y sé que no tiene caso discutir.

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