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XVIII: La Guardia Real.

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   El Cuartel estaba construido como una media esfera, las alcobas y los salones de guerra rodeaban la arena en el centro. Ahí es donde Wilhelm estaba en ese momento. En las paredes se apilaban armas y tiros al blanco, así también como hombres hechos de paja.

   Will dio un fuerte y único aplauso y automáticamente los guardias comenzaron a entrenar.

   Boris y su escuadrón estaban en el centro, con ropas cómodas, descalzos y palos de madera practicaban de a turnos. Will caminaba entre ellos, supervisando y corrigiendo la postura de algunos o el golpe de otros. La defensa de todos era impecable, era lo primero que les había enseñado. También los había separado en grupos, se rotaban en las tareas, de las más simples a las más peligrosas. En poco tiempo tenía un grupo de hombres aceitados deseosos de actividad física y valor. Jamás podrían ganarle en fuerza a los Centinelas... así que les había enseñado a usarla en su contra.

   El único que no rotaba en actividades era Boris, él siempre se encargaba de la protección de la Reina. Poco hablaba del suceso de hace algunas noches, había fallado, así lo expresaba él. Luego de eso aprovechaba cada segundo libre para entrenar. Will observaba su rendimiento cada noche, se estaba transformando en un muchacho fuerte y la Guardia Real le tenía un gran respeto.

   —¡Suficiente! —exclamó Wilhelm.

   Los soldados pararon de luchar y en sus puestos se posicionaron rectos, con los palos en su mano derecha, la mirada sobre el Sargento. Will dejó escapar un largo suspiró y los observó detenidamente.

   —El peligro está en las calles de Vulpes, nuestro trabajo es proteger a la gente y a la corona. La verdadera guerra transcurre dentro de las paredes del Palacio de Zorros... —la voz del hombre viajaba con perfecta acústica por el tejado redondeado—. Tomaremos lo que podamos, obtendremos lo que queremos. No pediremos perdón ni permiso. No hay preguntas que hacer y no nos importan las respuestas, tenemos el poder de hacer el bien y no dejaremos que la opresión caiga sobre el pueblo.

   La puerta se abrió: Kaira, Victoriano, Vilkas, Farkas, Yong y Camila aparecieron en esta, con ropas simples y los pies descalzos.

   —Los mejores soldados... —Will detuvo su discurso por un segundo, sonrió. La atención de los guardias se mantuvo sobre él en todo momento—. Los mejores defensores son aquellos que no nacieron con el poder. Ustedes nacieron para proteger, por eso en estos últimos tres años Su Majestad y Sir. Torvar los han reclutado. Y en estas últimas semanas se han transformado en mi orgullo, preparense por que pronto se transformarán en el orgullo del pueblo...

   »Descansen, mañana es un nuevo día.

   —¡Si, señor! —respondieron todos al unísono.

   Los guardias ejecutaron un saludo militar y se dispersaron, hablando entre ellos como niños. Se fueron a sus alcobas a descansar, todos excepto Boris, quien se colocó en un costado de la arena en formación.
   Wilhelm dejó salir un suspiro y relajó su postura cuando los guardias se marcharon. Se pasaba día y noche entrenando diferentes grupos de guardias, todos tenían la misma fiereza y ganas de aprender y debido a los últimos sucesos Will no descansaba, temía quedarse sin tiempo y no estar preparado.

   Victor se acercó a él con una sonrisa, se dieron un breve beso y ambos sonrieron. Las puertas se cerraron, cada uno agarró su equipo y se colocaron en el centro de la arena. Wilhelm los observó en posición. Kaira con un arco y las flechas en su espalda, Vilkas con un martillo mandoble, Farkas con espada y escudo, Victoriano con un mosquete, Camila con un rifle de larga distancia y Yong con dos hachas de guerra.

   Will sonrió y dio un fuerte y único aplauso.

• ────── ☼ ────── •

   Grimn pasaba el peso de su cuerpo de la punta de sus pies a sus talones, con la camisa arremangada y el pantalón arrugado observaba las paredes de su alcoba. Oyó un movimiento a sus espaldas pero no se movió.

   —¿Qué haces aquí? —soltó con frialdad, rascando su barbilla—. Creía haber sido claro cuando te dije que al menos no volvieras por siete amaneceres.

   —¿No me has extrañado? —soltó la figura a su espalda—. Yo sí, por eso me pareció que no tenía nada de malo visitarte un rato.

   Grimn negó con la cabeza, la habitación estaba en penumbras mayormente. Oyó cómo la muchacha se arrojaba a la cama y reía. Bajó la mirada, la máscara de Lilith en el suelo, suspiró y volvió la mirada ante los papeles acumulados en sus paredes.

   —No tengo tiempo para ti ahora mismo —insistió Grimn.

   —¡Oh, vamos! —La muchacha se puso de pie y encendió una vela, caminó hasta estar frente a Grimn, se paró en seco. Él no se volteó a verla.

   La joven comenzó a dar vueltas por la habitación en completo silencio, observaba todas las paredes de la alcoba empapeladas con artículos del diario de Serendipia y notas de Grimn, así como páginas arrancadas de libros y bocetos de Lilith. "El Ángel" se leía por todos lados. Observó sorprendida el desquicio de los trazos y la obsesión en aquella habitación.

  —¡¿Qué demonios, Grimn?! —exclamó—. ¿Por esto no tienes tiempo para mí? ¡Has perdido la cabeza!

   —¡Cierra la boca! —gritó Grimn, finalmente dándose la vuelta y mirándole.

   —¡Estás obsesionado! ¡Me prometiste que esto no volvería a pasar!... ¿Sabes que? me marcho, yo no accedí a participar en esto y tú...

   —Callate y quítate la ropa —exclamó Grimn caminando hacia ella.

   —¡Tú y yo hemos terminado!

   Grimn dio un paso hacia adelante y agarró a la joven de la mandíbula, la vela se torció y la cera cayó sobre la palma de ella.

   —Callate. Y quítate la ropa —repitió con las palabras pausadas.

   —Vale, lo siento —susurró ella.

   Grimn apartó la vela, la abrazó por la cintura y la atrajo hacia sí, besándola con desesperación. Ella pegó un salto y enredó sus piernas en su torso. Se arrojaron en la cama, él sobre ella. Ella quiso besarlo y abrazarlo, sin embargo, él le arrancó la ropa de un tirón y la obligó a darse la vuelta. Ella soltó un grito cuando él la penetró sin ningún tipo de delicadeza.

   Las maderas de la cama comenzaron a quejarse, él clavaba sus manos en sus caderas y gruñía. No sacaba la mirada de los bocetos de Lilith en las paredes.

• ────── ☼ ────── •

   —¡Suficiente! —gritó Wilhelm.

   Kaira dejó salir un suspiro de alivio, el sudor recorría su cuerpo entero. Dejó el pesado palo de madera a un lado y observó los callos que se formaban en sus palmas. Boris le observó con una sonrisa, como enamorado. Camila se arrojó al suelo y Yong se rió de ella, él estaba bañado en sudor.
   Vilkas soltó un pequeño silbido, cargado de energía sonrió y se despidió de los jóvenes.

   —¿A dónde va tan apurado? —rió Will por lo bajo viéndolo marchar.

   —Creo... —Victoriano arrugó la nariz, con las manos en sus rodillas intentaba obtener el control de su respiración—... Sao.

   —Ah —dijo Will, luego soltó una carcajada—. Gran trabajo todos...

   —¡Agh! —exclamó Kaira, golpeando el aire con su mano. No se sentía una heroína ni de cerca, se sentía una fuente de sudor.

   —¡Eso fue divertido! —exclamó Camila desde el suelo.

   —No, no lo fue —murmuró Yong, sentado a su lado—. Creo que estoy muriendo.

   Kaira y Camila soltaron una carcajada, Victoriano señaló a Yong asintiendo con la cabeza, sintiendo sus palabras como una verdad propia. Will reprimió una risa, se limitó a sonreír e insistir que lo habían hecho increíble. Se distrajo observando a Farkas, quien continuaba entrenando. El resto del grupo se envolvió en una conversación por lo bajo, liderada por Camila quien contaba los textos sobre las Bestias que había estado leyendo. Ninguno hablaba de regresos, ni de huesos, ni de humo.

   No había ninguna profecía, la estaban creando de cero. Y nadie parecía capaz de dormir desde aquella noche. Sin embargo, se sentían más vivos que nunca.

   De brazos cruzados y pasos tranquilos, Wilhelm caminó hasta Farkas. El sudor caía por el rostro del muchacho y su cabello alborotado debido a los movimientos que ejecutaba una y otra vez. Sus nudillos estaban blancos debido a la fuerza con la que agarraba el escudo y la espada. Su cuerpo entero estaba tenso y sus ojos luchaban con un enemigo inexistente.

   —Saber cuándo parar también es algo que los mejores guerreros deben aprender —soltó Will con tranquilidad, con las manos entrelazadas detrás de su espalda.

   Farkas continuó con sus poses y ataques, negó con la cabeza.

   —Estoy bien, necesito perfeccionar mi velocidad —murmuró entre dientes.

   —Con cada movimiento que ejecutas tu velocidad disminuye. Tu cuerpo te está pidiendo que pares, Farkas —insistió Wilhelm, de pronto su voz era autoritaria.

   Farkas le ignoró.
   Sin cambiar de posición Will se dio la vuelta, el grupo les observaba en silencio. Lentamente el hombre caminó hasta la pared y tomó un escudo y una espada. Con tranquilidad se paró frente a Farkas. Este se detuvo y lo observó, la furia seguía en su mirada.

   —El mejor de tres. Si gano, paras —anunció con elegancia.

   —¿Qué obtendré cuando pierdas? —respondió Farkas, sonriendo finalmente.

   —Podemos entrenar toda la noche hasta que tus palmas sangren, si es lo que quieres.

   Se hizo el silencio, Farkas acabó por asentir con una sonrisa de entusiasmo.
   Camila y Yong les miraban sentados en el suelo, Kaira y Victoriano de pie junto a ellos observaban con detenimiento cada uno de los movimientos.

   Farkas comenzó a caminar con lentitud alrededor de Wilhelm, este no se movió, pero lo siguió con la mirada. El joven giró hasta estar fuera de su campo de vista, saltó sobre él, sin embargo el hombre se dio la vuelta y se apartó de su paso, golpeó su hombro con el escudo.
   Farkas rodó por el suelo y quiso incorporarse, pero el filo de la espada de Will estaba sobre su garganta.

   —Uno —dijo el hombre, luego se alejó tres pasos.

   Farkas se puso de pie y resopló.

   —¿Qué hice mal? —preguntó con tranquilidad, una gota de sudor recorrió su rostro.

   —Revelaste tus intenciones desde el primer paso que diste.

   Farkas asintió y esperó, con el escudo en alto, empuñando el arma hacia el frente. Will dio un paso y atacó, Farkas desvió el golpe con la espalda y dio la vuelta al cuerpo del hombre. Wilhelm giró con él, haciendo un arco con su espada, se encontró con el escudo de Farkas, que lo sostenía sobre su cabeza. Comenzaron a hacer presión, Will desvió la mirada, se encontró con el brillo en los ojos de Kaira. Estaba mirando a Farkas.
   Saltaron chispas, Farkas estiró su pierna y golpeó los pies del hombre al mismo tiempo que recibía la fuerza de la espada en su escudo. Wilhelm cayó al suelo, Farkas se paró frente a él y elevó el escudo en el aire. Lo bajó con fuerza y se detuvo a centímetros del rostro de Will.

   —Uno a uno —dijo Farkas con una sonrisa, apartándose de Wilhelm.

   Victoriano escondió una sonrisa detrás de su mano en una pose pensativa, no era un experto pero para él había sido muy claro que Wilhelm le había regalado aquel punto a Farkas, tirándose al suelo.

   El hombre rió y se puso de pie de un salto, atacó al instante. Espadas y escudos chocaban una y otra vez.
   Victoriano colocó su mano en sus labios y concentrado siguió con la mirada a Wilhelm, lo vio reír y luchar como si solo fuera un juego. No sudaba. Camila y Yong hablaban por lo bajo, intentando analizar la pelea y aprender de esta. Mientras tanto, Kaira permanecía con los ojos muy abiertos y la boca relajada, abrazaba sus propios brazos y podía jurar que el tiempo se detenía cuando veía a Farkas sonreír.
   Con sus ojos grises recorrió el movimiento de sus brazos, sus piernas estables con cada golpe de escudo que recibía, las luces reflejas en el filo del acero que iluminaban su rostro. Su mirada que brillaba cada vez que lograba defenderse y la ferocidad de sus ojos cuando encontraba el momento perfecto para atacar.

   Los hombres continuaban luchando, el punto decidido, Farkas no daba descanso y Will se mantenía firme. Farkas retrocedió y esquivó el filo de la espada, Will pareció perder el equilibrio y pasó frente a él, recibió un golpe del escudo y Farkas atacó. El escudo de Will en alto, la espada de Farkas presionando.
   Una rodilla de Will tocó el suelo, Farkas continuó ejerciendo fuerza. Si tan solo lograba apartar el escudo, el punto sería suyo y podría entrenar toda la noche. Tenía que volverse tan fuerte como Meena, para proteger a Kaira.

   Farkas sonrió y levantó la mirada. Se encontró con Kaira que lo observaba, y en el rostro de esta se dibujó una enorme sonrisa sin querer.

   Farkas cayó al suelo y su rostro se llenó de arena, Wilhelm había aflojado la presión de golpe, la propia fuerza de Farkas lo había derribado.
   El joven se incorporó ligeramente y el frío del acero tocó su rostro sin lastimarlo.

   —Intenta concentrarte en la pelea, no en el motivo por el que luchas —susurró Wilhelm lo suficientemente bajo para que solo él le oyera. Le tendió la mano para ayudarle a ponerse de pie.

   Ligeramente avergonzado, Farkas sacudió la arena de la ropa y levantó su espada y escudo del suelo. Victoriano caminó hasta Wilhelm, mientras Yong y Camila se dirigían a la salida, rascando sus ojos y bostezando.
   Farkas guardó todo en su lugar y se alejó hacia la puerta, Kaira le siguió en silencio y Boris a esta. La puerta se cerró a sus espaldas.

   —Pobre chico, lo has humillado —exclamó Victor divertido.

   —No era mi intención, le dejé ganar un punto al menos —susurró Wilhelm con una sonrisa, limpiando las espadas y colocándolas en sus soportes. No parecía estar agotado por la pelea—. Me lo he encontrado muchas noches entrenando aquí solo, sus músculos no descansan ni en la noche ni en el día.

   —Es el Rey Supremo, su mente y corazón tampoco descansan. Lo mejor que puede hacer es poner su cuerpo a la altura.

   Victoriano se paró frente a Wilhelm y agarró sus brazos con suavidad. Will lo observó con ojos coquetos y una sonrisa de lado. Las manos de Will acariciaron el rostro de Victoriano con paciencia, hasta que terminó por atraerlo hacia sí para besarle. Victor sonrió y besó aquellos labios que le habían devuelto la fe en el mundo.
   Dejaron de besarse, sin alejarse y con los ojos cerrados apoyaron sus frentes. Sus brazos rodeando sus cuerpos como un conjuro de amor incondicional.

   —Te amo, Victor —susurró Wilhelm, acariciando su espalda.

   Victoriano se alejó ligeramente con la sorpresa en su rostro y una enorme sonrisa blanca, colocó sus brazos sobre sus hombros y enterró su rostro en su cuello. Con el aroma de Wilhelm calmando cada fibra de su cuerpo, susurró sin una pizca de duda:

   —Te amo, Will.


   Farkas caminaba con la cabeza gacha por los oscuros pasillos del cuartel, los tablones de madera lo rodeaban y algunos guardias que patrullaban le saludaron. Abrió la pesada puerta y salió a los establos. Camila y Yong estaban unos metros más adelante, señalando las constelaciones. Oyó que le llamaban, se dio la vuelta y se encontró con Kaira a pocos centímetros de su rostro.
   Boris había quedado atrás, aún podía ver a Kaira pero no era capaz de oír lo que decían.

   Farkas no dijo nada, simplemente la observó. Jamás se perdonaría por lo sucedido; si no hubiese sido por Lilith, Kaira hubiese muerto. Farkas frente a ella no había podido hacer nada, entendió que no podía defenderla ante Grimn.
   Kaira le sonrió, tomó sus manos y susurró:

   —Estuviste increíble allí dentro —se acercó a él y sin soltarle las manos le dio un diminuto beso al costado de sus labios, tan suave y sutil que Farkas podía jurar que era como si la brisa te besara.

   Oyó las alas de una mariposa mecánica revolotear por los pasillos.

    Kaira se apartó y salió del cuartel, Camila le tomó la mano con una sonrisa de sorpresa, señalaron la Luna gibosa menguante. Juntas se metieron en el palacio. Boris pasó a su lado, reprimiendo una sonrisa.
    Farkas la vio marchar, y como quien se da cuenta que está completamente perdido cubrió su rostro con una de sus manos y apoyó la espalda en el umbral de la puerta. Levantó la mirada cuando sintió una mano en su hombro, Yong se reía de él. Farkas no pudo evitarlo, soltó una carcajada y abrazó a su hermano.

    —Este lugar es una de las pesadillas más hermosas que he conocido en toda mi vida —susurró Farkas.

    Esa noche, la Guardia Real pasó la noche entera fantaseando con la victoria. Por primera vez sintieron que podían ganar.

   Boris y Wilhelm se encargarían de que aquella sensación no abandonara sus filas. No había miedo suficiente para combatir la lealtad de esos hombres.


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