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XIX: Campos de Belladona.

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   Como siempre que jugaba, Sao ganó la partida de cartas. Soltó una carcajada y aplaudió como una niña, Vilkas frente a ella maldijo con una sonrisa. La pareja estaba con sus ropas de dormir, ambos sentados en la cama en Los Árboles Durmientes.

   —Ya, me rindo —soltó Vilkas elevando las manos al aire.

   —Oh, vamos. ¡Una más! —insistió Sao.

   Vilkas revoleó los ojos y comenzó a mezclar las cartas. Era un juego que Jolly había inventado para las niñas del Olympe de Gouges, le decían "Combate". Con las cartas del Tarot se repartían tres cartas por jugador, una carta por turno. Dependiendo de la carta y su posición, se determinaba la fuerza. Era el mejor de tres, y a Sao siempre le tocaban las mejores.

   Vilkas tiró su carta, Sao la suya. Ella ganó. Repitieron. Sao tiró su carta: "El Mundo", la carta más fuerte de la baraja. Sao dejó salir una carcajada nasal, Vilkas negó con la cabeza y arrojó las cartas al suelo. Sin dejar de reírse ella se recostó en la cama con su cabeza descansando en el regazo de él, quien automáticamente comenzó a acariciarle el cabello.

   —¿Cómo lo llevas? —preguntó él con tranquilidad.

   —Podría ser peor, podría ser mejor —Sao suspiró y sus ojos se aguaron.— ¿Qué voy a hacer, amor? ¿Llorar y patalear hasta que las Diosas las devuelvan a la vida?... Lo único que me queda es velar por los que aún están aquí.

   —Zheng... —le regañó Vilkas.

   —Estoy bien, Vilkas... estoy acostumbrada.

   Se hizo el silencio, los rayos de luz comenzaron a ingresar en la alcoba.

   —¿Y Lilith? —preguntó él con toda la suavidad que fue capaz.

   Sao se incorporó y su rostro se endureció, con el rostro serio exclamó:

   —No quiero hablar de eso.

   Vilkas se arrodilló en la cama y le besó la mejilla sin decir palabra.

   —Mantente con vida y estaré bien —susurró Sao mientras Vilkas la rodeaba con sus brazos.

   —Trata de no morir otra vez, o no me quedará otra opción que seguirte.

   Sao chasqueó la lengua y le golpeó con el codo, él rió con dolor. Ambos se arrojaron en la cama y observaron las telarañas en la madera, ya sabían sus patrones de memoria.

   —Sueño cada noche con la Bestia, daría lo que fuera por haber estado ahí... —murmuró Sao.

   —El castillo se siente extraño desde aquel entonces, todos van con miedo, cualquier ruido parece sospechoso y el silencio es aterrador... —Vilkas pensó en el relato de su hijo, en cómo apartado de todo observó a los dos bandos paralizarse de miedo. No pudo evitar recordar lo lejos que estaba de casa, confesó Farkas a Vilkas. —Los guardias dicen que se evaporó como un sueño, muchos aseguran que fue todo una ilusión, un truco.

   —¿Y Grimn?

   —Nadie lo ha visto, casi no sale de su alcoba. Cuando lo hace, es para ir al templo de Knglo.

   —Qué extraño... ¿Perderá la cordura antes del baile?

   Vilkas agitó la cabeza sin saber qué responder, luego besó la coronilla de Sao y se puso de pie. Comenzó a vestirse.

   —¿Cómo está la niña?

   El rostro de Sao fue invadido por una enorme sonrisa.

   —Increíble —respondió—, tuvo miedo al principio pero ya le agarró el gusto a las Artes Oscuras.

• ────── ☼ ────── •

   Okoye permanecía sentada en el círculo de césped en el Bosque Cenizo, la luz del alba la rodeaba así como velas blancas a su alrededor. Octubre guardaba distancia y cuidaba de ella con una sonrisa, sentado debajo de un árbol leía un poemario dedicado a las Diosas Olvidadas.
Las flores parecieron inclinarse y tirar hacia la niña. Mientras tanto en Apis, las velas en el altar de Ruby se encendieron de pronto. Esta apartó el libro que estudiaba, se arrancó los lentes emocionada y abrió la puerta de salida. Se subió a su carreta, tomó las riendas del burro y con dos fuertes golpes comenzó a galopar. Llegó al pueblo en pocos segundos, la protesta ya invadía las calles. Disminuyó el paso y con una sonrisa se integró en la multitud, invitando a algunas mujeres a subirse a la carreta.
   Carteles, antorchas, amuletos de Luna y prendas violetas, las mujeres gritaban libertad y justicia, mientras las Belladonas llenaban las paredes con dibujos de Makra, Durga y del Ángel. La magia de Okoye había sido una chispa simultánea sobre la rebeldía de las mujeres, como abejas obreras habían organizado una protesta en cuestión de minutos.
   La multitud llegó hasta Cuenca de las Abejas Obreras, Afrodisio se asomó por uno de los balcones sorprendido.

   Octubre observó como Okoye apretaba los puños, en el mismo instante que Ruby veía la mueca de dolor de Afrodisio, la preocupación en sus ojos y su mano tanteando el relicario en su pecho. El hombre se dio la vuelta oyendo su nombre en el aire, soltó un jadeo al ver las flores de su altar a Egot y Knglo marchitas, las ofrendas pudriéndose y las velas apagándose.


   Las flores parecieron dejar de tirar hacia Okoye, se relajaron en sus puestos al mismo tiempo que el viento se enloquecía y flores secas comenzaba a girar sobre la niña, quien soltó un pequeño grito asustada. La vela de las llamas temblaron.

   —Tranquila, concéntrate en Suscitavi —susurró Octubre. En su mano sostenía su reloj de siempre, que giraba enloquecido hacia atrás. No lo veía hacer eso desde los últimos hechizos de Jolly, pensó. Sonrío al entender que la gente podía morir, pero jamás sus deseos.

   La niña asintió y se serenó, las velas volvieron a arder con tranquilidad mientras las hojas danzaban como pequeñas hadas.


   Nico caminaba de lado a lado, Sebastián no le quitaba de encima la mirada a su altar. Las velas se encendieron, con gritos de pura emoción salieron a las calles.
   Se sumaron al gentío en el mercadillo y comenzaron a gritar por una sociedad justa para todos. Las Belladonas pasaron a su lado cabalgando a gran velocidad sobre enormes alces, en sus cuernos lana morada.

   —¡Esto es inaceptable! —vociferó Macabeo, los guardias correteaban asustados a su lado.

   El hombre dirigió su silla de ruedas apresuradamente hasta su sala de mensajeros, estos ya trabajaban rápidamente en una carta.

   —¡Señor, tenemos un problema! —dijo un joven de impresionante estatura y gran físico.

   —¡Mira fuera de La Fortaleza del Alce, niño! ¡Tenemos muchos problemas!

   Macabeo ignoró al joven y abrió las puertas de la mensajería hacia la sala de pájaros, se detuvo y se llevó la mano al pecho cuando vio las jaulas vacías y las paredes llenas de pinturas de las Belladonas.
   Un cuervo voló cerca de su rostro, el hombre gritó y en la emoción cayó al suelo, partiendo uno de sus dientes.


   Okoye relajó sus puños y las hojas cayeron a su lado como plumas. Suspiró pesadamente, se enderezó y segundos después oyó las olas que rompían en la costa a pocos metros.


   —Vamos, guapa, tú puedes —murmuraba Fedora, en Mare Turtur, de brazos cruzados frente a su propio altar en casa de sus ancianos padres.

   La vela blanca se encendió y aplaudió emocionada. Las lágrimas corrían por su rostro con una gran sonrisa, mientras las mujeres tomaban la playa debajo del Caparazón de la Tortuga Marina.
Las Belladonas rodeaban el gran tronco con cadenas moradas y candados con los nombres de las desaparecidas tallados en estos.

   —¿Qué hacemos? ¡¿Qué hacemos?! —gritó Celestino a sus siete jóvenes esposas, estas negaron asustadas en respuesta, con las pupilas dilatadas. —¡Inútiles!

   Se alejó de ellas con paso tambaleante, tomó un rifle y se asomó por el hueco de la ventana. Se sobresaltó cuando se encontró con una Belladona trepando por el tronco.
   El hombre gritó y dio un saltó hacia atrás, cayó al suelo y rodó sobre sí mismo. Vomitó la alfombra y perdió el conocimiento.


   Okoye relajó sus puños y soltó un jadeo cuando el agua de las olas llegó a sus piernas, la marea había subido impresionantemente. Sonrió y se puso de pie, las velas se apagaron. Se dio la vuelta y gritó:

   —¿Has visto, Octubre? ¡Yo he hecho eso!

   —¡Muy bien, pequeña! —Octubre la abrazó con fuerza y la levantó en el aire con una vuelta. La volvió a colocar en el suelo y notó que sus ojos lloraban sangre, una gota cada uno.— ¡Okoye! ¿Estás bien?

   La niña se tocó las mejillas extrañada, esparciendo el rojo en su rostro. Se llevó la mano a la nariz y olfateó el olor a óxido de la sangre. El crujir de la madera del Olympe de Gouges resonó en cada uno de sus huesos y su espíritu se removió en un remolino de olas.
   Con calma levantó la mirada, podía oír la respiración preocupada de Octubre.

   —Por favor, no le cuentes a Sao —rogó la niña.

• ────── ☼ ────── •

   Freyja le arrojó un zapato a Lilith, esta se dio la vuelta molesta y ladró:

   —¡¿Qué?!

   —¡Las velas!

   Lilith frunció el ceño y miró su pequeño altar improvisado al pie del sauce muerto. Las velas blancas estaban prendidas y el fuego danzaba en pequeños espirales. Lilith se puso de pie corriendo y se arrojó al suelo, de rodillas acercó las manos al altar sin saber qué hacer.

   —¿Hace cuánto están así? —preguntó Lilith.

   —No lo sé, diez minutos.

   —¡¿Y recién me lo dices?!

   —¡Te he estado gritando los últimos nueve minutos pero no dejabas de leerle las palmas a la maldita pared!

   Lilith no respondió, ni siquiera le oyó. Suspiró y enterró ambas manos en la tierra negra debajo del altar. Por un segundo oyó las plegarias de Okoye, llamando a todas sus hermanas a exigir justicia. Pero los altos susurros del más allá invadieron la mente de Lilith con miles de voces vociferando al unísono:

   Lilith ¡Lilith! Lilith, el fuego que quema te vuelve la piel indestructible. La vida comienza con la muerte y los fantasmas guían tus pasos. Lilith, Lilith, Lilith.
   ¿Qué estás esperando? ¡Te estamos esperando! ¡Arde, Aela! Prendelos fuego, Lilith, acaba con todos ellos ¡como acabaste con tu madre! ¡Selene! ¡Selene! ¡Zheng!

   Los brazos de Freyja tiraron de Lilith y la apartaron de las velas, sus palmas cubiertas de cera blanca y el rostro de Lilith morado, no podía respirar y sus ojos se agitaban en todas direcciones, asustados. El hechizo se había vuelto contra ella, alguien se había infiltrado en este.
Freyja la recostó en el césped y tocó su rostro, inspeccionando sus pupilas enloquecidas.

   Lilith se llevó ambas manos a la garganta, desesperada por un poco de aire. Comenzó a pegar patadas al aire y a marearse.

   —¡Maldición! —gritó Freyja luego de inspeccionar la garganta de Lilith y notar que estaba tan hinchada que el aire no pasaría.

   Tomó de su bolsillo un estuche de madera, en este se encontraba un pequeño tubo que parecía una caña de azúcar de oro. Las lágrimas cayeron por el rostro de Lilith mientras Freyja tanteaba la parte baja de su garganta con una mano, en la otra elevaba su instrumento. Tenía una punta filosa.

   El dolor que sintió cuando el metal atravesó su piel provocó la pérdida de conocimiento. Sin embargó, Freyja agitó su cuerpo, despertándola y la ayudó a sentarse. Lilith podía respirar, la garganta le quemaba pero el mareo desaparecía poco a poco.
   Estiró sus manos hacia su garganta y comprendió por donde estaba respirando, abrió los ojos y observó a Freyja incrédula. La desesperación la invadió.

   —No, Lilith, ¡espera! —A pesar de las palabras de Freyja, Lilith comenzó a chillar como pudo, ningún sonido salió. Ante esto, Freyja maldijo, sacó una perla negra opaca de su bolsillo y la colocó en su palma, le dio un golpe a Lilith con esta en la frente.

   Cayó hacia atrás en un sueño tan profundo como el océano.

...

   Cuando volvió a abrir los ojos estaba acostada en la cama boca arriba. Era de noche y había un olor extraño. Se llevó las manos a la garganta, se encontró con una cicatriz completamente curada. Estiró su brazo extrañada y se dio cuenta que estaba en perfecto estado. Giró la cabeza lentamente hacia la derecha, un cuervo muerto a pocos metros le llamó la atención.
   Se incorporó en la cama, todo estaba a oscuras. Freyja estaba sentada en el suelo a su lado, con la cabeza gacha. En apenas unas horas, su piel y su cabello se habían tornado casi blancos por completo. Por poco Lilith no le reconoció.

   —¿Freyja? ¿qué... has hecho?

   Freyja levantó la mirada, cansancio y resentimiento en su mirada.

   —¿En que te has metido, Lilith? —Freyja se puso de pie de un salto, enfurecida. Lilith le observó confusa. Se encogió ante sus gritos como una niña.— ¡Tenías la garganta quemada! ¿Puedes explicarme por qué tienes fuego en tus interiores? Te lo advertí... no te importó y te entregaste por completo, ahora eres su maldito instrumento.

   —¿De qué hablas?

   —¡¿Es que no lo entiendes?!

   —¡No! —Lilith se detuvo y le observó, se le hacía tan extraño lo mucho que había avanzado su vitiligo—. ¿Qué te ha pasado?

   Freyja negó con la cabeza y se pasó la mano por el cabello, miró el cielo nocturno y suspiró. Lilith esperó sin moverse.

   —No puedo crear vida, Lilith, no puedo darte tiempo y sacarlo de la nada misma. ¡Solo puedo curarte dañando otras cosas!... ¿No lo ves? Es lo que hacen las Diosas y los Dioses, quitan a unos para darles a otros ¡Y has perdido la cabeza si te crees que voy a dar mi vida por la tuya!

   Lilith se puso de pie sorprendida.

   —¡Wow! ¡Qué hermosa declaración de amor!

   —Oh, cierra la boca.

   Lilith oyó la risa de Jacoba. Dio dos pasos y empujó a Freyja, esta cayó al suelo sorprendida y la observó incrédula.

   —¡Dime que me calle otra vez! ¡Atrevete!

   Freyja le observó con el ceño fruncido, el pecho de Lilith subía y bajaba rápidamente. Acabó por alejarse, sin rumbo aparente. Cerró un puño y se lo llevó a la boca, como parando las palabras que amenazaban con dejarlas en ruinas.
   Soltó un gritó y pateó un barril, lanzándolo a la otra punta de la habitación. Tomó las sábanas de la cama y las arrojó al suelo. Empujó las botellas vacías en la encimera y disfrutó del sonido de los cristales explotando.

   De un golpe se sentó sobre una banqueta y apoyó ambos codos en la barra, intentando serenarse, sabía que Freyja le observaba.

   —Tienes la furia de mil bestias dentro tuyo y si crees que eso va a asustarme, te has equivocado —susurró Freyja a sus espaldas.

   —¡Me importa una mierda lo que provoque en ti!

   —Estás mal de la cabeza.

   Las botas retumbaron en el suelo cuando Lilith caminó hasta Freyja, levantó la mano para pegarle pero Freyja le detuvo en el aire.

   —Mírate, ¿qué intentas hacer? ¿matarme? ¿En los brazos de quien te refugiarás? —susurró Freyja con tranquilidad—. ¿Volverás corriendo con Zheng Yi Sao? ¿Crees que te recibirá de vuelta?... Mira en lo que te has convertido.

   Freyja le soltó la mano y la empujó, la espalda de Lilith chocó contra el tronco del sauce. No se defendió, estaba sin palabras y sin fuerzas. Los ojos de Lilith abiertos como una niña triste, Freyja escupiendo las palabras en su cara:

   —Eres una decepción.

   El sauce se envolvió en llamas al instante.

   Freyja dio dos pasos hacia atrás, no estaba sorprendido, el fuego se reflejaba en sus lentes. Sonrió y bajó la mirada hacia Lilith quien seguía con ambas palmas en el árbol.
   Freyja estiró la mano y tiró de la falda de Lilith, la atrajo hacia sí y la tomó del rostro, abrazándola por detrás y obligándole a ver las llamas.

   —Mira de lo que eres capaz cuando no reprimes tus sentimientos.

   Lilith sonrió, observando las chispas que se elevaban en el cielo entrelazó sus manos con las de Freyja.

• ────── ☼ ────── •

   En el Puerto de los Viajeros Perdidos, una Belladona de ojos negros y largo cabello ondulado color chocolate le daba los últimos retoques a una pintura de Aela asesinando a Rekjo, llevaba dos guantes de cuero negro en sus manos. Otra Belladona a su lado colocaba flores de belladona en el altar a los pies del mural.
   La muchacha de guantes de ladrón, observó unos reflejos de luz en la pintura fresca, se dio la vuelta y observó el mar abierto. La otra se incorporó y siguió su mirada.

   Había fuego en Verum.

   Ambas se miraron y a través de sus pañuelos morados sonrieron.


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