THOMAS DEVERAUX
DEDICADO A SLUCRECIAH
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THOMÁS DEVERAUX
Washington, EEUU
«Un día más sin ti, Carmen, amor de mis amores»
Piensa mientras regresa a casa en medio de la caravana de camionetas negras, con su esposa mirando por la ventanilla salpicada por las gotas de lluvia, formando la tormenta cayendo sobre Washington, en una cortina interminable que choca contra la carrocería con el helaje colándose ligeramente dentro a pesar de los vidrios blindados cerrados. En un trayecto que se hace eterno en su mente, llegan a su destino en donde los guardaespaldas se bajan primero inspeccionando el espacio, para luego abrirle la puerta a él y su esposa, pero Thomás, sumido en un silencio ensordecedor, recorre el camino de grava rápido como relámpago hasta el despacho en donde abre las puertas dobles de roble oscuro cerrándolas apenas pasa, caminando directamente al tocadiscos, encendiendo un puro cubano. Inmediatamente el Requiem Lacrimosa suena por todo el despacho, la música con su característico tinte oscuro invade el espacio resonando estridentemente, pero ni aún así se la puede arrancar de la mente.
Ha pasado toda la mañana en una rueda de prensa programada el peor día del año para él: cuando su mujer amada accedió a ser su novia; recordarlo es amargo porque la ha perdido para siempre. Recuerda el momento como una fotografía que no ha perdido la forma, ni el color vívido, pues aún le parece sentir el sutil aroma de lavanda de su shampoo, o el de su piel a naranja, así como la sensación dentro de su pecho.
Las voces en el habitáculo donde estaban los periodistas se concentraban cuando empezaron a indagar una tras otro, ignorando el estado de sus pensamientos más internos, incluso al mismo tiempo creando una sinfonía volviéndose irritante, pero en su mente embotada lejana de la realidad, anclada a la brillantez de un pasado que aún no puede dejar atrás, se sentía muy ajena a la situación; tiene una espina de rosa clavada en el alma, enterrándose tan profundamente que ya es imposible sacarla para dejar sanar una herida abierta, que permanecerá así hasta el día de la llegada de la inasible muerte segura, aunque él lleve años sintiéndose como un muerto andante.
El puro se consume al igual que sus pensamientos coherentes, pues cuando piensa en ella, su ella, todo se ennegrece, se vuelve un oscuro túnel sin salida, mohoso, desagradable dando la sensación de vacío interior. Cuando se enteró de la muerte de la mujer que más había amado en el mundo y sigue amando con cada respiración y latido de su corazón, la vida se le fue por mucho tiempo. Era un cascarón vacío sin sentido, alma o aspiraciones vagando por la tierra como un simple cuerpo que no sentía ni padecía.
—¿Estás pensando en ella? —pregunta una voz rencorosa a su espalda, sacándolo de sus cavilaciones con la mujer dueña de un cabello de fuego. Isobel Müller de Deveraux, su esposa, se encuentra como todos los años el mismo día: furiosa—. ¿Por qué, Thomás? ¡Está muerta! Nunca has podido darme ni el 10% de amor o atención de la que tuviste con esa traidora!
—De Carmen no hables, menos le digas traidora —suspira cansado él, pasando una de sus palmas heladas por la cara justo cuando Isobel patea el tocadiscos desencajando el vinilo.
—¡Esa mujer casi jode a todos, pero ni tu padre ni tu pudieron verlo porque se cegaron con su inocencia! —grita encendiendo la chispa de una llama flameante dentro de su esposo, removiendo el recuerdo de una sonrisa encantadora que podía dominar a cualquiera con su forma indómita de ser.
—No hables más, Isobel, vete por favor. No estoy para reclamos —espeta Thomás aspirando del puro, pero ella, carcomida por una envidia vieja clavada en su corazón, lo toma de su boca arrojándolo al suelo.
—¡Siempre estuve para ti! ¡siempre me tuviste y con la misma intensidad me ignoraste! —sigue exclamando Isobel, con las imágenes de su juventud en donde Thomás siempre fue el amor platónico desde niña.
—¿Y no me casé contigo? ¿no tuvimos hijos? ¡No me reclames ahora, es un pésimo día! —finalmente se pone en pie para caminar hacia su esposa, acunando su rostro enrojecido por la cólera entre sus manos porque la quiere, después de todo, es la madre de sus hijos, la mujer que carga con razón absoluta cuando dice que siempre estuvo ahí para él, lo amó, apoyó, impidiéndole tirar la toalla, aun cuando el mundo ennegrecía, pero también carga razón al mencionar que el amor por Carmen Santo Domingo no se puede comparar con la sombra de lo sentido por su esposa. La mujer de ojos avellana y pelo de fuego, fue, es y será el gran amor de su vida.
—¡Te casaste conmigo porque fui tu segunda opción! —espeta ella zafándose del agarre tierno, con una ira latente que no sabe cuanto más aguantará. Veintidós años después, su esposo, el hombre que ama, no puede olvidar a la mujer que perdió.
—¿Y este escándalo? —dice Sofía Deveraux entrando con su porte lleno de elegancia, vestida impolutamente de negro y gris con una chaquetilla de bordados en las mangas y hombreras clásicas en los blazers con diseño antiguo, luciendo un pantalón tan negro complementando el traje hecho a medida—. Su nieto está dormido —murmura refiriéndose al bebé recién nacido de la hija menor de Thomás e Isobel, Annaliese de tan solo 20 años
—Nada, madre, no se preocupe —dice Thomás, pero la mujer, sabiendo qué día es y el vacío que siente su hijo, interviene.
—Sí pasa, señora Sofía, su hijo sigue con el fantasma de esa mujer atravesado y no soporto más —chilla Isobel con lágrimas de impotencia.
—Tranquilízate, por favor —dice Sofía haciendo un llamado a la cordura—. Hacer esto no remediará la situación, créeme.
—¿Y qué hago? Le he dado todo a su hijo ¿Y recibo? Ser la segunda —dice con su interior entumecido por la tristeza.
—No lo veas así, trata de entender...
—Lo siento, señora Sofía, pero usted no puede entender lo que llevo dentro, su esposo siempre la amó como su prioridad, en cambio yo soy la opción de descarte —termina saliendo cabizbaja de la oficina, sabiendo que su esposo siempre ha sido amoroso, respetuoso y fiel, pero su corazón siempre le perteneció a otra.
—Esto no está bien, Thomás —niega la mujer mayor haciendo a su hijo suspirar—. Vas a arruinar tu vida por alguien que no puede volver. Hijo mío, entiendo tu sentimiento, pero ha pasado mucho tiempo.
Sofía Deveraux, una aristócrata perteneciente a la alta sociedad de su ciudad natal, Madrid España, migró a Estados Unidos llevada por la carrera de su entonces esposo Teobaldo Deveraux, quien incursionó desde muy joven en asuntos políticos, por ende, ella estaba perfectamente enterada de todas sus movidas, descubriendo pronto que la política, la corrupción y el tráfico ilegal son tres plumas del mismo pájaro agreste. Ella siempre muy recta, recatada e inquisitiva criada en cuna de oro, calló la verdad con tal de mantener el nivel social y el prestigio que su matrimonio le otorgaba, pese a ello, nunca le faltó la humildad dentro de su corazón, filántropa por vocación y fundadora de diferentes organizaciones benéficas en pro de los más necesitados, la hacían una mujer amada por todos.
Un día, diez años atrás, cuando Teobaldo se movía por las aguas turbulentas de una maquinación fraudulenta, sumido en el sopor del estrés por ser descubierto, le iniciaron la primera investigación cuando aspiraba a ser gobernador del estado de Nevada, pero la forma truculenta de poder enfermizo que tenía, hundió el proceso hasta hacer destituir a diferentes empleados por orden directa de las entidades gubernamentales, todos y cada uno de quienes hicieron parte de dicha investigación. Desde ahí el apellido Deveraux empezó a cargar con un estigma de corrupción y Sofía se veía constantemente envuelta en escándalos por periodistas que insistían en culparla por los actos de su marido, aunque ella sabía que tenían razón, el cómplice y el criminal tienen la misma naturaleza, la misma mente macabra capaz de complementarse una con la otra para cometer cada vez más delitos, fue así como una declive en su estilo de vida la orilló a volver a España bajo el seno protector de su familia, pero había regresado a Estados Unidos cinco años atrás para apoyar la carrera de su amado hijo: Thomás.
El mayor de cuatro hermanos, Tomasito, como le decían en casa, era la mente más sagaz de la familia, desde temprana edad empezó a mostrar aptitudes para el liderazgo que parecían inherentes a su personalidad fuerte y aguerrida, que heredó el espíritu filántropo de su madre, ayudando desde joven a quien necesitaba una mano amiga. Thomás acompañaba más que gustoso a su madre a las obras benéficas y construía casas en jornadas largas, aunque no le pesaba hacerlo; sabía que la razón por la cual sudaba, quedaba exhausto y sus músculos clamaban por un descanso, valía totalmente la pena. Continuó haciéndolo hasta entrados sus veintes donde empezó en la política como un escalón más para seguir con su misión, pero dentro de la cabeza de Thomás algo no corría con normalidad, la lobreguez de sus más profundos secretos lo llevaban a rozar la locura pues disfrutaba de ellos, así como se arrepentía como si un ángel y un demonio coexistieran dentro de su cuerpo.
Empezó a temprana edad torturando animales pequeños, por los mismos que luego lloraba mares de lágrimas saladas, por la ambivalencia de sus sentires encontrados. Hallaba placer en el dolor de otros, la excitación de su eros al máximo, en ese sentimiento energizante corriendo por sus venas raudamente al saberse dueño, amo y señor de la vida su merced, quien o lo que falleciera por su decisión arbitraria desafiando el plan de Dios para esa alma caída en la desgracia de un ser dominado por fuerzas oscuras.
Su mejor amigo, quien podía y aun puede entender mejor que nadie la deidad sangrienta que tomaba posesión de su cabeza en momentos cruciales, almacenados en segundo plano dándole segundos borrosos en su memoria, como una laguna de desorientación. Kaan Karaman, hijo de su padrino, Kadir, sufría lo que después se entendió como un trastorno psicológico, producto de la crueldad de su padres quienes les obligaba a ambos niños a ver las torturas inhumanas y los asesinatos de La Triada desde su primera infancia. Kaan sabía de primera mano la forma agresiva de su alma, pero a diferencia de Thomás, dejó acrecentar esa parte de sí mismo.
Tomasito trató de persuadir a su amigo del alma para alejarse del tráfico, pero Kadir se lo impidió coaccionando a su hijo para tomar su lugar, aunque en conversaciones con su amigo, Kaan se desahogaba de lo cansado de fingir la frialdad con la que debía manejar La Triada, lo exhausto que se sentía. La última vez que hablaron del tema, hace un año, Kaan se escuchaba desesperado por salir de esa vida, pero según seguía viendo Thomás durante el telediario, la red se fortificaba y volvía mucho más poderosa, macabra y famosa por cruel, pero por más que lo intentó, no se pudo desligar completamente de la vida corrupta que le perseguía como perro rabioso tras una gallina, era esa parte de su familia igual a una sombra macabra, siempre ahí, proyectada para no olvidar su existencia jamás.
—¡Thomás! —el chillido de su madre le hace percatarse que se ha perdido, quien sabe hace cuantos minutos, en el camino pedregoso de los recuerdos—. ¿Estás escuchando?
—No, madre, lo siento —contesta él caminando a la botella de cristal de Bohemia que contiene whiskey de malta, sirviendo en un vaso con la misma texturización del cristal picando ligeramente en los dedos de Thomás quien sigue cavilando mucho más allá de las cuatro paredes de su despacho, sin poder quitarse de la cabeza la pesadez—. No puedo dejar de pensar que todo lo que hicimos para mantenerla con vida sirvió de nada por confiar en el equivocado.
—Yo también la extraño, Thomás, sabes que no le tomó mucho tiempo para amarla profundamente, pero Carmen se ha ido y no puedes destruir tu matrimonio por un fantasma.
—¡Ese maldito ser despreciable no se la llevó solo a ella! Incluso a Vladimir... no me importa que me mintiera, sé que sus sentimientos por mí eran reales y yo solo quería que fuera feliz. Conmigo o con él...
La curva más perfecta de Carmen estaba en la boca y el arma más poderosa, sus ojos vivaces que le heredó a esa hija asesinada de la manera más cruel junto con ella, cortando la vida que prometía tanto para su futuro, luego de sus primeros años de vida escondiéndose del monstruo de Karenina Petrova e Ivalyo, aunque ignoraba el peligro que se cernía sobre ella desde el momento de su nacimiento y que, de haber sobrevivido, seguiría poniéndola en riesgo. A veces visita la tumba de Carmen y la pequeña en Colombia, viaja exclusivamente a llevarle los girasoles que tanto amaba con los ojos llenos de lágrimas por el sentimiento desgarrador que aun se apodera de él como un ente demoniaco, encendiendo la llama de una ira cegadora encaminada a la venganza por ella, pero Karenina es la madre de su otro hijo Dmitry, no es capaz de materializar los pensamientos bizarros que llenan su mente buscando cobrar la vida más importante de la suya, como un rayo impactando contra la tierra en una descarga ya anunciada por el trueno de su resentimiento.
—Cielo, no puedes seguir flagelándote —dice Sofía trayéndolo de nuevo a la orbita del presente en donde los rayos de un crepúsculo vespertino entran por el cristal blindado del despacho con vista al jardín donde cultiva girasoles con el esmero y la pasión para nunca olvidar.
—Lo sé, pero no es...
—¿Thomás? ¿estás aquí? —pregunta Marco Benavente, su asesor presidencial, el maestro titiritero tras las acciones, palabras y formas de llevar sucesos, pero sobre todo un gran amigo, que poco a poco le va asegurando la victoria gracias a su gran estrategia calculado con anticipación, frialdad y fiereza para luchar por el poder, el escalafón más alto entrando en el despacho, ha llegado la hora de su cita para planear el próximo debate con los otros cuatro candidatos a la presidencia—. Hola, amigo ¿Cómo te fue? Señora Sofía —saluda a la mujer que se avecina a darle un abrazo corto, para retirarse después asintiendo con la cabeza a modo de despedida.
El hombre de cabello castaño claro, barba incipiente en su mandíbula marcada y ojos color camel rodeados de pestañas voluminosas y cejas espesas, le mira extrañado.
—Hola Marco, pasa rápido por favor —dice pues va pasando una de las empleadas de servicio a su espalda, atenta a todo—. Siéntate. Todo salió de maravilla en realidad ¿Qué ha pasado de nuevo?
—Sokolov insiste en cerrar el trato —dice Marco cruzado de piernas—. Dice que sus socios le están presionando.
—Su vieja relación con Abdul Sayyid me hace dudar. Sus negocios están salpicados de mierda sin excepción, ni siquiera telecomunicaciones se salva.
—Alexei fue obligado a lavar el dinero por Abdul, ni siquiera por La Triada, y cuando el dinero fácil, más adictivo que cualquier otra metanfetamina o psicotrópico llega, no hay vuelta atrás —replica Marco aspirando del cigarrillo marca Mustang, su favorita de todas las existentes por su sabor intenso que se extiende por su lengua, llenándolo de éxtasis momentáneo—. Pero ha ido saliendo poco a poco, si fusionamos las cadenas hoteleras la productividad se aumentará en un 200% en menos de tres años y hay una agente del Consorcio Praetor que puede ayudarnos, abanderándose. Es una de las mejores cuando de atrapar criminales se trata y podemos hacerla parte de la campaña.
—¿Cómo se llama?
—Tengo su nombre anotado, pero no aquí. Ya la conocerás —murmura con cierta emoción en sus ojos como si la idea le
Thomás no lo sabe aún, pero Isabella Fox llegará a trastocar su vida.
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