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55. Un detalle desconocido

Y la sonrisa se borra cuando veo que el pervertido está saliendo del edificio, con mi mamá tomándole la mano, y le da tremendo beso de despedida. Mi mamá vuelve a entrar —al parecer no ve mi carro— pero Perbelardo sí me nota, a pesar de que traté de agacharme hasta casi desaparecer dentro del vehículo. 

Pero claro, ¿cómo no me iba a notar si por andarme escondiendo presioné el pedal para acelerar y el carro hizo un ruido horrible? ¿Por qué la vergüenza no es una de las causales de la combustión espontánea? 

—Señorita Alcalá, ¿escondiéndose de alguien? —pregunta luego de acercarse a mi ventana.

—No, obvio, se me cayó por acá una moneda y la estoy buscando. 

—¿Así está de dura la situación que tiene que agacharse de esa forma para buscar una moneda?

—Es una moneda importante. —«¿Y a usted qué le importa, viejo verde?», pienso.

Para no darle más pie a que se siga burlando de mí, me levanto, vuelvo a acomodarme y pongo la primera para ir a guardar mi carro en el garaje.

—¿No la va a seguir buscando? Si quiere le ayudo.

—No, gracias, luego la busco. Hasta luego. —Meto el acelerador a fondo y arranco cual carro de Fórmula Uno hacia mi parqueadero. 

A pesar de que casi me llevo al portero por delante, logro parquear sin mayores problemas. Antes de bajarme del carro veo si el moro ya abandonó la costa, y efectivamente, ya no veo a Perbelardo por ningún lado.

Dejo escapar el aire de mis pulmones con fuerza. No quiero ver en estos momentos a mi señora madre porque sé que cualquier cosa que le diga sobre el sugar feto lo va a tomar a mal; va a decir que no quiero verla feliz, que se arrepiente de haberme traído a este mundo y muchas cosas más. Me quedo un rato en silencio, con los ojos cerrados tratando de callar mi mente por un rato y prepararme para la batalla, cuando vibra mi celular. 

Mensaje de Samuel:

Quieres pizza?

«Mi salvador». Cualquier otro día le habría agradecido y le habría dicho que no, que ya es tarde. Son casi las diez de la noche. Pero hoy, una pizza con el vecino es bastante tentadora.

Mensaje de Scarlett:

Pero si me guardas el pedazo más grande :)

Mensaje de Samuel:

Entonces tienes que venir ya, Samuel y Óliver no le guardan comida a nadie.

Tanto la pizza como evitar verle la cara a mi mamá en este momento parece bastante tentador. 

«Y ver a Óliver». Pensarlo me hace sonreír.

 Le hago caso a Samuel y voy a su apartamento. Se ve algo desordenado, y no escucho el acostumbrado "disculpa el desorden" que decimos las personas que somos conscientes de que nuestra casa es un chiquero y, aunque nos apena, no hemos tenido o el tiempo o las ganas para arreglarlo. 

—¡Hola, vecina! Casi no llegas. Tu pedazo de pizza no iba a resistir mucho más —exclama Samuel con un tono muy relajado, amable y divertido.

—¡Pero si hace menos de cinco minutos me escribiste!

—¿Y no crees que guardar comida por más de un minuto es una eternidad?

Me hace reír y me siento en su comedor. En la caja de pizza aún quedan tres porciones, y es todo lo que hay. Ni platos, ni cubiertos, ni servilletas. 

Samuel mete la mano a la caja y toma una porción. 

—¡Ey! ¿Por qué me quitas mi pizza? —exclamo en un tono divertido. 

—Estos dos son tuyos, este es mío —afirma antes de morder un enorme bocado.

—¿Y tu hermano ya comió? Pensé que el otro pedazo era de él.

—No se ha despertado, pero ya le guardé su parte en el horno —responde con medio bocado de pizza aún en la boca.

—Eres tan tierno que me dan ganas de adoptarte —lo molesto.

—Eso es precisamente lo que necesito cambiar. Al parecer todo el mundo tiene ganas de adoptarme.

Mientras como mis dos porciones de pizza, él me cuenta que la muchacha que le gusta lo metió hasta el fondo de la friendzone y que no sabe cómo salir de ahí. Pasamos unos agradables minutos hablando del tema, tratando de hacer un plan para que la muchacha lo vea irresistible —aunque tal vez su hermano sepa más del tema— y me hace olvidar de mi loca vida por un momento. 

Hablando de su hermano, ¿seguirá durmiendo? Creo que llevamos una hora conversando y no ha salido a desfilar con una diminuta toalla colgando de la cintura, como me imagino cada cinco minutos. Bueno, a estas alturas me gustaría verlo aunque fuera con un traje de esquimal.

—¿Y tu hermano... desde qué hora está durmiendo? —pregunto después de unos minutos en los que calla Samuel. 

—Desde que llegó. Es raro, a él no le gusta tanto dormir de día.

—¿Estará enojado por algo?

—¿Y por qué iba a estar enojado? Acabó de llegar, y si fuera por mi desorden ya me habría dado gallina. Eso le encanta a él. 

—Puede ser que esté enojado con alguien más.

—No creo... ¿o tú sabes algo? 

—Bueno... creo que ya es hora de que me vaya.

—¡Ah! ¡Entonces está enojado contigo! —exclama como si hubiera acabado de descubrir una verdad importantísima para la humanidad... como la ubicación del punto G, o algo así.

—No... ¿Por qué iba a estar enojado conmigo? Ya está tarde, mi mamá debe estar preocupada. 

—Ya le escribí que estás aquí y que estoy alimentándote.

—Ahhh con que confabulándote con mi mamá... —bromeé para cambiar de tema.

—Que quiero saber qué le hiciste a mi hermano. —Pero no funciona.

—¡Yo no le hice nada! 

—No te conozco tanto para saber si estás mintiendo, pero ¡estás mintiendo!

Me hace soltar una carcajada nerviosa. O sea, mi vecinito que todavía huele a pañales no solo me ha visto desnuda a través de la ventana si no que ha visto mi alma. O los gestos que hago cuando miento, ni idea. 

—¡Pero no estoy mintiendo!

Entrecierra los ojos y guarda silencio por unos momentos. 

—Tus mentiras me dieron sed. Voy a la esquina por una gaseosa, ¿quieres algo? —pregunta algo más relajado. 

—Ya debería irme... en serio.

—¿Pero no tienes la pizza atravesada en la garganta? Porque yo sí.

—Bueno, tráeme una Coca - Cola, me la tomo y me voy. —Accedo más porque todavía no quiero ver a mi mamá, y desde aquí alcanzo a ver que se asoma de cuando en cuando por mi ventana a mirar hacia acá. 

—Listo, siéntete en tu casa, es más si quieres quedarte a dormir, te hago un campito en mi cama.

—¡Culicagado!

Suelta una carcajada y sale antes de cerrar la puerta. Reviso mi celular mientras tanto, tengo un montón de mensajes de mi mamá, unos de Álvaro y otros de Adrián. No quiero abrir ni los de mi señora madre ni los de mi señor exnovio pendejo, así que voy a los de Adrián.

Mensaje de Adrián:

Hola! Cómo te fue en el viaje? Espero que te hayas llevado un poquito de calor de la isla... porque a mí ya se me acabó y estoy congelado XD

Envió ese mensaje hace unas horas.

Mensaje de Adrián: 

Bueno, creo que estás ocupadita, cuando puedas llámame. 

Llamada perdida.

Mensaje de Adrián (de unos minutos después):

Bueno, quería que coordináramos lo de vernos mañana, pero no tiene que ser ahora. Mañana hablamos. Un beso.

No recordaba lo de la cita. Voy a contestarle pero algo me interrumpe.

—¿Qué haces aquí? —Levanto la cabeza y veo a Óliver, quien está en pantalones de franela y sin camisa. Sus abdominales me miran fijamente... ¡Sus ojos! Quiero decir.

Bueno, no es como lo estuve imaginando, pero ver su torso siempre es bueno, sea con pantalones, toalla o sin nada...

—Ah, tu hermano me invitó a comer pizza —contesto cuando vuelvo a aterrizar en el planeta.

—Que raro, no me dijo nada...

Voy a decirle algo más, no sé, tal vez preguntarle cómo está pero da la vuelta y camina hacia el pasillo. Por impulso, me levanto de mi asiento y salgo tras él.

—¡Óliver! —lo llamo, pero la palabra sale con un eco extraño. Óliver voltea a mirarme como si lo hubieran llamado desde las mismas entrañas del infierno.

En seguida se escuchan unos golpes en la puerta, una voz que vuelve a gritar su nombre y que anteriormente se mezcló con la mía. 

Óliver pasa por mi lado, ignorando que yo lo estaba llamando, y va a abrir la puerta.

—¿Qué haces aquí? —pregunta a la mujer que alcanzo a ver. Por su tono de voz, supongo que es una persona no grata para él.

—¡Oli! —La voz femenina sale de la boca demasiado roja de una tipeja que se lanza sobre él y le da un abrazo que casi lo tumba. 

Cuando la "señorita boca demasiado roja" se da cuenta de mi presencia, se aparta un poco de él. 

—¿Quién es esta? ¿La niñera de tu hermano? 

«Más niñera será tu abuela», pienso.

—Su novia —digo en  un impulso, sin pensar, y resaltando mucho la palabra "novia".

Los ojos de Óliver quieren salirse de sus órbitas, y mi corazón quiere salirse de mi pecho. No sé por qué solté eso, y la verdad es que me arrepiento. Pero supongo que negarlo ahora sería el tope máximo de la ridiculez que podría alcanzar. 

—¿Tan rápido me superaste, Oli?

—Sabrina, por favor. No me has dicho qué haces aquí. 

—Pues ¿qué crees que hago aquí? ¡Te he extrañado mucho, Oli! Mientras estuviste de viaje pude recapacitar, y la verdad es que siento que nuestro destino es estar juntos.

Ay, pero qué cursi. Creo que alguien ha visto demasiadas veces Pasión de Gavilanes. 

—Sabrina, fuiste tú quien me dijo que lo nuestro no tenía futuro. Que no te veías haciendo una vida conmigo. ¿Qué cambió de repente?

—¿Y desde cuándo no puede una cambiar de opinión?

—Eso no fue una opinión, fue una decisión. Que tomaste tú sola, por cierto, y que fue hace mucho tiempo. ¿Se te olvida lo mucho que te pedí que lo pensaras mejor? ¡Hasta me humillé por ti!

—Por eso sé que todavía me quieres, Oli. Uno no puede llorar en plena calle y arrodillarse para rogarle a una persona si va a olvidarla a los pocos días.

¿Humillarse? ¿Arrodillarse? ¿Llorar en plena calle? Que bien guardada se tenía Óliver a esta ex. De repente me siento en desventaja. Él conoce a todo mi pasado amoroso ¡incluso en persona! y yo lo máximo que sé de él  es que es hetero-curioso. 

—No han pasado "pocos" días, sino varios meses. Y yo ya me hice a la idea de que tú y yo no vamos a estar juntos nunca más, Sabrina. 

Su mirada me duele. Se nota que volver a ver a esta mujer ha revuelto cosas que él creía que ya no sentía. Y en el fondo, siento que debería estar celosa, pero en cambio siento mucha empatía por él. Si alguien sabe sobre sentimientos revueltos por culpa de un ex, soy yo, así que la súper heroína que llevo dentro se pone la capa y sale volando.

—¿Esta es la ex de la que me hablaste, amor? —digo mientras me acerco más a él y paso mi brazo por su cintura. Noto que él tiembla algo nervioso, pero al parecer la tal Sabrina no lo nota.

—Ah, ¿hablabas de mí, Oli?

—No mucho, claro, solo que eras malísima en la cama.

Ups, tal vez la heroína está abusando de sus poderes.

Las mejillas de la señorita se ponen tan rojas como su labial y juraría que empiezo a ver humo salir de sus orejas. Le da una mirada fúrica a Óliver y él no se atreve a decir nada. 

—Sabrina, por favor vete. Luego te llamo. 

«¿Luego te llamo? ¿En serio, Óliver? ¿Después de lo que acabo de decir y hacer?». Quiero morir de la vergüenza. ¿Cómo se ve que tu novio, el que supuestamente habló mal de su ex ahora le diga que va a llamarla? 

La tal Sabrina sonríe triunfante y se acerca a él para darle un beso que roza la comisura de sus labios. Ok, ahora sí me dieron celos. 

Tan pronto la puerta se cierra, Óliver se suelta de mi brazo y me mira fijamente. 

—¿Por qué hiciste eso? —me pregunta.

—¿Por qué no me habías hablado de ella?

—¿Por qué dijiste que soy tu novio? 

—Pues, porque... Óliver, ¡pues es lógico! Sentí que tenía que ayudarte, no te veías nada cómodo en esa situación. 

—¿Y por qué crees que ayudas? Tal vez yo sí quería hablar con ella. 

—¿Y sí querías hablar con ella?

—¡Llegó la gaseosa! —nos interrumpe la voz de Samuel, quien abre la puerta y al parecer no se percata de nuestra incómoda discusión—. Quién iba a pensar que encontrar una tienda abierta a esta hora sería tan difícil.  

Salgo sin despedirme de ninguno de los dos, con mil pensamientos contradictorios en mi cabeza, con ganas de deshacer los últimos veinte minutos de mi vida. O tal vez los últimos veinte años. 

¡Hola! Siento mucho el retraso con la actualización de la historia, pero pasé unas semanas algo pesadas y estaba medio bloqueda. Sin embargo, ayer tuve un momento breve de inspiración y al fin salió el capítulo. Espero haya valido la pena la espera.

¡Un abrazo!



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