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Capítulo 1 /// Una flor solitaria

"No puedes escoger si serás lastimado en este mundo, pero si puedes decidir quién te lastima".
—Jhon Green.

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El sol calentaba el lomo de Zarpa de Amapola mientras la aprendiza trotaba por el páramo. Exhaló un ronroneo al sentir el suave pasto dorado entre sus almohadillas, y le dedicó una mirada entrecerrada al cielo despejado, viendo el sol brillando con una inmensa luz.

Había logrado escabullirse en la mañana al hermoso páramo, y si tenía suerte, regresaría al campamento antes de que su mentor percatara en su desaparición, puesto que los únicos que sabían de sus juntas con la solitaria eran sus dos hermanos.

Un águila chilló, sus largas alas negras atravesando majestuosas el cielo celeste, convertida en una silueta negra en la inmensidad en la que aleteaba.

El viento lamía dulce sus flancos atigrados, recordándole a cómo su madre hacía cuando aún era una cachorra, hace no más que dos lunas atrás. Pero su mente estaba centrada en otra cosa. ¿Cuánto más se podrá demorar? Se preguntó a sí misma, buscando por todos lados una silueta blanca y marrón.

Habían quedado en juntarse ahí el día anterior, al lado de la gran roca desde la cual se podía ver casi todo el territorio que pertenecía al Clan del Viento. Laurel no siempre era puntual, pero siempre terminaba apareciendo.

Un extraño olor la hizo acercarse a un arbusto seco. Era un olor a gato, pero no de clan, y se podía identificar que venía de un bosque, aunque no era del Clan del Trueno. Gruñó un poco. Últimamente las patrullas habían detectado el hedor de un proscrito que rondaba por el territorio, aunque no habían logrado encontrarlo aún. Decidió, que en cuanto viera a la solitaria, le preguntaría si lo conocía o lo había visto.

Recordó la primera vez que se había encontrado con ella. Había sido sólo una cachorra, pero escapó del campamento, y en el corto tiempo que había estado afuera, conoció a la solitaria blanca y atigrada marrón; con quién había conversado un rato. Ahora, se seguía encontrando con ella, y a pesar de que habían pasado lunas, Laurel se veía casi igual de joven. 

Como si sus pensamientos hubieran sido en voz alta, una figura apareció a la lejanía, con la cola bien erguida. Cuidando de que alguna patrulla estuviera rondando por allí, la aprendiza atravesó el trecho que las separaba con cautela, pero alegría burbujeante en el pecho.

—¡Lamento el retraso! —soltó entre jadeos la solitaria, aunque sus ojos verdes resplandecían como siempre—. Venía para aquí cuando sentí el olor de un conejo... ¡Y lo busqué hasta debajo de las rocas! Pero no lo encontré...

—Si quieres podemos ir a buscar alguna otra presa por aquí. Al clan no le molestará mucho una presa más o una presa menos —sugirió ladeando la cabeza Zarpa de Amapola.

La solitaria blanca y atigrada marrón claro negó con la cabeza, aunque seguía sonriendo.

—Antes de venir me comí un ratón. Pero tú sabes, una presa extra nunca viene mal.

Zarpa de Amapola se planteó así misma cómo preguntarle lo siguiente a su amiga.

—Oye... ¿Sigues revolcándote en una charca antes de venir?

Laurel parpadeó, confusa.

—Por supuesto. ¿No ves mi pelaje lleno de barro?

—Es que... últimamente hemos sentido una especie de proscrito recorriendo el territorio... —maulló Zarpa de Amapola, observando atenta la cara de la solitaria—. ¿No conocerás algún otro solitario o proscrito que viva por aquí?

La gata de ojos verdes negó inmediatamente con la cabeza, para decepción de la aprendiza atigrada.

—No. Los únicos gatos que conozco por aquí son ustedes. Igual me mantendré con los ojos bien abiertos por si veo cualquier cosa.

Zarpa de Amapola asintió, distraída. Le interesaba mucho saber quién era aquel gato que tanto le gustaba caminar por el Clan del Viento.

—Deberías volver. Quizá Reyezuelo te esté esperando para ir a entrenar. ¿Nos vemos mañana en el arroyo?

La atigrada rojiza lo aprobó, aún internada en sus pensamientos; y con un veloz movimiento de cola, se despidió de su amiga y salió corriendo hacia el campamento, esquivando algunas rocas y helechos espinosos. Antes de que se hubiera dado cuenta, había atravesado el umbral del campamento y se encontraba jadeando en el claro, buscando el pelaje gris de su mentor en todos lados.

Los guerreros, aprendices, curanderos y el líder dormían al aire libre en las orillas del campamento, acomodados en lechos de plumas y algunas hojas suaves, mientras que las reinas, cachorros y veteranos descansaban  en guaridas bajo la pared de aulaga que bordeaba el campamento. Por esta simple razón, Zarpa de Amapola se dio cuenta inmediatamente que su mentor estaba en el exterior, y su corazón dio un vuelco.

—¡Buenas, Zarpa de Amapola! —la saludó su hermano, Visoncillo tras dejar un gran conejo y un ratón en la pila de presas—. ¡Yo los capturé, completamente solo!

—¿Qué cagarrutas de conejo dices, descerebrado? —le gruñó amistosa Zarpa de Abeja, empujándolo con uno de sus grandes omóplatos—. Lo único que hiciste cuando yo cacé el conejo fue quedarte mirando con cara de búho.

—Esto... ¿Habrán visto a Reyezuelo? Me fui en la mañana y no sé dónde puede estar...

Sus hermanos de camada intercambiaron una mirada nerviosa, y luego la atigrada anaranjada exhaló un suspiro.

—Creo que estás metida en problemas, Amapola —dijo utilizando el apodo de la atigrada rojiza—. No sé si te conviene seguir visitando tan seguido a Laurel... Te buscó por gran parte del territorio...

—Quizás... —dijo la atigrada sin escuchar todo, y con el estómago revuelto al pensar en cómo reaccionaría su mentor al verla sentada en el campamento, siendo que la había buscado hasta en el Clan Estelar según Zarpa de Abeja.

—¡Ven aquí, Zarpa de Amapola! —el siseo de Reyezuelo la hizo volver a la realidad. El gato gris estaba sentado en la entrada de la hondonada, con el ceño fruncido y los ojos amarillos brillantes de furia.

Con una piedra en la garganta, la aprendiza avanzó con la cola entre las patas. De esta sí que no se salvaría.

—¿¡Dónde cagarrutas estabas!? Se supone que hoy en la mañana practicaríamos los golpes a la espalda —parecía realmente dolido—. Como castigo, te pasarás el resto del día en el campamento, y en la tarde ayudarás a organizar las hierbas con Baya de Fuego y Ave Manchada —dijo severo.

Zarpa de Amapola asintió, sin decir una palabra, puesto que no se creía capaz de hacerlo. No quería molestar a su mentor, obvio que no... Tenía muchas ganas de entrenar para ser guerrera, pero también le era importante juntarse con su mejor amiga. Si tan solo le pudiera decir...

Vuelo de Hinojo pasó por el lado de Reyezuelo, gruñendo y azotando su cola contra el aire, como solía hacer cuando estaba molesto, cosa, que de todas maneras, era muy usual.

—¿Qué pasó ahora, Hinojo Sonriente? —dijo con sarcasmo Águila Escarchada, lamiéndose la barriga en su lecho.

Todo el mundo conocía la cercana relación que compartían los dos hermanos, puesto que ningún otro gato se atrevería a decirle algo así al guerrero veterano. 

Vuelo de Hinojo hizo como que no hubiera oído la burla y bufó.

—Ese asqueroso proscrito... cada vez se acerca más al campamento. ¿Cree que está es su casa? Le voy a sugerir a Estrella de Zarapito que envíe una patrulla en su búsqueda... A ver si se atreve a cruzar el territorio del Clan del Viento otra vez.

Zarpa de Amapola no pudo evitar levantar las orejas. De verdad quería descubrir quién era ese proscrito tan atrevido... ¿Qué era lo que quería?

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