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6.0

Al día siguiente, camino a la escuela, se rompió la cabeza con un millón de probabilidades y siendo cada una peor que la anterior.

─ ¡Jeno!─ por suerte ese grito lo interrumpió.

─ ¿Por qué me gritas, imbécil?─ apartó de un manotazo la mano de Mark en su hombro. Estaba demasiado pensativo como para recordar que el mayor lo acompañaba.

─ Porque se me da la gana─ Lee giró los ojos en respuesta─ Ahora, ¿quieres explicarme por qué estás tan callado? Llevamos quince minutos en silencio y no creo soportar más.

─ No es nada que te interese.

─ Aún así quiero saber─ el menor dudó, estudiando las muecas del rubio y así ver si podía confiar en él.

─ ¿Conoces a Jaemin?─ Mark lo miraba como si fuera idiota. Bueno, quizá cuántos Jaemin habían en la escuela.

─ ¿Jaemin? ¿Na Jaemin?─ ambos voltearon a la voz repentina, notando a Donghyuck con una sonrisa maliciosa en el rostro.

─ ¿Sí? ¿De dónde mierda apareciste?─ Haechan ignoró por completo el reclamo de Mark, acercándose al otro como si este hubiera preguntado por el diablo.

─ Na es el chico desaparecido del que todos hablan.

─ ¿Desaparecido?─ Jeno parpadeó. Realmente nunca se le ocurrió pensar en por qué tenía su diario o la mayoría de sus pertenencias.

─ Algo oí, ¿no tiene que ver con que su padre abusó de él?─ aclaró el rubio.

─ ¡Ese mismo! Aunque ese es solo uno de los millones de rumores que...─ Jeno interrumpió al moreno, alertando a los dos con la palidez que mostraba este.

─ ¿Qué otro rumor hay?─ su voz salió en un hilo tembloroso.

─ Dicen que lo asesinaron por...─ tragó antes de susurrar─ porque le gustaban los hombres.

─ ¿Estás bien?─ ambos chicos observaron como el chico corría en dirección contraria─ ¡Jeno, espera!

Jeno volvió a su hogar antes de llegar a la escuela, por suerte su madre ya se encontraba en el trabajo y no tendría que explicarle su repentina irresponsabilidad.

Antes de abrir la puerta principal, se detuvo para mirar la casa vecina, encontrándose con la mirada oscura del que parecía ser el señor Na a través de su ventana.

Tembló y su respiración se atascó en el pecho, pero de todas formas se inclinó para saludar.

El señor Na se escondió detrás de las cortinas sin darle una segunda mirada.

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