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82. El traje de Lázaro

82. El traje de Lázaro.

—¿Pierre? —Sus ojos encendidos de sorpresa se desplazaron a la figura que se hallaba detrás de su amigo y que alzaba un lloroso Noah—. ¡¿Gigi?! ¡¿Noah?!

Georgia analizó con desconfianza a la extraña, incluso sabiendo de oídas de quién se trataba. Encontró a una bellísima joven de ojos dorados. Los ojos dorados que conocía desde la piel de Pierre.

Por fin tenía frente a ella al gran amor con el que había estado compitiendo.

Con el desconcierto dibujado en su entrecejo, apretó más contra su pecho la valiosa carga.

—¿Te conozco? —preguntó titubeante Gigi.

—Soy Calisto.

Repasó con nuevos ojos la presencia femenina, descubriendo los rasgos del rostro que veía por primera vez sin su antifaz.

Eran igual de hermosas, pero la que estaba parada delante de ellos tenía el cabello ondulado y corto hasta los hombros en lugar de lacio y largo, aunque el brillante rubio era el mismo.

La desconcertó el color de sus iris, que del negro profundo, habían pasado a los oros magnéticos que hipnotizaban.

—¿Calisto? —Parpadeó hacia Pierre, aunque este no la viera—. Dijiste que era Freya. Que ella...

—Luego te explico gatita —interrumpió con angustia Pierre, avanzando un paso dentro del hogar, pero no continuó al escuchar la gruesa voz de fondo.

—Aurora, mi niña... ¿Llegó la comida...?

Por la esquina del acceso emergió la figura de torso desnudo, amplio y esculpido de Steve. Un pantalón de chándal caía desde sus caderas, delineando las marcas abdominales hasta perderse en la tela.

De inmediato se tensionó al encontrarse con la respuesta. De un ágil movimiento se ubicó delante de su esposa en un gesto protector.

—¿Qué mierda haces aquí? —Sus gélidos zafiros apuñalaron a Pierre y su mandíbula se apretó con fuerza.

Los ojos húmedos del niño se abrieron y su pequeña boca formó una muda <<O>>.

—Mala palabla mami —sollozó, enterrando su cara en el cuello de su madre, que tenía su mirada impresionada anclada en la perfecta anatomía.

Steve descendió su atención al par que se refugiaba detrás del francés. No demostró ni un ápice de sorpresa. En su lugar, apretó más su quijada y sus labios formaron una fina línea.

—Vete de aquí. Sólo has causado tristeza en mi mujer. Si no lo haces, te haré pagar cada lágrima derramada por tu culpa.

Pierre posó su mirada en el rostro entristecido de Aurora y no dudó de que era el responsable de esa estampa.

—Lo siento mon tré... Freya. Ódiame todo lo que quieras, lo que necesites —regresó su mirada a la de Steve—. Los dos. Échenme de aquí, si lo desean. Sólo quiero que salven a Gigi y Noah. Se los suplico.

—¿De qué hablas Pierre? —Su suave voz era una caricia al alma. Siempre había sido motivo para sucumbir ante ella—. ¿Salvarla de quién? ¿De Durand?

—Les explicaré todo.

Aurora no lo dudó más.

—Por favor. Pasen —invitó, moviéndose junto a su esposo y obligándolo a hacerse a un lado a regañadientes.

Con un delicado contacto en la cintura de Georgia, Pierre la empujó al interior del penthouse y tras escuchar cómo se cerraba la puerta, los recién llegados se adentraron por completo al espacio.

Gigi abrió grande sus ojos ante lo que veía, asombrada por la elegancia y amplitud del lugar.

Los ladridos de Hunter, que reclamaba la atención del pequeño visitante, la hicieron descubrir al último integrante del hogar.

Noah ya no lloraba, atrapado por el juego insistente del gran cachorro.

—Mami, pelito —señaló con timidez, removiéndose entre los brazos de Gigi para descender a terreno neutral.

Aurora —arrodillándose ante Noah que parecía haber olvidado sus pesares—, acariciaba la cabeza del perro, sonriendo al niño que no terminaba de aventurarse a contactar con el golden, sosteniéndose de la pierna de su madre.

—Se llama Hunter. Ven, puedes acariciarlo. Estoy segura de que serán buenos amigos.

El infante sonrió y estiró su manita con inseguridad hasta alcanzar el suave pelaje.

Una lamida de Hunter selló la amistad y las risas fueron las dueñas del incómodo silencio que se había apoderado de los adultos.

De nuevo sobre sus pies, la sonrisa de Aurora se achicó.

Fue Steve el que tomó el liderazgo.

—Pasemos a mi despacho.

Pierre se volteó hacia Gigi que se disponía a seguirlos, pero la detuvo con una mano en su pequeño rostro, acariciándola.

Mon chaton, quédate con Noah aquí.

—¿Qué? —la expresión de estupefacción cambió a una de molestia, arrugando su nariz—. Olvídalo. Voy con ustedes.

—Por favor. Déjame hablar con ellos.

Las piedras de turquesa y gris la convencieron de obedecer, comprendiendo que era algo que Pierre necesitaba.

—Muy bien.

—Gracias gatita.

Depositó un ligero beso en sus labios al que le siguió un toque de su índice sobre la punta de la nariz, que la hizo sonreír.

Lo vio seguir al imponente dueño de la casa hasta quedar encerrados tras unas puertas dobles.

Aurora, que no se había movido, se acercó con actitud cautelosa, pero amable y conciliadora.

—Siéntete en tu casa. Puedes tomar de la cocina lo que quieras. Deben de estar hambrientos.

—Gracias, eh... ¿Freya?

—Dime Aurora.

—Creí que te llamabas Freya.

—Pierre me dice así. —Había cierta melancolía en su voz que Gigi interpretó como la conversación inconclusa entre los amigos—. Me llamo Aurora Freya. Por supuesto que si quieres, también me puedes decir como él.

—Creo... que se lo dejaré a Pierre. Gracias, Aurora.

—Yo... —Aurora se mordió el labio inferior, con nerviosismo—. Aunque lamento las circunstancias, me alegro por fin conocerte. Bueno —rio—. Ya te conocía como Calisto, pero creo que sabes a lo que me refiero.

—Sí, lo entiendo —rio a su vez.

—Bien, en un rato volveremos. Hay cosas que aclarar.

—Comprendo. Aurora... —La detuvo cuando había iniciado la retirada, haciéndola voltear hacia ella con las cejas arqueadas—. No seas dura con él. Sufrió mucho por cómo se dieron las cosas.

Los dorados iris se oscurecieron y no supo cómo interpretarlo, quedándose perdida en sus cavilaciones al contemplar la espalda que en lugar de ir al mismo destino que los hombres, ascendió por las escaleras.


Aurora pasó al despacho topándose con el tenso mutismo y dos pares de ojos sobre ella. Steve se encontraba sentado detrás de su escritorio y Pierre lejos de él, en el sofá a un lado de la habitación. Ambos con vasos de bourbon en sus manos.

La bata había sido cambiada por unos vaqueros ajustados y una camisa amplia que evidenciaba al verdadero propietario de la misma. En su mano, llevaba una blanca camiseta que le lanzó a Steve, quien la capturó en el aire y se la colocó, dejando sobre la superficie de madera el vaso que se había servido.

La muchacha caminó con natural seducción felina hasta reposar su trasero en el filo de la mesa. Cruzó sus brazos sobre su pecho y fijó sus pupilas en Pierre, haciéndolo tragar fuerte por la dureza en ellos.

—¿Qué es lo que está ocurriendo, Pierre? Y ni se te ocurra volver a mentirme.

El joven abandonó su propia copa del líquido ambarino sobre la mesita baja antes de responder.

—Lamento haberlo hecho, pero ¿qué esperabas que hiciera? Vine con una misión y debía completarla.

—Matar a Chris Webb. A nuestro amigo.

—Joder Freya. No soy un santo. Sabes lo que hago. Soy un criminal. Entérate que me he pasado casi la mitad de mi vida asesinando, contrabandeando y golpeando personas. Soy bueno en eso y lo disfruto. O lo hacía, al menos.

—Para tu organización.

—Es la mafia de mi padre.

—Y tú eres su heredero.

—¡No! Hablé en serio cuando te dije que quiero dejar todo esto.

—Un asesino... No puedo aceptar... —gimoteó, negando.

—Mi niña —llamó Steve, con voz calma—. No es fácil luchar contra el mundo en el que nos hundimos.

Aurora lo observó y comprendió lo que la mirada nocturna le transmitía. Lo que sus dichos buscaban explicarle.

Él también había sido un sicario.

—Es diferente... —respondió a una conversación silenciosa que se le escapaba al francés—. Tú, Pierre, estabas dispuesto a matar a un agente del FBI. A un excelente hombre. Alguien que cada día lucha por hacer de este mundo un lugar más seguro.

—¡Joder! ¡Que te quiera, que hayas tocado un lado humano en mí, no me hace bueno! —rugió, furioso y frustrado. Pasó su palma por su rostro y resopló—. En cuanto supe que era tu amigo, dejé el plan. Y ahí comprendí que tenía que marcharme.

—Sin embargo, te vi hace unos días en su casa, armado, junto a tu hermano. Estabas dispuesto a cumplir con tu objetivo.

—En primer lugar. Ese cabrón no es mi hermano. Sólo fingimos serlo. Aunque creo que Durand lo preferiría a él. No es como si me importara. —Se encogió de hombros—. Por mí, que se lo quede con moño y todo. En segundo, esperaba hablar con ese jodido boy scout, aclararle las cosas y lograr su ayuda para explicarte todo. Para vencer al hijo de puta de mi progenitor. Abandonar todo de una vez por todas. O al menos intentarlo aunque me mate.

—¿Cómo puedo creerte? —Meneó su cabeza, con el evidente dolor en sus ojos tristes.

—Lo entiendo. Me lo merezco.

Jean-Pierre barrió la belleza abrumadora de la misteriosa joven, cuyos secretos nunca conoció en profundidad. Cuando se topó con la magia de sus orbes, retrocedió en el tiempo, rememorando lo que su estúpido corazón había añorado.

Volvió a escuchar las secretas conversaciones, los gemidos eróticos y los besos robados. Sus dedos cosquillearon con la impresión de su suave piel dorada y a sus fosas nasales llegó el perpetuo aroma a flores que siempre lo había maravillado.

Sacudió su cabeza, borrando el pasado. La tímida jovencita que había adorado se había convertido en una mujer resuelta y de corazón fiero.

Pero seguía siendo la misma diosa de alma noble y dulzura desbordante.

Distraído en su ensoñación, su pulgar se había puesto a jugar con el fantasma de su anillo predilecto.

Aurora notó el vacío en el meñique y cierta calidez la invadió al imaginar su destino, bajando su guardia.

De repente, Pierre se puso de pie, descontando la distancia que lo separaba de su primer amor. La tomó de los hombros, enfrentándose a la fuerza enigmática de su mirada.

—Hazlo... por lo que fuimos. Por lo que intenté hacer por ti.

Su mente traviesa y curiosa lo provocó a desafiar los límites y con una sonrisa burlona buscó la carnosa boca frente a él.

Se afirmó a su agarre atrayéndola hacia él y estrelló sus labios contra aquellos cerezos que tantos meses atrás había tomado como su estudiante en el arte de besar. No llegó a presionar más de un segundo, que la joven dorada lo apartó, alejándose un paso hacia atrás.

Sus ojos irradiaban furioso fuego y todo su cuerpo parecía erizado.

—¡¿Qué estás haciendo?!

Steve perdió la calma y se abalanzó por encima del escritorio, atrapando por el cuello al atrevido invitado, que quedó con la mitad de su cuerpo suspendido arriba del mueble, sostenido por sus manos sobre la superficie lisa.

—Voy a arrancarte los labios y cortarte las manos.

A diferencia de Steve, el francés se mantuvo impasible mirando a Aurora.

—¿Qué sentiste, Freya? —Ella parpadeó, sin entender y antes de que su esposo hiciera acto de sus palabras, lo detuvo con la mano en alto. Quería escuchar a Pierre—. Te diré lo que sentí yo. Nada. Nada más que los ecos de algo intenso pero que ya sólo es cariño. Un cariño fraternal. Fue como besar a una hermana.

—¿Tienes acaso una hermana? —ironizó Steve, que había relajado sus músculos y soltado su puño para liberar a su presa, que estiró sus ropas con arrogancia.

—No —Esbozó una sonrisa ladeada sin voltear al hombre—. Aunque creo que lo que siento por ti se acerca a eso.

—¿Por eso me besaste? ¿Querías comprobar algo?

—Creo que Gigi me cortará las bolas. Pero necesitaba confirmar que sólo deseo sus besos. La amo, Aurora. Y es por ese amor que debo protegerla. No pude hacerlo contigo. No quiero que se repita el pasado.

Aurora y Pierre se contemplaron en silencio. Ella buscaba hallar la verdad detrás de los ojos bicolores, en tanto su amigo se entregaba por completo a ella, para que viera su sincero cariño y el ruego en su corazón.

Un ruego de confianza y ayuda.

Como por arte de magia, Aurora sintió que el maleficio de su decepción se interrumpía.

Sus labios se curvaron y su rostro se suavizó.

—¿Qué tienes pensado hacer?

—Alejarla de aquí. Te pido que te la lleves. No puede estar cerca de un criminal como yo en estos momentos, que lo único que hará será ponerla en peligro junto a su hijo.

—¡¿Qué estás diciendo?!

La puerta del despacho se había abierto de forma abrupta y un pequeño remolino de castaño cobrizo avanzó con pasos contundentes hacia el atónito trío.

—¿Vas a irte?

—Gigi...

—No. Pasaré por alto que besaste a Freya... digo, Aurora. Aunque ya hablaremos de eso en otro momento. Lo que no te perdonaré es que después de enamorarme pretendas dejarme de lado.

—Es mi lucha gatita. Estoy metido hasta la coronilla de mierda y les salpicará si no te apartas. Estoy tratando de salvarles la vida. Escuchaste a Adrien. ¿Crees que bromeaba? Es una amenaza real. Una que se mantendrá siempre sobre mi cabeza.

—Lo enfrentaremos juntos.

—Esto no es una historia de amor, Gigi, con final feliz. No podría soportar perderte. Perderlos. Mi vida es lo que menos me importa si algo les pasara.

—¿Y qué hay de mi vida? Te has metido bajo mi piel. Tomaste todo de mí. Y eso incluye mi corazón. Te amo, idiota francés.

—¿Me amas? Bah, ya lo sabía —se regodeó, jocoso. 

—¿Eso es lo que escuchaste?

—Sólo esperaba que me lo confirmaras, mon chaton.

Lo empujó del pecho, y notando que no lo había movido, lo golpeó con su inexperto y pequeño puño.

Tanto Pierre como el matrimonio observaron la angustia en su infructuoso acto.

—Idiota. Es obvio que te amo. Y no permitiré que te hagas ahora el héroe, rompiéndome el corazón con algo tan estúpido como que temes ponernos en peligro.

—Pero...

—¡Ya lo estamos! Y aun así, seguiré contigo. Porque confío en que nos protegerás.

—Lo haremos —soltó Aurora, haciendo que todos voltearan a ella, calmando a la fiera—. Terminaremos de una vez por todas con esto.

—Aurora, ¿y si pasa lo mismo? —Giró nuevamente hacia Georgia—. Gatita, cuando creí que había perdido a mi amiga y me torturaron, pensé que ya nada podía romperme. Sin embargo, ahora están ustedes dos. Nunca creí que pudiera sentir algo tan poderoso y a la vez atemorizante como tenerlos y que me los arrebaten.

Con lágrimas en los ojos, Pierre cerró sus párpados, negando con la cabeza. Sintió la calidez de las pequeñas palmas acunar sus mejillas oscurecidas por el vello facial.

—Soy un criminal. Eso me perseguirá y puede herirlos.

—Pierre, mi amor, mírame por favor. —Obedeció, hallando esos ojos castaños almendrados brillantes por sus propias lágrimas—. Sé lo que eres y aun así te elegí. No me apartes ahora. No me enamoré de un desertor. Eres fuerte, porque tú y yo tenemos una familia por la que pelear. Tu mujer y tu hijo te necesitan.

<<Su mujer y su hijo>>.

El llanto se apoderó de él. Estrechó contra su duro pecho a la fuente de su poder y escondió su rostro marcado contra su cabellera rizada y dejó que sus cuerpos se sacudieran.

—Te amo gatita.

—Te amo, francés engreído.

—Ahora que todo está aclarado, pasemos a armar un plan.

Steve tomó el mando como el experto asesino y estratega que era.

Recostando su espalda en el respaldo de su asiento, pasó su mano por su mentón afeitado. Su cabeza ya maquinaba una salida.

—Debemos idear una manera en la que no seas perseguido, sino, nunca podrán ser libres realmente.

—Tienes razón. ¿Se te ocurre algo?

—Sí. Pero deberás meterte en la boca del lobo.

—No hay problema. ¿Y después?

—Una vez adentro, la solución es sencilla. —Todos lo escuchaban, expectantes—. Deberás morir. ¿Podrás hacerlo?

El joven se palpó el cuerpo y chasqueó la lengua hacia Steve, que mantenía sus párpados entornados.

—Creo que me olvidé mi identidad de Lázaro en mi otro traje.

—Eso no es problema. Nosotros lo manejaremos. Calcularemos todo a la perfección y te ayudaremos a morir.

—¿Ustedes? ¡Están locos si creen que dejaré que se arriesguen por mí! Lo siento, pero esto no es como meterse a escondidas en un club, fingiendo jugar a los espías.

—Pierre, querido, ya no soy esa niña que conociste. Apenas has vislumbrado el poder que tengo. Y con Steve, somos fuertes. Muy fuertes. Verás que podremos protegerlos. ¿Tienes algún plan de contingencia para después?

—De hecho, sí. Estábamos yéndonos. Recuperé algunos recursos que tengo bajo el radar y disponemos de documentos y un lugar en el cual iniciar en Canadá. Pero ahora mismo, lo primero, será poner a resguardo a mi familia —insistió Pierre, aferrando contra su pecho a la muchacha.

—Me encargaré de que vayan a un lugar seguro —tranquilizó Steve. Aceptó el mudo agradecimiento que Pierre le entregó antes de seguir—. Para ello, deberemos incluir a Chris.

—Ay, no —protestó Pierre, arrastrando su mano por su rostro—. Si no me mata Durand, lo hará ese tipo.

***

Chris abandonó la guitarra cuando el breve aviso de un mensaje entrante cortó su melodía. Suspiró resignado pensando que sería otro intento de Carly por contactarlo.

Se sentía un miserable por ignorarla. No era propio de un caballero y él simpre intentaba ser un buen hombre. Sin embargo, había estado buscando las palabras adecuadas para terminar lo que fuera que tuvieran ellos dos, sin herirla, descubriendo que no existía algo así.

Ambos eran adultos que habían disfrutado de sus intensos pero escasos encuentros sexuales, sabiendo, o creyendo saber, que por más que lo hubieran querido intentar, no podía visualizarse en un futuro con ella.

Una nueva y larga exhalación vació el aire de sus pulmones antes de estirar su largo y firme cuerpo hacia la mesa baja frente al sofá y tomar su móvil.

Sus cejas cayeron con preocupación al descubrir el escueto mensaje del número bloqueado.


[Ven a casa. Algo importante pasó. Sé discreto].


Sabía quién lo enviaba y la gravedad para solicitarle algo así, cuando esa misma madrugada habían tenido que encontrarse en circunstancias de extremo cuidado para no ser descubiertos.

Miró por la ventana, notando que la oscuridad ya se estiraba sobre el cielo.

Se puso de pie, dejó con cuidado su Fender en su respectivo lugar y ascendió hasta su habitación para cambiarse. Mientras se quitaba el pantalón deportivo y se metía en un par de vaqueros negros, el celular sonó una vez más. Aunque en esa oportunidad era una insistente llamada.

Sin llegar a abrocharse los pantalones, tomó el aparato y vio el nombre de Lara en la pantalla. Su ceño se marcó en un profundo desconcierto mientras atendía.

—Hola Lara.

Chris, espero que no estés follando con tu informante en este instante.

A pesar de que las palabras podrían parecer humorísticas, el tono empleado era sombrío. 

—No es gracioso —rezongó—. ¿Qué quieres?

Tenemos un caso jodido. Paso por ti.

El agente Webb se tensionó de inmediato. No supo el motivo, pero un estremecimiento lo recorrió a lo largo de la columna vertebral.

—¿De qué se trata?

No lo sé. Avisaron a Vicky y por eso se me informó antes que a ti de la importancia de la situación, pero el jefe Estrada fue muy discreto. Sólo dijo que era uno de los nuestros.

—Joder. Te espero.

Cortó la comunicación sintiendo su estómago contraído y la garganta hecha un nudo.

Tecleó rápidamente un mensaje y dejó el celular otra vez en la cama.

Tenía que quitarse los vaqueros y calzarse el traje.


N/A:

Por fin Aurora y Gigi se "conocieron", aunque todavía les toca tener un momento de chicas. Además, Pierre pudo aclarar las cosas y recuperar a su amiga. Estoy contenta por eso.

Lástima que lo que venga no sea motivo de alegría.

Voten y comenten.

Gracias por leer, Demonios!

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