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Capítulo 6. Cor desinens.

¡Hola, amores! Si estáis aquí es porque ya habéis leído la parte 1 del capítulo en el perfil cristy811994, lo encontráis en: "De odio, amor y tragedias". Si no... ¡id a leerlo ahora mismo! Mil besos.


*Capítulo 6. Cor desinens.*

(Orden de lectura: 2º)


Había hecho magia. Tenía razón, la princesa Hermione tenía razón: era una bruja.

Sus labios se posaron sobre los míos de nuevo y sentí que ese contacto era lo único que evitaba que me desmayara en ese momento. El encapuchado me había alzado, apretándome contra la pared durante minutos y, justo antes de hacerlo, me había dirigido un conjuro que detendría mi corazón paulatinamente. La muerte habría sido fría y dolorosa, también habría sido lenta...

Entonces ella había aparecido.

A pesar de atacar al encapuchado y desestabilizarlo, el hechizo dirigido a mi corazón se había mantenido. Mi pulso aún no se había detenido, pero lo haría dentro de muy poco; imaginaba que me quedaban solo unos segundos más de vida. Los lentos latidos de mi corazón resultaron ensordecedores cuando Hermione apartó sus labios de los míos. Yo gemí, pues no podía perder eso, lo único que me mantenía vivo a esas alturas.

—Mi... mi... cor... —traté de decir.

Me llevé una mano al pecho. Mis lentos latidos eran tan intensos que los sentía en todas partes, como si mi corazón estuviera luchando por no pararse. Era doloroso y aterrador. Las palpitaciones cada vez resultaban menos frecuentes y la sangre que se bombeaba no conseguía llegar a todas partes.

Entonces escuché un grito y todo se volvió confuso a mi alrededor. Conseguí ver, a través de mis ojos entrecerrados, a Briony Parkinson, la madre de Pansy. Gritaba desesperada y me sorprendió comprobar que no parecía horrorizada por lo que me había sucedido a mí... sino por el encapuchado que yacía en el suelo.

—Princesa... —llamé.

Esos inmensos ojos castaños se dirigieron hacia mí. Estaba preocupada, era evidente, pero supo esconderlo bien cuando volvió a hablarme.

—Todo estará bien, Draco —susurró—, no te preocupes.

Ella no entendía que mi corazón estaba a punto de detenerse, que iba a morirme. Tomé aire una última vez y escuché más pasos a mi alrededor. De repente todo el mundo estaba allí: Pansy parecía confundida, sin saber qué hacer al ver a su madre tirada en el suelo junto a mi agresor, mi madre llegó hasta mí en un instante y varios magos más hicieron su aparición, tan confundidos como yo por tan extraña escena.

Con mis últimas fuerzas tomé la mano de Hermione y las posé sobre mi corazón con la intención de que entendiera lo que me estaba sucediendo. Sus ojos se abrieron muchísimo y comprobé que lo había conseguido; ella acababa de percatarse de que algo iba mal, que algo fallaba dentro de mí. Pero era demasiado tarde ya.

Cerré los ojos y sentí que mi piel producía un horrible sudor frío.

¿Qué está sucediendo aquí? —escuché la voz de mi padre, el rey.

También él estaba aquí.

Acto seguido, perdí la consciencia y me preparé para morir con la cálida mano de la princesa Hermione posada sobre mi pecho.

***

Desperté dos días después. No lo hice de forma tranquila, como quien regresa de un sueño. Al contrario, tomé una bocanada de aire en cuanto mis ojos se abrieron y sentí cómo mi cuerpo daba un salto en la cama. Casi grité...

...pero ella me lo impidió.

—Estás bien, tranquilo —susurró la princesa Hermione, sentada en una silla de madera a mi lado. Reconocí que estaba en mi cama, en mis aposentos, pero no sabía cómo había llegado hasta allí.

Lo último que recordaba era uno de los corredores del castillo. Alguien me había atacado allí, un disidente. Me estremecí cuando el recuerdo volvió a mí con fuerza. Me había lanzado una maldición terrible. No solo me había estrangulado contra una pared, sino que, además, me había lanzado la maldición cor desinens. Ese era uno de los peores hechizos que alguien podría dirigirle a otra persona, pues existía una enorme crueldad en provocar una muerte como esa. El afectado sentía a cada instante cómo se apagaba su corazón y no había nada que pudiera hacer para detenerlo...

Pero ella me había salvado.

Como si acabara de recordar el suceso más importante de mi vida, me giré hacia Hermione con los ojos muy abiertos.

—¡Fuiste tú, princesa!

Mi voz sonó ronca y tuve que aclararme la garganta.

—No te alteres ahora, Draco, es importante que descanses.

¿Descansar? ¿Cómo iba a hacerlo después de lo sucedido? La princesa muggle no era tan muggle como todos habíamos creído. Era una bruja, era como yo.

Por un instante me recriminé a mí mismo. ¿Cómo demonios no había sido capaz de verlo? Ella misma me lo había dicho y... diantres, había estado tan ocupado odiándola a ella y todo lo que representaba que ni siquiera lo había presentido. Resultaba impensable.

—Tú me salvaste, hiciste magia —logré articular.

La princesa, para mi sorpresa, enrojeció. Hermione apartó la mirada de mí y la dirigió al suelo.

—No sé cómo sucedió...

—¿Cómo conseguiste esa varita?

—Pansy me la regaló. Me dijo que era mía, que yo... que yo era una de los vuestros.

Hasta Pansy lo había sabido antes que yo. Tomé aire un instante. No recordaba mucho del ataque pero sí podía rememorar perfectamente el hechizo de la princesa Hermione. Esa joven era muy poderosa, más de lo que yo siquiera llegaba a imaginar. Solo había una cosa que no encajaba de ningún modo en esa ecuación.

—Hermione... no es posible que hayas contenido ese poder durante tanto tiempo. No puede ser. ¿Estás segura de que nunca antes habías hecho magia?

Mi pregunta pareció pillarla por sorpresa y por un instante pensé que esa pregunta tan solo había servido para incomodarla. La joven se puso en pie y se acercó aún más a mí, ahuecó mi almohada en silencio antes de hablar.

—Alguien ha intentado hacerte daño, Draco, y tú... tú te estás preocupando por lo que yo hice.

—Lo que tú hiciste fue precisamente lo que evitó que ese hombre acabara conmigo, princesa. Por favor, responde a mi pregunta porque me temo que es importante.

Ella suspiró, dándose por vencida.

—Nunca antes había hecho magia. Solo cuando ataqué a Pansy.

¿Cómo era posible, entonces, que una bruja como ella hubiera sobrepasado la mayoría de edad sin haber hecho ni un solo hechizo? No, no podía ser. Hermione habría muerto mucho tiempo atrás, de ser así. La magia contenida se convertía en veneno y era letal... a menos que alguien más se hubiera ocupado de la magia de la joven.

—¿Le has dicho a alguien lo que hiciste?

—No —respondió—, ¿quién va a creerme?

En eso tenía razón. Estaba mejor así, no debíamos precipitarnos. Alcé mi brazo con suavidad, comprobando que podía moverlo perfectamente. Me encontraba bastante bien, de hecho. Cuando acaricié el rostro de Hermione, ella cerró los ojos un momento y la sentí estremecerse.

—Gracias —le dije con sinceridad.

Hermione apretó los labios un momento. Estaba claro que algo no iba bien, pero yo no sabía qué era.

No tuve que preguntarlo, pues ella misma clavó sus ojos oscuros en lo míos y me expuso sus preocupaciones en forma de una pregunta.

—Draco... el modo en el que me tratas ahora, todo esto entre nosotros... ¿es porque ahora sabes que tengo magia? —lo dijo muy bajo, como si no se atreviera a hacerlo en voz alta.

Así que eso era lo que la preocupaba.

Estaba a punto de contestar cuando alguien llamó a la puerta. Un momento más tarde, la majestuosa figura de mi padre, Lucius Malfoy, se encontraba en la entrada de la sala. Hermione alteró su expresión mortificada a un semblante más tranquilo e inexpresivo. No dejaban de sorprenderme sus registros a la hora de interaccionar socialmente. Cada vez conocía más sus gestos y me podía imaginar cuándo fingía y cuándo no lo hacía.

—Padre —dije, y mentiría si no confesara que su presencia ahí me sorprendía.

Mi padre pareció aliviado de verme vivo y se acercó a nosotros. Hermione, toda elegancia y buenos modales, se levantó de la silla y musitó una excusa para marcharse de allí. Era evidente que quería dejarnos un momento a solas. Nuestra conversación tendría que esperar, entonces.

—Has despertado.

—¿Cuánto tiempo he estado dormido?

—Dos días.

Me asombró escucharlo. Entendía que mi situación había sido más grave de lo que yo creía. Él vestía una capa negra y larga, su cabello rubio y fino caía sobre su espalda como si fuera una segunda tela. Lo único que demostraba que el rey estaba preocupado eran sus ojeras bajo esos ojos grises, tan parecidos a los míos.

—No se ha alejado de tu lado ni un momento —comentó mi padre.

Supe que se refería a Hermione sin que tuviera que decirlo. Fue reconfortante imaginar que, efectivamente, ella había permanecido allí junto a mí durante cuarenta y ocho horas. Ni siquiera podía imaginar cuánto debía de haberla alterado toda esa situación.

Tomando aire, traté de ponerme en pie. No me parecía correcto permanecer en cama con el rey frente a mí, pero él mismo alzó la mano para indicarme que no me moviera.

—Has sufrido un hechizo muy grave, hijo mío: cor desinens. Casi te mata; si yo hubiera llegado solo un minuto más tarde...

Así que había sido él... mi padre era un mago poderoso, yo jamás podría poner en duda su enorme magia y no me extrañaba que él mismo hubiera sido el encargado de evitar mi muerte.

Mi rostro se endureció cuando volví a hablar.

—Ha sido la Disidencia.

No era una pregunta. Lo sabía bien, ellos ya me habían amenazado, demostrando que no tenían ningún problema apareciéndose donde fuera. Incluso habían viajado al castillo de los padres de Hermione, en el mundo muggle. Todo eso era solo una muestra más de su poder.

El rey sabía de la Disidencia, no en vano había sido la persona encargada de firmar la paz con los muggles al final de la guerra. Era consciente de que existían facciones de magos que no estaban de acuerdo con esta paz y que, además, pretendían luchar para revocarla. Mi padre estaba atado de pies y manos en muchos sentidos, sabiendo que un movimiento en falso conseguiría ponerlo en contra de algunos de los suyos.

—Hemos atrapado a Angus Parkinson —me confirmó mi padre tras unos instantes de meditación, como si no supiera cómo darme la noticia.

No pude evitar abrir la boca. Angus Parkinson era el padre de Pansy. Ahora encajaba por qué la noche anterior había escuchado la voz de la señora Parkinson, desesperada. No podía decir que me resultara una sorpresa saber que alguien como el señor Parkinson hubiera intentado asesinarme. Si él formaba parte de la Disidencia, tenía varios motivos para matarme y, además, no podíamos olvidar que yo era el único heredero del trono. Si yo moría, Pansy Parkinson podría ser proclamada la nueva reina del mundo mágico en el futuro.

—¿Ha hablado? —pregunté.

—No, no ha hablado, Draco. Tampoco lo va a hacer, es evidente. No reconoce haber sido enviado por la Disidencia...

—Pero lo ha sido.

Mi padre asintió con la cabeza en un gesto que me dejaba claro que él lo sabía tan bien como yo... pero no había nada que pudiéramos hacer. Los miembros de la organización eran imposibles de atrapar si ni siquiera se conocían entre ellos.

Lucius caminó de un lado a otro de la habitación durante unos segundos, pensativo. Me miraba de vez en cuando y yo no podía ignorar que verdaderamente parecía feliz de verme bien, de verme vivo. Aunque mi padre nunca hubiera sido demasiado cariñoso conmigo, yo sabía que me quería.

—He de pedirte disculpas, Draco —dijo al cabo de un momento en silencio—, algo que debería haber hecho mucho tiempo atrás.

Escuchar esas palabras me hizo enarcar una ceja. ¿Pedir disculpas? ¿El rey? No lo entendía, Lucius Malfoy jamás se había disculpado ante nadie... mucho menos lo haría ante mí.

—¿Por qué, padre?

—Me temo que tengo la culpa de demasiadas cosas —comenzó él—. Durante tu infancia... Draco, sé que tu madre siempre ha sido buena y comprensiva, pero yo... yo me equivoqué. Jamás debería haberte inculcado ideas tan erróneas, tú eras solo un niño.

Supe a lo que refería al instante, pero él no me dejó hablar. Siguió disculpándose.

—Creía que estaba haciendo lo mejor para el reino cada vez que te hablaba de los muggles. Te dije mil veces que ellos eran seres inferiores a nosotros, que no merecían ser vistos como nuestros iguales y ahora me arrepiento mucho de haberlo hecho. —Su voz sonaba sincera—. Te obligué a casarte con una muggle después de haber provocado que los odiaras. Me temo que no he hecho bien mi labor como padre... ni como rey.

Jamás habría imaginado que observaría el rostro de mi padre rompiéndose, perdiendo la compostura, pues cuando se giró hacia mí de nuevo, sus ojos estaban aguados.

—Yo he sido el culpable, Draco. La princesa y tú estáis en peligro de muerte por mi culpa. Tu madre me ha hablado de lo que sucedió en el castillo muggle...

—No es su culpa, padre —susurré—, ellos intentarían matarme de cualquier modo.

—No, eso no es...

—Sí lo es —lo interrumpí, nunca había interrumpido al rey hasta ese momento—. La Disidencia querría matarme porque yo... yo ya no comparto sus ideales. Lo hice en el pasado, sí, pero eso ha quedado atrás.

El rey entornó los ojos cuando me miró de nuevo, confundido. Yo conseguí incorporarme en la cama y quedé sentado sobre ella, sin ponerme en pie aún, pero observando a mi padre cara a cara y centrándome en sus ojos.

—Padre, yo también he cometido errores. Pero ahora quiero enmendarlos. Le garantizo que nada va a sucedernos ni a mi esposa ni a mí, haré lo imposible por establecer el orden y la paz de nuevo en el mundo mágico. La Disidencia tiene que acabar.

Lo decía tal y como lo sentía. Si los miembros de la Disidencia tenían planeado matarme o si siquiera se les pasaba por la cabeza hacer daño a la princesa, yo me dedicaría en cuerpo y alma a perseguirlos y a erradicarlos. Comenzaba a alcanzar el equilibrio, por primera vez en toda mi vida, y ellos no iban a arrebatármelo.

Aún tenía muchísimo que aprender, desde luego, y lo haría junto a Hermione.

—Me enorgullece mucho oírte hablar así. El matrimonio con la princesa ha sido un precio muy alto a pagar, Draco. Soy consciente de eso.

No lo era. Simplemente no lo era.

—La princesa es mi esposa. No importa que tenga magia o no la tenga —dictaminé, seguro de mis palabras—. Y si la Disidencia quiere empezar una guerra contra nosotros, tendrán su merecido.

La decisión en mi voz fue palpable y mi padre me dedicó un asentimiento de cabeza muy firme. Supe que no me veía como a un muchacho en ese momento, me estaba mirando a los ojos de hombre a hombre.

—Serás un buen rey, Draco.

Era la primera vez que me decía algo así en mi vida. Me estremecí al oírlo. Tantas veces había anhelado que Lucius pronunciara esas palabras y, ahora que lo hacía, yo no sentía satisfacción, sino una mezcla entre desafío y vértigo. Si Hermione y yo íbamos a ser reyes algún día, ambos tendríamos que luchar para esclarecer qué eran todas esas intrigas que sucedían a nuestro alrededor.

—Gracias, padre —susurré.

—Será mejor que te deje descansar —dijo él de pronto, dirigiéndose a la puerta—, ha sido una experiencia muy dura para ti y recuperarte de un cor desinens no es nada fácil ni siquiera para el más experimentado de todos los magos. —Antes de llegar a tomar el pomo de la puerta, mi padre se giró hacia mí una última vez, como si acabara de recordar algo—. Tengo una pregunta, Draco. Cuando todos llegamos la noche del ataque tú estabas en el suelo, tu corazón había sufrido el efecto del hechizo y se había detenido; estabas muy cerca de morir. ¿Cómo pudiste derrotar a Angus Parkinson?

No aparté la mirada de mi padre ni un instante, no dudé al hablar y lo hice tan firmemente como fui capaz. Supe que era convincente, pues mentir siempre había sido una de mis mayores habilidades.

—Conseguí lanzarle un hechizo mientras me estrangulaba. Él perdió la concentración cuando la princesa Hermione apareció, buscándome, y aproveché su despiste para atacarlo.

—Tu varita no estaba por ninguna parte —apuntó mi padre, confundido.

Y yo fui capaz de componer una sonrisa inocente. Tenía toda la razón: yo mismo había dejado la varita sobre el escritorio, en mis aposentos, antes de huir de allí, cuando la princesa Hermione me había pedido que hiciera magia para ayudarla.

—¿De verdad? —pregunté, haciéndome el tonto—. Debió de caerse durante el ataque.

Lucius pareció satisfecho con esa respuesta, o al menos eso deseé. Yo no sería quien anunciara en público que Hermione Granger era una bruja... mucho menos después de haber averiguado que su padre no era el rey muggle. Cualquier información que comenzara a extenderse podría poner en peligro la vida de la princesa y ese era un riesgo que yo no estaba dispuesto a asumir.

—Nos veremos, Draco. Has sido muy fuerte —dijo mi padre.

Mis labios compusieron una sonrisa. Tuve la certeza de que el rey estaba orgulloso de mí.


Me fascina escribir sobre Lucius, creo que es algo que he comenzado a disfrutar recientemente así que creo que os esperan bastantes cositas sobre él. Su relación con Draco me produce muchísima curiosidad...

Espero que os esté gustando nuestra historia, nos vemos el domingo :) También actualizaré "Nunca le hagas cosquillas a un Dragón herido" esta semana, ¡así que estad atentas!

¡¡Nos vemos!!

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