Capítulo 11
La general Armstrong llevaba días enteros sumida en el trabajo. Las misiones, los informes, las reuniones interminables en la base la habían mantenido alejada de su más grande anhelo: pasar tiempo con Freen. Al final de aquella extenuante jornada, cuando finalmente fue libre de sus obligaciones, regresó a su departamento solo para sentir la familiar soledad que la atormentaba.
El silencio en el departamento era deprimente. Aquella paz que antes le había parecido relajante ahora era un recordatorio constante de su aislamiento. Miró la mesa donde había dejado el teléfono y por un momento, vaciló. ¿Qué debería hacer? En el pasado, habría simplemente aceptado ese vacío, lo habría ignorado, cerrando su corazón como solía hacerlo. Pero esta vez algo dentro de ella se rompía lentamente, la sensación de soledad era distinta, más pesada.
La general se pasó una mano por el rostro, exhalando un suspiro que contenía todo el cansancio acumulado. Sin pensarlo más, tomó el teléfono y marcó el número de Freen. El anhelo de escuchar su voz era más fuerte que cualquier otro pensamiento.
—¿Rebecca?
La voz suave y tranquila de Freen llegó al otro lado, despertando un calor en su pecho que hacía mucho no sentía. A pesar de los mensajes que compartían, no se comparaba con el escuchar de su voz para hacer estragos en su interior.
— Freen... —Su propia voz sonaba ronca, más baja de lo que pretendía.—Lo siento si te llamo tarde. Recién me desocupé de la base y... solo necesitaba escucharte.
Hubo un breve silencio en la línea, como si Freen intentara leer entre las palabras de la general.
—Está bien, Rebecca. ¿Qué sucede? ¿Te sientes bien?
Preguntó con preocupación, la azabache podría imaginar como juntaba sus cejas y arrugada su frente mientras procuraba prestar atención a la situación. La general cerró los ojos, dudando por un momento si debía abrirse. Había pasado tanto tiempo conteniéndose, evitando mostrar cualquier debilidad. Pero la soledad la estaba superando.
—No... no lo sé.—Admitió con sinceridad.—Me siento agotada. Los días se han hecho interminables, y ahora que estoy de vuelta en casa... no me gusta la sensación. Todo parece tan vacío. Ya había pasado por esto, pero hoy se siente diferente, ni siquiera sé de lo que se trata.
Freen guardó silencio unos segundos, sabiendo que las palabras que la general estaba compartiendo no eran fáciles para ella.
—Puedo ir a verte.—Respondió sin dudarlo.—Si necesitas compañía, solo si quieres.
La propuesta hizo que la general sintiera un nudo en la garganta. Nunca había permitido que nadie viera esta faceta de ella. Pero con Freen era diferente. Era su refugio, aunque apenas estaba empezando a comprenderlo.
—¿Te molestaría si yo voy a verte? No me siento cómoda estando aquí.
Preguntó Rebecca finalmente, sintiendo un impulso desesperado por estar cerca de Freen.
Freen no dudó en aceptar. Había algo en la voz de la general que la hacía sentir que necesitaba estar con ella, no solo como un apoyo emocional, sino como su ancla en momentos de incertidumbre.
—Por supuesto, estaré esperando por ti.
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La general no tardó mucho en llegar a la casa de Freen. El frío de la noche se mezclaba con el calor interno que sentía al saber que pronto estaría junto a ella. Al llegar a la puerta, Freen la recibió con una sonrisa cálida, la misma que había visto en varias ocasiones pero que, esta vez, parecía brillar más fuerte en la oscuridad.
—¿Todo bien?
Preguntó suavemente la profesora, abriendo la puerta para dejarla pasar. Rebecca asintió, aunque sus ojos decían lo contrario. Freen la guio hacia el sofá, ofreciéndole algo caliente para beber, mientras ambas se sentaban en silencio por unos minutos.
—No suelo mostrar este lado.—Admitió la general, su voz baja y algo áspera.—Siempre he tenido que ser fuerte. Adaptarme. Pero esta vez... no sé. Todo se siente diferente.
La pelinegra la miró con comprensión, su rostro lleno de paciencia y cariño.
—No siempre tienes que ser fuerte, Rebecca. No conmigo. Puedes ser tú misma.
Dijo con voz suave, colocando una mano en la suya. El contacto fue suficiente para que Rebecca finalmente permitiera que sus barreras se rompieran. Se permitió a sí misma caer, no en desesperación, sino en la calidez de estar con alguien que realmente le importaba.
Sentía que, por primera vez, no necesitaba ser la general rígida y calculadora.
—Gracias, Saro.—Murmuró, permitiendo que una pequeña sonrisa se filtrara entre sus labios.
Se quedaron en silencio por un rato, disfrutando de la simple presencia de la otra. La general no podía evitar pensar en lo diferente que se sentía con Freen. Con ella, se sentía vulnerable, pero no de manera negativa. Sentía que podía dejar caer todas las máscaras y simplemente existir.
Sintiéndose repentinamente agotada por el estrés acumulado, cerró los ojos por un momento antes de sentir como Freen se acomodaba mejor sobre el sillón, para luego sentir las manos contrarias envolver sus hombros y llevarla hasta sus brazos, compartiendo un abrazo que alivió tensiones que comenzaban a provocarle dolor de cabeza.
La castaña se quedó en silencio unos momentos después de que Freen la abrazara, sintiendo la calidez de su cuerpo, el peso suave de su abrazo y la fragancia que siempre la calmaba. Era un instante de paz que, después de tanto caos y soledad, se sentía casi irreal. Freen le susurró con una voz suave y tranquila, tratando de romper el peso del momento.
—Estoy aquí, siempre que lo necesites. No tienes que cargar con todo sola.
Esas palabras se hundieron en Rebecca con más fuerza de la que esperaba. La sensación de vulnerabilidad que antes la había asustado, ahora se sentía como un refugio al estar con ella. Freen era esa persona que no la juzgaba, que simplemente estaba allí, con una ternura que parecía no tener límites. La general levantó una mano temblorosa y acarició la espalda de Freen, apretándola suavemente contra sí misma.
—No sé qué haría sin ti.—Murmuró Becky, su voz apenas audible pero cargada de emoción.—Todo parece mucho más fácil cuando estás cerca.
Freen se separó lo suficiente para poder mirarla a los ojos, esos ojos oscuros que ahora brillaban con un destello de agotamiento, pero también de sinceridad. Sonrió, una sonrisa pequeña pero genuina, que iluminó su rostro.
—Lo bueno es que no tienes que imaginarlo, porque no voy a ir a ningún lado.
Esa declaración, aunque simple, se sintió como una promesa. Rebecca no pudo evitar sentir su pecho apretarse, no de tristeza esta vez, sino de alivio. Inclinó su frente hasta apoyarla contra la de Freen, sus respiraciones sincronizándose. Hubo un momento en el que el silencio lo dijo todo, un espacio donde no hacían falta más palabras. Estaban juntas, en el mismo lugar, conectadas de una forma que iba más allá de lo físico.
Rebecca la miró directamente a los ojos, notando los pequeños detalles: la forma en que las pestañas de Freen rozaban suavemente su piel, el suave rubor en sus mejillas, la luz tenue que jugaba con los tonos de su cabello. Era un cuadro perfecto, una calma que nunca había sentido de esa manera.
—Quiero que sepas.—Dijo la general, con una voz más firme.—Que este no es solo un momento pasajero para mí. Tú... tú significas mucho más de lo que he podido expresar.
Freen sonrió, sus labios temblando apenas antes de responder, sus ojos brillando con algo más que ternura.
—Lo sé.—Respondió suavemente.—Y tú también significas mucho para mí, más de lo que podría expresar en palabras.
Antes de que Rebecca pudiera procesarlo, Freen se inclinó ligeramente hacia adelante y, sin perder la suavidad, rozó sus labios contra los de la castaña en un beso que fue lento, profundo y lleno de significado. No había prisa, no había tensión, solo la conexión honesta entre dos personas, como si el tiempo se hubiera detenido en ese instante para permitirles saborear lo que compartían.
El beso fue un ancla para Rebecca, una confirmación de todo lo que sentía pero aún no había dicho. Se dejó llevar por la sensación de los labios de Freen contra los suyos, de la cercanía que compartían y de la seguridad que le daba estar con él. Era un beso que la llenaba de calma, y al mismo tiempo, de un calor abrumador.
Cuando se separaron, apenas unos milímetros, ambas se quedaron quietas, respirando juntas, sintiendo el latido del otro tan cerca que parecía propio. Freen sonrió, esa pequeña sonrisa que siempre lograba tranquilizarla, y susurró:
—Gracias por dejarme estar aquí para ti.
Rebecca no respondió con palabras esta vez, solo la atrajo hacia sí nuevamente, abrazándola con fuerza, como si no quisiera soltarlo jamás. Y en ese momento, todo lo demás desapareció. Estaban juntas, y por primera vez en mucho tiempo, la general sintió que estaba exactamente donde debía estar.
Un hogar. Un lugar para llamarlo hogar. Pero no solo se trataba del lugar, sino de la persona quien estaba sentada a su lado en ese momento, abrazándola como si fuera un salvavidas.
Su hogar ahora se componía de una persona.
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