29: An apple for a secret.
╭──────────╮
VOL. I | CURSED
E29T1: SPRING COURT
Una manzana por un secreto
🧝🏻♀️🥀☠️⚔️🩸
╰──────────╯
━═━═━═━═━═━═━═━═━
━━━UNA HOJA, BRILLANTE, VERDE Y DE ETERNA PRIMAVERA cae sobre mi hombro izquierdo y solo puedo suspirar, cansada, antes de quitármela de encima con un manotazo.
Desde mi llegada a Prythian había quedado cautivada de la hermosa estación de muchos colores que ofrecía aquel territorio; de su calidez y dulzura. No obstante, había algo en la primavera que rodeaba la gigantesca mansión de Tamlin que me causaba cierta incomodidad que me impedía disfrutar plenamente de su belleza. A tal punto, incluso, de llevarme a repeler los rosales como si fuesen plantas carnívoras; venenosas, y preferir los alrededores despejados. Una sensación insólita; extraña. Al principio había querido ignorarlo, pero luego de tres meses estancada en ese lugar había aprendido a odiar todas las maravillas que podría ofrecer el Alto Lord de la Corte Primavera.
Tres meses. De pronto, el significado de ese tiempo cae sobre mi como agua helada, estremeciéndome entera.
Habían trascurrido tres largos meses desde que había llegado a la mansión. Tres frustrantes meses en los que mi hermana mayor Feyre solo se ha acercado al engañoso inmortal de mascara dorada y donde cualquier intento de mi parte por separarlos ha sido frustrado, al menos, una docena de veces.
Si aún me encontraba en la propiedad, aun cuando el acuerdo había sido mantener mi estadía por tan solo un par de semanas, era gracias a los ruegos de mi hermana. Ella había pedido a su Alto Lord que me dejara permanecer más tiempo con ella y, para fortuna de ambas, este había aceptado, viéndose incapaz de negarle algo. Pero yo sabía que algún día la suerte que me había acompañado desde un principio se agotaría y, por ende, me regresarían a la tierra de los mortales. Que lo hicieran, sin antes haber convencido a mi hermana de irse conmigo, no era una opción, pero Feyre lucia muy a gusto con su nuevo estilo de vida.
Lo había visto por las mañanas, con cada vestido que se ponía para lucir en los desayunos; con cada sonrisa dirigida a Lucien en las tardes; o con cada salida secreta con Tamlin por las noches. Mi hermana disfrutaba de estar en ese lugar tanto como yo detestaba estar un minuto más cerca de los dos machos que me miraban con tanta precaución como si en cualquier momento pudiera sacar una flecha escondida y encajárselas en sus cabezas.
Por supuesto, ganas no me faltaban, pero me controlaba muy bien.
Todos los días, siempre que decidía salir de lo que se había vuelto mi habitación por tiempo indefinido, tenía la impresión de que alguno de ellos me vigilaba. En más de una ocasión, incluso, había divisado el cabello pelirrojo de Lucien merodeando en los rincones, sin embargo, no me molestaba en lo absoluto. De esa forma, ambos altos faes se aseguraban de mantener una distancia segura de conmigo y eso, por los dioses, era lo que hacía medianamente soportable los largos días en ese lugar.
Pero, aunque me hubieran despojado de mis armas, yo había sido lo suficientemente lista y capaz de hacerme con unas de los establos aquella misma mañana.
Luego de una visita rápida a Saeta en los establos, había descubierto un viejo arco, un carcaj desgastado y media docena de flechas debajo de una montaña de paja. Lo más probable es que hubieran sido olvidadas por algún centinela que regresaba de alguna expedición en las afueras de la mansión, o simplemente eran basura olvidada, quien lo sabía. Aun así, no quise desaprovechar la oportunidad y decidí llevármelas para practicar tiro al blanco en un claro que encontré entre la inmensa extensión de árboles que Tamlin poseía en su terreno. Un sitio seguro del que me había apropiado cuando buscaba algo de privacidad y tranquilidad. Un sitio apartado de las miradas furtivas y dramas personales que involucraban a los inmortales.
Justo ahora y con el ceño fruncido, miré la manzana roja que había traído conmigo del desayuno y que ahora se había convertido en mi blanco perfecto; allí, encima de una inmensa roca que servía perfectamente como apoyo.
Luego observé las cinco flechas que yacían esparramadas en el suelo, junto a otras pocas enterradas en los arboles cercanos, muy lejos de donde debería de haber dado y volví a suspirar.
Bueno, aquello no estaba resultando del todo bien.
Volví levantar el arco con la última flecha en mi mano, tratando de igualar la posición o la técnica que había usado aquella vez para encajarle a Goblin una flecha en su ojo, pero por mucho que me esforzara, debía recordar que habían transcurrido tres meses sin ningún tipo de práctica, por lo que lo poco que había aprendido en las tierras mortales ahora era un recuerdo lejano de lo que realmente había sido en su momento.
Con obstinación disparé la flecha y esta, como era de esperarse, se desvió varios metros de la manzana, perdiéndose entre un puñado de arbustos y ennegreciendo de ese modo mi humor de un gris a varios tonos más oscuros.
Quería golpear algo.
—Adelante —dijo una voz desde la distancia—. Si quieres, puedes canalizar esa rabia con el árbol, pero déjame advertirte las catastróficas consecuencias que involucran golpear algo tan duro sin tener el entrenamiento apropiado.
Mi cuerpo reaccionó casi en automático, girándose con más rapidez de la necesaria hacía el dueño de esa voz tan tranquila y al mismo tiempo misteriosa como la niebla más fría. Y es que habían pasado tres meses desde aquella noche en la que Duncan y yo habíamos tomado caminos separados, luego de que cumpliera con su promesa de traerme a la mansión de Tamlin, pero en ese momento, en ese preciso instante que lo vi tan despreocupado, apoyado en un árbol como quien no quiere la cosa y la capucha negra ocultando parte de sus facciones burlescas, no pude evitar pensar que el tiempo no había transcurrido en absoluto para ninguno de los dos.
Supongo que por eso no sentí el miedo que debí de haber sentido, porque una persona con sentido común debería de al menos sentirse amenazada por tener a un ser tan peligroso frente a sí. No obstante, yo ya había aceptado que parte de mi cordura se había perdido en mi travesía por las tierras de Prythian, porque le dirigí una mirada fulminante —sí, fulminante— al enigmático inmortal que, seguramente, me había visto fallar cada tiro por quien sabe cuánto tiempo en mi ignorancia.
—¿Qué estás haciendo aquí? —pregunté de malos modos, sintiendo como las mejillas me ardían por la vergüenza de haber sido atrapada en tan humillante situación.
Desde la distancia pude ver como Duncan enarcaba una ceja.
—¿Además de presenciar tu desastrosa puntería? —pongo mala cara, y el solo se encoge de hombros antes de continuar— Solo me aseguro de que sigues con vida. Temía que el gran señor de las flores te hubiera hecho trizas solo por haber pisado su alfombra favorita. —Al ver mi expresión incrédula, asiente una vez—. Si, así de voluble suele ser.
Pongo los ojos en blanco.
—Pues, como puedes ver, sigo entera. Ya puedes sentirte decepcionado por ello y regresar a tu tristísima existencia inmortal.
—¿Por qué crees que es tristísima?
Mientras recojo las flechas del suelo, respondo escuetamente:
—Solo un miserable inmortal, sin mucho que hacer en su tiempo libre, se dignaría en visitar a una humana. —Escucho que Duncan se ríe, lo que me produce una sensación extraña, pero cálida en el pecho, al mismo tiempo que lo miro con suspicacia— ¿Qué es tan gracioso?
—Tal vez tengas razón —dice con un toque de humor— Tal vez me divierte ver cómo te retuerces de la rabia al no poder darle a una simple manzana. Estoy seguro que debe de ser el rival más difícil con el que te has enfrentado en toda tu vida.
Sin cortarme un poco, le muestro el dedo de en medio, ganándome de ese modo otra risa de su parte.
Termino de recoger las flechas en completo silencio, sintiendo la mirada de Duncan quemarme la espalda en todo momento. Trato de ignorar este hecho, concentrándome en cada flecha perdida que saco de entre los arbustos, la tierra húmeda y los árboles, hasta que, por fin, las tengo todas de nuevo en el carcaj. Duncan las mira por medio segundo, frunce el ceño, y pregunta:
—¿Qué sucedió con las que te di?
No puedo evitar suspirar ante el recuerdo de esas flechas tan bonitas y brillantes como plata fundida en luz de luna. La realidad era que, desde aquella primera noche, no había logrado recuperar las flechas que me había dado Duncan, tampoco mi arco, por lo que no comprendía porque, si no tenía un arma segura con la que defenderme, Tamlin y Lucien me analizaban como un enemigo potencial del que tuvieran que cuidarse.
—Tamlin me las quito. —dije por fin, gruñendo.
—¿En serio? —No hay sorpresa en su voz, ni burla; mucho menos enojo. De hecho, no hay ninguna gota de emoción que refleje como verdaderamente se siente al saber que, el único regalo que me ha hecho desde que nos conocimos, ahora se encuentra en manos de mi peor enemigo, lo que me resulta inquietante a la par de desesperante— ¿Te dio una razón para eso?
Pensativa, trato de recordar las palabras dichas por el Alto Lord de la Corte Primavera el día siguiente a mi llegada.
—Algo sobre que son peligrosas, por no decir que letales, para cualquiera y dejan en ridículo a las de fresno. —Era un buen resumen—. Casi podría decirse que lucía aterrorizado porque las tuviera.
—¿En serio? —repite y esta vez, Duncan sonríe; una pequeña sonrisa siniestra que eriza el bello de mis brazos por lo inquietante que resulta a simple vista. Por una fracción de segundo, el deseo de saber lo que pasa por su mente sale a burbujeos de la superficie— ¿Y no intentaste buscarlas por tu cuenta?
Asentí con la cabeza, ida en mis propios pensamientos.
—Estuve una semana escabulléndome dentro de la mayoría de las habitaciones antes de darme por vencida. —A diferencia de él, puedo notar la decepción en mis palabras. Carraspeo entonces, esforzándome tanto como sea posible para ocultarlo—: Si las tiene, las mantendrá lejos de mi alcance. Estoy segura que, sea donde sea las mantenga escondidas, será imposible para mi llegar a ellas.
—Yo no estaría tan seguro de eso.
Miré a Duncan con el ceño fruncido.
—¿Y eso es por...? —Dejé la pregunta en el aire, incitándolo a continuar.
—Puedo sentir su magia desde aquí. —responde como si nada, como si me hubiera revelado el platillo que se serviría en el almuerzo y no una extraña habilidad inmortal que ni en mis mejores sueños hubiera pensado que poseía. Mi expresión debe ser poética, porque vuelve a sonreír antes de agregar—: Son mi creación. Por ende, ¿No debería saber en dónde deberían estar todas y cada una de mis creaciones?
—Eso es algo extraño. —confieso.
—Para los humanos, tal vez. Pero para los de nuestra especie es la mejor forma de mantener nuestras pertenencias bajo control y en las manos correctas.
—¿Y bien? —inquiero, ahora interesándome en el tema, encarándolo con curiosidad— ¿Sabes en donde escondió Tamlin las flechas?
Duncan me mira por un segundo antes de dirigir su atención en algún punto lejano detrás de mí. Casi podría apostar que estaba mirando directamente hacia la mansión, lo que en el pasado me hubiera parecido imposible, considerando que estábamos a unos buenos kilómetros de distancia y con un puñado de árboles cubriéndonos como una espesa manta verdosa. No obstante, Duncan era un inmortal, por lo que podría poseer habilidades que ni en todos los años de mi vida podría llegar a comprender o llegar a descubrir. Sus sentidos eran veinte veces mejor que las de un humano promedio, si alguien podía ser capaz de hacer algo así, era él.
Medio minuto de silencio más tarde, la niebla de los ojos dorados de Duncan se despeja y me parece ver algo de ese fuego plateado en sus ojos cuando conectamos nuestras miradas.
—Un sótano. —dice finalmente—. Tamlin tiene las flechas en un sótano.
—¿Cómo puedes estar tan seguro? —Le creía, en serio que sí, pero mi parte más escéptica no podía evitar desconfiar... O bueno, tal vez solo quería saber un poco más de cómo funcionaba ese extraño don que me resultaba de lo más intrigante, pero él no tenía por qué saberlo.
—Veo un salón oscuro, sin ventanas, con muebles cubiertos de sabanas polvorosas y muchas telarañas —La voz de Duncan desbordaba seguridad. No, él era la seguridad encarnada. No había manera de que no le creyera cuando hablaba de esa forma. Así había sido desde el primer día, y lo era entonces en ese momento—. Hay muchas cosas amontonadas entre sí. No parece que el lugar hubiera sido habitado durante mucho tiempo, pero puedo divisar una pintura del antiguo Alto Lord de la Corte Primavera y su familia cubierta por seda negra. Además, la energía de las flechas proviene de un nivel muy inferior de la mansión, casi como si estuvieran enterradas bajo tierra. Si no es el sótano, entonces...
—De acuerdo, ya entendí. —No quería seguir pareciendo estúpida frente a él, a pesar de que así era como me sentía, para variar—. Entonces, solo debo encontrar el sótano. No me parece una tarea tan difícil.
—¿Esperabas que las hubiera puesto en alguna caja fuerte o bajo la protección de una barrera mágica? —¿Acaso se estaba burlando de mí? Tenía que ser así, de otra forma no estaría levantando la comisura de su labio en lo que me parecía el comienzo de una sonrisa.
Traté de no pensar en lo atractivo que lucía cuando sonreía y, en su lugar, cambié de tema.
—¿Por qué nunca te quitas la capucha?
—Esa es una extraña forma de pedirme que me desnude frente a ti.
Inmediatamente me arrepentí de haberle hecho esa pregunta.
—¡¿Qué?! ¡No! ¡No es...! —Podía sentir como mis mejillas ardían por la vergüenza que me produjo la situación, y como consecuencia mi mente se había desconectado del habla y ahora solo soltaba incoherencias— ¡Eso no era lo que quería decir! ¡Lo juro, yo...!
La risa de Duncan hizo que guardara silencio de golpe. Una risa ligera, sincera y llena de un sentimiento cálido que no pegaba en nada con su aspecto tan rudo y misterioso.
Y luego procedió a despojarse de su capucha, esa que siempre había estado allí en cada encuentro como una extensión más de su cuerpo. Si tenía que ser sincera conmigo misma, en alguna que otra ocasión de silenciosa cavilación en la oscuridad de mi habitación había imaginado como luciría sin ella. No sabía porque siquiera lo hacía, solo pasaba, y cuando sucedía, imaginaba versiones de Duncan con cabello largo, corto, rizado... Pero, sin lugar a dudas, ninguna fantasía, por muy buena o elaborada que hubiera sido, podría haber superado al verdadero aspecto que Duncan poseía, y ahora revelaba, para mí.
Contuve la respiración un instante. Ante mí se encontraba un hombre cuya belleza parecía desafiar las leyes de la naturaleza. Su cabello negro, ni demasiado largo ni demasiado corto, estaba peinado de forma que simulaba las alas de un cuervo, con mechones rebeldes que caían sobre su rostro de manera que le daba un aire peligroso y sensual que acentuaba aún más su presencia. Su mandíbula, marcada y fuerte, parecía de granito y sus pómulos altos añadían una perfección casi irreal a su rostro.
Eso, además, combinado con sus ojos, tan dorados y brillantes como la primera vez que nos habíamos visto, parecían contener secretos lejanos de tiempos olvidados. Eran ojos que podrían ver a través de mi alma, desnudando cada pensamiento y sentimiento con una sola mirada. Si tenía algo que decir en ese momento, no recordaba en absoluto nada, ni siquiera como me llamaba.
La belleza de Duncan era tan intensa que parecía casi prohibida, como si los dioses mismos hubieran esculpido su rostro con una perfección inalcanzable. Me sentí fascinada, incapaz de apartar la vista de él ni por un segundo. Cada rasgo, cada línea de su rostro, era una obra de arte que me dejaba sin palabras. Y en ese momento comprendí que la capucha no solo había sido una barrera física, sino una protección contra el impacto abrumador de su presencia.
Y ahora, con su rostro al descubierto, no sabía cómo se suponía que debía sentirme... O comportarme.
—Respira, princesa.
Sus palabras rompieron el hechizo de un plumazo, recordándome que debía enviar oxígeno a mis pulmones si quería seguir apreciando esa devastadora belleza. Y eso hice, a pesar de que debería de sentirme como una tonta, tomé una profunda bocanada de aire no solo para estabilizarme, si no para poder ganar algo de tiempo en busca de lo mejor que podría decir sin que terminara por humillarme aún más.
—Tus orejas son redondas.
Sí, eso estaba bien. O bueno, ¿Realmente lo estaba? Era difícil saberlo, pero había creído correcto señalarlo. Desde mi llegada a Prythian mi encuentro con los altos faes había siempre sido casi fugaz, a excepción de Tamlin y Lucien, pero juraba haber recordado que las orejas de esta especie en particular siempre habían sido puntiagudas. Entonces, si Duncan, que lucía como uno de ellos, poseía unas orejas tan comunes como las de cualquier ser humano, ¿En qué tipo de inmortal lo convertía?
Duncan, en lugar de parecer ofendido por la observación, solo soltó una risa. El brillo de la diversión danzaba como fuego en sus ojos.
—¿Deberían de ser de otra forma?
Mis pies se movieron como si tuvieran vida propia, acercándose un par de pasos hacia él. No lo suficiente para invadir el espacio personal de ambos, pero si para que pudiéramos considerar la conversación más que un simple cambio de palabras trivial.
—Sí, si eres un alto fae... —Entrecerré los ojos en su dirección— ¿O no lo eres?
La sonrisa felina nunca lo abandonó mientras me inspeccionaba de igual manera.
—¿Importa?
—Por supuesto que importa. —repliqué.
—¿Por qué? —inquirió, y parecía verdaderamente curioso por la respuesta, porque había tomado su turno de acortar distancia con dos pasos más hacia mí.
—Bueno, a estas alturas uno creería que existiría al menos un gramo de confianza para saber al menos lo que somos, ¿No? —En mi cabeza esa explicación sonaba de lo más lógica, pero no estuve segura de sí revelarlo de ese modo había sido lo correcto. Parecía que estuviera reclamando algo que no me correspondía, por lo que intente soltar una excusa decente que respaldara mi propia curiosidad—. Quiero decir, hicimos un trato. Un trato que ahora llevaré en mi piel por quien sabe cuánto tiempo, ¿No crees que merezco saber al menos la naturaleza del pobre diablo al que vendí mi alma?
Me pareció ver un destello de ese fuego plateado en los ojos dorados de Duncan, pero la diversión seguía allí, sin duda.
—¿Eso crees? —preguntó— ¿Qué vendiste tu alma a un pobre diablo?
—Bueno, podría morir si me rehusó a cumplirlo, ¿No? —Mis pies dieron un paso más. En ese momento, poco me importaba si mi hermana o los centinelas de Tamlin me encontraban teniendo una conversación secreta en el bosque con el inmortal que había sido capaz de crear armas que le produjeron terror incluso al mismísimo Alto Lord de la Corte Primavera. Yo quería saber la respuesta, y no sé porque me daba la impresión de que Duncan parecía estar evadiéndome para no obtenerla— No eres un alto fae, ¿Cierto?
—No, no lo soy. —respondió Duncan por fin, ladeando la cabeza—. Soy algo mucho peor.
—¿Mucho peor que un alto fae? —No podía creerlo y, aun así, no podía encontrar ese pánico que en el pasado me hubiera hecho retroceder, huir hasta ponerme a salvo. Porque si lo que decía era cierto —y le creía—, y no era una de las especies que desde mi niñez me habían inculcado que estaban por encima de toda la cadena alimenticia en Prythian, entonces...— ¿Qué eres?
La mirada de Duncan podría haberme quemado viva, pero en mi interior ya no había miedo que me hiciera retroceder o retractarme de mi pregunta. Si fuera posible, el deseo de saber la respuesta era mucho más fuerte, más intenso. Pero Duncan parecía tener otros planes, a juzgar por cómo había dirigido su atención a un extremo lejano del claro en el que nos encontrábamos.
—Si logras derribar la manzana de esa roca..., con mucho gusto te lo diré.
Mis ojos divisaron mi antiguo blanco intacto, ese que me había propuesto a hacer pedazos con una de mis flechas y que, por el contrario, solo habían logrado destruir mi orgullo. Por un momento casi había olvidado que yo la había puesto allí; Que la razón por la que me encontraba en medio del bosque y muy lejos de la mansión de Tamlin era porque había decidido escapar con la excusa de una pequeña sesión de practica de tiro al blanco en soledad. Saeta también estaba allí, a unos buenos metros de distancia pastando tranquilamente, sin enterarse por nada que no fuera su comida.
¿Tanto me había sumergido en la conversación con este inmortal que había olvidado por completo lo que me rodeaba?
—Hecho. —solté sin siquiera pensarlo, dejándome llevar por esa parte competitiva de mi personalidad que me exigía casi a gritos que no me acobardara ante un reto.
Duncan inclinó ligeramente la cabeza en un gesto de aprobación mientras hacia el inútil intento de ocultar una sonrisa torcida, y luego se cruzó de brazos, a la espera de mi demostración. La viva imagen de la despreocupación inmortal que no temía del resultado de la apuesta, porque parecía haber intuido como se desarrollarían los acontecimientos desde el inicio.
Por supuesto, no quería darle el gusto de ello.
El claro en el que nos encontrábamos estaba bañado por la luz del sol que se filtraba entre las ramas y sus hojas. Los arboles a nuestro alrededor susurraban con el viento tranquilo, creando una atmosfera casi mágica. Duncan y yo estábamos muy lejos de la mansión de Tamlin, en un lugar donde nadie podría encontrarnos con facilidad, pero la tensión que había entre nosotros era palpable, tanto como para que cualquiera pudiera sentirla a kilómetros. Ahora más que nunca. Quería creer que la causa era por el desafío y no porque por alguna razón que desconocía, mi corazón había comenzó a latir con un ritmo desenfrenado. Y no, no era a causa del miedo. Miedo era lo último que podía sentir en ese momento.
Tomé el arco con manos temblorosas, sintiendo el peso de su mirada sobre mí. Coloque una flecha y apunte hacia mi objetivo, tratando de recordar lo básico que había aprendido y rogando a los dioses que me bendijeran con un poco de habilidad, al menos por una vez. No obstante, al soltar la flecha, este paso de largo, sin haber rosado la manzana siquiera.
—Inténtalo de nuevo —dijo Duncan, su voz suave pero firme—. Puedo darte dos intentos más.
Respiré hondo y volví a intentarlo, pero el resultado fue el mismo.
—¿Quién demonios te enseñó tiro al blanco con arco? —A diferencia de mí, Duncan sí que parecía divertido con mis resultados— ¿Un granjero?
No le respondí, precisamente porque su suposición había dado extrañamente en el clavo. No quería admitir que mis intentos de clases habían sido con Isaac Hale, el primogénito de un granjero de la tierra de los mortales. En su lugar, tomé la tercera flecha de mi carcaj con los dientes apretados para terminar con aquello de una vez por todas.
Duncan debió de notar mi pésimo estado de ánimo, porque de pronto escuché como se movía sobre la grama, rompiendo algunas ramitas en el trayecto para acercarse y detenerse detrás de mí.
—¿Puedo? —preguntó, casi en un susurro muy cerca de mi oreja, erizando los bellos de mi nuca casi de manera automática. Observé sus manos enguantadas extendidas a cada lado de mi cuerpo, en dirección hacia el arco que yo sostenía y me concentré en eso; Eso... y no en lo que su cercanía y su voz habían causado en mi cuerpo. Asentí a duras penas porque, ¿Qué otra cosa podía hacer? Mi orgullo magullado se había llevado mi capacidad para decir algo. Entonces Duncan cubrió mis manos con las suyas—. Primero, mejora tu postura. Mantén los pies firmes y a la altura de los hombros.
Hice lo que me ordenó, ignorando por completa la cálida sensación que me inundó al sentir su aliento chocando contra mi cuello. Enterré los pies con firmeza sobre el suelo terroso, asegurándome de que estuvieran a la distancia correcta una de la otra.
—Ahora... —Continuó—. Sostén el arco con fuerza, pero no como si quisieras que se rompiera entre tus dedos. No te tenses, relaja los hombros, de lo contrario podrías lastimarte... o lastimar a alguien.
—Muy gracioso. —espeté, pero solté una respiración profunda e hice exactamente lo que me pedía, aunque... ¿Cómo demonios podía relajarme cuando lo tenía tan cerca como para percibir el olor a cuero, niebla helada y pino que desprendía de su ropa?
Duncan, que no se enteraba del verdadero hilo de mis pensamientos, guió mis manos, ayudándome a colocar la flecha correctamente.
—¿Sabes cuál es el verdadero truco para apuntar correctamente? –pregunta entonces, y no tengo que mirarlo para saber que está sonriendo detrás de mí. No ha dejado de hacerlo desde que comenzamos con este intrigante intercambio de palabras.
—¿Cuál? —pregunto de igual manera y frunciendo el ceño, porque sí, me da algo de curiosidad saberlo. No sabía que existiese algo semejante para ser bueno con el tiro en arco.
Duncan ajusta mi postura y corrige el movimiento de mis dedos sobre la flecha, al mismo tiempo que murmura con suavidad:
—No se trata solo de la técnica, aunque eso ayuda. Es más sobre sentir el objetivo. —Una de sus manos, la que no me ayuda con la flecha, se posa sobre mi cintura para comprobar que me mantengo firme en mi posición, pero solo logra que mis nervios florezcan a flor de piel—. Imagina que la manzana es algo que realmente deseas alcanzar.
No puedo evitar soltar una risa con eso último.
—¿Algo que deseo alcanzar? ¿Cómo qué?
Me arriesgo a mirar sobre mi hombro solo por un segundo, y termino encontrándome ese brillo travieso en sus ojos cuando me devuelve la mirada.
—Eso depende de ti. Podría ser cualquier cosa... Un sueño, una meta... o incluso alguien.
Puedo sentir el calor de mis mejillas cuando regreso a mi posición casi de inmediato. Duncan no se inmuta, vuelve a guiar mis manos en la posición correcta, tensando todo lo que puede la flecha sobre el arco. Sus dedos sintiéndose tan firmes y seguros sobre los míos.
—¿Y cómo se supone que eso me ayudará a apuntar mejor? —cuestiono, porque me parece un tanto absurda la idea.
—Porque cuando realmente deseas algo, te concentras más. Tu mente y tu cuerpo trabajan en conjunto para conseguirlo. Ahora, relaja los hombros y respira hondo. —Hago exactamente lo que me pide, concentrándome en la manzana que tengo a muchos metros de distancia, brillando con su característico color rojo y no en sus manos, o en su hipnótica voz—. Y no olvides divertirte un poco.
Aunque intento abstenerme, sonrió, porque me parecía que aquella lección no tenía ni pies ni cabeza. Aun así, suelto:
—¿Divertirme mientras intento no fallar?
—Exactamente. La tensión solo te hará fallar aún más. Relájate y disfruta del momento. Ahora... dispara.
La flecha sale disparada con fuerza al mismo tiempo que Duncan me ordena soltarla, y miro expectante como esta atraviesa el claro, cortando como el aire como un cuchillo en dirección a la manzana sobre la roca. No puedo evitar sentir un subidón de emociones ante la expectativa, pero esta rápidamente es interrumpida con una nueva ola de decepción cuando observo como la flecha sigue de largo, apenas rosando por un centímetro la fruta, que ahora sí puedo decir que parecía estar burlándose de mí.
—Ha sido un muy bien intento. —Me dice Duncan con intenciones de hacerme sentir mejor, pero, en lugar de sentirme miserable por mi derrota, solo puedo pensar en la ausencia que han dejado sus manos ahora que respetuosamente se ha apartado de mí, dejando un espacio considerable entre nosotros. La sonrisa, aunque burlona, parece ocultar algo más que solo la satisfacción de haber ganado aquel tonto reto y yo solo puedo quedarme mirándolo con recelo mientras continua—: Dicen que la practica hace al maestro. La próxima vez será, princesa.
No dije nada por un momento.
¿Por qué presentía que aquel inmortal había tenido algo que ver con mi desafortunado —pero para nada inesperado— resultado? Tal vez estaba siendo paranoica, pero casi podría jurar que una ligera fragancia metálica cosquilleaba desde la punta de mi nariz, el olor tan característico de la magia que había aprendido a diferenciar dentro de la mansión de Tamlin. Entonces, ¿Tanto temía que supiera su verdadera naturaleza?
—Claro —Aunque mis especulaciones fueran ciertas, no podía negar que la lección había sido de mi agrado. No había disfrutado de una práctica así ni en mis mejores momentos en la tierra de los mortales. Y ahora más que nunca me esforzaría, no solo por mejorar mi puntería, sino también por descubrir aquello que él con tanto hinco se esforzaba por mantener entre las sombras— La próxima vez será.
¿Qué tipo de inmortal eres, Duncan?
═━═━═━═━═━═━═━
Publicado: 15/11/2024
Correcciones: NO
━━━¡MUCHAS GRACIAS POR SU PACIENCIA! Se que últimamente he estado muy desaparecida por la plataforma, pero sepan que eso JAMAS me va a impedir volver para actualizar esta joyita. Podre estar muy ocupada, con muchos pendientes encima y me podrán pasar mil cosas, pero SIEMPRE, tarde o temprano, volveré a CURSED. Ahora más que nunca, que nos encontramos en la recta final de su segundo acto y ¡¿PODEMOS HABLAR DE LA TENSION QUE HUBO EN ESE CAPITULO?! Necesito hablarlo con alguien. Es que... Woao, en serio ¡Woao! En este capitulo solo me falto sentarme frente al ordenador con las palomitas y un refresco porque yo sentí que Blair y Duncan se manejaban solos ¿Pueden creerlo? ¡Es como si yo no hubiera tenido nada que ver en nada de lo sucedido aquí! Estamos en un punto en el que mis bebes se manejan solos y ¡Dios! ¡Todo puede pasar! Por favor díganme que no soy la única que esta volviéndose loca por estos dos, porque en serio necesito hablar con alguien sobre las emociones que me están dejando esta historia, y ni siquiera hemos llegado a la parte de Bajo la Montaña, ¿Pueden creerlo?
El próximo capitulo lo estoy planificando. Me esforzaré todo lo posible para tenerlo listo la próxima semana. Deseo terminar este acto al menos antes de año nuevo, así que me pondré las pilas ahora que tengo un poco mas de tiempo libre. Mientras tanto, ¿Puedes decirme que parte te gusto más de este capitulo? ¿Podrías adivinar el secreto de la verdadera naturaleza de Duncan? Y por ultimo: ¿Cómo debería llamarse el ship entre BLAIR X DUNCAN? Me ayudarías mucho con esto ultimo, ya saben, para fangilear un poco XDDD
¡Muchas gracias por leer! Por favor déjate notar con un voto, un comentario o compartiendo la historia con mas fanáticos del universo de ACOTAR! Me estarías ayudando un montón.
────────────────────────
¡Hasta el próximo capitulo!
ATT: Lux. 💜🧡
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro