26: Face to face with the High Lord of the Spring Court.
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VOL. I | CURSED
E26T1: SPRING COURT
Cara a cara con el Alto Lord
de la Corte Primavera
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━━━PARECÍA QUÉ, CUANDO TENIAS A UN PODEROSO INMORTAL CON LA CAPACIDAD DE VOLVER CENIZAS A SUS ENEMIGOS, y que además te cuidaba la espalda mientras te guiaba a través de un bosque mágico de leyendas con seguridad, las preocupaciones rápidamente se evaporaban como el humo. Había pasado tanto tiempo desde la última vez que me había sentido segura en medio de tanto conflicto mental, tan segura como no tener que mirar cada dos segundos por encima de mi hombro ante la espera de un nuevo peligro acechando por los rincones que, simplemente, no sabía cómo procesarlo. Era como estar en casa otra vez, en las tierras mortales, cuando era Feyre quien me transmitía esa calma, esa sensación de que todo estaría bien, pasase lo que pasase.
Era una locura, que estuviera considerando siquiera tales pensamientos, era una locura; Estaba consciente de eso. Pese a ello, mi cuerpo tampoco estaba en posición de colaborarme. Mientras contemplaba, en un estado de éxtasis tranquilo, las hojas que danzaban en el aire, con sus colores vibrantes como gemas bajo la luz del sol primaveral, no pude evitar sentir una deliciosa pesadez en mis parpados.
—¿Princesa? Hemos llegado.
El mundo se filtró en mi conciencia como un sueño fragmentado. Parpadeé un par de veces, confundida, mientras los sonidos y las sensaciones se colaban a través de la bruma de mi mente. La noche estaba a mi alrededor, densa y misteriosa, como un velo oscuro que envolvía todo. Mis sentidos fueron reaccionando al mismo tiempo que mi conciencia. El olor a cuero, madera de cedro y pino me abrazaron con una fragancia agradable y masculina. Me di cuenta muy tarde de que estaba tumbada sobre algo cálido y sólido. Un cuerpo se aferraba a al mío, como si hubiera estado allí durante siglos.
Abrí los ojos de golpe, encontrándome con la oscuridad. Las estrellas titilaban por encima de mi cabeza, y la luna, un delgado arco de plata, se asomaba entre las ramas de los árboles. Había anochecido, pero, ¿Cómo...?
Los engranajes de mi cabeza comenzaron a girar medio segundo muy tarde. Medio segundo en el que mi cabeza se movió para verlo, allí, con su figura inmortal recortada contra el cielo estrellado. Duncan me miraba entre las sombras que le proporcionaba su capucha, lo que me hacía difícil la tarea de descifrar lo que sea que ese brillo extraño en sus ojos pudiera significar. No obstante, eso no era lo que me preocupaba.
Me había quedado dormida sobre el pecho de Duncan, por el amor de todos los dioses. Había estado tan cansada luego del enfrentamiento con los Goblins, luego de haber tenido una noche de mierda tras haber discutido con mi hermana que, sin darme cuenta, me había quedado dormida entre los brazos de aquel inmortal que no conocía de nada y con el que, demonios, se suponía debía mantener las distancias. Quien sabría cuánto tiempo había pasado allí, recostada contra su cuerpo, con él, sosteniéndome en todo momento.
Me enderecé de golpe, con las mejillas ardiéndome por la vergüenza. Ni en mis peores pesadillas hubiera creído que la cosa terminaría así cuando sugerí que viajáramos juntos de esa forma.
—Lo siento, no debería haberme dormido así —tartamudeé, desviando la mirada hacia cualquier punto que me hiciera pensar en otra cosa que no fuera lo bien que olía, o lo reconfortante que había sido ese sueño—. No quería... No quería molestarte.
En medio de mis maldiciones internas, pude escuchar la risa tranquila de Duncan. Mi cuerpo se tensó como una cuerda al sentir como se inclinaba hacia adelante.
—No me has molestado, princesa —dijo su voz, suave como el viento entre los aboles. Traté de que no se me notará el asombro en la cara ante la repentina cercanía—. Has estado a salvo en todo momento.
El estremecimiento comenzó por mi nuca y se extendió por mi columna vertebral. Era como si el viento mismo hubiera cobrado vida y se hubiera deslizado bajo mi piel. Aquello era algo nuevo, por supuesto, una sensación desconocida. No obstante, me obligué a mí misma a parecer tan inexpresiva mientras le daba un vistazo a nuestro alrededor e ignoraba el peso de sus brazos en mis costados al seguir sosteniendo las riendas de Saeta.
La noche se cernía sobre el bosque, y la luna, un testigo silente, iluminaba nuestro camino. Pero lo que capturó mi atención fueron los gigantescos portones que se alzaban impotentes frente a nosotros.
Los portones se alzaban entre dos columnas de piedra cubiertas de musgo. A ambos lados, árboles altos y antiguos se inclinaban hacia el camino, como guardianes silenciosos. Eran una obra maestra de hierro forjado. El metal oscuro estaba entrelazado en patrones intrincados: espinas afiladas, enredaderas retorcidas y, en el centro, un corazón. Un corazón que parecía latir con vida propia.
La rosa grabada en el corazón era la joya de los portones. Sus pétalos estaban detallados con precisión, como si hubieran sido esculpidos por un dios. No pude evitar imaginar que, en pleno día, esa rosa desplegaría sus colores: rojo intenso, fragancia embriagadora. Pero ahora, bajo la luz de la luna, la rosa parecía dormida, como si aguardara el amanecer para revelar su verdadera esencia.
Sentí un escalofrió, para nada parecido a lo que había sentido momento antes, al darme cuenta que estaba en el umbral de algo mucho más grande que yo; La mansión del Alto Lord de la Corte Primavera, finalmente, estaba al alcance de su mano. Y con un poco de suerte, mi hermana también estaría allí.
Duncan fue el primero en bajarse de Saeta con un movimiento grácil y silencioso. Seguro había sido el asombro, pero no me opuse cuando me ofreció una mano para bajar también. Tuve que apoyarme de sus hombros, que se sintieron tan duros como el granito bajo mis dedos, y un salto más tarde ya me encontraba sobre la superficie terrosa, mirando a los alrededores del portón con el ceño fruncido.
—¿No hay guardias? —inquirí, confundida.
—No —Duncan me responde mientras le hace mimos a mi yegua, quien está más que encantada por sus atenciones—. En este momento los centinelas de Tamlin se encuentran haciendo cambio de turno.
Lo miré con ambas cejas arriba.
—¿Cómo es que tú sabes eso?
—Un inmortal tiene que hacer lo que tiene que hacer para mantenerse con vida —Duncan sonríe con ese brillo felino en los ojos dorados que me dice que hay una historia mucho más interesante de fondo, pero no explica nada más y, en cambio, se limita a decir—: Prythian no solo es letal para los humanos.
—¿Eres un espía acaso? —pregunto con verdadera curiosidad.
—No, pero conozco a un buen amigo que si lo es —El tono de su voz, aunque parece querer sonar desinteresado, baja dos octavas. Casi pareciera que hubiera afecto en sus palabras—. Me enseñó muchos de sus secretos durante los últimos quinientos años.
Quinientos años. Claro, porque un inmortal podía vivir ese tiempo, y mucho más. Casi había olvidado cuan larga podía ser la vida de los seres que habitaban este lado del muro, casi infinito. Pese a ello, y que su rostro estuviera casi oculto por su capucha, Duncan nunca me había dado la impresión de parecer un vejestorio de quinientos años de edad. De hecho, de vejestorio no tenía nada. Era increíble que un macho que se viera de esa forma tuviera medio siglo de vida.
Duncan ve el asombro en mi cara y muestra una sonrisa ladeada. Inmediatamente desvío la mirada, concentrándome en los portones que me esperan a unos cuantos metros de distancia. La duda se posa como una gigantesca piedra en la boca de mi estómago.
—¿Tienes miedo? —pregunta Duncan al cabo de medio minuto de silencio. No hay burla en su tono, tampoco parece estar juzgándome en lo absoluto. Tan solo parece... Curioso.
—¿Mi hermana estará allí? —pregunto en cambio, en un murmullo tan bajito que, de no haber sido un inmortal con oído súper desarrollado, dudo que me hubiera alcanzado a escuchar.
Duncan se encoge de hombros.
—Es probable. Pero deberías pensar en que también estarán muchos inmortales inferiores sirviendo en la mansión, como sombras. Además de su Alto Lord, por supuesto —Puedo sentir su mirada cuando se gira a observarme— ¿Y bien?
—Tal vez tenga un poco de miedo. —admito entre dientes, con el corazón amenazando con salirse de mi pecho en cualquier momento.
—Eso está bien. El miedo es solo una señal de que estás a punto de hacer algo valiente.
—En este momento no me siento valiente.
—Ah, pero aun así te enfrentas a tu miedo con valentía. —Duncan muestra una sonrisa de boca cerrada—. Yo diría que lo estás haciendo excelente.
—¿Todos los inmortales son tan sabelotodo o solamente eres tú?
—Quiero creer que soy un tipo de inmortal diferente.
La pregunta surge desde un rincón lejano de mi cabeza, y antes de que pudiera hacer algo para detenerla, ya estaba abriendo la boca, otra vez:
—¿Qué es lo que te hace tan diferente de todos los inmortales de estas tierras?
Al mirarme, los ojos de Duncan brillan en medio de la oscura noche que nos envuelve silenciosamente. El oro fundido parece destellar con algo que no alcanzo a identificar, pero que resulta ser tan hipnótico y peligroso al mismo tiempo.
—Pregunta la hermosa mariposa, al sucio escarabajo —Duncan inclina la cabeza hacia los portones—. Si no quieres toparte con la guardia de Tamlin, lo mejor será que entres. El cambio de turno terminará en cualquier momento.
Trago saliva, asiento torpemente y obligo a mis extremidades inferiores, en ese entonces entumecidas, a moverse hacia adelante. No obstante, antes de que pudiera haber dado cinco pasos, mi brazo es interceptado nuevamente por Duncan, quien me detiene con una delicadeza firme que podría haber roto el corazón de cualquiera.
—Espera —Ante mi expresión confundida, señala un punto lejano sobre mi cabeza—. No llevas flechas.
Miro sobre mi hombro para encontrarme con el carcaj vacío, un hecho del que había estado consciente desde el momento en el que habíamos abandonado el claro lleno de Goblins muertos. Ni siquiera se me había pasado por la cabeza considerar recogerlas, o buscarlas, por la conmoción del momento.
No obstante, ahora, con quien sabe que cosas podría encontrarme dentro de aquella mansión, no me habría venido mal algo más con lo que pudiera defenderme, algo más que una simple daga, por ejemplo. Pero ya no podía dar media vuelta y regresar por ellas. Seguro que la mayoría yacían perdidas en medio del bosque.
—Supongo que tendré que arreglármelas sin ellas. —dije por fin, encogiéndome de hombros con intención de quitarle hierro al asunto. No quería seguir pensando en lo descuidada que había sido por no haber aprovechado el momento.
—No sabía que tuvieras una puntería tan desastrosa.
—Esa puntería te salvo la vida, ¿Recuerdas?
Duncan suelta una risita ligera.
—Lo recuerdo —Una pequeña pausa, y entonces—: ¿Qué te parece si te devuelvo el favor?
Abro la boca, lista para protestar. Si piensa que puede engañarme para realizar un segundo pacto con magia, se equivoca. No deseo estar doblemente atada a él, suficiente tenía con un tatuaje mágico grabado en la piel, yo no quería...
Duncan interrumpe el curso de mis pensamientos al inclinarse y rozar con la yema de sus dedos el carcaj que guinda en mi espalda. Medio segundo más tarde, un peso que no debería de estar allí se cierne detrás de mí, robándome el aliento. Miro a Duncan con los ojos abiertos de par en par, pues no siento la necesidad de verificar algo que mi cuerpo ya sabe; Qué el carcaj, antes vacío, ha sido llenado con su magia.
—Cuando entras a la boca de la bestia, lo mejor es ir armada hasta los dientes. —Es lo único que dice el inmortal frente a mí, con el fuego ardiendo en esos ojos hermosos.
—¿Otro sabio consejo de tu amigo el espía? —inquiero, anonadada, más para quitarme los efectos de la sorpresa de encima, que por saber. Aun así, Duncan responde:
—No. —Una sonrisa maliciosa que adorna su pálido rostro y estremece todo mi cuerpo—. Este consejo me lo dio un amigo diferente.
No digo nada más al respecto y, en cambio, retomo mi camino hacia el frente.
—¿Princesa?
Doy media vuelta hacia Duncan, quien se ha quedado en el mismo lugar, quieto, como una sombra que se camufla con la oscuridad de la noche. Lo único visible es su rostro y esos ojos dorados tan raros que me miran con un brillo divertido.
—¿Qué?
—No mueras —dice, deteniendo mi corazón una fracción de segundo. Entonces, agrega—. Al menos, no antes de haber cumplido con tu parte del trato.
No vacilo al levantar un dedo corazón en su dirección, pero, para entonces, su cuerpo se ve consumido por intensas llamas plateadas que lo convierten en nada más que cenizas, desapareciendo con el viento. No obstante, podría haber jurado escuchar una débil risa masculina antes de desvanecerse en la nada, lo que irresistiblemente me saca una pequeña sonrisa también.
Y entonces me enfrento a los gigantescos portones, al corazón y la rosa con espinas que parecen poner a prueba mi valía. Me preparo mentalmente para lo que está a punto de suceder a continuación, cuento un par de respiraciones para serenar mi mente, desconectarla del caos que se forma por las probabilidades de un futuro incierto y empujo las puertas hacia adelante. El hierro cede con un gemido, y cruzo finalmente el umbral hacia la mansión del Alto Lord de la Corte Primavera, donde el destino de mi hermana y el mío se entrelazan en un baile de rosas y espinas.
Avanzo por el camino que se extiende, interminable, sobre un sendero de belleza y misterio. Las flores, como guardianas silenciosas, se alzaban a ambos lados, sus pétalos brillando bajo la luz de la luna. El aire estaba cargado de fragancias: jazmines, rosas y lilas. ¿Cómo podía ser tan hermoso incluso en medio de la noche? Los arbustos de lavanda, por otro lado, se alineaban como soldados en formación. Sus flores moradas liberando ese delicioso aroma relajante, como si quisieran que aplacar mis nervios a flor de piel mientras daba un paso, y luego otro, hacia la mansión que se alzaba en la distancia, majestuosa y etérea.
Como un palacio diminuto, con sus paredes color crema llena de enredaderas y flores, la mansión del Alto Lord de la Corte Primavera era lo que hubiera esperado, y mucho más, de cómo hubiera sido la vivienda de un líder inmortal. Tantas ventanas visibles como para poder contarlas, balcones, escaleras y detalles en piedra. Todo poseyendo esa belleza sin igual que caracterizaba a un inmortal. Ni siquiera la lujosa mansión de mis padres podría compararse con tal exquisitez, con una arquitectura propia de dioses. Era para maravillarse, embobarse con sus formas, con su tamaño y con todos los secretos que podría ocultar por debajo.
Me hice camino a través de un camino de rosas de un rosado pálido que, durante la noche, parecían ser tan blancas como la brillante luna que me acompañaba y era testigo de mi gran hazaña. Podía escuchar el agua correr de una fuente a la distancia mientras subía los escalones de piedra que llevaban a la majestuosa puerta principal. Los detalles de la misma eran asombrosos: tallados de rosas, hojas y espinas. Cada trazo parecía haber sido trazado con amor y paciencia, ¿Qué manos inmortales habían sido capaz de realizar semejante obra de arte?
Sin detenerme a pensarlo mucho, y porque tenía miedo de encontrarme con algún guardia como siguiera estando tan visible, empujé las puertas y entré a la mansión. Mientras lo hacía, no pude evitar descolgarme el arco y, a su vez, preparar una flecha en caso de que fuera necesario enfrentarme a algo mucho más peligroso dentro de aquellas puertas hermosas.
No obstante, solo me recibió el silencio envuelto en la nada.
El vestíbulo se extendía ante mis ojos como un sueño hecho realidad, una sinfonía de lujo y exquisitas decoraciones. El suelo de mármol pulido reflejaba la luz tenue que se filtraba por las altas ventanas. Candelabros de cristal colgaban del techo alto, destellando como estrellas suspendidas en el tiempo.
A ambos lados, estatuas de figuras mitológicas sostenían jarrones de porcelana con flores frescas. Sus ojos parecían seguirme mientras avanzaba, como si supieran que estaba en un lugar prohibido, sagrado, donde los mortales rara vez ponían un pie. El aire estaba impregnado de un aroma dulce y metálico, como si las paredes mismas exudaran magia. No pude evitar preguntarme si se trataba del perfume de las flores o el rastro de hechizos antiguos levitando en el aire. Unas puertas dobles me llevaron a lo que hubiera creído seria el salón principal.
El techo abovedado estaba decorado con frescos que representaban escenas de la primavera: flores en plena floración, animales juguetones y dioses danzantes. Los muebles eran una mezcla de elegancia y comodidad. Sofás tapizados en terciopelo verde esmeralda rodeaban una enorme chimenea de mármol blanco que desprendía calor gracias al vivido fuego que consumía la leña en su interior. Cojines bordados con hilos dorados invitaban a descansar.
En las paredes, cuadros de paisajes idílicos colgaban en marcos dorados. Bosques frondosos, cascadas cristalinas y campos de flores se desplegaban como ventanas a otros mundos.
No pude evitar sentirme como una mancha de lodo en medio de tanto lujo y esplendor. Como un personaje que había entrado en la historia equivocada, allí, vistiendo ropas manchadas de sangre y el cabello negro despeinado. Pero no tuve mucho tiempo de pensar en ello, cuando un movimiento a mi derecha hizo que el hechizo en el que había estado sumergida se rompiera.
Giré sobre mis talones, el arco y la flecha en mano, lista para enfrentarme a cualquier amenaza.
Y entonces mis ojos se posaron sobre una inmortal de baja estatura que dio un respingo cuando la punta afilada de mi flecha apuntó directamente hacia su cabeza. Su piel era de corteza de árbol, sus ojos profundos como raíces. Pero lo que más me llamó la atención fue la máscara de pájaro que cubría su rostro. Una voz susurrante en mi cabeza me advertía que ya la he visto antes, pero no lograba dar con un lugar específico entre la laguna de mis recuerdos.
—¿Quién eres tú? —decido preguntar con voz fría, cautelosa, estudiándola con ojos agudos.
La inmortal no se mueve. Permanece tan quieta, como parte del mobiliario antiguo, mientras me analiza de la misma forma. Si parecía nerviosa por el arma que yo llevaba, o por mi presencia, no pareció demostrarlo. Sus expresiones estaban ocultas debajo de la máscara, o quizás era muy experta escondiendo emociones desde mucho tiempo antes, no lo sabía.
—Yo debería de preguntar lo mismo —dice entonces, sin miedo en la voz– ¿Quién sois vos?
Mi ceño se frunce con molestia.
—Eso no es de tu incumbencia —No me tiembla la mano, ni la voz, cuando tenso la cuerda hasta todo lo que da en dirección a la inmortal. Me felicito por ello—. Me llevarás con tu señor, el Alto Lord de la Corte Primavera o, de lo contrario, no tendré piedad en atravesar tu corazón con una mis flechas.
Una amenaza vacía, lo sabía, considerando que tendría que disparar al menos cinco flechas hasta que alguna diera de lleno en su cuerpo. Pero eso ella no tenía por qué saberlo, ¿Cierto? En su cabeza, ella debía verme como una amenaza, no como una niña asustadiza que fingía ser valiente, como verdaderamente me sentía por dentro.
La inmortal con mascara de pájaro no reaccionó a mis palabras. No obstante, inclinó levemente la cabeza con algo muy parecido a un asentimiento, antes de moverse silenciosamente hacia el pasillo más cercano. Al darse cuenta de que yo no la seguía, se detuvo, y me lanzó una mirada significativa por encima de su hombro.
—Seguidme, entonces —murmuró, la calma personificada—. Mi señor se encuentra en su despacho.
Ella no vio mi expresión de sorpresa, pues ya se había dado la vuelta, pero había estado allí. La incredulidad, como una pintura con todos sus colores en mi rostro. Ni en mis mejores fantasías habría creído que sería así de sencillo, pero, ¿Realmente había logrado mi cometido, o solo estaba viendo lo que quería que viera? ¿Y si se trataba de un engaño y yo estaba cayendo directo en su trampa? Las posibilidades eran infinitas, pero nunca descartables.
Mis dedos aprisionaron con más fuerza el arco y la flecha, lista para cualquier cambio brusco o señal de peligro mientras seguía a la inmortal por un extenso corredor.
Mi reflejo me saludó cuando pasamos frente a un espejo inmenso con incrustaciones de piedras preciosas en los extremos. Para aquel entonces, yo siempre había estado consciente del aspecto que portaba, pero nunca habría creído que me vería de esa forma. La capucha abajo; arrugada, el cabello negro revuelto por encima de mis hombros, mi rostro estaba tan pálido como el papel, con cortadas menores y tierra estropeándome las mejillas. El miedo estaba claro en mis ojos, de un color tan parecido al carbón por las lentillas que seguía portando, pero al menos también podía ver la determinación iluminando como un fuego ardiente que no tenía intenciones de apagarse.
La inmortal se detuvo en frente de unas gigantescas puertas dobles, tan parecidas a todas las demás que había visto en el trayecto. Yo me detuve al mismo tiempo, manteniendo las distancias con el arco y la flecha en mano, sin dejar de apuntarla. Antes de que alguna de las dos pudiera decir algo, escuchamos voces. Voces amortiguadas que provenían del otro lado de esas puertas.
—Creo que deberías pedirle disculpas. —decía una voz de macho, suave, cautelosa. La voz de alguien que tanteaba un terreno peligroso con manos cuidadosas—. Lo que hiciste no estuvo bien.
—¿Crees que no lo sé, Lucien? —exclamó la otra voz, más fuerte, en un tono más impotente; autoritaria. Podría apostar todo lo que no tenia que se trataba de él: el Alto Lord de la Corte primavera—. Me comporté como un animal con ella, como un bruto. Le destrocé el cuello y todo porque no pude resistirme a la magia salvaje del Calanmai.
Mi corazón dio un vuelco.
—No tenías el control de tu cuerpo, Tamlin, no te des tan duro. Fue una noche difícil para todos —volvió hablar el macho de voz calmada, el tal Lucien. Un segundo de silencio, y entonces agregó—: ¿Qué tal si le obsequias algo bonito para compensarla? Un ramo de flores sería un detalle apropiado para borrar lo que sucedió anoche.
¿Qué sucedió exactamente anoche? Mi sangre comenzaba a calentarse, turbulenta, bajo mi piel.
—Quizás... —Tamlin, el Alto Lord, suspiró—. Quizás un ramo de rosas blancas de la rosaleda de mis padres sea de su agrado, ¿Crees que a Feyre le guste?
Mis dientes se apretaron con un fuerte chasquido. El deseo de derribar la puerta de un solo golpe, apuntar y disparar de lleno en su cabeza se intensificaba con cada segundo que pasaba allí, escuchando quien sabe que cosas, al otro lado de la habitación.
—Por supuesto. Lo amará completamente. Y luego, entonces, podremos seguir con el plan de cautivarla para que se enamore perdidamente de ti. —mis ojos se abrieron de golpe—. Sabes que lo necesitamos. Se nos está acabando el tiempo.
No pude aguantarlo más.
Empujé las puertas hacia adentro con brusquedad, causando un estruendo que resonó dentro de toda la habitación y tomó por sorpresa a los dos inmortales que muy tranquilamente habían estado conversando en la seguridad de un escritorio en un extremo, frente a un gigantesco ventanal que daba a los jardines delanteros de la mansión.
—¡Por el caldero!
—¿Qué demonios está...?
Levanté el arco y la flecha, sumiendo la estancia en un profundo silencio. El exabrupto de los inmortales murió al instante. En un escenario diferente quizás me hubiera quedado embobada, mirando aquel santuario de madera oscura y pergaminos con absoluta fascinación, pero la ira cegaba cualquier rastro de buena voluntad por admirar un entorno bello.
Mis ojos dieron un repaso rápido a ambos altos faes machos, que se habían levantado de sus sillas con asombro. Reconocí inmediatamente al pelirrojo con mascara de zorro como el inmortal que mi hermana Feyre me había presentado en el Calanmai. Lucien, había oído. Era el inmortal que había mencionado aquel retorcido plan de enamorar a mi hermana, y al que no pude evitar dirigirle una mirada de odio puro cuando sus ojos se abrieron en mi dirección.
El otro inmortal, por otro lado, era rubio, con el cabello largo cayéndole como cortinas sobre sus hombros anchos. También poseía una máscara, dorada, sin ninguna forma de animal, pero igualmente exquisita, resaltando con esmeraldas que dibujaban remolinos de hojas intrincadas. Debajo de ella, un par de ojos de un verde intenso como el pasto de primavera me devolvieron la mirada con emociones que iban del asombro, al pánico y una vez más a la incredulidad. Si no conociera tan bien esa emoción, diría que era miedo lo que veía en las facciones del gran Alto Lord de la Corte primavera. Una sorpresa para mi, pero una que no desaprovecharía ahora que sabía que los había tomado con la guardia baja.
Olvidándome de la existencia del pelirrojo, decidí apuntar directamente hacia la cabeza del inmortal de cabello rubio. Mi objetivo desde que había decidido cruzar esos portones.
—¿Dónde está mi hermana? —pregunté en un tono sorpresivamente severo, calmado, que no pegaba en nada con la violencia que reflejaba mis acciones, con el fuego que ardía en mi mirada y era dirigida con todo su peso hacia el inmortal que encabezaba el escritorio y seguía observándome con el rostro tan pálido como el papel.
—Lucien... —llamó, apenas un murmullo que salió de sus labios. Estos temblaban ligeramente, sin despegar sus ojos de mi cara mientras se dirigía al alto fae a su lado— ¿Estás viendo lo mismo que yo...? ¿Ella...?
—Si —Lucien asintió, tenso desde su posición, sin mover un solo musculo mientras miraba cautelosamente el arma con el que apuntaba a su señor—. Ella es...
Antes de que pudiera siquiera terminar de hablar, la flecha salió disparada hacia adelante, rosando peligrosamente el cabello de Lucien y clavándose en la pared detrás de él. Su cuerpo dio un respingo en respuesta; El ojo metalizo que portaba zumbó y, por un momento, pareció enloquecer por el repentino sobresalto. Era miedo, miedo genuino lo hizo que retrocediera un par de pasos hacia atrás; retrocediera lejos de mí.
—Tamlin, no son flechas normales.
Tamlin, o el Alto Lord de la Corte Primavera, ya estaba analizando la flecha que se había clavado en la exquisita madera a su lado con los labios tensos, cuando murmuró entre dientes:
—Eso puedo verlo.
—¿Cómo es posible que ella tenga esas...?
—¡Cierren la maldita boca! —La orden salió de mis labios como un ladrido, un grito furioso. Una segunda flecha ya estaba lista y preparada para ser lanzada. La cuerda de mi arco temblaba ligeramente bajo mis dedos— ¡¿Dónde está Feyre?! Sé que está aquí.
Los ojos de Tamlin se entrecerraron en mi dirección. El miedo seguía allí, podía verlo, pero ahora también dominaba el enojo, la rabia controlada.
—Baja esa flecha y con mucho gusto te lo diré.
La segunda flecha fue lanzada. Esta dio de lleno en la ventana a sus espaldas, haciéndola añicos con un silbido.
Desde donde me encontraba, pude haber jurado escuchar el chasquido de los dientes de Tamlin al apretar con fuerza su mandíbula. Si no se lanzaba sobre mí era por una sorprendente fuerza de voluntad que lo obligaba a permanecer quieto tras la seguridad de su escritorio. De otra forma, dudo que me hubiera dejado destrozar no solo una pared, sino también su hermosa vidriera de colores.
—Ya basta. —ordenó, furioso.
Yo igualé esa furia con facilidad, preparando una tercera flecha.
—Dime, ¿Dónde está mi hermana? —repliqué en el mismo tono.
—Está arriba, en su habitación. Ahora deja de disparar flechas a diestra y siniestra como una demente y hablemos civilizadamente.
—Dudo que sepas siquiera lo que significa ser civilizado —espeté, sin obedecerle—. Tu raptaste a mi hermana.
—No lo hice. El tratado me obligaba a...
—¡Me importa un demonio tu estúpido tratado! —Mi sangre, mi ira, mi rabia, todo hizo combustión al mismo tiempo— ¡Tú te llevaste a mi hermana! Y no solo te conformaste con eso, ¿Cierto? ¡¿Ahora quieres engañarla, confundir su mente para que te quiera?! ¡Eres un bastardo!
Lancé la tercera flecha. No obstante, esta no logró dar en su cabeza. El Alto Lord de la Corte Primavera fue mucho más rápido que yo, más astuto. Se hizo de la flecha con un movimiento de mano, interceptándola a pocos centímetros de su rostro con un gruñido. Contuve el aliento al ver la ira del inmortal volviéndose hacia mí.
—Es suficiente. —decretó, partiendo la flecha en dos frente a mis ojos—. Te calmarás, o prometo que las cosas se pondrán muy feas para ti.
El inmortal pelirrojo se removió incomodo desde su posición. Hasta ese momento, solo había presenciado el intercambio de palabras en completo silencio.
—Tamlin, yo creo que deberías...
—Mantente al margen, Lucien. —le ladró Tamlin, enseñando los dientes.
No dejé que vieran mi miedo. En ningún momento me deje amedrentar por su ira, por todo el poder que ellos poseían y que yo no igualaba ni con cien flechas en mi arsenal. Me mantuve firme como una roca, ahogando mis miedos con mi propia furia. Porque había cosas mucho más importantes que mi propio temor.
—Tu nombre es Blair, ¿Cierto? —Mi cuerpo se tensó al oír como me nombraba con esa familiaridad que yo en ningún momento le había concedido. El debió percibirlo, porque agregó rápidamente—: Tu hermana me hablo mucho de ti.
—Quien sabe que cosas le habrás metido en la cabeza para que te hable de su familia. —escupí con repugnancia.
—Nada, yo no le hice nada. —Tamlin dio un par de pasos para rodear el escritorio. En consecuencia, yo volví apuntarlo con una flecha. Frunció el ceño al notarlo—. Tu hermana ha estado a salvo en todo momento conmigo, tienes mi palabra.
—Pues resulta que, para mí, tu palabra vale lo mismo que una moneda de bronce bañada en oro.
Aquello pareció molestarle, porque murmuró entre dientes.
—Ustedes los mortales son criaturas difíciles de tratar.
—Permíteme decir lo mismo sobre tu especie.
—¿Cómo llegaste aquí? —preguntó entonces, con un deje de curiosidad en medio de tanta tensión. En ningún momento había bajado la guardia conmigo, pero seguramente estaría interesado en saber cómo demonios una humana se las había arreglado para infiltrarse en su territorio con tanta facilidad.
Yo, sin embargo, no tenía ninguna intención de ser quien le revelara esa información.
—No pienso decírtelo.
—¿Quién te guio hasta mi residencia?
—Eso no es de tu incumbencia.
—Lo es, cuando cosas como estas pasan sin mi conocimiento. —gruñó, exasperado. Para aquel entonces, ya no había escritorio que nos separara a él de mí, solo unos cuantos metros de distancia que fácilmente podían se recortados con una afilada flecha, o quizás mi daga. Lo estaba considerando cuando me burlé de él.
—Si cosas como estas pasan sin que te des cuenta, entonces, eso dice mucho de ti como Alto Lord de la Corte Primavera, ¿No crees?
Decirlo había sido un error. Pero ya no podía retractarme.
Tamlin se abalanzó sobre mí, frenético, salvaje, mostrando los colmillos en una clara amenaza y con los ojos encendidos en una furia letal color esmeralda. Había sido tan rápido como para verlo venir. Ni siquiera la flecha que había disparado, que se le había enterrado en el hombro, había sido suficiente para derribarlo. A pesar de los gruñidos de dolor, de la agonía que se veía en su rostro, el me aprisionó contra una pared cercana, despojándome de mi arco con brusquedad y dejándome inmovilizada con ambas manos que me apretaban hasta causarme un dolor propio que me hizo gritar.
—Te dije... —inspiró frenéticamente, totalmente fuera de sí, a centímetros de mi cara—. Te dije que te calmaras o las cosas iban a ponerse feas para ti.
—¡Tamlin! —jadeó Lucien desde la distancia, horrorizado.
Me sacudí con violencia, gruñendo, transmitiendo todo mi odio al inmortal pese al dolor que me carcomía en las muñecas.
—No dejaré que mi hermana se quede un minuto más aquí.
—¿Y qué es lo que harás para impedirlo? —Tamlin, el Alto Lord de la Corte Primavera, sonrió, con un brillo desafiante y peligroso en la mirada casi salvaje.
—Te lo juro —gruñí—. Haré todo lo que esté en mi alcance para que ella vea el verdadero monstruo que se esconde bajo tu piel. Es una promesa.
La mirada de Tamlin se afiló y yo grité de dolor cuando algo se enterró en la piel de mis muñecas.
Al subir la mirada, observé entre las lágrimas un par de garras que salían de entre los nudillos del inmortal que me tenía sujeta. Garras que se encajaban en mi piel sin darme la más mínima posibilidad de escapar. Y si aquello no había sido suficiente para hacerme temblar, sí que lo hizo la mirada tan diabólica con la que el Alto Lord de la Corte Primavera se dirigió a mí. Una mirada que se me quedaría grabada en la mente, en mis más profundas pesadillas por un largo, largo tiempo.
—Feyre jamás se irá de mi lado. —fue lo que dijo, en un murmullo tan bajo como para que yo solamente pudiera ser capaz de oírlo. Ahogue un nuevo grito—. Nunca lo permitiré.
—¡Tamlin!
La voz de Feyre terminó por romperme. Tamlin enseguida se apartó de mí, liberando mis muñecas y manteniendo su distancia mientras yo solo me dejaba caer en la alfombra, derrotada, con la sangre empapándome las manos y las mejillas húmedas por las lágrimas. Ni siquiera había sido capaz de ponerme de pie por mi cuenta, de levantar la vista hacia mi hermana, que se arrodillaba a mi lado y me preguntaba constantemente que sucedía, como estaba...
Mi cabeza solo giraba en torno a las palabras del Alto Lord de la Corte Primavera. Se repetían una, y otra, y otra vez. Y no sabía cómo, pero haría lo que fuera necesario para que eso jamás sucediera.
Esa era mi promesa.
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Publicado: 28/04/2024
Correcciones: NO
━━━¡QUE NO CUNDA EL PANICO! ¡ESTO NO ES UN SIMULACRO! ¡He traído un nuevo capitulo de CURSED después de (7) días de su ultima actualización! Hasta yo me siento sorprendida de haber cumplido con mi palabra. Y es que, si no me has seguido, hace unos días avisé en mi perfil que estaba escribiendo el capitulo y que muy probablemente lo publicaría hoy. Entonces, ya saben, síganme para estar al tanto de cuando escribo o actualizo esta historia. Así no se pierden de las ultimas noticias.
Estoy escribiendo esto un viernes 26/04 porque ando puliendo los últimos detalles del capitulo para su publicación, pero espero que para el domingo (El día que estará disponible) puedan decirme si disfrutaron esta nueva actualización tanto como a mi me gustó escribirlo. Fue una marea de emociones, comenzando desde el inicio con Duncan, hasta ese final con Tamlin. Espero sus lindos comentarios con respecto a lo que vieron aquí. Díganme, del 1 al 10 ¿Que tanto desean darle a Tamlin con una silla?
Y bueno, nada. No deseo alargar estas notas. Solo les aviso que estaré esforzándome un montón para actualizar esta historia al menos una vez a la semana o dos, todo dependiendo de que tan ocupada me encuentre por el trabajo y mis obligaciones de la vida diaria. Lo que si puedo decirles es que el capitulo 27 ya esta escribiéndose. Es tal la inspiración que tengo con esta historia, PORQUE OJO: YA NOS ENCONTRAMOS EN LA RECTA FINAL DEL ACTO DOS, que no puedo parar de escribir. Tengo en una libreta lo que sucederá a continuación hasta que lleguemos a Bajo la Montaña, así que de que este segundo acto se termina para antes de Junio, se termina.
¡Muchas gracias por leer! Por favor déjate notar con un voto, un comentario o compartiendo la historia con mas fanáticos del universo de ACOTAR! Me estarías ayudando un montón.
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¡Hasta el próximo capitulo!
ATT: Lux. 💜🧡
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