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Capítulo 33

Querida Ella:

¿Cómo estás? Espero que estés bien, muy feliz y sobre todo, que te sientas muy amada. Te extrañará mi carta, ¿no es así? Lo comprendo, solo espero que no te moleste ni te ofenda...

Se la di a Paloma porque sé que su corazón es inmenso y que te sabrá reconocer apenas te vea. Yo le conté como te imaginaba, también se lo dije a Ferrán, pero él no me quiso escuchar, su dolor es tan grande que no es capaz de ver nada más y no entiende que solo hay un único remedio para todos los males del mundo, un único remedio capaz de sanar a la más grandes y profundas herida de las almas. Y ese remedio, es el amor.

Le pedí mucho a Dios que me hablara de ti antes de que me fuera, no iba a conseguir nunca la paz si no tenía la certeza de que estabas ahí y que acudirías a cuidar de mis tesoros más preciados. Él no me respondió enseguida, pero así es Dios, a veces se toma su tiempo para mostrarnos su mano, no porque no esté presente, sino porque quiere que nosotros aprendamos ciertas cosas por nuestra cuenta, así mismo como nosotros lo hacemos con nuestros hijos. Pero anoche te soñé, él me mostró tu rostro, pero sobre todo, vi tu corazón y supe que eras la indicada.

Estábamos juntas, en una estación de tren, yo debía subir a uno y tú recién bajabas de otro. Te vi, tenías una camelia en el ojal y supe que eras tú. Nos quedamos allí, mirándonos un buen rato, y en ese instante, pude leer tu alma. Vi bondad en tu corazón, amor en tus ojos, ternura en tus manos y paciencia en tu carácter. Entendí que esa estación era la vida que cada uno construye, entendí que tú venías de algún lejano sitio y yo iría para otro. Ambas éramos pasajeras en tránsito y no estaríamos mucho tiempo juntas, pero sería el suficiente para que yo pudiera subir tranquila al tren que me llevaría de regreso a casa. Te di un fuerte abrazo, y te susurré al oído que habías llegado a casa.

No hay nada como llegar a casa, ¿no? Y no me refiero a ese lugar físico que construimos entre cuatro paredes, sino al corazón de las personas que te aman y donde te sientes a gusto y a salvo. Sabía que yo tenía que volver a mi hogar infinito, al hogar desde donde un día partí para experimentar la vida, y tendría que dejar mi hogar terrestre en buenas manos. Al verte, noté que tú venías de un mundo donde habías sufrido mucho y que no creías merecer tener un hogar, pero no te equivoques, sí lo tienes, y sé que lo sientes en este momento, sé que lo sientes desde hace rato.

Mi hija sabía de tu llegada, es la única que me escuchó cuando se lo dije y me creyó a ciegas, con esa inocencia que solo tienen los niños. Intenté alertar a Ferrán, para que al menos se atajara a esa esperanza cuando yo ya no estuviera, pero él se negó a oírme, se cerró a las posibilidades. No importa, tengo la certeza de que el muro que construyó alrededor de su corazón quedará derrumbado en el momento exacto en que entres a su vida, así como también le sucederá al tuyo. El amor es así, impetuoso y febril.

Paloma debía estar preparada, debía saber que yo no la abandonaría, que quizá no estuviera allí físicamente, pero que alguien velaría por ella. Le dije que vendrás envueltas en mis flores favoritas, las camelias. Aún no sé cómo sucederá, ni ella lo entendió cuando se lo dije, los niños tienden a captar las cosas literalmente, pero supongo que eso ya no está en mis manos, y solo me queda confiar. Si algo he aprendido en este tiempo es que en realidad no controlamos nada, solo creemos que lo hacemos, y que se obtiene mucha paz cuando entregamos el control que creemos tener y solo nos encargamos de confiar.

Bueno... ¿Qué más puedo decirte? Podría hablarte horas de mi marido y mi hija, contarte qué les gusta comer o qué no, sus virtudes y sus defectos, pero estoy segura de que las personas que tú conocerás, no serán exactamente las mismas que yo estoy dejando hoy, y eso es bueno, porque ¿qué sería la vida si no aprendiéramos cosas nuevas a cada paso y no nos permitiéramos cambiar el rumbo cada vez que notamos que necesitamos nuevos caminos? El dolor es un gran maestro, y estoy segura que todos en algún momento de nuestras vidas somos sus alumnos. Si vamos a sufrir por algo, deberíamos al menos asegurarnos que ese dolor nos hará mejores personas, ¿no es así? Así que seguro que tú, cuando los encuentres, los hallarás renovados y curtidos por el dolor que les ha dejado mi partida.

Pero a la vida vamos para ser felices, no para sufrir, no para aferrarnos al dolor y al pasado. Creo que te estoy escribiendo a ti, pero a la vez me estoy diciendo estas cosas a mí misma. Quiero disfrutar hasta el último minuto de la vida al lado de mis seres queridos, y partir con una sonrisa de allí donde fui tan amada, pero a Ferrán le cuesta entender eso y sigue enfadado, ¿y de qué sirve estar enfadado si no hay ya nada que podamos hacer? Yo ya no siento enojo, siento paz, felicidad, y mucho amor... mucho, mucho, mucho amor.

No deseo llenarte de ideas sobre mis amores, ya tendrás tú la oportunidad de crear tu propia historia con ellos, solo quiero decirte que los amo, que son lo más preciado de mi vida, que estoy feliz de haber venido a este mundo, y que le agradezco a Dios haber conocido temprano a Ferrán, porque pude vivir muchos años a su lado. También agradezco cada minuto de la vida de Paloma, y el haber sido yo a quien eligió para llegar a este mundo. Y quiero decirte que te amo a ti. Puede ser que aún no lo entiendas y esto te parezca demasiado grande, pero te darás cuenta que el amor es una fuerza tan explosiva que cuando te atrapa, calienta tanto tu alma y tu corazón, que sí o sí necesitas expandirlo, hacerlo llegar a los demás, trasmitirlo. Se es mucho más feliz dando que recibiendo, y cuando uno lo comprende, es cuando entiende el sentido del amor de verdad. Por eso te amo, porque si estás leyendo esto es porque tú le das a mi familia un amor en el cual se pueden refugiar, con tu amor les has dado esperanzas, ganas de vivir, de seguir... y eso te lo agradeceré eternamente, desde donde sea que me vaya cuando aquí ya no esté. Espero que ellos también te den a ti lo que sea que necesites para realizarte como persona.

Estoy segura de que el amor es lo único que llevamos al más allá. Mi cuerpo se acabará, mis cosas ya no valdrán nada, y mis recuerdos se esfumarán con el tiempo... sin embargo, el amor que he vivido, que he dado y recibido, ese vendrá conmigo a donde sea que voy ahora, y es lo único que nadie me podrá quitar. Desde aquí se expandirá y llegará a ustedes, a esa nueva familia que formarán, a ese, que es mi hogar, tu hogar... nuestro hogar.

Quiero pedirte un enorme favor, y no es que ames y cuides a los míos porque sé que eso no es algo que harás porque yo te pida sino porque tú así lo sientes, el favor tiene más que ver contigo que conmigo. Sé dónde me ha colocado Ferrán, sé que parece un lugar demasiado difícil de alcanzar o de sustituir, sé que podrías sentirte aturdida por eso, lo sé porque yo en tu lugar me sentiría así... Deja de lado ese pensamiento, olvídalo... Ten la certeza de que si esta carta ha llegado a tus manos, es que tú eres la indicada, es que has sido tan genial que has encandilado a Ferrán y lo tienes a tus pies, es que mi niña te ha dado un lugar en su corazón y en su vida... y es que tú te los mereces. No pienses en mí, yo ya no estoy, yo ya me fui, y todo eso es tuyo, te lo ganaste solo por ser tú. No tengas miedo de amar, no tengas miedo de que te amen, no tengas miedo de crear una historia única que solo les pertenecerá a ustedes.

Cuídate mucho, cuídalos mucho, ámense mucho.

Con todo mi amor,

Abril.

Camelia cerró la carta y caminó de un lado al otro, repitiendo esas frases en su cabeza mientras su corazón latía a mil y su alma vibraba. Sentía a Abril muy cerca, como si le hablara al oído, y se acercó a ese libro que ella amaba, como si tocarlo lo acercaría a ella un poco más. Lo tomó en sus manos y lo abrió allí donde estaba marcado. Había una foto, la tomó en sus manos.

Y en ese mismo momento pudo reconocer a la mujer que había visto aquella vez, como un espectro en la playa, justo antes del accidente que la llevaría a conversar con Ferrán, a la vendedora de flores amarillas de la esquina, cuando por primera vez iban a ver a los niños del hospital. A la mujer de sus sueños, a la que iba por el bosque con un ramo de camelias blancas y que esa misma noche se las había entregado a ella y le había dicho que aquella casa era su hogar y que debía ser feliz.

Era ella, no era su abuela, era Abril, siempre había sido ella, siempre había estado allí.

Mel se echó a llorar, sentía tanto amor en su corazón que pensaba que explotaría. Corrió hasta su habitación, pero Paloma dormía plácidamente. La cubrió con una manta y la besó en la frente. Fue en ese mismo instante en que escuchó el timbre, sabía que era Ferrán, lo podía sentir.

Corrió a abrirle, se abrazó a su cuerpo sin siquiera dejarlo entrar y se zambulló en su cuello, llenándolo de besos y caricias.

—Mel... ¿Estás bien? ¿Paloma está aquí? Por favor, dime que sí... Naomi me llamó y me dijo que...

—Sí... Está dormida... —susurró—. Llegó hace un rato y hablamos... me trajo una carta.

—Lo sé, me dejó una nota y una carta también. ¿Puedo pasar?

—Sí... pasa —dijo ella haciéndose a un lado—. ¿Me puedes perdonar? ¿Por favor? —pidió—. Tenía tanto miedo, no me sentía digna de ti, yo...

Ferrán se sacó el abrigo y la abrazó de nuevo.

—No hay nada que perdonar, mi amor. Comprendo todo, de verdad, lo comprendo absolutamente todo, y lo único que sé es que no quiero separarme de ti nunca más. ¿Me permitirás amarte? ¿Me dejarás hacerte la mujer más feliz del planeta?

—Ya me haces sentir así, Ferrán —dijo ella y lo besó.

Se separaron con dulzura y él acarició sus cabellos ordenándolos detrás de su oreja.

—Eres tú, Camelia, eres la mujer que amo y elijo... quiero que lo tengas muy claro.

—Lo sé, lo comprendo... Han sido... tantas cosas en tan poco tiempo... tenía miedo y... no me creía capaz de...

Quiso decirle muchas cosas, pero las palabras no le salieron así que le dio otro beso. Por primera vez en mucho tiempo, Mel se sintió libre. En solo unos minutos lo había comprendido todo, entendía en realidad la fuerza sanadora del amor del que hablaba Abril, la importancia de dar para recibir. Imaginar a esa mujer tan enferma entregando su alma en una carta para alguien a quien ni siquiera conocía le hizo comprender que en realidad pensar en la felicidad de los que amaba le había ayudado a transitar su dolor y su incertidumbre, la había ayudado a morir en paz.

Entendió entonces cómo su propio corazón había sanado mientras ella ayudaba a las personas que le importaban, mientras hablaba con Paloma aquella noche o cuando acompañaba a Ferrán junto a los niños del hospital o, unas horas antes, cuando desnudó su alma ante Lauri.

Dándose a los que amaba había vencido a sus fantasmas. Y ellos, gracias a su amor le habían ayudado a recuperar su fe en sí misma y en los demás. Y no era solo por el amor de Ferrán o de Paloma, también se lo debía al amor de sus padres, que dieron su vida por intentar hacerla comprender lo mucho que importaba en este mundo, el amor de Ian que siempre había confiado en ella, el amor de Lauri, de Mariana... y hasta por qué no, el amor de Abril, a la que ya no veía como un modelo que no podría alcanzar jamás, sino como una aliada en el camino hacia la felicidad.

Ferrán se sentó en el sofá y la sentó en su regazo. La bata que se había puesto se abrió un poco con el movimiento y descubrió su piel. Él la observó con dulzura y luego la cubrió. Mel supo que la estaba cuidando hasta de sí misma. Lo abrazó.

—¿Todavía me quieres llevar a Galicia? —inquirió.

—Sí... por supuesto que sí... Aunque estoy agotado y creo que es la noche más larga de mi vida... —susurró con cansancio.

—¿Quieres que durmamos un rato? En la cama está Paloma... pero podemos hacernos un espacio.

—Durmamos aquí, en el sofá... —dijo él y se movió para tenderse y hacerle un espacio.

No había mucho lugar, pero a ella no le importó, lo único que quería era que él la abrazara. Se acostó a su lado y se cubrieron con una manta, recostó la cabeza en su pecho y suspiró su perfume.

—Te amo, Ferrán.

—Y yo a ti, Camelia.

Quiero contarles sobre este capítulo porque en todo lo que llevo escribiendo solo me sucedió dos veces. Resulta que andaba yo escribiendo muchos capítulos anteriores cuando un día me desperté con esta carta en la cabeza, así que la escribí, escríbí sin saber dónde iría o cuándo... solo dejé todo lo que estaba escribiendo y me puse a hacerla.

La verdad es que  me puse a llorar cuando la escribía, era como si Abril se me metiera en la piel y me dictara lo que escribía. Creo que nunca sentí a un personaje tan cerca, más adelante en otro capítulo les contaré otra experiencia similar... 

Espero lo hayan disfrutado tanto como yo disfruté de escribirlo. Abril es en definitiva uno de mis personajes favoritos y por eso, en el siguiente apartado, y como se los prometí luego del capítulo 33, les contaré la sorpresa que tantas ganas tenía de compartirles...

Les leo, gracias por sus comentarios 

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