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«ESPERANZA» (Pt. 2)

 —De acuerdo; ahora, respire profundo y con mucha calma —indicó el doctor Lang con su estetoscopio sobre la espalda de Jack.

El joven así lo hizo. De pronto, sintió un dolor intenso en su costado, lo que le hizo proferir un quejido y soltar el aire para luego respirar un poco más agitado.

Ese mismo día, mientras la menor de los Lancaster comenzaba su empleo en la tienda de la familia Hernández García, un joven músico era auscultado por un médico en una clínica ubicada a varias calles de ese sitio.

Desde el día siguiente a su llegada a la clínica, el doctor Lang había efectuado revisiones en el estado físico del joven Lancaster, y le dio principal énfasis a su respiración. A diario y en diferentes momentos del día le pedía que realizara ejercicios de respiraciones lentas, además de toser con suavidad.

Esa mañana no fue la excepción. Luego de un examen rutinario de sus lesiones, pasó a realizar los mencionados ejercicios de respiración, lo que llevó a Jack a reaccionar de la forma antes mencionada.

—Es doloroso, pero recuerde que tiene que hacerlo si no quiere que sus pulmones se llenen de fluidos —señaló el médico, y el joven músico le dedicó una mirada un tanto alarmada.

—Entiendo, doctor Lang —masculló el muchacho, en cuya voz se reflejaba el dolor que sentía y, luego de toser un poco, continuó con sus ejercicios.

Una vez que terminaron, el médico se quitó el estetoscopio y lo colgó en su cuello.

—Sus pulmones están en orden, no hay fluidos —recalcó el facultativo, a lo que el muchacho exhaló con alivio—. Respecto a las otras lesiones, el párpado sobre su ojo izquierdo está inflamado. Su visión no se ha visto afectada, aunque captura mi atención que la pupila se vea tan dilatada. No se preocupe, no durará mucho; seguro volverá a la normalidad en unos días. Su nariz no está fracturada, aunque tiene un poco de inflamación —mencionó, y Jack se rio un poco—, y la lesión en la parte trasera de su cabeza no representa ningún riesgo para el cerebro debido a que no hay fractura craneal sino una laceración e inflamación. Algunas semanas y todas esas lesiones sanarán.

—Son noticias amenas —comentó Jack con tono apacible y una tenue sonrisa en sus labios—. Por cierto, debo señalar que mi nariz no está inflamada; así es como luce —señaló con un poco de humor en sus palabras.

—Entiendo. Sin embargo, quisiera hablar de algo que he notado estos días.

—¿Qué cosa, doctor? —averiguó intrigado.

—Usted está demasiado bajo de peso —indicó al tiempo que leía un poco de sus notas—, incluso podría decirse que ha perdido un poco desde su ingreso a la clínica —señaló mientras palpaba la espalda del chico—. Además, me he enterado de parte de las enfermeras que prueba poco o nada de los alimentos que se le sirven, incluso los que su hermana y la señorita Castlegar preparan para usted. ¿Experimenta alguna dificultad para tomar sus alimentos?

Jack desvió un poco su mirada hacia el suelo y en su rostro se dibujó un gesto amargo y serio.

—Solo... No siento apetito —masculló.

El doctor lo miró con gesto afectuoso y colocó su mano sobre el hombro del joven.

—Comprendo que pudiera sentirse agobiado debido a la situación que atraviesa; a pesar de ello, es crucial que no desatienda sus necesidades físicas si lo que desea es recuperarse pronto. Además, los alimentos que servimos en esta clínica contienen elementos esenciales que podrían ayudarle a fortalecer su cuerpo. Tomarlos le ayudará a sanar mejor.

—De acuerdo. Lo haré, doctor —suspiró, y el médico asintió.

—Bien. ¿Se siente con ánimos de dar una breve caminata? Es parte de los ejercicios que le ayudarán a recuperarse —indicó.

—Por supuesto —respondió.

El doctor Lang y la enfermera ayudaron al joven a ponerse de pie con cuidado, le ayudaron a colocarse algunas prendas de vestir abrigadas y calzado ligero, y acto seguido avanzaron con calma por el corredor en dirección al jardín de la clínica.

El lugar era amplio, de mayor tamaño que el edificio que conformaba la clínica. Se trataba de un patio cubierto de pasto y hierbas con grandes árboles, algunos de ellos frutales, arbustos, plantas con flores, algunas macetas, un pequeño estanque artificial y muebles como sillas, mesas y bancas.

En el jardín, sentada sobre una de las bancas, se encontraba una de las pacientes de la clínica. Se trataba de una mujer joven a mitad de su treintena, de cabello oscuro y corto hasta el cuello, y piel muy pálida. Sus ojos marrones, rodeados por sombras oscuras debido a la falta de sueño por el mal que la afligía, irradiaban agotamiento, y su físico era delicado. La acompañaba la enfermera Thompson, quien en ese momento le brindaba ayuda para ponerse de pie y volver a su cuarto.

—Hola, doctor —saludó la mujer con voz susurrante.

—Hola, señora Anderson —respondió al saludo—. ¿Se siente mejor?

—Un poco, gracias. La medicina que me administró ha calmado el dolor y las molestias —respondió.

—Es bueno escucharlo —dijo el doctor Lang.

De pronto, la señora Anderson le dedicó al joven Lancaster una mirada pensativa, cosa de la que se percató el muchacho y lo ponía algo intranquilo.

—Usted es el músico, el que tocó el piano por la noche, ¿no es así? —inquirió la señora Anderson.

—En efecto —respondió Jack—. Soy Johann, Johann Lancaster —se presentó el muchacho.

—Un placer conocerlo, joven Lancaster. Soy Celestine Anderson —respondió con voz suave, y pasó a efectuar una ligera reverencia—. Mi habitación está justo frente a la suya, y anoche tuve la oportunidad de verlo y escucharlo cuando interpretaba en su instrumento. Permítame decirle que es usted un joven muy talentoso —elogió.

—Se lo agradezco —respondió Jack mientras intentaba dibujar una sonrisa en su rostro.

—¿Conoce la música de Beethoven?

—Conozco todas sus composiciones —confirmó Jack con suma confianza.

—Hay una de ellas, conocida como «Claro de Luna». Mi esposo... Él no era pianista, pero sabía tocarla, y lo hacía con frecuencia, para mí... —susurró, luego guardó silencio durante un momento con una mirada nostálgica hacia el suelo—... Quisiera pedirle un favor, si no es mucha molestia —añadió.

—Adelante, puede hacerlo con toda confianza.

—Hace tanto tiempo que no la escucho. ¿Podría tocarla para mí?

El joven Lancaster sonrió con dulzura, y luego pasó a asentir con calma.

—Estaré encantado de cumplir con su petición en cuanto tenga la posibilidad de hacerlo —respondió con voz suave y amistosa.

La señora Anderson dibujó en su rostro una tierna sonrisa, luego cerró sus ojos y efectuó una leve reverencia.

—Se lo agradezco, joven Lancaster.

Después de esa conversación breve, la enfermera llevó a la señora Anderson de regreso a su cuarto mientras que el doctor Lang y Jack dieron un paseo tranquilo y a paso calmado por el jardín.

Una vez regresó a su cuarto, el joven Lancaster solicitó a la enfermera un poco de ayuda para que le pasara su instrumento, y una vez lo tuvo en sus manos, pasó a interpretar la sonata que le solicitó la señora Anderson.

Conforme la tocaba, la señora Anderson cerró sus ojos y su mente y corazón fueron transportados a tiempos pasados, días que añoraba en gran medida vivir una vez más. Cada nota que el muchacho tocaba arrancaba de su pecho suspiros y de sus ojos lágrimas, pero también iluminó su rostro con una sonrisa llena de dicha y esperanza.

Al concluir de tocar, Jack sintió como si alguien se hubiera acercado a su cuarto. Volvió su mirada hacia la entrada y se dio cuenta que, en el umbral, se encontraba la señora Anderson, de pie con su mano sobre el marco de la puerta y en compañía de una de las enfermeras, quien la sostenía de la otra mano.

—Gracias. Fue muy hermoso —expresó ella con voz algo quebrada y ojos húmedos.

—Ha sido todo un placer —respondió el chico en cuyo rostro se dibujaba una tenue sonrisa, cosa que le resultó un poco difícil pues la pena que la mujer irradiaba con su expresión y su forma de hablar era un poco contagiosa.

La señora Anderson hizo una breve reverencia y procedió a regresar a su habitación.

Conforme la mujer se retiraba, una sensación se apoderó del pecho del joven Lancaster. Era una sensación conocida, un calor que irradiaba su corazón y le arrancaba suspiros melancólicos. Poco a poco, sus ojos comenzaron a humedecerse y una sonrisa se dibujó en sus labios.

Volvió su mirada hacia la pequeña mesa de su cuarto, donde se encontraba su reloj de bolsillo. Extendió su mano para tomarlo y acercarlo a su pecho por unos segundos con sus ojos cerrados. Al abrirlos, asintió sonriente, y acto seguido, con sus ojos vueltos manantiales que se desbordaban, pasó sus dedos sobre las teclas de su piano orphica para comenzar a tocar el primer movimiento de la sonata para piano número 17 de Mozart.

Al concluirla, no logró evitar que un sollozo saliera de él, mismo que fue escuchado por su vecina de cuarto y que le hizo soltar una exhalación lastimera para después continuar con su labor de tejido.

¡Buen día, excelente tarde o agradable noche tengan ustedes, mis amados Travenders y lectores que nos visitan!

Un poco tarde, pero sin sueño (en realidad si tengo un poco de sueño en el momento que escribo esta nota), dejo para ustedes una actualización de esta historia.

¡No olviden compartir sus opiniones al respecto! Soy un autor que ama la interacción con sus lectores, así que ¡los invito, no sean tímidos! ¡Comenten!

Como podrán notar, hoy conocimos un personaje nuevo. Conforme avance la trama, aparecerán nuevos personajes cuya relevancia será revelada a su debido tiempo. Espero que aguarden con paciencia para descubrirlo, y continúen fieles mientras disfrutan de la lectura de este trabajo escrito que hago llegar a todos ustedes, y cuyo apoyo agradezco en enorme cantidad.

Sin más que agregar, me despido de ustedes.

¡Que tengan paz, y un excelente día!

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