Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

*****

Era otoño.

Eso lo recuerdo perfectamente.

Las hojas naranjas, amarillas y rojas caían como pequeñas flamas para unirse al fuego de hojas secas que tapizaba el suelo en los parques.

Una pequeña llovizna comenzó a caer sobre los transeúntes de aquella ciudad de luces y edificios, que se alzaban tratando de tocar el cielo, el cual apenas era iluminado con los últimos rayos del sol que se hundía tras los edificios y gradualmente se llenaba de estrellas que eran tapadas por espesas nubes de lluvia.

Justo en el momento en el que el sol dejó de verse en aquella ciudad, la ligera llovizna comenzó a arreciar poco a poco.

El agua comenzó a correr por las calles, llevándose a las pequeñas hojas secas que momentos atrás incendiaban la ciudad, y poco a poco empezó a subir a las banquetas.

Maldecí por no llevar una sombrilla, pero es que el día pintaba para ser perfecto desde la mañana, incluso el pronóstico de los noticieros decía que sería un día soleado y caluroso -no sabía por qué les seguía haciendo caso si casi siempre fallaban-.

Caminé más rápido. El tac-tac de mis tacones era silenciado por el tac-tac de las gotas de lluvia que comenzaba a fundirse en un solo sonido de tormenta.

Subí el cierre de mi saco empapado y me eché la capucha a mi cabeza, sin esperar que un chorro de agua que se había almacenado ahí caería por mi cara y me haría pegar un respingo.

En ese momento agradecí que la lluvia cayera como una cortina, porque así nadie vería la cara de payaso o mapache que seguramente traería al habérseme corrido el maquillaje.

El gran problema era que ni siquiera sabía a donde iba.

Estaba segura de que solo faltaba una cuadra para llegar a mi casa.

De hecho, el olor de la panadería me hizo saber que efectivamente era así.

Camine más rápido, tanteando por las paredes el camino hacia mi casa. En cuanto sentí la esquina de la cuadra di vuelta y...

Y caí.

Y fue así como lo conocí.

Él estaba hecho un ovillo justo en la esquina de ese callejón que definitivamente no pertenecía a mi cuadra.

Y eso es algo que también recuerdo perfectamente: a él.

A ese pequeño diablillo.

Sus lágrimas bañaban sus mejillas pecosas. Los iris de sus ojos eran dos astros, uno era un sol y el otro una luna, y juro que no es una metáfora. Sus pupilas eran rectangulares como las de una cabra. Sus pequeñas manos largas eran negras hasta el codo y tenían lunares blancos que después descubrí representaban a las constelaciones.

Estaba descalzo y solo vestía un pantalón roto en las rodillas que estaba repleto de lodo.

Además tenía un ligero resplandor dorado bajo sus costillas y su estómago que lo hacía ver como una lámpara.

Su pequeño cuerpo demasiado esbelto estaba tiritando por lluvia que caía sobre él, ahora con menos fuerza, y que disminuyó gradualmente al mismo tiempo que él dejaba de llorar.

A decir verdad, su aspecto daba miedo. No todos los días te encuentras con un niño con ojos de estrellas, con manos de universo y tan delgado que sus costillas se notaban, además de que brillaba como una luciérnaga.

-¿Estás bien? -le pregunte al ver que me miraba fijamente.

-¿Murió? -dijo él señalando hacia el cielo y me dejó aún más confundida de lo que ya estaba.

-¿Quién?

-Seundi.

-¡¿Quién?!

Él pequeño sólo señaló el lugar por el que el sol se había ido y yo sólo fruncí mi ceño.

-¿El sol? -adiviné frunciendo mi cejas y mi nariz y él abrió grandes sus extraños ojos mientras asentía con tanta fuerza que pensé que su cabeza saldría volando-. No... no murió. Sólo se fue a dormir -mentí, ¿pero cómo le explicas a un niño... de 7 años(?) las leyes de la física?

-Pero Seundi nunca duerme.

-Bueno... no durmió exactamente. Solo se escondió.

-¿Por qué?

-Creo que está jugando a las escondidas con la luna.

-¿Y ya ganó?

-No, aún no.

-Y si la luna lo encuentra, ¿el juego se acaba?

-Supongo que sí...

-¡Allá esta! -él pequeño se levantó de un brinco y comenzó a gritarle a la luna mientras señalaba hacia donde se había ido el sol.

Yo me levanté de un brinco también y corrí a taparle la boca al pequeño que formaba un escándalo gritándole a la luna.

-¡Ella no te escucha! -le dije y el pequeño paró de gritar y me miró extrañado.

-¿Por qué?

-Porque está muy lejos.

El pequeño elevó sus ojos a la luna y frunció el ceño. Se quedó unos segundos mirándola extrañado y después me miró a mi ladeando su cabeza como si fuera un cachorro para después decir:

-¿Por qué estás tan fea?

Sonreí por la honestidad que caracteriza a los niños e imaginé mi cara repleta de manchas negras bajando desde mis párpados hasta mis mejillas dándome el aspecto de haber salido de una película de terror.

-La lluvia -dije señalando el cielo con una pequeña sonrisa.

-¿Te despintó los ojos? -dijo tan asombrado y mirándome con sus ojos repletos de curiosidad que comprendí que no se refería al maquillaje de mis párpados, si no a mis iris negros.

-No, es que tenía pintados mis párpados.

-¿Por qué?

-Para verme bonita.

-Pues te ves fea.

-Eso fue por la lluvia.

El pequeño quedó callado por unos instantes. No dudaba que tuviera una ardilla intergaláctica en su cerebro corriendo rápidamente.

-¿De dónde eres?

El niño me miro con su ceño fruncido, como si no entendiera mi pregunta.

-Bueno, es que no pareces de la tierra- dije y en ese momento una ridícula idea pasó por mi mente: estaba hablando con un extraterrestre. Imaginé que tal vez sus padres vendrían por él y se lo llevarían en un platillo volador. La idea me causo cierta gracias y sonreí por lo tonto que se escuchaba. Sin embargo, lo que diría fue aún más extraño:

-Soy el universo -dijo con tanta seriedad y como si fuera algo tan obvio que le creí.

Además, no era tan difícil creerle por el extraño aspecto que tenía.

-¿Y dónde vives?

Él volvió a mirarme confundido y movió sus manos en un círculo desde el cielo hasta la tierra, dándome a entender que vivía en todos lados.

-No, eso ya lo sé... pero ¿tienes un lugar donde resguardarte?

-No -dijo en un susurro como si apenas se diera cuenta de ello y entonces me miró y los astros de sus ojos brillaron-, pero puedo quedarme contigo, ¿no?

-Este... -no supe qué decir... de las mil cosas que me levanté pensando que haría ese día, cuidar a un universo no era una de ellas. Sopesé la idea un pequeño momento, pero terminé aceptando.

Me quité mi abrigo y se lo eché sobre los hombros, subiendo la capucha a su cabeza para cubrirle sus ojos.

Tomamos un taxi y lo llevé a mi hogar.

Y así fue como conocí a ese pequeño universo.

Adoraba comer algodones de azúcar pensando que eran nubes, todas las noches salía a ver el cielo nocturno y reacomodaba los lunares blancos de sus manos para que se parecieran al paisaje, sus lágrimas eran la razón de la lluvia en la ciudad y para hacer que cesara lo abrazaba y le acariciaba la cabeza hasta que estuviera dormido, su risa era como el sonido de las hojas secas siendo pisadas, detestaba los autos y los sonidos fuertes de la ciudad, cada vez que se asustaba un sonido de trueno retumbaba en las ventanas, amaba leer libros de ciencia ficción -sobre todo a Julio Verne-, y era muy malo para despedirse...

Recuerdo esa noche.

Desde la mañana fue un extraño día...

A pesar de que las calles estaban nevadas por ser invierno, un cálido aire lamía las mejillas de los transeúntes y estrujaba las pocas hojas que se sostenían a las ramas congeladas hasta que las hacía caer.

En el cielo, las nubes presagiadoras de nieve cambiaron a nubes de tormenta, tan oscuras que incluso unas pocas horas después del mediodía las lámparas de la ciudad se prendieron para aluzar las calles y veredas.

Tuve que quedarme horas extras en mi trabajo, cubriendo a mi compañera que no había venido por el extraño clima.

No estaba segura de qué hora era cuando salí. Sólo supe que la ciudad daba miedo.

Las calles estaban cubiertas por una suave neblina que permitía ver fácilmente a través de ella pero que aún así le daba un aspecto de película de terror a las calles.

El fuerte aire tempestuoso iba de aquí para allá, haciéndome difícil andar.

La nieve de la mañana se había derretido, formando grandes y pequeños charcos que llenaban las calles y reflejaban las oscuras nubes y las lámparas encendidas.

El sonido de los claxon ponía los vellos de punta, y justo en ese momento un trueno retumbo entre las callejuelas de aquel barrio, haciéndome sentir un escalofrío con el pequeño temblor en el suelo que produjo el trueno, que subió por mis piernas, recorrió mi columna vertebral y electrificó mi cabeza.

Intentaba entender cuál era el estado de ánimo del pequeño universo, pero cada cosa me confundía más: parecía estar enojado y triste, aunque sabía que no tenía razón para estarlo.

Mi ceño se frunció por la desesperación de pensar que algo malo le pasaba al pequeño, aumenté el paso hasta que llegue a mi casa.

Al abrir la puerta vi al niño sentado y hecho bolita en el suelo bajo la mesa de la sala, tenía sus mejillas mojadas como si hubiera llorado pero afuera no había rastros de ninguna lluvia.

-¿Estás bien? -le pregunté con un nudo en la garganta.

Él solo me miró con sus extraños ojos apagados, como si su sol derecho ya no tuviera fuego y su luna izquierda hubiera perdido brillo.

Un quejido salió de su garganta y se abrazó mas fuerte sus piernas.

Corrí hacia él y lo saqué de debajo de la mesa.

Lo abracé y le acaricié en círculos su pequeña cabeza y su menuda espalda.

-¿Qué tienes? -le dije pero él solo permaneció callado.

Notaba en el ambiente de la sala, y en las nubes que se movían rápido por el cielo a través de la ventana, que el chiquillo buscaba palabras para hablarme pero siempre decidía callarlas.

-Oye, ¿Qué tienes?

Él me abrazó aún más fuerte, como si sus palabras sólo se resumieran en ese abrazo, y sorbió por la nariz antes de comenzar a desvanecerse en mis brazos.

La luz dentro de él comenzó a brillar cada vez más fuertemente hasta que sentí que se desvanecía entre mis brazos y sentía como la calidez de su luz se resbalaba por mis manos.

Una gran tormenta comenzó en ese momento, inundó el jardín en cuestión de segundos e hizo imposible ver más allá de la banqueta fuera de mi casa.

La luz que era él atravesó el techo e hizo que los focos de la ciudad se encendieran casi cegadoramente al instante, lo que me hizo cerrar los ojos por el brillo, y así como se encendieron se apagaron, en el mismo momento en que la lluvia desparecía con sus nubes de tormenta y dejaba al descubierto un cielo nocturno sin ninguna contaminación.

Las estrellas titilaban rápidamente y brillaban como nunca.

En cuestión de segundos dejaron de titilar y el brillo en ellas bajo gradualmente, poco a poco, hasta que fueron las mismas estrellas de siempre.

Esa fue su única despedida.

Toda mi vida me pregunté si algún día volvería a ver a ese pequeño universo.

Cada vez que llovía justo en la puesta del sol intentaba saber si se trataba de ese pequeño diablillo y si acaso él había vuelto, pero siempre eran negativas las respuestas a esas dos interrogantes.

Siempre... hasta hoy...

Justo cuando una leve llovizna empieza a caer sobre los transeúntes y las estrellas titilan repletas de brillo.

Justo cuando un pequeño arcoíris aparece en el horizonte, gracias al pequeño brillo de un sol que se esconde lentamente tras los edificios.

Tal vez hoy vuelva a ver a ese tierno universo.

O tal vez no...

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro