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Cap. 11

Diana Cavendish Pov

«Veinte y dos días para volver a la normalidad». No sentía ningún cambio más allá que el dolor previo causado por Atsuko, mi ex pareja. Me preguntaba... si estaba haciendo las cosas correctamente. Había dejado que me ayudara y evitara acercar mucho a mi persona. Mi conclusión, era que mi cuerpo rechazada cualquier contacto y mi corazón evitaba crear algún sentimiento; por eso dolía.

—¡Diana!

«Ahí viene otra vez». Su mirada de preocupación me molestaba un poco.

—¡Deberías estar en tu habitación descansando!

No me dolía absolutamente nada. Sólo estaba algo débil; no había por qué exagerar. En la noche anterior cuidó de mi persona porque tuve un pequeño bajón por razones que aún desconocía.

Los días pasaban y sentía el lado de mis cincos sentidos irse de poco a poco. Me encontraba consciente de que llegaría a perder el control debido a la magia negra que recorría por todo mi cuerpo; y eso, nadie lo detendría. Volvería a morir, o quizás acabaría asesinando a miles de vidas, sin embargo, había tomado una decisión.

Mientras estuviera con los pies en la tierra, los protegería de cualquiera cosa, e incluyéndome.

—Quise salir a agarrar aire —dije y ella suspiró, para después cruzar sus brazos.

—¿Qué estás viendo tanto?

Volví mi mirada al bosque, sintiendo una fuerte energía emanar de un objeto. Lo extraño, era que la magia no se comparaba a la mía. Era diferente y se sentía llena de fortaleza.

Observé de reojo a las profesoras que nos miraban a "escondidas", esperando probablemente a que algo fuera de lo que conocían como normal, sucedería. No obstante, parecían no saber que estaba consciente de su presencia; podía sentir sus ojos curiosos a la distancia que estábamos.

—Nada en especial.

Las clases del día habían llegado a su final y me encontraba dándome la oportunidad de apreciar el sol esconderse entre las nubes, pero, seguía sin poder ver la belleza que poseían a color.

Repentinamente, un movimiento ligero de unos arbustos provenientes del bosque, captaron mi completa atención. «Curioso...»

—Hay que irnos —dijo en un tono que demostraba miedo.

Levanté una ceja no estando a gusta con sus palabras, pero no me opuse y me di la vuelta dispuesta a retirarme con su compañía. En el momento que dimos un paso, un sonido, de un canto terrorífico de ballena, estremeció la academia.

Volteé a ver sin interés el bosque y despojé mi varita. «Magia negra...» La lograba sentir moviéndose entre las hojas de los árboles. Cerré mis ojos con fuerza cuando una luz me cegó, para después observar con mi visión borrosa y confusa, el circulo que apareció debajo de mí y dibujó una sonrisa llena de felicidad.

De un momento a otro estaba levitando con mi varita en mano. Honestamente, no entendía lo que estaba sucediendo.

—¡Diana!

Mis brazos y piernas fueron sujetados por unas extrañas lianas con púas, ocasionando que mi sangre manchara el hermoso césped verdoso.

Mi expresión era indiferente; no sentía dolor alguno, sin embargo, no permitiría que volviera a hacerme daño. Sujeté con firmeza la varita apuntando al bosque y dije con dificultad un hechizo; mi cuerpo empezaba a sentirse débil otra vez. «Estoy perdiendo sangre».

Una barrera lo cubrió por completo y caí al suelo bruscamente. Intenté levantarme, pero la falta de energía me lo impedía. Abrí mis parpados mirando borrosamente mi brazo con orificios pequeños. «Debí golpearme la cabeza», pensé.

—¡Hay que ir a la enfermería!

Podía sentir su impotencia. Me puse de rodillas y jadeé, para luego levantarme y tambalearme un poco. Cerré uno de mis ojos cuando sentí un líquido cerca. Bajé la mirada y contemplé los agujeros en mis piernas. No se veían para nada bien.

—¡Diana! —exclamó la profesora Ursula—. ¡¿Te duele mucho?!

Trató tocarme, pero me alejé.

—No me duele —dije y empecé a caminar cojeando.

—¡Espera! —volvió a decir y tomó mi brazo—. ¿No sientes el dolor? Al menos, ¿Lograste ver el color de su magia?

«Estas cosas son inevitables de ocultar». Suspiré y las ignoré, caminando nuevamente hacía la enfermería.

—¡Espérame, Diana!

Kagari llegó a mi lado y dijo un hechizo sencillo con su varita en mano haciendo aparecer una manta que colocó encima de mi cuerpo para que las otras estudiantes no vieran mis heridas. Sin embargo, ésta se manchó de sangre en cuestión de segundos. «Debió pensar en algo más».

Lo malo, era que no podía usar magia en mí misma para ocultar el daño en mi piel; tenía un exceso de magia.

—¿Crees que debamos ir a tu habitación y llamar a la enfermera?

—Los pasillos están llenos de estudiantes a esta hora.

—Entonces llamaremos a la enferma para que venga afuera y pueda atenderte lo más rápido posible —dijo Finnelan pasando a nuestro lado.

—¿Viste de qué color era el hechizo que uso contra ti? —volvió a preguntar Ursula.

Negué con la cabeza y bajé la mirada. Atsuko agarró mi mano y dijo unas palabras que no logré escuchar con claridad por un horrendo calambre que recorrió mi brazo. Las separé con brusquedad y me tiré hacia atrás mirándola con ira.

—¡Te dije que no te acercaras!

«¿Por qué...?» Su expresión fue de arrepentimiento y gran sorpresa. «Ella crea estas cosas en mí con tan sólo tocarme, pero, ¿Por qué me afecta tanto su reacción ante la mía?» Fruncí mi ceño con fuerza. «Antes éramos pareja, sin embargo, no es para exagerar». Mi corazón latía con un sentimiento extraño. «¿Acaso en verdad... me enamoré apasionadamente de ella antes?»

—Lo siento, Diana —dijo en un tono que me causó enojo, pero en mi misma.

«No quería decir eso». Había sido impulsivo de mi parte. «Esto es cada vez más extraño». Estaba perdiendo el control de mis palabras y pensamientos.

La enfermera no demoró en llegar y, Akko, se quedó conmigo ayudándola a pasarle lo que necesitaba mientras mantenía su distancia. Cuando terminó, las profesoras se retiraron junto a la enfermera, sin antes decirme que debía desinfectar la herida y cambiar el vendaje todas las noches hasta que sanaran.

Sentada en el césped y recostada en la pared trasera de la academia, miré a Kagari observando el atardecer. «Que suerte...» Ella si podía apreciarlo. Suspiré y me levanté dispuesta a otra vez retirarme, sin embargo, su voz me detuvo al instante.

—El cielo es de color amarillo y naranja, adornado de tonos blanco y rojos. —Volteó a verme—. ¿Cómo te sientes?

—Perdida.

—¿Por qué?

—Lamento haberte gritado. —Coloqué una mano en mi garganta—. Discúlpame por el daño que te hice.

Ella negó con su cabeza y una sonrisa en sus labios.

—Yo lo hice primero, ¿Te dolió mucho?

Asentí.

—Antes no te causaba tanto daño, Diana. —Otra vez miró el cielo—. Los días siguen pasando y nos queda poco tiempo para ayudarte. —Me observó de reojo con tristeza—. No quiero perderte. No otra vez. Sigo pensando en una solución.

Inhalé y exhalé cansada. No quería pensar mucho en ese tema.

—Puedes decirle los detalles que sabes a las demás y buscar ayuda en otro lugar. Me iré a mi habitación.

Debía ser bastante complicado tratar con alguien que estaba muerto, y no podía expresar lo que sentía porque cada vez que lo hacía, lastimaba a ese alguien que antes era importante.

Sentía que no encajaba en este sitio; que no pertenecía aquí. «Tal vez sea la depresión». Mis pensamientos negativos habían causado más.

Cuando llegué a mi cuarto, saludé a Hannah y Barbara que estaban en sus respectivas camas. Ellas me devolvieron el saludo con amabilidad. «Que extraño...» Mis manos temblaban y las sujeté con fuerza para que dejaran de hacerlo. «¿Esto es normal?» Sin embrago, no obtuve éxito. «¿Qué me está pasando?»

Guie mis manos a mi pecho y cerré mis ojos en un intento de encontrarle sentido. Inevitablemente, en mi mente apareció la imagen de Atsuko durmiendo plácidamente en mi cama. Mordí mis labios y los rompí; el liquido descendió por mi barbilla. Y un aura llena de magia emanó de mi cuerpo causándome dolor. «¡¿Qué está ocurriendo?!»

—Diana, ¿Estás bien? Escuchamos un sonido entraño fuera de la academia y... nos preguntábamos si. —Dio dos toques en el librero—. ¿Diana? ¿Estás...? —Hubo un segundo de silencio—. ¡¡¡B-Barbara busca a Akko!!!

«Voces...» Escuchaba muchas voces y susurros. No los entendía; parecían más hechizos desconocidos que palabras. Pude llegar a sentir mis heridas sangrar otra vez y manchar por completo mis vendajes. «¿Qué es esto?», volví a preguntarme. «¿Será acaso consecuencia del ataque que recibí en el patio?».

—¡Argh! —exclamé entre dientes.

«¿Me puso un hechizo? ¿O tal vez una maldición?» No lo sabía, pero lo averiguaría. No perdí el tiempo y agarré mi varita con dificultad; mis manos aún temblaban. Dije un hechizo que mostró, de forma transparente, mi cuerpo.

Veía un liquido intenso y puro recorrer por mis brazos y piernas. «¿Eso es veneno?» Las púas no solamente me habían lastimado. Exhalé con fuerza y coloqué la punta de mi varita en mi pecho. Por suerte, sabía lo que tenía que hacer.

Caí al suelo y conjuré un hechizo de magia avanzada que ayudó a extraer todo el veneno por mi boca. Vomité en la alfombra e intenté identificar el color, pero no lo conseguí. Mi cabeza dolió y mi cuerpo tembló aún más.

Coloqué una mano en mi escritorio para ayudarme a ponerme de pie, sin embargo, éste se hizo polvo. «¿Qué...?» Miré lo ocurrido anonadada; mis pertenencias habían caído al suelo. Retrocedí hasta chocar mi espalda contra la cama. Contemplé mis manos y me sorprendí. «¿Tienen magia?» ¿Cómo era eso posible? «¿Cómo lo hice?»

Tenía muchas preguntas, pero la mayor era: «¿Por qué no atacó antes?». ¿Quizás actuaba cuando sintiera que estaba sola? «No... Desconozco una clase de hechizo que haga tal cosa». Traté de levantarme evitando tocar algo más, pero me caí lastimando mis rodillas. Y, seguidamente, por mi boca empezó a salir un líquido muy caliente; y, por primera vez en ese tiempo que estaba "con vida", me encontraba experimentando el miedo.

Tenía miedo y estaba confundida.

Agarré mi cabeza con fuerza cuando dolió intensamente y, sin percatarme, los libros y la cama comenzaron a levitar. «¡¡¡Ah!!!» Levanté la mirada y, de inmediato, las cosas que flotaban cayeron al suelo. Una agitada Atsuko se encontraba observando con impresión y preocupación lo que pasaba.

«Que hermoso...», pensé deslumbrándome de su aura. «Puedo verlo...» Era tan hermoso que me daba miedo tocarlo y hacerle daño y, aun así, mis brazos se extendieron de manera inconsciente tratando de alcanzarla.

Ella se acercó sin dudar, regalándome un fuerte abrazo. «No duele...» ¿Por qué no dolía? No lo sabía, pero internamente lo agradecía. Mi cuerpo se relajó y mi respiración se calmó, casi enseguida.

—Estoy aquí.

«Sé que lo estás...» Mis ojos lentamente fueron cerrándose derramando una pequeña lágrima, para después, ver como todo empezaba a oscurecerse.

***

Abrí mis parpados con pesadez, y lo primero que observé fue el techo de mi habitación. Recordé lo sucedido con anterioridad y levanté mis manos para comprobar de que no temblaran. Al encontrarlas tranquilas miré la alfombra cambiada y escuché unas voces en el salón que reconocí al instante. «Profesora Finnelan, Ursula, Croix, Lotte, Sucy, Barbara, Hannah, Amanda, Constanze, Jasmika, Atsuko y... la directora Holbrooke».

Suspiré y quité mi cabello de mi rostro, para luego, sentarme en la cama por un momento e irme a mi baño personal.

Me quité las vendas y la ropa. Volteé mi cabeza y me contemplé en el espejo unos segundos, para después caminar hacia la bañera y abrir la regadera de agua tibia. Al terminar sequé mi cuerpo, despojé unas vendas de un cajón debajo del lavamanos y las coloqué en mis brazos y piernas.

Observé el ropero dentro del lugar y tomé un pantalón largo y una camisa manga larga cualquiera. No podía asegurar de que mi vestimenta estaba a juego en colores, puesto que, no podía verlos, sin embargo, servirían bien para cubrir los vendajes.

Salí del baño y miré el escritorio, encontrando un plato de comida. «Debieron traerla cuando no estaba». Tomé asiento y comencé a comer con tranquilidad mientras las demás continuaban hablando en el salón.

Después de unos minutos las escuché retirarse y justo cuando terminé mi plato llegó un hada a recogerlo. Le agradecí y ella sonrió complacida.

—Diana.

—Adelante.

Atsuko ingresó con una sonrisa en sus labios. Se veía cansada y sus ojos demostraban que había estado llorando. Suspiré; me levanté de la silla; me aproximé a mi cama y me senté. Tenía que reposar antes de acostarme.

—¿Te duele algo?

—No.

Ella tomó asiento en la silla.

—Tenemos un avance, ¿Quieres saberlo?

La miré interesada provocando que sonriera un poco más.

—El bosque tiene una barrera protectora que hiciste tú. La profesora Croix dice que la barrera puede romperse en cualquier momento, pero que por ahora estamos protegidas. Antes de eso, las profesoras hicieron un hechizo básico en ti con intenciones de averiguar lo sucedido, sin embargo, no descubrieron nada nuevo. Por eso... quiero saber qué fue lo que pasó.

—Las púas tenían veneno —hablé con neutralidad—, pero no uno cualquiera. Cuando estuve sola comenzó a hacer efecto. Desconozco la clase de hechizo que realizó, pero lo descubriré mañana. Quiero incluir y aclarar que la magia negra que utilizaron en mi persona, llegó a... ¿Descontrolarse? —Observé mis manos—. No tengo las palabras correctas para describirlo.

—Posiblemente fue porque usaste un hechizo de curación avanzada. Esa es magia blanca —explicó—. Recuerda que tienes las dos peleándose entre sí, queriendo quedarse solamente una. —Puso su mano en el mentón analizando—. Cuando vomitaste la alfombra fue el veneno, ¿verdad?

—Sí.

—La profesora Croix se llevó una muestra para hacerle un análisis en su laboratorio.

«¿Se ha llevado mi... para examinarlo?» Eso era asqueroso, pero entendible.

—Diana, ¿Pudiste ver los colores?

—No. Y sigo sin verlos.

—¿Quieres que te diga lo que vi?

Asentí con la cabeza. Ella agarró aire.

—Tus manos... tenían magia; una de color negro y la otra de color verde. Las dos que te ayudaron a traerte de vuelta. Después de que te desmayaste, te subí a la cama y miré tu escritorio. Lo hiciste polvo cuando lo tocaste; lo recuerdo perfectamente.

«¿También vio eso?», me pregunté levemente sorprendida.

—Le pedí a Hannah y Barbara que llamaran a las profesoras —continuó—. Ellas registraron el lugar y unos duendes hicieron la limpieza, e incluyendo que te trajeron otro escritorio idéntico con la comida —Hizo una ligera pausa—. Antes de eso, cuando me extendiste tus brazos y te abracé, te calmaste y la mitad de tu cabello volvió a la normalidad. No pude saber si tus ojos también porque te desmayaste.

—¿Y cómo estoy ahora?

—Igual que antes, sin embargo, te tengo buenas noticias. —Sonrió—. Me quedaré a dormir contigo todas las noches; así no estarás sola y podré cuidarte mejor. Las profesoras lo aceptaron.

—¿Por qué?

Ella levantó una ceja y se rio.

—¿Enserio? Tal vez no lo hayas notado, pero causo un efecto en ti. —Se puso de pie—. Iré a mi habitación, vuelvo en unos minutos.

«¿Específicamente de que efecto está hablando?» Necesitaba más información. No lograba comprender muchas cosas y tenía preguntas sin responder. Exhalé exasperada y un poco agobiada. «Esto no puede seguir así».

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Fin del Cap. 11 (Resultados)

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