078 - FINAL DE CURSO
CAPÍTULO SETENTA Y OCHO
DEREK SALVATORE
TRES AÑOS ANTES
JUNIO
Me sudan las manos en exceso, eso digo a pesar de ser ficticio y que el verdadero problema se ubica en la cabeza. Estoy eufórico, también nervioso, estoy ahogado en un remolino de sensaciones.
Las dos últimas semanas he estado practicando a fondo mi baile aún siendo perfecto y he estudiado, probablemente más que la estudiante, he estudiado todo acerca del baile de graduación a través de películas y libros de romance adolescente donde el amor resulta muy inferior a lo que siento. Mis sentimientos son de una magnitud indescriptible.
Toco la puerta perfumado, peinado, elegante y con un ramo escondido detrás de la espalda.
Adrián abre serio. Entrecierra los ojos y masculla:
—Así que este es el sujeto que llevará a mi hija al baile —gesticula exageradamente —No creas que nací ayer saco de huesos y carne, sé lo que buscáis en el baile final los mocosos como tú.
—No hay otro como yo.
—Un solo dedo sucio tuyo encima de mi princesita y te decapito las pelotas.
—No asustes al chico y hazlo pasar —dice Sara desde la lejanía.
—No te metas, Sara. Esto son cosas de hombre y proyecto a espermatozoide. ¿Sabes qué es eso, muchacho? Es un gusano blanco y perturbador que escapa de tu pequeñín con planes maquiavélicos de envenenar a cuántas más chicas mejor y que a los nueve meses te maldice con una criatura del infierno.
—Espero que algún día eso suceda —digo malvado.
—¡Sara, el corazón! —se lleva la mano al pecho.
—Cuatro nietos, abuelo.
—¡Infarto!
Sara se ríe asomándose en el pasillo mientras que el padre de familia exagera en gestos causando mi sonrisa.
No tengo el tema de los hijos muy presente, menos ahora que cada vez estoy más cerca de tener una oportunidad con la chica que me ha conquistado, sin embargo, tengo en consideración los caprichos de la maldición. Aún tengo años por delante antes de tener que someterme.
—¿Qué hacéis?
Soraya usurpa el centro de atención bajando despacio las escaleras. O quizás esa lentitud la percibo yo mientras que siento el pecho abrirse dejando al descubierto el corazón que se robó.
Desciende del cielo con un diabólico vestido de cóctel negro que juega con mi cordura a cada paso. Con el rolex que nunca la ha abandonado en su muñeca izquierda y pequeños pendientes que quedan perfectos con el colgante que su huérfano cuello no carga.
—Ofrezco a mi yerno la experiencia completa del primer baile.
—Somos amigos.
—Tú madre y yo creemos que hoy será la noche.
Antes de contradecir a su padre me revisa arrugando la nariz con desagrado y estruja mi corazón. Una vez más soy un imbécil que se ahoga por falta de un oxígeno que no necesita.
—Los viejos no son mi tipo.
—Tampoco soy tan viejo. Que tengo veintisiete —me defiendo.
—Oh, perdón. Con el traje de funeral pensaba que eras un cincuentón que ha venido a por mi para ir a un entierro.
—Máximo dijo que era el mejor traje.
—Bueno, a él le quedan bien los trajes. Al igual que a un soldado le queda bien el uniforme militar —la comparativa es peculiar, solo me lo parece a mi al ser consciente de su posición en la maldición —Tú no eres él, a no ser que vengas como representante. ¿Quieres que salga con glaciar?
—Ni muerto.
Soraya baja el último escalón. Curiosa viene a investigar el ramo de rosas azules que oculto en la espalda cuando libera un chillido ensordecedor:
—¡Asesino! —huye escaleras arriba.
Exhalo desganado. No sé ni para que me esfuerzo. Es menos escandalosa cuando no hago nada.
Muestro el ramo a los padres y digo:
—Espero que sean de tu agrado, Sara. O ponlas en ácido.
—Agua, Derek. Agua —Adrián corrige innecesariamente. Le entregó el ramo a él para que las pueda recibir Sara sin drama, a su vez ella le hace dueño de un estuche de terciopelo por el tiempo que tarda en darmela. A la par dice; —Esperaba un colgante.
—Andivino no soy.
—Demasiado insolente para ser la muerte, hijo.
Desde que les hablé y demostré al matrimonio lo que soy, la frase se ha convertido en un cliché; demasiado dramático para ser la muerte, demasiado infantil para ser la muerte, demasiado desastroso para ser la muerte, etc. Agradezco que no haya cambiado nada. Después de la impresión inicial se mostraron más molestos de saber la posición de guardaespaldas de Hugo. Quieren que le contemos a Laura, en un buen lugar y momento, sin embargo, a Hugo le sudan los huevos y no quiere aclarar, así que primero lo tengo que convencer. Imposible.
Voy a la habitación de la sinvergüenza que se encuentra sentada en la cama abrazando una bolsa de marca italiana.
—Me desagrada tu gusto por la moda —dice.
—A mi me desagradas tú y aquí estoy —me siento a su lado. Le alargo el estuche que contenía el colgante —De tus padres. La próxima vez que quieras algo en especifico házmelo saber.
—Da igual. Tampoco debes tener gusto por la joyería.
—Ahí te equivocas. Sé diseñarlas y hacerlas, soy el mejor en la materia aún cuando es un hobby.
Amplio la lista de habilidades a adquirir. Me toca aprender, a perfeccionar la técnica para que el día en que reciba el colgante sea digna de ser portada en el cuello que me inclino a inhalar. Iría conjuntada con un anillo. Ambas joyas tendrían en común los materiales siendo el más importante los diamante azules, gemelos que serían la pieza central de cada uno y que inseparables recordarían la luz que proyectan los ojos más hermosos que existen.
—Lo que digas. Sabiendo que ibas a meter la pata tuve la osadía de hacer unas gestiones —me pega la mano cuando trato de esbrinar el contenido de la bolsa —Me gasté todo mis ahorros en esto.
—Si tanto importaba podrías habérmelo dicho que compraría y llevaría lo que me propusieras.
—¿Hasta un traje de cerdito?
—Tendrías que pagarme bien.
—¿Con muchos besos?
—Cuatro mil besos.
—¡Demasiado caro!
Impacta la bolsa en mi cara y solo me queda refunfuñar antes de partir al ridículo cuarto de baño donde me cambio maldiciendo a Adrián. Es un viejo cabezota y cascarrabias cuando el tema es mudarse a un lugar adecuado para la familia. Yo sé lo puedo dar, debería aprender a callar mientras lo encapricho. Ya no es solo por él, ni por la familia, sino por mi comodidad al tener que cambiar el atuendo en un lugar enano que peca por exagerada incomodidad. Maldito egoísta.
Cierro el botón del vaquero, acomodo la camisa de botones blanca y por encima me pongo el suéter marino. De zapatos tengo unos marrones. Lo único que conservo del conjunto es el reloj que reemplaza el robado por Soraya.
Regreso con la pajarraca esperando que se dé por satisfecha. Cosa que logro y que sé por la sonrisa que se asoma mientras se acerca excusándose con un arreglo al cuello para darme un agradable beso.
—¿Me ayudas con el colgante?
Se lo pongo, bajamos al salón y recibo un par de amenazas por parte del hombre de la casa como si fuera un niñato puberto, hasta que Soraya interviene por una vez parando los pies ligeramente ruborizada.
Sara nos hace un fotografía que nos comparte por el WhatsApp grupal y que el padre aprovecha para increpar al oído con un:
—Demasiado fotogénico para ser la muerte, hijo.
Estaciono en la plaza de un profesor al cual he pagado previamente para ahorrar la caminata y conflictos. Bajo del coche, espero que Soraya haga lo mismo, hasta que pasado unos minutos entiendo que hoy el capricho está en querer que le abra la puerta caballerosamente.
Al acercarnos a la entrada sé que tenerme aquí es una mala idea con las primeras inclinaciones de cabeza, sin embargo, Soraya se engancha de mi mano y menciona con una risita:
—Que divertido, parecemos de la realeza.
—Tu no pareces, eres la princesa de mi mundo. El único que importa.
Responde con un beso en la mejilla y se detiene ante los responsables que deben verificar la invitación. Dos cucarachas que el único segundo por el cual no están obsesionados con el suelo es para verificar que el nombre de Soraya se encuentra en primer puesto de la lista ordenada por apellidos.
La maldición empeora en el interior. Mientras que la música resuena soy convertido en el epicentro de un círculo que forman las cucarachas al poner distancia, un círculo que permanece y carece de significado cuando Soraya tira de mí. No soy culpable, merezco disfrutar y lo haré aunque les duela a los demás, lo haré feliz porque la vida me castigo tan duro que la compensación es algo que disfruto como nadie podrá hacerlo jamás al carecer de mi pesar.
Soraya me entrega un canapé, otro y otro más. Divertida como la que más hace sufrir a mis papilas. Cuando no es la comida es la bebida, y cuando ella va a probar el primer tentempié se lo quito engullendo.
—Ese era para mí —protesta.
—Encima de mi cadáver te dejo comer esa bazofia. ¿Qué pretendes? ¿Envenenarte?
—¿Tiene veneno?
—No, algo peor. Es barata, de quinta categoría. Tendría que haber deducido que esto pasaría y haber contratado personalmente el catering. En realidad ahora mismo es lo que haré.
—¿Darás de comer a tus amigas las cucarachas?
—Estará custodiada para que nadie más que nosotros tenga acceso.
Hace la que se lo piensa y dice:
—Acuérdate del chocolate.
Voy afuera a encargar la comida después de comunicárselo para que me acompañe sin que ocurra. Maldiciendo encargo la comida a un lujoso restaurante cuando percibo dos pares de ojos tras la nuca y al girarme descubro un tercer par que se esconde tras la espalda de Máximo. La cucaracha roja y mi hermano se traen algo. Yo digo que se gustan. Mucho.
—¿Qué hacéis aquí?
—A mi no me mires que estoy de guardaespaldas —ruedo los ojos ante las palabras de Hugo. Solo trabaja cuando puede fastidiar.
—Considerando que es tú primer baile he pensado que te vendría bien que estuviéramos cerca por si cometes algún error —responde Máximo.
—Ha venido a lavarte el culito, mierdoso —dice mi amigo, en otras palabras.
—¿Y la cucaracha roja? —pregunto por la pelirroja.
—Darley. Es Darley —Máximo algún día aprenderá a no gastar saliva por causas perdidas —Los consejos femeninos son bien recibidos.
—Ya os podéis ir.
Los abandono con la palabra en la boca. Sé lo que me hago así que no necesito a ninguno de ellos, y aún menos a la pelirroja. En ninguna historia un cobarde es capaz de aportar.
Soraya está hablando con un gordinflón que se convierte en cucaracha con exagerado sobrepeso al estar yo suficientemente cerca, momento en que decide retroceder hasta caer de culo. Ignoro el acontecimiento mientras que las demás cucarachas se burlan ignorando que son el mismo insecto insignificante que aborrezco con sus reiteradas muestras de cobardía. Lo único que me afecta, más de lo que me jode admitir, es que estuviera hablando con mi amiga como si pudiera tener alguna clase de vínculo especial con alguien superior.
—¿Qué representa él para ti?
—¿Celoso?
—¿Es importante?
—Toda vida suma.
—¿Eso qué significa exactamente?
—Quiero bailar. Vamos a bailar. Más te vale no dejarme en ridículo a no ser que aspires a quedarte una temporada sin besitos.
La pista se vacía cuando ocupamos el centro y suena la primera nota de un famoso cantante pelirrojo, Perfect. La atmósfera podría ser más perfecta de no ser por la presencia de la plaga que desde la distancia queda embaucada por el movimiento eclipsante de una unión perfecta.
—Dime que me amas.
Ruego y lo que consigo es una hermosa sonrisa, pero no cumple la petición por la que soy capaz de soñar, así que insisto:
—Solo una vez.
—¿Qué obtengo yo?
—A mi.
—A ti ya te tengo, bambino. Lo que yo quiero es...
Anhelo que me diga el pago cuando queda aplazado porque la cucaracha con serios problemas de sobrepeso es cubierto de una masa pringosa. Los causantes no son los únicos que se ríen de la broma, aunque hay excepciones, estás se vuelven invisibles al ser claramente minoría. En palabras mal contadas otro diría que todos los asistentes se ríen de la víctima.
Soraya sacude la cabeza y me mira, radiante:
—Disfruto del reciclaje porque es dar una segunda oportunidad. ¿Sabías que hay plásticos que no pueden ser reciclados? Y aún cuando hay un porcentaje que sí se puede siempre queda algo. Contaminando. Ensuciando mi bonito jardín. No me gusta que mi jardín esté sucio.
—Investigaré sobre el tema e invertiré.
—A veces el esfuerzo no es el adecuado. Si nadie hubiera metido ese plástico no deberíamos preocuparnos.
—Según ciertos estudios lo que dices...
—Voy al aseo. Si ves que en cuatro minutos no regreso vienes a por mí que no quiero hacer cola.
Siento el trío de ojos observando en la distancia. Que piensen lo que quieran que el momento no lo rompí yo.
Bufo a desgana.
A los cuatro minutos voy a por ella. Al no encontrarla en los lavabos busco en la cercanía cuando un chico pronuncia su nombre, el tono que emplea y el que crea que puede ordenarla enciende mi vena sangrienta.
—Cállate, Soraya. Eres una payasa.
—Yo solo... Yo... —lloriquea —No tenéis ningún derecho de hacer lo que habéis hecho. Siempre igual. Puedo aguantar que me ataqueis a mí, pero bajo ningúna circunstancia con otro.
—¿Perdona? —finge incredulidad una chica.
—¿Qué os hizo él?
—Exacto, ¿qué os hizo él? ¿Qué os hicimos nosotros? —interviene una tercera voz, otra chica —Estamos agotados de aguantar. Son cuatro años. Ya podriaís desaparecer como los otros.
—No se desean cosas malas —le riñe Soraya.
—Lo siento, Soraya. Ellos me pueden.
El grupo de matones ríe.
—Deberías...
—Deberías callarte —interrumpo, antes de que sea él quien de nuevo se atreva a ordenar a mi chica —Tú y tus amiguitos. Se dice que los grupos de matones son los primeros que al graduarse acaban perdiéndose, algunos le echan la culpa al espacio y el tiempo, otros a un futuro negro, aunque muy pocos saben que el verdadero motivo es porque un matón más grande los hace desaparecer.
—¡Alá! Otro que desea cosas malas.
—Cierra el pico. Contigo estoy cabreado.
—¿Y eso por qué?
—Porque nunca me has hablado de estás cucarachas. Ni que otras cucarachas fueran tus amigos. Tú estabas sola como yo. Siempre sola. Hasta el día en que nos conocimos estabas sola. Nadie acudió a tú fiesta.
—Ellos no son mis amigos.
—¿Y qué son?
—Individuos con los que comparto una causa. La causa son el grupo de matones que nos hacen la vida imposible.
—Ella...
—¡Silencio! —ordeno al matón. Miro fijamente a Soraya y pregunto: —¿Por qué nunca me dijiste?
—Creía poder cambiarlos. Pero...
—Son plástico —asiente.
Soraya desvía la mirada al grupo de cucarachas aliadas, regresa la vista al enemigo y me deja para el último. A la par que comunica su plan recibo un dardo venenoso fruto de su atrevimiento:
—Voy a adelantarme con ellos. Hay que disfrutar de la noche que algunos somos jovenes.
—Te gusta este viejo —me palmo el pecho.
—Ni confirmo, ni desmiento.
Agradezco que lo último compartido sea una risa que me garantiza su felicidad. Sin ese sentimiento sería incapaz de mantener la composrtura ahora que estoy a solas con los abusones, no por mucho, ya que a la reunión se une mi hermano, mi mejor amigo y la cucaracha pelirroja, la última a distancia, pero aquí está tocando mis testículos al igual que los demás.
Solo quería una noche de paz con mi chica. Aún no es mia, sin embargo, tenía la esperanza de que hoy sería la ocasión ideal para convertirnos en algo más que dos amigos que se besan.
—Nosotros nos encargamos —Hugo alza el pulgar, su sonrisa cinica expresa a la perfección las perversas intenciones.
—No habrá derramamiento de sangre —anuncia Máximo.
—Oh, que fastidio. El señor de la guerra es intolerante a un poco de sangre. Que maricón has salido.
—Estamos en un lugar público.
Mientras que discuten las cucarachas conectan las dos únicas neuronas que existen en su cerebro porque huyen. Ignoran que al hacerlo el cazador se emociona con el inicio de la cacería.
Hugo les regala cuatro minutos.
—Cuida de Darley —pide Máximo.
Al final somos la cucaracha roja y yo. Hoy mi hermano debe haberse caído o algo por el estilo por la falta de lógica que hay en dejarme a cargo de un ser insignificante que no tolero.
—No se preocupe por mi, señor —ni loco lo hago —Usted está ocupado y yo sé pedir un taxi.
—Esfúmate pues.
—Aunque si me permite un momento...
—No lo permito.
—No sea malo, señor. En algún momento debería aprender a ser más educado como su hermano mayor. Soraya tiene mal gusto.
—¿Qué acabas de decir?
Doy un paso hacía ella y retrocede.
—Ah, lo siento, señor. Mi lengua...
—¿Quién eres para hablar en nombre de Soraya? ¿Y qué cojones es eso del mal gusto?
—¡Que tenga una agradable noche, señor!
Escapa inútilmente aunque no voy tras ella. Sé donde vive y quiero volver a compartir la noche con Soraya, quitado los obstáculos del camino ha llegado el momento de ser nosotros sin interrupciones.
De regreso al gimnasio donde se celebra la fiesta, Soraya vuelve a ser ella sin que las cucarachas increpen, bailando... Eso no es bailar. Mueve la cintura de forma alejada del baile anterior, a su vez el trasero resulta un imán para miradas lujuriosas que no son capaces de esconder los pensamientos más vulgares de sus propietarios, adolescentes, insectos con los que quisiera reunirme para tener un pequeño dialogo en donde trasladaría el mensaje a puños cerrados.
Interrumpo su asqueroso baile atando la chaqueta a su cintura.
—¿Qué pretendes conseguir moviéndote así?
—A un hombre.
Estira de mi camisa. Quedo a la altura que ella desea, nuestras bocas a una distancia a la que en otras circunstancias la besaría, sin embargo, lo que hago es soltar un gruñido que atiende:
—Suficiente tienes conmigo.
—¿Quién dice que no eres tú el hombre? —emocionado por sus palabras me apresuro a buscar el beso, el cuan anula interponiendo el dedo —No, no eres tú. Es el profesor de gimnasia. ¿Qué no te has fijado en su buen culo?
—S-O-R-A-Y-A —marco cada letra de su nombre.
—Una delicia.
Olvido el tiempo, el lugar, la situación. Quedo desquitado del grupo de persona racional clavando los dientes en la fina piel de su cuello, con frustración y con un ligero descontrol corrompiendo su blancura con una marca. Visualizo el dibujo sintiendo cosas incapaces de descifrar. Felicidad, tal vez orgullo de malhechor. Lo que supongo que sea me agrada.
—¡Vampiroooo!
Escandalosa huye y la persigo en un juego solo apto para dos, un juego que se convierte en mi favorito cuando al capturarla soy recompensado con una fuente de besos infinitos.
La noche no termina con ella convertida en mi novia, ni siquiera existe un momento en que formule la pregunta, pues el tema queda aparcado en segundo plano por la gran experiencia que vivo. Bailamos, comemos de nuestro banquete particular y nos besamos, bastante. Nunca habían sido tantos.
En la entrada de su casa nos seguimos besando.
Soy incapaz de poner punto final.
Las luces de las casa nos sorprenden con su encendida, aún así no tenemos tiempo suficiente para separarnos antes de que abra Adrián, bueno, más bien ella es quien no me suelta. Se ríe del comentario de su padre.
—Maldito adolescente calenturiento.
—Oye, papá. No seas tan malo con él. Solo han sido cuatro besos mal contados —muy mal contados, diría yo —¿Se puede quedar a dormir? Usará la habitación de invitados.
—¿Y tú la usarás con él?
Soraya se sonroja. Me encanta cuando sus mejillas se tiñen. Por norma general el único capaz de avergonzarla es su padre.
—Hoy no se quedará.
—Papi precioso, papi querido —Adrián le cubre los ojos antes de caer en el efecto mágico de estos —Jolín, papi. No haremos el trenecito, promesa de meñique.
—¿Y debo creerlo? ¿En una noche especial?
—Si quisiéramos hacer el chuqu chuqu iríamos a un hotel.
Mientras Soraya trata de convencer al padre para que nos deje quedar, a pesar de que no sería la primera vez, recibo una mensaje. Antinatural, considerando que uno de los cazadores era Hugo, las cucarachas han sido encerrada y llevadas a las mazmorras a la espera de... ¿Una reprimenda? ¿Qué sinsentido es este? Son sus padres quienes les deberían haber enseñado.
—Tengo que irme —anuncio.
Padre e hija me miran perplejos.
—Deberías luchar más por mi princesa —dice Adrián.
—Ha surgido un contratiempo.
—¿Todo bien? —se preocupa Soraya.
—Nada que mañana no esté resuelto —le doy un beso en la nariz y realizamos el ritual de las cuatro despedidas, en el último le recuerdo —Mañana empiezas a trabajar para mi. Sé puntual.
Apunto de salir el sol ingreso en las mazmorras.
Máximo está esperando.
—¿En qué puto universo dije que los encerrarás? Los quería muertos sin que dieran más por culo. ¿Entiendes eso?
—¿Y tú entiendes que no puedes desaparecer a todos?
—¿Cómo qué no?
—No, no puedes. Solo podrías en el caso en que tus intenciones fueran levantar sospechas en Soraya sobre quien eres. Cada vez que ella se queja desaparecen. Sospechoso. Tienes hablarle de está familia, hermano. Si no lo haces pronto me veré en la obligación de hacerlo yo.
—Deberías ocuparte de tus propios asuntos.
—Tú eres mi asunto. Y Soraya lo es por hacerte feliz. No quiero un mundo en que ella no está porque preferiste ocultar nuestros orígenes.
—Contarle la verdad la alejara.
—Somos inocentes de los crímenes de nuestra familia. Tú eres un empresario de la informática. Ni un proxeneta, ni un traficante.
—Soy un asesino.
—Omitamos ese detalle, por ahora. En algún momento tendrás que responsabilizarte de tanta muerte. Mientras que no lo haces estaría bien que dejarás de sumar.
—¿Qué pretendes que haga con las cucarachas?
—Un pequeño susto.
Máximo se marcha después de soltar el chiste más gracioso del año excusándose con responsabilidades paternas. Él no congenia con las torturas a excepción de una cucaracha que tiene apartada, por mi parte, tengo nociones básicas de tortura por exigencias de Enzo.
Miro al grupo de cinco al que juraría que ha sufrido bajas. Al fin y al cabo el otro cazador era Hugo.
Todos miran mis zapatos.
—Tengo dos noticias. Una buena y una mala. ¿Cuál queréis saber primero? —la respuesta es el silencio —Empezaré por la buena por si os animáis un poco que a esas caras de muertos les hace falta un poco de alegría. La buena noticia es que vais a conservar la vida. La mala es que lo haréis si sobrevivís cuatro años de tortura.
—¿Por qué? —se valienta uno.
—Abusos retirados a vuestros compañeros escolares —una de las dos chicas se carcajea ruidosa. Tiro de su cabello provocando que sus pupilas se contraiga al chocar contra mis ojos —Comparte el chiste conmigo, cucaracha.
Se podría defender con unos nervios traicioneros, sin embargo, la respuesta hace que le dé una fuerte cachetada que la derriba al suelo y la hace sangrar por un oreja que sufrirá secuelas.
—Soraya es quien lo planeó —eso es lo que dice.
—Que de tus labios no vuelva escuchar su nombre, pero aún menos la acuses si no quieres que los planes de tus siguientes cuatro años sean peores de lo que ya han sido dictaminados.
—Solo dice la verdad —defiende un truño.
—Os diré algo. Me da igual que tan cierto sea, me da igual si mi chica está jugando. Porque si es cierto yo colaboro. Si ella quiere jugar yo seré el segundo jugador de la partida. Y si es el segundo el que debe mancharse las manos lo haré con el mayor gusto macabro.
Se forma un silencio que solo es roto por un aplauso más escalofriante que mi discurso.
Giro descubriendo a Enzo.
—Conseguirás que me encariñe de ella. Tantos años tratando que estuvieras a la altura de ser mi heredero y justo ella lo logra. Magnifico. .
—¿Envidia, Enzo?
—Molestia, tal vez. Envidia jamás. Nunca he necesitado que cuidarás de mí, Derek.
—Me ordenaste matar a Hugo —le recuerdo.
—¿Y ese quién es?
—Mi amigo.
—Ah, ese. Únicamente lo hice porque me pudo y me sigue pudiendo la pereza de cazar un don nadie —hago presión a los puños cerrados —Nunca fui como mis hermanos, Derek.
—No te metas con mi gente.
—Entonces ofrece el mejor espectáculo.
El malestar de darle placer hace que detenga los planes. Han ofendido a Soraya, se han atrevido a acusarla, aún así, por hoy, frente a Enzo, no pienso mover un músculo en su presencia. Me niego a que crea erróneamente que me puede tener de marioneta.
—Tengo que trabajar.
Estoy dispuesto a irme sin más. Trágicamente, estoy encendido por la rabia que me genera mi padre, es por ello que, tras haber advertido de no ensuciar el nombre de Soraya, cuando una de las cucarachas inicia la oración descuidadamente le arranco la lengua con fuerza. El músculo queda en mi mano mientras la sangre de un insignificante ser me ensucia.
No dejo que la acción me sorprenda. Nunca hubiera imaginado tener la fuerza suficiente para la acción acontecida.
Decido abandonar el lugar antes de descubrir cosas de mi que pueden llegar a no gustarme.
Desayuno en la mansión por insistencia de Nana y después de haberme asegurado, reiteradamente, que Enzo se ha ido a ocuparse de los negocios que destacan por ser menos importantes que un truño.
Atravesando el pasillo hacía la salida me detengo cuando soy llamado.
Damián está a la distancia. De todas las caras de culo que le he visto la que ofrece es sin duda la peor. Pálido y sudoroso, no estoy para experimentar una de sus tantas muestras de cobardía.
—¿Quieres algo, infeliz? —le cuestiono.
Su respuesta es asombrarme con un paso adelante. Acaba de reducir nuestra distancia centímetros manteniendo el mentón alto y no puedo evitar emocionarme, emoción que incrementa con el segundo y tercer paso. Está más cerca que nunca manteniendo la postura recta.
En el cuarto le tiembla el pie y le desciende el rostro.
—Respira. Sin prisas.
—Un poco más —se anima a sí mismo. El tono que emplea es bastante apagado y débil, es el mismo que tendría una persona enferma —Tiempo, dame un poco más de tiempo.
—Aquí estoy.
Los siguientes minutos se me hacen eternos, pero cada minuto es recompensado cuando llega al cuarto paso, a pesar de hacerlo sin mirar está destruyendo la barrera que nos impedía ser hermanos.
—Tranquilo, Damián. Respira y levanta la cabeza, lentamente. Voy a quedarme lo que haga falta.
De un momento a otro, manteniendo la distancia, es capaz de aguantarme la mirada con una sonrisa satisfactoria, pero al siguiente segundo cae contra el suelo liberando quejidos de dolor.
Apresurado voy a su encuentro. Tiembla y suda, su frente quema a consecuencia de una elevada fiebre. Balbucea inentendibles.
Damián está muy enfermo y me culpo de ello, aunque la culpa es del peso de la maldición. Ahora sé lo que ocurre cuando alguien trata de ir en contra de la naturaleza de mi sangre.
Odio profundamente mis circunstancias.
Aviso a las cucarachas que vayan en búsqueda de Nana mientras me encargo de llevarlo a la habitación. Quiero alejarme rápido para que deje de sufrir, intención que queda en nada cuando su mano se aferra a mi muñeca y mantengo el contacto pecando de egoísta.
—Hermano, te quiero —balbucea, más ausente que presente.
Quisiera responder ante la inesperada confesión que ha causado un nudo en la garganta. Tras lo dicho merece más que un atragantado. A pesar de que nuestra relación es nula y que cuando hemos interactuado ha recibido hostilidades por mi parte, él acaba de decir que me quiere.
¡Joder!
Excepcionalmente, hoy daría un gracias.
Sabiendo que no puedo quedarme voy deshaciendo la unión aún cuando sus dedos insisten en pegarse. Lucha desesperado contra la naturaleza de la maldición sin importar el daño que le causa.
—No puedo quedarme —al manifestarlo alto y claro es más evidente. Quedarme lo está matando.
Si hubiera sabido las consecuencias de un acercamiento antinatural cabe la remota posibilidad de que no hubiera sido tan extremo con él.
Nana interrumpe con el doctor.
Ahora ya no me quedan excusas para estar. Tengo que irme para que puedan atenderlo sin la sumisión.
Cruzando el umbral insiste por mi.
—Hermano.
—La próxima vez que lo intentes voy asegurarme que se te quiten las ganas de acercarte a mi —le doy un último repaso —Te odio, Damián. Ni ha habido, ni habrá espacio para ti en mi existencia.
****
Estoy enamorada de Adrián... Seguidamente recuerdo que el hombre ya dejó de respirar y se me rompe el corazón, y como soy una adicta a las torturas así seguirá siendo hasta que lo asesine. Otra vez.
Dinámica de Votos:
1. Vamos a recuperar la velocidad de actualización que alguna vez tuve y que por motivos personales se vio afectada. Antes que robot de escribir soy humana, así que no podía hacer más aunque quisiera.
2. Demuestren que quieren la historia. Este capítulo debe llegar a 400 votos para la siguiente actualización.
3. ¿Quieren un Derek en su vida? No sean lectoras fantasmas.
Redes Sociales:
Instagram: mikaelawolff
TikTok: mikaelawolff
Grupo de Instagram/Canal Difusión Whatssap
Próximamente Telegram
(SI OS ESTÁ GUSTANDO LA HISTORIA NO DEJEN DE APOYARME DEJANDO SU VOTO, ME AYUDAN MUCHO)
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro