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Capítulo 39 (Después de la tormenta)




—Por el amor a Dios, ¿puedes dejar de repetir lo mismo mil veces? Déjame en paz ya lo recogeré más tarde. Además, no entiendo por qué te quejas tanto, si soy yo siempre hago todo en esta maldita casa, que en primer lugar es mía.

—Hikaru, deja de hacer un berrinche estúpido. Solamente dije que recogieras el vaso que dejaste en-...

—Tú a mí no me dices qué hacer. —le cortó la azabache, apuntándole con el dedo acusadoramente—. Me acabaste de regañar porque, según tú, siempre dejo las cosas tiradas por ahí cuando es mentira. ¡Siempre limpio y lavo todo! Y solo porque lo dejé en mi cuarto una sola vez ya me estás regañando.

—No te regañé. Solo dije que deberías ser más organizada con tus cosas. Siempre haces lo que quieres.

—¡Por supuesto que lo hago! —Kusuo no estaba seguro de querer seguir con la conversación, sobre todo porque veía cómo iba a terminar todo teniendo en cuenta el carácter de su novia—. Es MI casa después de todo. Yo hago lo que quiero, por eso estoy aquí. Porque si quisiera vivir bajo las condiciones y reglas de alguien más me hubiese quedado en casa de mis padres.

—Hikaru, cálmate. No discutamos por algo tan absurdo como un maldito vaso.

—¡No estoy discutiendo por el vaso! Estoy discutiendo porque estoy harta de que me digas qué hacer. —la azabache apretó los puños—. 'Hikaru, haz esto, haz lo otro', si tanto te molesta hazlas tú, que últimamente no me estás ayudando en nada. Además, ni tú, ni nadie me va a decir cómo debo llevar mi vida, porque a mí me gusta como estoy viviendo, como estoy haciendo las cosas, entonces si no te gusta vete. Nadie te está pidiendo que te quedes.

A Kusuo le tembló una ceja.

—¿Sabes qué? Mejor olvídalo.

Hikaru le dio una mirada de desconcierto.

—No te diré más nada.

De repente, el psíquico tomó su abrigo y las llaves que Hikaru le había dado de su departamento. No iba a quedarse ni un segundo más para discutir con ella, porque era estúpido e irrazonable.

—¡Muy bien! ¡Vete! Después de todo, ¡no te necesito!

—Ni yo a ti. —fue lo último que dijo antes de cerrar la puerta detrás de su espalda.

La fresca ventolina revolvió suavemente las hebras rosadas que caían sobre su frente. Fue en ese momento en el cual Saiki se permitió largar un profundo suspiro, esperando que así el manojo de ira que trepaba por su mente se aligerara un poco. Así que sin decir nada más, empezó a caminar hacia su hogar. 

Hacía mucho que no discutíamos...

Kusuo miró el cielo despejado, deteniendo sus pasos por unos segundos. Arrugó la frente al recordar la discusión de hace un momento. Había sido una tontería, ¿cómo es que terminaron peleando por algo como aquello? Además, él nunca le decía que hacer, bueno, tal vez se había vuelto un poco mandón últimamente, ¡pero era para que los dos estuviesen bien! ¿Cuál era el problema de Hikaru?

No sé ni para qué me gasto.

El camino hacia su casa nunca había sido tan pesado y tan abrumador como antes. Y con cada segundo que trascurría, más Saiki pensaba en su novia y en lo que acababa de pasar.

¿Es algo normal que las parejas discutan? No. ¿Por qué discutirían si se supone que se quieren? No es normal. Algo debe estar pasando entre nosotros.

Y ahí era donde Kusuo se daba cuenta de que estar en una relación amorosa no era tan fácil cómo había imaginado. Se arrepentía un poco de no haberse preparado mentalmente.

Por supuesto, ¿qué era lo que esperaba? No todo en la vida es de color de rosa. No todo en la vida es cómo la relación de mis padres.

—¡Ku-chan! —saludó Kurumi cuando su hijo llegó sano y salvo a su casa. Y sin esperar una respuesta, abrazó a su hijo—. Hoy llegaste temprano, pensé que vendrías más tarde. ¿Está todo en orden? ¿pasó algo con Hika-chan?

Maldita seas tú y tu sentido de madre que sabe todo lo que me pasa.

Kurumi se vio preocupada cuando observó bien la cara de su hijo y vio una expresión de ligera tristeza.

—¿Ku-chan? ¿Sí pasó algo con Hika-chan? ¿Qué sucedió?

—Nada. Estoy bien.

—¡Ku-chan! —regañó la mujer, bloqueándole el paso para que no siguiera con su camino. No iba a dejarlo ir hasta que hablase—. Debes decirme la verdad. Puedo ver que no estás bien, por favor, dímelo.

Kusuo suspiró. No tenía otra opción que decírselo, su madre ya sabía de sobra que algo le pasaba, y no decírselo implicaba preocuparla mucho más. Y eso era lo último que quería.

Los dos decidieron sentarse en el sofá de la sala de estar, a lo que Kurumi se ocupó antes de darle un pedazo de pastel de chocolate a su hijo para poder subirle el ánimo.

—Solo... discutimos...

—Oh, ya veo. —Kurumi hizo una expresión de preocupación y tristeza al mismo tiempo—. Ku-chan, es normal discutir con una pareja. No es algo de lo que debas preocuparte, no significa que se terminará el mundo.

Pero...

—No todos somos iguales, y siempre vamos a tener diferencias. Ya sea con nuestros amigos, padres, parejas... —la mujer sonrió ligeramente— Lo que sería raro es que no discutiesen, ¿sabes? Porque eso significaría que se están ocultando cosas.

Kusuo casi miró sorprendido a su madre. Realmente no esperaba tener una conversación profunda con ella. Tal vez porque nunca la habían tenido antes.

Pero... era reconfortante tener ese momento con su madre. Le gustaba escucharla.

—Las discusiones son algo normal porque la mayoría del tiempo nos ayudan a entender las diferencias de los demás, aparte de que puede ser una buena forma de fortalecer la relación. —Kurumi volvió a sonreír y le dio unas palmaditas a su hijo en la cabeza—. Es algo que ustedes dos deben aprender a llevar... juntos. Deberían hablar, porque así se resuelven las cosas. No es bueno que se dejen de hablar, los dos tienen que encontrar una solución para que no vuelva a pasar, y entender qué es lo que realmente pasó. Es normal que tengan esos choques de pensamientos, porque los tienes con todo el mundo. Y ser diferente tampoco está mal. Sería aburrido si todos somos iguales, ¿no crees?

—Sí, lo entiendo...

Un silencio extraño se hizo presente. Saiki apretó los labios.

—Gracias, mamá.

Kurumi le dedicó otra sonrisa más antes de levantarse de la mesa.

—No hay problema, Ku-chan. Si pasa algo, dímelo. Te dejaré porque seguro quieres estar un rato solo. —y sin decir nada más, se fue de la sala para cumplir sus palabras.

"¡MI POBRE KU-CHAN ESTÁ CRECIENDO! ¡ESTÁ APRENDIENDO LO QUE ES LA VIDA!" Pensó Kurumi, mientras lloraba, intentando acallarse poniéndose una mano en la boca.

OYE. NO SE SUPONE QUE DEBES LLORAR DE ALEGRÍA.

Los siguientes minutos fueron silenciosos y torturosos para Kusuo, quien luego de exactamente unos treinta minutos, seguía en la misma posición, pero con su plato ahora vacío.

Tal vez debería ir a hablar con ella.

Miró su móvil, viendo la conversación que había tenido con Hikaru horas atrás antes de la pelea. Una pequeña sonrisa se coló por su rostro al recordar las estupideces que hacían juntos.

¿O tal vez debería esperar a que me hable ella primero?

Siempre que discutían era ella quien terminaba hablándole primero para que hablaran y/o se disculparan, dependiendo de lo que haya pasado.

Kusuo se quitó las gafas solamente para cerrar sus ojos por unos segundos y pensar qué es lo que debía hacer. Gruñó, restregando sus manos por todo su rostro. Aquello ya empezaba a consumirlo. 

Sí, debía hablar con ella. Pero en persona.

Luego de haberse despedido de su madre, y que esta le haya dado ánimos, salió de su casa intentando mantener la calma (sabía que podía teletransportarse, pero prefirió ir andando ya que quería pensarlo bien además de que le haría bien despejarse primero). No tenía prisa-bueno, tal vez un poco-por lo que se dio el lujo de caminar lento así poder sumirse en sus pensamientos e ideando las palabras exactas para decirle a su novia cuando la vea, por más que era seguro que los nervios lo consumirían y terminaría diciéndole algo totalmente diferente a lo que tenía pensado desde un principio.

Pero bueno, ya no había nada que perder. Era ahora o nunca.

En el camino, el psíquico se encontró con la panadería en la que siempre Hikaru y él compraban pan y algunos postres. Detuvo sus pasos para poder mirar las delicias que se encontraban expuestas en la vidriera.

¿Debería comprarle algo? No, ¿para qué?

Al final, sí lo hizo.

Con cada paso, más nervioso se ponía. Ya se había olvidado lo que iba a decirle y toda la valentía que había juntado antes se había ido junto a su seguridad.

Soy un idiota. Es solamente hablar. ¿Por qué me pongo así?

Vagamente deslizó su mirada al parque que estaba al otro lado de la carretera, generalmente pasaba por el parque para cortar camino, pero realmente quería más tiempo para pensar. Fijó su atención en la zona: había muchos niños jugando y corriendo mientras sus padres tenían metida la cabeza en sus teléfonos, haciendo de cuenta de que sus hijos no existían, o simplemente charlaban con otros padres... lo normal.

De repente, fijó su mirada en una joven de cabello negro, largo y liso. Se encontraba hablando un muchacho bastante alto y con una apariencia bastante intimidante.

¿Y ahora qué hace aquí?

Kusuo trató de tranquilizarse y no hacer ninguna estupidez. Hikaru solamente se encontraba hablando con el desconocido, que aparentaba tener su edad, nada más. Y por lo que podía notar y escuchar gracias a sus poderes, ella ni siquiera estaba contenta con hablar con él, de hecho, ya había dejado de oírlo desde hace cinco minutos.

—...y le dije que estaba en la casa de un amigo cuando en realidad me fui a fumar marihuana con otros colegas.

—Interesante.

—¿Verdad? Esa fue la primera vez que-... ¿uh? ¿Y tú que miras, niño? —la azabache dejó de bostezar para observar confundida a la persona que fue la que interrumpió al más alto.

Sí que se llevó una buena sorpresa al ver a su novio con una clara expresión de molestia en el rostro.

—¿Kusuo?

—Espera, ¿lo conoces? ¿Quién es? —el muchacho los miró entre sorprendido y molesto.

Hikaru observó al psíquico por unos segundos, este simplemente mantenía el ceño fruncido y sus labios formaban una línea recta.

—Es mi novio. —respondió firmemente.

El chico, que era alto pero que siempre mantenía la espalda encorvada, largó una sucia y seca carcajada que llamó la atención de algunas personas que se encontraban alrededor. La joven gruñó.

—¿Tú? Con alguien como... ¿ÉL? ¡Si es un niño! Se nota que lo es. —comentó el de pelo rubio—. ¿Qué? ¿Ahora te van los menores? Aw, seguro eres su primera relación. Dime, niño, ¿ya te manipuló? ¿o la manipulaste tú a ella sin darte cuenta? Ahora los niños vienen cada vez más inteligentes.

—Cierra la boca o te volaré los dientes de una patada. —amenazó la azabache, ya harta de la conversación y encarando al chico—. Por lo menos él es más maduro que tú y tu bola de amigos que, por cierto, deberías revisarles el móvil a tus amigos, quien sabe cuántas novias han intentado robarte. Ahora sí, vámonos, Kusuo.

Sin decir nada más e impidiendo que el otro terminase su discurso, la azabache tomó de la muñeca al de pelo rosa y empezó a arrastrarle a las afueras del parque.

En completo silencio, los dos llegaron al departamento de la joven. Quien intentaba pensar en algún comentario para romper el silencio incómodo, pero nada se le ocurría.

—¿Quién era él?

La pregunta no le sorprendió, ya que esperaba que le preguntase algo como eso después de la pequeña escenita. Hikaru levantó la mirada para encontrarse con los ojos molestos de Saiki. Resopló.

—Un ex compañero de curso. —respondió, desviando la mirada y rascándose la nuca—. Iba para tu casa y para tomar un atajo, crucé el parque. Pero me lo encontré y me obligó a escuchar todo su monólogo.

Ante aquello, el psíquico la observó con ligero asombro.

—¿Ibas para mi casa? ¿A qué?

—¿Cómo para qué? Para hablar de lo que pasó. Oh, y compré esto para ti, toma. —la azabache sacó de su bolsillo una pequeña bolsita llena de galletitas de chocolate en forma de corazones.

A Kusuo casi le da un paro al ver que en una de las galletas estaba grabado la frase 'Lo siento, te amo'.

—¿Y tú? ¿Qué hacías?

—Iba a... hacer exactamente lo mismo...

Kusuo sintió su rostro caliente cuando tendió el pequeño paquete con las donas preferidas de Hikaru. Desvió la mirada, un poco avergonzado, hasta que escuchó la risita de la contraria.

—Somos unos idiotas. Ven aquí. —Hikaru lo tomó de las manos para poder atraerlo hacia ella y besarlo. Él le correspondió el beso al instante, incluso suspiró en medio, mostrándose aliviado—. Oye... yo... cuando dije que te vayas, no lo dije en serio... tampoco dije en serio cuando te grité que no te necesitaba... Sí lo hago, sí te necesito, Kusuo.

Ambos unieron frentes.

—No te preocupes, yo... yo tampoco... quise decir... lo que dije.

Hikaru lo besó una vez más, tomándolo de las mejillas

—Bien. Pero para que quede claro... esta es tu casa también, pero eso no significa que debes repetirme mil veces lo que tengo que hacer. Sé lo que está bien y lo que está mal. Que no haga las cosas no significa que las vaya hacer, ¿sí?  —comentó, hablando de una forma suave y tranquila.

—Sí, lo sé. Lo lamento. Y yo también te voy a empezar a ayudar.

La azabache sonrió, pegándole el gesto al contrario, quien envolvió sus manos alrededor de la cintura ajena para poder besarla una vez más.

De repente, el beso empezó a tornarse cada vez más brusco y desesperado. Y el ritmo cardíaco del psíquico empezó a precipitarse cuando Hikaru empezó a sacarse la campera que tenía puesta.

—Cielos, ¿interrumpo algo?

Los dos jóvenes se separaron como si el otro quemase para poder ver a la madre de la azabache parada de brazos cruzados frente al umbral de la sala.

—No puedo creer que estuvieron tan en su mundo que ni siquiera notaron que entré. —respondió la mujer suspirando. Sonaba agotada y casi decepcionada.

—¡Mamá! —gruñó la azabache—. ¿Qué haces aquí?

—Vine a traerte unas cosas que olvidaste cuando viniste de visitas. Pero parece que estás muy ocupada con tu novio.

—¡No malinterpretes las cosas! Kusuo y yo no estábamos haciendo nada.

—¿Y piensas que te voy a creer? Hikaru, yo también tuve diecinueve años.

—¿En serio? No lo parece.

—Pequeña mocosa malcriada, ahora sí me vas a escuchar. —refunfuñó la mujer, acercándose a su hija a la vez que esta se reía a carcajadas y su novio veía la escena casi como si fuese una estatua.

En serio, ¿qué debería hacer en una situación como esta?

Kusuo observó el momento, notando la gran diferencia que había entre su suegra y su propia madre. La relación madre-hija de Hikaru y la mujer era increíblemente distinta de la relación madre-hijo que tenía Kusuo con su mamá. Y fue ahí donde se dio cuenta que ambas tenían una forma distinta de expresar su cariño y su apoyo.

La señora Nishimura, a pesar de su frialdad, demostraba a su manera que quería lo mejor para su hija. Pero no lo hacía con abrazos, besos o palabras de aliento como lo haría Kurumi.

—¡Oye! ¡Kusuo! ¿Quién cocina mejor? ¿Mi mamá o yo? —cuestionó su novia, sacándole de sus pensamientos.

—Ella.

—¡Solo porque te pones de su lado no le vas a caer mejor, pedazo de traidor! —se burló la azabache, dándole un leve golpe en la espalda.

—Definitivamente prefiero a este antes que el otro.

—¡Mamá!

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