Capítulo 12 | Olive
Tengo la mirada clavada en el ventanal del frente, viendo las incesantes gotas de lluvia caer e intentando entender toda la retahíla de Mandy.
Estoy intentando asegurarle de que regreso a la ciudad hoy. Que no pienso quedarme aquí, en algún hotel hasta mañana, como lo propuso mi jefe, a pesar de que es muy difícil hacerme creer que hay otra opción. La verdad es que Mandy lo único que ha hecho es confirmarme que el clima está de lo peor y no es recomendable volar.
—...yo que tú, fuera viendo en qué hotel quedarse —termina el palabrerío, y el comentario me hace rodar los ojos.
—No, Mandy. A penas son las dos de la tarde y quizá podamos irnos...
Su pequeña risa de burla, me interrumpe —Será mejor que lo aceptes de una vez, Liv. Entre menos vueltas le des al asunto, será mejor.
—Es que es demasiado complicado, Mandy —ahora la interrumpo yo. —Cómo pretendes que me sienta tan tranquila sabiendo que no me agrada la idea de quedarme a dormir en otra ciudad y con... mi jefe —digo las últimas palabras casi entre dientes.
Ella ríe todavía más —Santo Dios, Liv. Lo dices como si fueses a dormir con él, ¿o eso planeas?
—¡Claro que no!— chilló indignada, poniendo mi mano libre en la cintura.
—Ya relájate. Se quedarán en un mismo hotel, pero es más que obvio que en habitaciones diferentes. A menos que, él quiera compartir cama contigo.
Ruedo los ojos de nuevo —Tus comentarios son fuera de lugar, Mandy.
—Sabes que adoro hacer ese tipo de comentarios y los digo con justa razón —masculla y añade:— ¿Y sabes qué? Si yo estuviera en tu lugar, disfrutaría la estancia al lado del guapísimo jefe. Aprovecha e interactúa un poco más con él y... quién sabe. A lo mejor y la pasan muy bien.
—¿Es en serio, Mandy?— pregunto con fastidio y ella ríe. —¿Se te olvidó que esto es un asunto laboral?
—Era, cariño —me corrige. —El resto de la tarde es para ustedes dos nada más. Ya no hay más asuntos laborales así que quieras o no, tendrán que matar el tiempo con algo y deberías asegurarte que sea con algo bueno.
Ya me la puedo imaginar, mordiéndose el labio con total malicia debido a sus insinuaciones y, aunque quiero reír, finjo molestarme.
—No tienes remedio, mujer. Ya te dije que todavía no es seguro que nos tengamos que quedar, así que deja de inventar historias.
—Ajá, sigue creyendo eso —se burla. —Quisiera ver tu cara cuando el atractivo jefe te diga que definitivamente tienen que quedarse.
—Pues no podrás verla. Lo siento —es mi turno de burlarme. Ella ríe, y yo me quedo un segundo, mordiendo mi labio inferior, dudado si hacer el siguiente comentario, pero de todas maneras lo hago. —Mandy, en serio. ¿Cómo diablos voy a hacer para esperar hasta mañana, con él?
Suelta un largo suspiro —Olive, no te estreses por eso. Deja las cosas fluir por sí solas.
—Lo dices como si realmente fuera a pasar algo ente nosotros.
—¿Y no?
—No.
—Mmm, tengo mis dudas.
—Estás loca, Mandy. Es mi jefe. Tus ideas son demasiado ridículas. Ya tienes que ponerle un límite a tu imaginación porque a veces se te va demasiado. Además, yo, tengo novio —la reprendo con el peor argumento posible, y como es de esperarse ella ríe.
—¿Y? Ojos que no ven, corazón que no siente. El idiota de Fred está a varios kilómetros y yo seré una completa tumba. Además, yo creía que ya habías mandado a la mierda a ese hijo de...
—Mandy —la detengo antes que continúe.
—¿Piensas seguir con él? Liv, lo que hizo no tiene justificación. Se pasó de la raya llamando a ese circo de tontos para que te visitaran, sabiendo lo mal que se llevan. ¿Quién se cree?
Sé que tiene toda la razón del mundo, y yo todavía sigo molesta y sin arreglar las cosas con él. Desde la reunión de ayer y lo mal que terminó, no hemos vuelto a hablar. Él ni siquiera ha intentado buscarme.
—Ya sé que las cosas están de la patada con Fred —admito—, pero aunque no estuviese con él, yo no sería capaz de nada con el señor Reynolds, Mandy. Él es mi jefe y ya sabes lo que yo siempre he pensado respecto a ese tipo de situaciones comprometedoras. Trato de evitarlas a toda costa.
—Okay. Okay... ya no te digo nada más, pero yo que tú, me lo pensaría dos veces si evitar al atractivo señor Reynolds es posible.
Sonrío —Ya tengo que colgar.
—Está bien. Hablamos luego. Disfruta la estadía y la compañía —dice con tono picaresco, y esta vez no puedo evitar reír; sin embargo, cuelgo la llamada luego de despedirme.
Suelto un largo suspiro y me giro hacia un lado solo para ver a lo lejos, a mi jefe, hablando por teléfono. Su postura es erguida mientras una mano sostiene el teléfono contra su oreja y la otra está hundida en el bolsillo del pantalón. Definitivamente mi jefe es bastante atractivo.
No sé qué cara poner cuando me atrapa mirándolo porque su vista se clava en mí, recién termina la llamada. Me muevo un poco incómoda en mi lugar, mientras él camina acercándose a mí. Seguro ya sabe qué haremos. Nos vamos, o nos quedamos hasta mañana.
—¿Alguna noticia?— pregunto ansiosa, incluso antes de que termine de llegar a mí.
Él hace una pequeña mueca —La torre de control no quiere autorizar ningún vuelo.
Hago una mueca, y acepto la realidad —Ni hablar. Habrá que quedarnos entonces.
Él asiente —Le llamaré a mi asistente para que nos haga una reservación en algún hotel disponible.
Oh, no. Esa noticia no me gusta. Conociendo a Mandy, seguramente hará alguna estupidez por todo eso que dijo de pasar tiempo a solas con el jefe y eso.
No. No. No. Que ni se le ocurra.
No digo nada, mientras me toca observarlo hacerle la llamada a Mandy, para darle instrucciones. Seguramente ella está bailando de alegría con la noticia de que nos quedemos. Sin que pueda evitarlo, ruedo los ojos ante la idea, y me cruzo de brazos.
Suspiro. No sé qué será de mí en las próximas horas. ¿Cómo voy a sobrevivir a una estancia tan larga, con el señor Elliot Reynolds?
**~**
Pinche, Mandy. Voy a matarla cuando regrese.
¿Cómo es posible que en el hotel que nos quedaba más cercano, solo tuviese una pinche habitación disponible? Es más que obvio que ella lo hizo a propósito y no sabe cuánto la detesto en estos momentos por eso.
Todo el día ha sido bastante extraño para mí. Admito que mi atención ha estado demasiado en el señor Reynolds y no sé porqué. No me gusta que empiece a sentirme como una de esas mujeres que no pueden evitar ponerle los ojos encima, cada vez que se les pone enfrente. Sí, lo admito. Él luce tan atractivo como siempre el día de hoy, y definitivamente eso me ha distraído bastante. Además, hemos interactuado mucho en todo lo que va del día y se podría decir que él se ha comportado bastante amable y atento conmigo, tanto, que yo le he correspondido casi igual. No me gusta. Siento que ya me estoy saliendo de mi zona límite.
El ambiente se siente un poco tenso, por lo que cuando las puertas del elevador se abren, doy gracias al cielo. Sigo pensando que estar en un lugar tan reducido con este hombre que huele tan bien, es demasiado abrumador.
Salimos al pasillo, y no recorremos demasiado para llegar a la habitación que nos fue asignada. Él se encarga de abrir y con algo de incomodidad, me obligo a entrar delante de él. Le doy un vistazo a toda la estancia una vez enciendo las luces.
El lugar se ve pequeño, pero mis ojos captan al instante el enorme sillón que esta contra una de las paredes. Perfecto, uno podrá dormir en la cama y el otro en ese sillón. Avanzo a paso lento hasta dejar las bolsas que cargo, ahí.
Pienso unos instantes qué hacer. Nos mojamos un poco con la lluvia al bajarnos del taxi y caminar a la entrada del hotel. Pienso que sería bueno darme una ducha y cambiarme, pero asumo que él también quiere hacer eso, así que debo preguntar quién irá primero.
Cuando me giro para verlo, me freno de golpe ante la imagen que me queda de frente.
Mientras yo pensaba lo que quería hacer, él ya se adelantó un poco. Se ha quitado el saco y ahora afloja el nudo de la corbata para deshacerse de ella.
Su imagen me aturde. Luce tan fresco, y no precisamente porque esta empapado. Su musculatura es más que notable bajo la tela blanca de su camisa, que se le pega a la piel. Su cabello está un poco desordenado y unos cuantos mechones gotean en su frente. Me es imposible mirarlo con más atención de la que me gustaría admitir.
¡Mierda, Mandy! ¿En qué situación me metiste? Todo esto no estaría pasando si no hubiésemos compartido la estúpida habitación.
—Definitivamente es un día fuera de lo común —exclama con una pequeña risa, captando mi atención. —Cancelan nuestro vuelo de regreso y nos vemos obligados a quedarnos en la ciudad. Entonces, tenemos problemas en conseguir un hotel para instalarnos y finalmente resulta que solo tienen una habitación disponible —sus ojos se alzan para conectar con los míos—, y para finalizar, terminamos empapados por la lluvia —ríe un poco más, al tiempo que niega con su cabeza. —¿Pudo haber sido más extraño que esto?
Muy a mi pesar, sonrío —Creo que no. Admito, que esto es lo más raro e incomodo que me ha pasado.
—¿En serio?— pregunta enarcando una ceja, y desabotonándose las mangas de la camisa.
Simplemente asiento, y me quedo unos segundos en silencio, cruzándome de brazos. —Quizá deba ducharse primero —digo finalmente, evitando decir: porque usted ya se adelantó desvistiéndose.
—No tengo problemas con que usted lo haga primero. Ambos estamos igual de empapados —dice, dándose la vuelta para ir por las bolsas que dejó cerca de la entrada.
Resulta que él dijo que fuéramos de compras por algo de ropa extra, y debo decir que estuve de acuerdo. Obviamente no pretendía quedarme con la misma ropa de aquí a mañana y mucho menos, después de la empapada que nos dimos. Así que compramos una mudada entera cada uno y aunque yo insistí en cancelar lo mío, no me dejó hacerlo. Dijo que todos los gastos corren por cuenta de la empresa.
Cuando él regresa para poner las bolsas sobre el sillón, estoy por responderle e insistir que sea él quien se duche primero, pero el sonido de mi teléfono me detiene. De inmediato me acerco al sillón para buscarlo en mi abrigo y solo espero que no se haya mojado.
Cuando lo reviso, me doy cuenta que por suerte está seco, y que la llamada es de Mandy.
—Voy a ducharme después —anuncio, alzando la mirada. —Tengo atender esta llamada.
Él acepta sin problemas y luego de llevar lo necesario con él, al baño, desaparece al cerrar la puerta. Al instante, me escabullo hacia el pequeño balcón que está al lado derecho de la habitación, para tomar la llamada de Mandy y estar lo más lejos del señor Reynolds para que no me escuche. Por suerte ya casi no está lloviendo y el balcón está techado.
Cuando respondo la llamada, no le doy tiempo a Mandy para que diga nada, y la ataco de inmediato —¿A qué estás jugando, Mandy? ¿Cómo se te ocurrió hacer esto? ¡Te juro que me las vas a pagar!
—¡Wow, wow! ¡Espera! Bájale a tu intensidad, Liv. ¿De qué estás hablando?
Ruedo mis ojos —Deja de jugar a la inocente, Mandy. Sabes muy bien de lo que estoy hablando.
Suelta una risa —Por Dios, Liv. Relájate.
—No me digas que me relaje. No eres tú la que tendrá que pasar la noche con tu jefe en la misma habitación.
—Tienes razón, y qué lástima que no sea yo —exclama con fingido pesar, y eso solo provoca que me enoje mucho más.
—¡Mandy! —la reprendo un poco más disgusta, pero ella no deja de reír.
—Ya, Olive. Solo será una noche. No es para tanto. —Abro mi boca, incrédula, pero antes que replique algo ella me interrumpe. —Ya déjame hablar y decirte el motivo de mi llamada, porque es importante.
Doy un largo suspiro —Dime.
—Pues, solo quería decirte que el idiota de Fred vino a buscarte con un ridículo ramo de rosas, para ofrecerte una disculpa, o eso creo yo. ¿Sabes? Creo que el tipo todavía no te conoce bien. No sabe que tú no eres de las que perdona solo porque te vengan con algo así. —Mis ojos se abren con sorpresa, pero ella no me da tiempo de decirle nada. —¿Y sabes qué es lo peor?— pregunta, riendo. —Que el muy idiota venía con unas rosas color rojo pálido. Ni siquiera eso sabe. Tus rosas favoritas son las de rojo intenso y...
—¿Y qué fue lo que le dijiste? —la interrumpo porque necesito saber.
—Le expliqué que no estabas y el muy idiota creyó que le estaba mintiendo, así que se metió al apartamento para asegurarse. No sabes. Hizo todo un teatro exigiendo que le diera explicaciones de dónde carajos estabas. Ja, como si yo fuera a andar dándole explicaciones a semejante imbécil.
Proceso toda la información, lo más rápido que puedo —¿Y luego?— pregunto con curiosidad por saber más.
—Pues nada, se fue hecho una furia.
Frunzo el ceño —¿Solo eso? —Ella murmura un débil sí, por lo que no le creo del todo. —¿Estás segura que no le dijiste nada más?
—¿Por qué me preguntas eso?
—Porque te conozco, Mandy —respondo al instante—, y sé perfectamente que tu pasatiempo favorito es fastidiar a Fred, así que no dudo mucho que le hayas dicho quien sabe qué mentiras.
—Me estás ofendiendo, Liv —masculla con notorio disgusto. —Sí moría de ganas por restregarle en la cara que estás de viaje con el sexy señor Reynolds, y que pasaran la noche juntos, pero conozco límites y lo menos que quiero es hacer algo tan grave como para que me odies.
Sé que no miente. Ella puede ser muy imprudente algunas veces, pero sé que no haría algo tan grave como eso.
—Está bien, Mandy. Te creo, pero no creas que me tienes contenta, ¿eh? Te juro que cuando regrese mañana voy a vengarme por lo que me has hecho.
Otra carcajada se le escapa —Hazme un favor, ¿quieres? Dale a Fred una cucharadita de su propia medicina, y pásatela de lo mejor con tu atractivo jefe.
Ruedo mis ojos y antes que pueda responderle, escucho el pequeño sonido en el teléfono que me indica que está entrando otra llamada. Para corroborar, alejo el aparato de mi oreja y le doy un vistazo a la pantalla y, efectivamente, me doy cuenta que tengo otra llamada, y es nada más y nada menos que el susodicho novio arrepentido.
—Olive, ¿sigues ahí? —escucho que Mandy me llama y regreso el teléfono a mi oreja para responder.
—Sigo aquí, pero tengo que colgar. Tengo otra llamada.
—No me digas que invocamos al patán —Su voz tiene un notorio disgusto. Una pequeña risa se me escapa, y ella la toma como un sí. —¡Ah, pero qué fastidio!
—Ya, Mandy. En serio. Tengo que contestar.
Después de unos cuantos insultos más hacia Fred, termina colgando la llamada y yo puedo contestar la otra. A penas y respondo, y la voz de Fred inunda la bocina de inmediato.
—Creí que no querías responderme.
Hago una meuca de impaciencia —Pues ya lo hice. Dime qué necesitas.
—¿Todavía sigues molesta? —pregunta con un tono, como si eso le fastidiara y solo provoca que mi paciencia empiece a disminuir todavía más.
—¿Para eso me llamas? ¿Eso querías saber? Pues déjame decirte que sí. Todavía sigo molesta porque te voy a repetir hasta el cansancio: lo que hiciste no estuvo nada bien.
Escucho un suspiro del otro lado —Sí, ya lo sé. Quería disculparme y por eso fui a buscarte a tu apartamento, pero no estabas... ¿dónde estás justo ahora?
Me es imposible ignorar ese tono tan demandante en su pregunta, pero me obligo a responder —No estoy en la ciudad. Tuve que salir por una junta con unos clientes y debido al mal clima, no hay vuelos así que regreso hasta mañana.
Sé que esa explicación es más de la que él merece; sin embargo, quería evitar más preguntas, pero para mi sorpresa, su reacción es todavía peor.
—¿¡Qué!? Saliste de la ciudad, ¿y ni siquiera me avisas?
Una risa carente de humor se me escapa —¿Perdón? No sabia que debía pedirle permiso a alguien.
—No estoy hablando de pedir permisos, Liv. Pero pudiste haberme dicho. Yo..., quería disculparme. Tenía planes para que fuéramos a cenar y hasta te compré un ramo de rosas.
¿Me está sacando en cara sus estúpidos intentos por aliviar su cargo de conciencia, por el error que cometió? ¡Eso sí que es demasiado! Sin más, estallo de la cólera.
—¡Ah, no sabes cuánto siento que hayas desperdiciado dinero en ese ramo de rosas!
—Estás poniendo palabras en mi boca, Olive —su tono de voz, y llamarme por mi nombre completo, me dice que también ya se molestó.
—No, estoy diciendo las palabras exactas que no te atreves a decirme...
—¡No entiendo qué pasa contigo, Olive! ¡Tú no eres así! —su tono casi iguala al mío y no quiero escucharlo más, así que, presa de un impulso, le corto de tajo la llamada.
Mi respiración se ha vuelto un poco agitada, por la rabia que siento en estos momentos. Quisiera gritar. Desahogarme. Pero lo único que puedo hacer es cerrar los ojos con fuerza e intentar mantener la furia a raya.
¿Qué carajos le pasa a él? Todo está mal últimamente. Hace y dice cosas que están mal, y luego viene y me echa la culpa de las peleas a mí, diciendo que yo no soy así. ¿Qué creyó? ¿Que después de todo, yo iba a ser la misma? Por supuesto que no.
Mi paciencia se está agotando porque claramente me doy cuenta que está sucediendo de nuevo. Así empezó a comportarse la última vez, y solo de pensar en que sea el mismo motivo, otra vez, hace que se me retuerza el estómago.
Sin que me de cuenta, un nudo ha empezado a formarse en mi garganta pero me obligo a deshacerme de él. No puede ser que todavía me ponga así por esto. Después de todo, la culpa es mía. Yo fui la idiota que le permitió a él volver después de lo que hizo, creyendo que cambiaría. Sus estúpidas súplicas y palabras de arrepentimiento no significaban nada en realidad, y yo me forcé a creerlas, porque lo que quiera. Lo quería, pero, quizá no más.
Me he dado cuenta que entre más me esfuerzo por mantener esto, yo voy desgastándome un poco más cada vez y ya no estoy dispuesta a perderme a mí misma por algo o alguien, en vano. Es imposible intentar volver a armar algo una vez se ha roto, y lo nuestro se rompió hace mucho tiempo.
En estos momentos, las palabras de Mandy se repiten en mi cabeza una y otra vez. Eso que me ha dicho tantas veces: «¿Por qué estar con alguien que no vale la pena?»
Una risa me asalta, porque luego recuerdo que después de eso, ella siempre dice que yo debería estar por ahí con algún galán mil veces mejor que Fred. Que me estoy volviendo aburrida y estoy dejando de vivir intensamente, según ella. Luego le siguen toda la sarta de comentarios indecentes, cargados de hormonas fuera de control.
Suspiro y agradezco porque aunque ella no está aquí presente, recordar sus palabras logra ponerme de buen humor. Me giro hacia las puertas de cristal para regresar al apartamento, y me doy cuenta que justo en ese momento, mi jefe sale del baño ya duchado, con esa su imagen tan atractiva y fresca.
Luce bastante juvenil con la vestimenta que lleva puesta. Unos jeans negros y una camisa de algodón color celeste cielo, de mangas largas. Es la primera vez que lo veo sin sus impecables y elegantes trajes.
Y ahora caigo en cuenta: Estoy viendo a mi jefe, recién sale de la ducha. Estamos compartiendo habitación y dormiremos aquí. Es decir, ¿qué tan normal es eso? ¿Cómo fue que llegamos a esto? ¿En qué momento? ¿Eso es un nivel de confianza alto? Pero si apenas lo conozco.
De pronto, otro pensamiento con las últimas palabras de Mandy, me vienen a la mente:
«Hazme un favor, ¿quieres? Dale a Fred una cucharadita de su propia medicina, y pásatela de lo mejor con tu atractivo jefe.»
Tan pronto como escucho la voz de mis subconsciente, susurrándome las palabras, sacudo mi cabeza para ahuyentarlo. No puedo creer que haya pensado eso. ¿Qué carajos me pasa? Esta no soy yo. Es el enojo y resentimiento hacia Fred por lo sucedido y por lo que mi mente me esta haciendo creer que sucede con él.
Me siento molesta conmigo misma y me obligo a quitarle la mirada a mi jefe, antes que lo note, pero ya tengo esa pequeña espina sembrada en mí, por esas palabras de Mandy.
¿Qué empujará a alguien a hacer ese tipo de actos? Me refiero, a cometer una... infidelidad.
¿¡Pero porqué carajos estoy pensando en eso!?
Alzo la mirada de nuevo, y veo que él se pasa la toalla en el cabello para secarlo. Inconscientemente, termino viéndolo con demasiada atención de nuevo, y mordiéndome el labio inferior. Sigo admitiendo que es atractivo.
Ya basta, me digo a mí misma y me ordeno a comportarme decentemente ya de una vez; así que me armo de valor para volver a entrar a la habitación e ir al baño por mi tan esperada ducha.
Avanzo sin problemas hacia el sillón donde dejé mis cosas. Cerca de ahí esta el señor Reynolds todavía secando su cabello. Todo va bien, hasta que no sé cómo demonios uno de mis tacones se tropieza con la gruesa alfombra y me voy de frente hasta chocar con él. Casi me caigo, pero mis manos se aferran a él casi por instinto.
Todo sucede tan rápido y para cuando tengo tiempo de procesar, ya estamos en una situación bastante incómoda: mis manos sujetando sus fuertes brazos, las suyas sujetándome por la cintura y nuestros rostros demasiado cerca el uno del otro.
El aroma fresco a loción y jabón, inunda mis fosas nasales y por primera vez, desde que lo conozco, mis piernas flaquean ante su cercanía. Por primera vez desde que lo conozco, me siento perdida en lo profundo de su mirada. Es la tercera vez que lo tengo así de cerca, pero la primera en que el pensamiento de "besarlo" invade mi mente, antes que pueda detenerlo.
La acción es casi imperceptible, pero aun así, puedo sentir el leve roce de sus dedos en mi cintura. El aliento me falta y de pronto no soy capaz de ordenarme a mí misma que me aleje. Que debo poner distancia entre Elliot Reynolds y yo, ya. ero no puedo. No sé si quiero.
—Su cercanía es... —murmura con la voz tan ronca y profunda, como jamás se la había escuchado.
Sin embargo, no termina lo que sea que iba a decir, y simplemente acerca mucho más su rostro al mío, tanto, que su aliento choca contra la comisura de mis labios y mis piernas flaquean todavía más. Mi cordura y sensatez se van al caño y me siento presa por completo del encanto de Elliot Reynolds.
Justo cuando está casi, casi por besarme, alguien toca la puerta y me hace sobresaltarme, rompiendo el hechizo al instante.
Él masculla una palabrota, cierras sus ojos, y suelta el aire en un pesado suspiro a través de la nariz, como señal de decepción o algo así. Yo de inmediato me aparto bruscamente y siento el cruel rubor apoderarse de mis mejillas.
¡Por Dios! ¿Qué estaba a punto de hacer? Quiero que me trague la tierra y me escupa en un lugar donde jamás vuelva a verle la cara a mi jefe, porque no creo poder volver a verle a los ojos después de esto.
Vuelven a llamar a la puerta y a pesar que mi voz será insegura, me atrevo a hablar —V-Voy... voy a ducharme...
Con movimientos torpes, tomo las bolsas con mis cosas y salgo precipitada al cuarto de baño. Una vez cierro la puerta, pego mi espalda contra ella y abrazo con demasiada fuerza las cosas contra mi pecho, mientras suelto todo el aire que estaba reteniendo sin darme cuenta. Me siento aturdida, confundida y extremadamente nerviosa.
No. No. No... ¿qué hicimos? ¿Qué hice yo?
Nada, me respondo a mí misma. ¡Exacto, nada! Estaba a punto de besarlo y no hice nada para evitarlo. Estaba ahí, pegada a él como si me hubiese hipnotizado o algo por el estilo. ¿Y si lo hizo de algún modo?
Por el amor de Dios. Debo dejar de pensar en estupideces y aceptar con madurez lo que estaba a punto de hacer bajo mi propia responsabilidad: iba a besar a mi jefe.
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