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Capítulo 35: Cerrando el círculo

El tiempo fue pasando mucho más rápido de lo que a mí me habría gustado. Mis días se basaron en estudiar y entrenar y volver a empezar. Casi no tenía tiempo para mí, ni para estar con Blair. El Grand Slam de salto, el primero de los dos en los que me presentaría, estaba a la vuelta de la esquina.

—Vas a hacerlo genial —me dijo Blair unos días antes, después de que deshiciera la habitación arriba y abajo para montar una pista improvisada. Las prendas de ropa representaban los saltos que debía hacer durante todo el recorrido—. No sé por qué te preocupas tanto.

Me detuve después de haber «saltado» una sudadera gris.

—Para mí esto es súper importante. Necesito demostrarme a mí misma que puedo hacerlo, que nada ha cambiado en todo este tiempo.

—Pero es que ha cambiado. No eres la misma Lena de quince años; eres una mucho mejor, más madura y segura de sí misma.

Resoplé.

—Pues ahora mismo no es que me sienta muy segura precisamente —repuse cruzándome de brazos.

Blair se acercó hasta mí y, con los dedos, me obligó a mirarla a los ojos.

—Eres la mejor amazona de Ravenwood. Vas a darles una paliza y vas a hacerlo porque te encanta montar a caballo y porque, además, eres muy competitiva.

—¿Y si la cago?

Porque ese era mi mayor miedo: que la historia se repitiera en bucle, como una horrible maldición.

—¿Y si todo sale bien? Has entrenado mucho, tía. Has estado llegando a la cena en el horario límite solo porque querías entrenar más, te has levantado antes solo porque necesitabas subirte a Anubis.

—Ya, bueno, pero a veces no solo se basa en entrenar. Hay otros factores que podrían salir mal: una entrada chapucera al salto, que el animal se desestabilice... ¿Y si vuelvo a caerme?

—Pues te levantas, como lo has hecho siempre. Y sonríes, que para algo los dioses de la belleza te han regalado una sonrisa tan bonita.

Mierda, Blair sabía qué decir para subirle a una los ánimos.

—¿Estarás ahí? —pregunté y, en cuanto lo hice, se me encendieron las mejillas como dos pequeños farolillos.

—Claro que iré. La duda ofende, preciosa.

Se me retorció el estómago.

—Oh, Dios, ahora sí que estoy nerviosa.

—¿Por qué? —Y, acto seguido, esbozó una sonrisa torcida—. No me digas que te pongo nerviosa. Si he visto un montón de tus entrenamientos.

Me obligué a respirar con normalidad. Todo iba a salir bien. Siempre me ponía así los días previos a una competición.

—No es lo mismo. El lugar estará lleno de jueces y el público estará deseando que su jinete o amazona favoritos les venza a los demás. Lo quieras o no, llevo tanto tiempo fuera del mundillo que ya nadie me recuerda.

Blair enarcó una ceja.

—¿Tú crees? —inquirió. Se sacó el teléfono móvil del bolsillo trasero de los vaqueros, desbloqueó la pantalla y tecleó algo que no pude ver. Un minuto después, me mostró un artículo—. Mira esto.

Ahogué una exclamación. Y es que en ella se veía una gran fotografía mía que habrían tomado de Instagram en la que aparecía sonriendo con el lago Charming Lake y los Alpes nevados de fondo. Me la había sacado Blair hacía tan solo unas semanas atrás y se había convertido en una de mis favoritas.

El punto era que bajo mi jeto se leía en letras enormes «Lena Morgan, la estrella juvenil de la equitación vuelve mucho más renovada que nunca».

El artículo decía:

"Todos os acordaréis del terrible accidente que sufrió esta chiquilla que la dejó fuera de las pistas durante casi dos temporadas enteras. Nacida y criada en Philadelphia, desde bien pequeña Lena supo que quería montar a caballo y, desde entonces, ha conquistado podios y se ha ganado el título de «la susurradora», por su capacidad para entenderse con estos animalillos que todos amamos.

Ahora varias fuentes anónimas nos han informado que la señorita Morgan planea su regreso estelar en el Grand Slam de salto que se celebrará el diecinueve de diciembre en la bonita ciudad de Thun. Nos han chivado que se estrenará con Anubis, un macho de raza Warmblood del que se ha hecho propietaria hace apenas unos meses.

Desde aquí le deseamos muchísima suerte. Siempre será nuestra amazona favorita de la historia."

Fruncí el ceño.

—¿Es una fanpage?

La pelinegra asintió.

—Y no es la única.

Los siguientes veinte minutos Blair se dedicó a enseñarme un sinfín de artículos creados por fans, stories de ánimo de personas que amaban lo que hacía e incluso unos fanarts de Relámpago y yo cuando él aún vivía que me hicieron llorar. Todas y cada una de las cuentas se habían tomado la molestia de demostrarme que estaban de mi lado y yo había sido tan tonta como para no darme cuenta.

—¿Lo entiendes ahora? Todos están deseando que vuelvas. Tu gran debut con Anubis les va a dejar con la boca abierta. Puede que con Relámpago fueses buena, pero te aseguro que con Anubis eres mil veces mejor. ¿Sabes por qué?

Meneé la cabeza en señal de negación.

—No, ¿por qué?

—Porque cuando estáis juntos, vuelas. Es como cuando mi madre montaba a Cleo. Hacía que todo lo que la rodeaba se esfumara para que tu atención solo se centrara en ellas dos. Era mágico.

Bueno, visto así...

Me pasé las manos por la cara.

—Se me pasará. Son los nervios previos al concurso. Solo necesito relajarme.

La pelinegra curvó los labios en una sonrisa pilla.

—Así que relajarte, ¿eh?

Oh, no. No me gustaba el tonito sugerente que había notado en su voz. La miré, cautelosa.

—¿Qué vas a hacer?

No me fiaba ni un pelo de ella. Tanto tiempo conviviendo con Blair Meyer me había dado la oportunidad de conocerla mucho más de lo que, a priori, pensaba. Si bizqueaba, sería capaz de ver cómo cada uno de los engranajes de su cabeza se movía a la velocidad de la luz. Estaba tramando algo.

—Te encantará, ya te digo yo que sí. —Señaló con un dedo mi lado de la habitación—. Túmbate en la cama y quítate la camiseta. Voy a darte el mejor masaje de la historia.

Vi cómo iba al baño para coger unos aceites corporales que juraría que nunca antes había visto. En cuanto volvió a la habitación, se quedó quieta al ver que no me había movido ni un solo milímetro.

—¿Todavía sigues ahí? Venga, tía, no seas una moñas. Prometo no hacer nada sexual si tú no quieres.

—No es que no quiera, es que mentalmente estoy...

—Agotada, lo sé. Por eso te vas a poner bocabajo y vas a permitir que mis dedos hagan su magia. Tómalo como una pequeña muestra de afecto, ¿vale?

Asentí, la coleta rebotando con cada movimiento. Hice todo lo que me pidió: fui hacia la cama, de espaldas a ella me quité la camiseta y el sujetador y me estiré por encima de la colcha con el pecho pegado al colchón. Apoyé el mentón en las manos mientras clavaba la vista en la ventana, en el paisaje que esta me ofrecía: el gran Charming Lake bañado por la luz de la luna casi llena.

Se me escapó un jadeo involuntario cuando los dedos mágicos de Blair me rozaron la columna vertebral con una suavidad estremecedora. Pese a no verla, notaba el calor que su cuerpo emanaba y la presión de su trasero en el mío como si este fuera un cojín súper blandito.

Cerré los ojos y dejé que ella obrara un milagro. Blair abrió el bote de aceite y, instante, la habitación se llenó de un olor delicioso a lavanda. A decir verdad, estaba mucho más estresada de lo que quería admitir en voz alta. Para mí el concurso de saltos era el más importante de todos, mi gran vuelta después de tanto tiempo fuera de los focos. Me asustaba que algo marchara mal, que me entrara miedo escénico o vete tú a saber qué mierdas.

Como si me leyera la mente, Blair dijo en un tono de voz que no admitía discusión alguna:

—Vas a hacerlo genial este fin de semana. No veas las ganas que tengo de que llegue mañana para que viajemos juntas hasta Thun. Tu tía y yo estaremos ahí para apoyar al team Anubis-Morgan.

—¿En serio piensas que todo irá bien? —pregunté, mordiéndome el labio inferior.

—Claro que sí. Será un viaje de ensueño. Imagínatelo: el subidón de la competición, el podio y tú y yo celebrando la victoria después con una noche larga de sexo.

Se me escapó una carcajada.

—Entonces, ¿solo quieres que gane para que follemos como conejas?

Sus manos ejercieron la presión justa y necesaria para que cada músculo de mi espalda se relajara.

—Visto así pareciera que tuviera un problema. —Blair esparció sobre mí otro poco de ese aceite que traía consigo antes. La lavanda estaba consiguiendo que los párpados me pesaran—. El punto es que no tengo ni una sola duda de que logres alcanzar el podio; y si por lo que sea no lo consigues, no será el fin del mundo.

No lo sería, no. Eso lo tenía muy claro.

Sus dedos se centraron en mis hombros, tensos por todo lo que estaba por venir. Apoyé mejor la cabeza entre mis manos, la mejilla izquierda en ellas. Hacía un buen rato que había cerrado los ojos y que disfrutaba de la presión que ejercían sus dedos sobre mi piel.

—Gracias por lo que hiciste ayer. Ya sé que no es nada fácil conocer al padre de tu novia y menos en unas circunstancias como estas, cuando es el director del internado al que ambas asistimos —habló tras unos minutos silencio, con el único sonido de su respiración pausada como sintonía de fondo.

Se me formó una sonrisa involuntaria al pensar en la cena de anoche, cuando el señor Meyer nos había llevado a Blair y a mí a un restaurante de pizzas cien por cien casero.

—Tu padre no está mal después de todo.

—Lo está intentando, que ya de por sí es un gran paso.

—Me cae bien. Es como si tuviera una versión mucho más madura y masculina de ti frente a mí.

Fui consciente del segundo exacto en el que Blair se inclinó hacia delante para dejarme un beso húmedo en la nuca. Me atraganté con mi propia saliva y tuve que toser para no morir ahogada.

Qué cabrona.

—Soy clavadita a mi padre.

—¿No me digas? —ironicé.

Volvió a masajearme los hombros de esa forma que me enviaba al mismísimo cielo.

—Le has caído bien. Creo... —Se aclaró la garganta—. Creo que por fin acepta lo nuestro, que tú seas mi novia.

—Sería un tonto si no me aceptara. ¿Has visto el partidazo que soy? No solo saco buenas notas; también soy una deportista de élite.

Me pellizcó en el costado.

—Y eres una egocéntrica de mierda.

De un rápido movimiento conseguí ponerme bocarriba. Le agarré del brazo y tiré de él antes de que pudiera protestar. Cuando cayó junto a mí en la cama, la atrapé entre mis brazos para que no huyera. Ni loca iba a dejar que se escapara.

Le pasé los dedos por esos rasgos delicados que tenía y en el momento exacto en el que se estremeció bajo mis caricias se me formó una grandísima sonrisa. Solo yo podía provocar esa reacción en ella, nadie más.

—¿Y si esta noche dormimos juntas? —propuse.

A Blair se le dibujó una mueca pilla, como la traviesa que era.

—¿Solo dormir o dormir?

Le di un beso en los labios, apenas un roce.

—Solo dormir. Me gusta despertarme y que seas lo primero que veo. Puede parecer una chorrada, pero me alegras el día.

—¡Mira quién es la cursi ahora! —observó revolviéndome el pelo.

Sonreí, culpable.

—Es lo que hay cuando pasamos todo el puñetero día juntas. Es normal que se me peguen tus costumbres y a ti las mías.

Blair me colocó las manos en las caderas y me apretó contra su cuerpo. Cuando la miré a los ojos, vi que hacía una mueca.

—Lo siento, pero jamás seré tan desordena.

Le saqué la lengua.

—Aburrida.

Nos quedamos un buen rato calladas, cada una observando a la otra. En ningún momento dejé de tocarla, primero el rostro y, después, los brazos. Era como un gran imán cuya fuerza magnética me mantenía muy pegada ella. No recuerdo mucho, solo que nos levantamos para ponernos el pijama y lavarnos los dientes. Lo siguiente que sé es que volvía a estar acurrucada entre sus brazos y que el calor de su cuerpo me estaba adormeciendo de a poco.

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Observé mi reflejo una última vez. La chica al otro lado me observaba con sus grandes ojos marrones, mucho más salvajes gracias a la mezcla de delineador y rímel. Los labios pintados en un tono nude me devolvían la sonrisa nerviosa.

Había llegado el gran día. En menos de media hora estaría ejecutando la rutina de saltos que con tanto ahínco había ensayado una y otra y otra vez.

Me reajusté la cinta blanca que decoraba la trenza que me había hecho. Me veía tan rara otra vez vestida con la indumentaria de la competición: unos pantalones blancos, el polo a juego de manga larga y una chaqueta estilo americana negra. Las botas de montar negras me llegaban unos dedos por debajo de la rodilla.

Hacía tan solo unos minutos que me había quitado los cubre pantalones azul marino para no mancharme al preparar a Anubis para el concurso.

Tomé un par de respiraciones lentas. «Puedes hacerlo. Va a ir todo bien, ya lo verás. Solo sé tú misma en la pista», me di ánimos mentales sin dejar de mirarme directamente a los ojos a través del espejo.

Saqué el teléfono móvil de la bolsa de deporte que descansaba en el banquillo del vestuario femenino para tomarme un par de selfies —una en la que aparecía con una sonrisa y otra en la que ponía morritos— y se las envié a Blair junto a un: «¿Qué tal estoy?». Su respuesta me hizo mucha gracia.

«Muy follable. Esos pantalones te hacen un buen culo y la chaqueta te marca los pechos grandes que tienes ☺.»

Le envié el emoji del beso y dejé el teléfono en silencio en la bolsa. En la pantalla de los vestuarios se veía cómo la amazona que estaba ejecutando la rutina de saltos saltaba un obstáculo vertical perfectamente. Me estrujé los dedos con nerviosismo.

Después de tanto trabajo había llegado el día que más había temido y ansiado que llegara al mismo tiempo. Sabía que desde el cielo de los caballos Relámpago estaría muy orgulloso de mí por verme avanzar. Me toqueteé el collar que Blair me había regalado mientras juraba en voz alta:

—Te prometo que daré mi ciento diez por ciento en la pista, viejo amigo. Esto te lo dedico a ti.

Con esos pensamientos, me reuní con Anubis en el patio improvisado. El tío estaba igual de zalamero que siempre, solo que para la ocasión lucía un mantilla azul cielo reluciente con su nombre bordado en letras doradas, un sudadero que no se le veía, la silla de montar negra súper cómoda que tía Adele me había regalado, las riendas a juego y unas orejeras igual de brillantes que la mantilla. En las patas le había puesto unos protectores negros para proteger los tendones en los saltos. Lo último que quería era que mi pequeño amigo se hiciera daño.

En cuanto me vio, meneó las crines como el divo que era. La pequeña trenza que le había hecho en la cola y que se perdía con el resto del pelo azabache rebotó con el contoneó.

—¿Me has echado de menos, campeón? Si solo llevo veinte minutos en los vestuarios —le hablé con voz melosa mientras le acariciaba el morro.

Uno de los voluntarios del evento se acercó a mí para decirme que en menos de diez minutos sería mi turno. Así que solté a Anubis de sus amarres, le di un par de palmadas, le susurré unas palabras tranquilizadoras y lo guié hacia las compuertas que se abrirían cuando el jinete que ahora estaba en la pista saliera.

Me subí en Anubis, lista para darlo todo. Todo en lo que habíamos trabajo en esas últimas semanas se definiría aquí y ahora. Sentí esa sensación tan familiar recorrerme las venas como un río de fuego: adrenalina en estado puro.

Cerré los ojos un segundo, dos. Todo a mi alrededor se esfumó y solo quedamos él y yo, su corazón y el mío acompasados. Íbamos a salir ahí y a demostrarles que el equipo Anubis-Morgan era el mejor de todos. El miedo a cagarla se había transformado en un sentimiento mucho más intenso y real, algo que hacía casi dos años no me embargaba.

Chulería.

Abrí los ojos cuando las dos puertas gigantescas se abrieron de par en par y Jacob Colton salió de ahí con aire triunfal.

Esbocé una sonrisa confiada.

Lena Morgan había vuelto.

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