Capitulo 1: Igual que el río
Estaba inquieto. Era una de las pocas veces que llegaba a pasar. Normalmente no le prestaba atención a lo que veía en sueños, aunque esta vez era diferente. Había algo en el que no dejaba a su mente en paz; no sabía con exactitud el porque, pero debía averiguarlo si quería quedarse tranquilo.
Con paso firme marchó hacia dónde estaba el curandero de la tribu intentando no demostrar su ansiedad ante él, sabía que la edad traía experiencia y en ése momento deseaba que el leer fácilmente el lenguaje del cuerpo no fuera una habilidad que el hombre del otro lado de la tienda hubiese adquirido a lo largó de su vida como chamán.
Antes de entrar, tomó una gran bocanada de aire, la retuvo unos segundos y finalmente hizo a un lado la tela que servía como puerta —Kekata — lo llamó, notando que estaba ocupado en algo externo a él — necesito hablar contigo — su voz era igual que siempre, firmé y rígida. Estaba seguro que todo iría de maravilla.
El anciano se giró para recibirlo —claro muchacho, adelante — esbozo una sonrisa apacible en el rostro, abriéndole paso de entre sus cosas e invitándolo a sentarse.
De inmediato el hombre mayor se percató que el comportamiento del jovén guerrero era un tanto errático; miraba a los lados constantemente, cómo si estuviera siendo vigilado por un ser que ni siquiera él con sus habilidades de vidente era capaz de ver. Algo andaba mal.
—Y bien, ¿qué es tan grave como para que tu, Kocoum, se preocupe tanto? — interrogó, divertido ante la expresión de horror del más joven, cómo si hubiese cometido un crimen del cual lo habían descubierto.
¿Enserio había sido tan obvio?, Kocoum meneó la cabeza y resopló, molesto —no es nada — se excusó —es solo que, desde hace días no he podido dejar de tener el mismo sueño — el guerrero miró hacía otro lado por un momento, bastante exasperado. Era ridículo que estuviera ahí por algo tan simple como eso —Sabes que no le tomo importancia a estas cosas, pero necesito saber si lo que hay detrás puede afectarme o no — pronto tendría que probarse a sí mismo y no quería que nada lo distrajera, fallarle a su tribu no era algo que pudiera permitirse hacer —ayúdame, te lo ruego.
El anciano se enterneció, pues que Kocoum mostrará vulnerabilidad no era algo común de ver —Anda, ¿De que se trata?
El guerrero comenzó su relato, y el curandero lo escuchó atentamente de principio a fin. Cuando terminó, el semblante de Kekata cambió, ahora parecía reflexivo.
Esto le resultó extraño al más joven, llegando a inquietarse al creer que quizá se trataba de un mal presagio; pero no dijo nada.
El anciano se dio cuenta de eso —Calma — le dijo — no hay porque alarmarse. Sin embargo — añadió — debo decirte que es un tanto... Diferente, nunca había escuchado algo así antes.
Kocoum desvió los ojos al suelo y frunció los labios, ¿Por qué?, ¿Por qué los sueños eran tan simples y a la vez tan absurdamente complejos?
Kekata lo contempló un momento en silencio, viéndolo refunfuñar sin emitir palabra alguna, maldiciendo cual joven al que no le había sido permitido acompañar a su padre a la batalla por su inexperiencia. El viejo meneo la cabeza, un tanto divertido, pues entendía el porque se frustraba de esa manera. Si no se trataba de afilar la punta de una lanza o salir a cazar, el joven guerrero no tenía nada de que hablar.
—Kocoum — habló, el otro le prestó total atención —el poder para entender tu visión no está al alcance de mis manos. Pero, si en verdad quieres descubrir de que se trata, conozco a alguien que te puede ayudar.
Unos caracoles anunciaron la llegada de cientos de canoas que circulaban por la superficie del río. Todas ellas se dirigían a tierra firme, transportando consigo a hombres nativos que ansiaban regresar a su hogar ahora que el peligro ya no estaba presente. Cuando arribaron a la costa, los guerreros fueron recibidos entre abrazos por parte de sus esposas y alabanzas por parte de sus hijos y de los ancianos de la tribu.
Durante la alegría del momento, la gente se reunió en un círculo, pues aparentemente si jefe tenía algo que decir.
—¡Muchos de nuestros guerreros demostraron habilidad en la adversidad de la batalla! — exclamó el jefe de la tribu, Powhatan, dirigiéndose a su pueblo —¡Pero sin duda el qué merece más reconocimiento es Kocoum, quién lucho con la fiereza de un gran oso! — anunció, detallandole a la gente las hazañas que Kocoum había demostrado durante el combate contra una tribu enemiga que, afortunadamente, habían ganado.
Mientras el jefe daba su discurso, el curandero se acercó al aludido y, con pintura roja, talló una huella del animal con quién Kocoum fue comparado en cada lado de su pecho. Esté, se cruzó de brazos y mantuvo la frente en alto, orgulloso por haber obtenido su marca que probaba su valía.
Las ovaciones de la multitud no se hicieron esperar.
Después de un rato, cuando la euforia se calmó, Pocahontas, la hija del jefe, fue con su padre para saludarlo y darle la bienvenida. Estaba feliz de verlo sano y salvo.
—Ven, hija mía. Tenemos mucho de que hablar.
Padre e hija entraron a su respectiva tienda —Padre, durante muchas noches he tenido un sueño que me dice que algo va a pasar, algo excitante — comentó Pocahontas.
—Si — concordó su padre —algo excitante está por suceder — el hombre de mayor edad retiró su corona de plumas de su cabeza y la dejó sobre un estante cercano, girándose para darle la gran noticia a su hija.
—¿De verdad?, ¿qué es? — quiso saber ella.
—Kocoum me ha pedido tu mano en matrimonio — dijo Powhatan, lleno de orgullo.
—¿Casarme con él?
—Yo le dije que mi corazón saltaría de gozo — el mayor posó sus manos en los hombros de su hija, creyendo que estaría igual de emocionada por la noticia que él. Pero no fue así.
Pocahontas forzó una sonrisa, quería complacer a su padre y decirle que aceptaría con gusto, pero simplemente su corazón no pensaba lo mismo. Se alejó de su padre y se asomó de entre la tela que cubría la entrada de la tienda, vislumbrando a su pretendiente a lo lejos —pero el es muy... serio — se quejó Pocahontas. Y no mentía, sus ojos inescrutables jamás brillaban por la emoción y su boca siempre formaba una línea curvada hacía abajo que no titubeaba.
Disgustada ante la idea de tener que convivir con eso todos los días si accedía a la petición de su padre, se alejo y entró nuevamente a la tienda.
—Hija mía, Kocoum será un buen esposo. Es leal, fuerte, y te hará una linda casa con muros firmes — dijo Powhatan, tratando de convencerla —Con él estarás fuera de peligro.
—Padre, creo que mi sueño me señala en otra dirección.
—Esta es la dirección correcta — aseguró él.
La joven iba a reprochar, pero su amigo mapache cayó imprudentemente de un estante cercano hasta sus brazos, interrumpiendo la conversación.
—Hija mía, ven, acompáñame — pidió amablemente el hombre, desanimado por la indecisión que mostraba su pequeña.
Pocahontas acepto y salió con su padre de la tienda, acercándose a la orilla del río.
—Eres la hija del jefe, es hora de que tomes tu lugar entre nuestro pueblo. Hasta el pequeño río de la montaña debe unirse algún día al gran rió — mientras ambos contemplaban el resplandor del agua, Powhatan sacó un collar turquesa con un caracol blanco que colgaba del centro —tu madre lo usó el día de nuestra boda. Ella anhelaba que lo usarás en la tuya — le colocó el collar a su hija y se alejo para verla mejor ahora que lo portaba —te ves hermosa.
—Jefe Powhatan — se anunció Kocoum, quién había aprovechado la dispersión de la multitud para hablar con el jefe de la tribu acerca de su... inconveniente. Pero, se retracto de inmediato al ver qué estaba ocupado con su hija —creo que, será mejor que vuelva en otro momento. Lo lamento — se disculpó, dando medía vuelta para irse.
—No interrumpes nada, ven aquí — le pidió amablemente el padre de la muchacha, Kocoum obedeció —si hay algo que tengas que decir, adelante muchacho, mi hija y yo te escucharemos — se adelantó, aunque Pocahontas no parecía estar tan de acuerdo.
—Vengo a comunicarle que mañana iré río abajo para resolver un asunto que tengo pendiente. Kekata se lo contará todo.
El joven no se percató de ello, pero al escuchar las palabras "río" y "abajo" los ojos de Pocahontas se agrandaron, como si supusiera a donde se dirigía.
—Agradezco tu consideración muchacho, avisaré al resto del pueblo para que no se extrañen de tu ausencia.
El joven guerrero se despidió de ambos y se marchó lo más pronto posible, adentrándose en el bosque hasta que su figura se perdió entre los árboles.
Pocahontas se mantuvo atenta a él tanto como sus ojos le permitieron, intrigada por conocer la dirección que Kocoum tomaría. ¿Sería posible que?... No, Pocahontas meneo la cabeza desechando esa idea; se notaba a leguas que el guerrero no era del tipo espiritual. Definitivamente era imposible que fuera a verla a ella.
—Tienes curiosidad de saber a donde va, ¿Cierto? — la voz de su padre la sacó de sus pensamientos, su silencio bastó para él —entonces no te detengas más por mí, hija mía, síguelo si es lo que deseas — dió medía vuelta para alejarse de su hija —Quién sabe — se apresuró a decir — tal vez tu corazón y el suyo si están destinados a unirse — con ésto último, el padre de Pocahontas finalmente se marchó para dejar que su hija pensara, yendo hacia la tienda de Kekata para discutir el problema de Kocoum.
A solas, Pocahontas observó su reflejo en el río, al instante apareció el de Kocoum, qué la miraba con esos mismos ojos inexpresivos de siempre, ella se desánimo —¿La dirección correcta? — se dijo. Trató de convencerse a si misma de la imagen en el agua, esforzándose por tocar la mano del hombre que le había pedido a su padre personalmente su mano en matrimonio. Pero, al verla tan distante, sufrió ante la idea de tener que luchar para alcanzarla por el resto de su vida.
La figura del guerrero en el agua se disolvió y sólo quedó el de ella, honestamente se sintió mejor así. Ahora, su mano buscó su corazón en lugar de alguien más y permaneció allí por un breve momento. Cuando la duda no la abandonó, supo que necesitaba ayuda. Dejó de observarse a si misma a través del agua y, en cambio, vislumbró el camino azul que se extendía a lo lejos. Fue entonces cuando tomó una decisión.
—Creo que necesito un consejo — tomó una canoa y junto con sus confiables amigos, Meeko y Flit, quienes se acercaron una vez que no hubo moros en la costa; comenzó a navegar por el río tomando siempre la dirección con la corriente más rápida —Vamos — dijo, poniendo al mapache en su regazo e invitando al colibrí para que los siguiera de cerca —hay que visitar a la abuela Sauce.
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