Seis
Inexistencia y soledad. Eso es todo lo que soy después de que he sobrevivido a un maremoto provocado porque le has sonreído a otra chica; un terremoto por la forma en como la miras; un incendio forestar al verte tomándola de la mano y abrazarla de la misma manera que lo hacías conmigo.
Me pregunto si a ella le dices que luce radiante todos los días, o la serenidad con la que le dices cuántas cosas te gustan de ella; si te hipnotizas de su cabello color chocolate, o de esa enorme sonrisa que la haces poner en su ovalado rostro cuando le hablas.
¡Oh Dios! ¿Por qué me hiciste esto Morgan? Ha pasado una semana y media desde que me dijeron que estabas saliendo con esa otra muchacha de cabello oscuro y ojos color almendra... Mis palpitaciones se escuchan a duras penas, mi respiración es entrecortada y mi persona esta desmoronada.
¿Qué me hiciste que no puedo dejar de pensar en ti, en tenerte de nuevo junto a mí? No puedo salir a ningún lado sin recordar algo de tu hermosa persona.
Me imagino que el verde de los árboles son tus ojos, esperando por mí para notarlos y alabarlos; que el blanco de las nubes es tu inmaculada sonrisa perfecta que a todos enamora; o en lo brillante del sol al igual que tu cabellera.
No dejo de pensarte, de soñarte... Por más que lo quiera siempre estás presente, y eso me lastima más de lo que debería. Sé que estoy en el ojo del huracán —porque lo peor lo viví al verlos muy juntos y enamorados—, en donde la calma consiste en solo pensar y conspirar en un futuro que nunca fue destinado contigo. Lo peor será cuando venga lo último del huracán, en donde me lamentaré, lloraré y sufriré más de lo que he hecho ahora, pero a la vez estoy deseosa de que pase para que así el mismo fenómenos natural se lleve todos estos sentimientos encontrados que tengo hacia ti.
Quiero borrarte de mi memoria, de mi existencia, de mi vocabulario y vista. Ojalá hubiese una forma en la que las huellas que dicen que tus manos estuvieron en mis brazos, o tus labios en los míos, se evaporaran o se los llevara el viento.
Me destruiste. Me tomaste entre tus manos y me acogiste en ellos, dándome un calor sin igual que después me quemaría con lentitud. Me acostumbre a unas falsas esperanzas que me entretuvieras hasta que me perdí, y ahora me alejas de ti.
Me desconozco en estos momentos. Como ya dije, me siento vacía y sin alguna buena razón para poder sonreír. Todo esto pasó en un parpadeo, donde no me di cuenta de cuán lejos estaba yendo de la persona que en realidad era.
Nací enferma, pero nunca me imaginé la gravedad de mi pesar que se volvió una enfermedad hasta que me llené de ti y, ahora que ya no hay más dosis diaria de tu persona recaí.
Había estado enferma por la falta de cariño que alguien como tú me podría dar con tan solo una caricia o mirada; había estado herida antes, pero nunca me imaginé que esta cicatriz algún día se quedaría marcada por todo el mallugado cuerpo que ahora tengo.
Si había pensado que antes me habían destrozado y lanzado al fuego para quemarme y destrozarme, ahora sé que no estaba así, porque me di cuenta que lo que yo tenía no era una fisura, una marca, hasta que tú me hiciste una.
Esto fue peor que una puñalada por la espalda, porque lo hiciste de frente, viéndome fijamente a los ojos y sin titubear para que no sospechara que clavarías la daga en cualquier momento ya que no podía dejar de ver esos hermosos ojos que heredaste.
Me estás viendo sangrar por ti pero, eso no parece ser suficiente. Sólo espero que no quieras y exijas más de mí, porque entonces no sé qué es lo que haré.
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