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Capítulo 32

Djeric vuela a por Suni cuando unas garras se clavan en el ala derecha de su napa.

—¿No creerías que me quedaría mucho tiempo en la arena? —exclama Inker con una sonrisa feroz.

—Habría sido muy considerado de tu parte —responde Djeric lanzando una potente patada al rostro de su adversario.

Inker lo esquiva por milésimas, pero ha tenido que soltar el ala. Djeric continúa volando hacia el napeador que ha capturado a Suni: desciende con ella despacio, como si le gustara tenerla en sus brazos. A Djeric la furia le sobreviene deprisa, acelerando su napa. Hasta que empieza a realizar movimientos extraños que le hacen perder velocidad. El ala.

Djeric maldice a Inker en ílgaro y en iora. Mientras lucha por recuperar el control, se ve obligado a esquivar las garras de Inker que pasan como un silbido por encima de su hombro.

—Esta competición era nuestra desde el principio, Lexer. No llegarás a ella a tiempo.

Djeric lanza una patada baja que derriba al hombretón, pero se agarra al napa en lugar de caer.

—Te agradecería que me prestaras tu napa en lo que resta de competición —solicita Djeric mientras salta al napa de su rival y le pisa con saña los dedos.

Inker alarga sus uñas; se habrían clavado en los pies de Djeric de no haber sentido el peligro un instante antes. Intenta librarse del lastre haciendo que el napa dé movimientos bruscos, pero Inker clava sus garras en el metal.

—Maldito seas —gruñe Djeric a la vez que Inker ríe.

Es como descender al infierno. No solo por las manos sudorosas que la tocan, también porque los gritos de la muchedumbre crecen hasta ensordecerla, y el calor la asfixia.

—Baila parra mí, chica iorra.

La voz de su captor es más pegajosa que el calor.

—Suéltame y verás cómo me muevo.

El hombre gruñe y la estrecha más contra su pecho. Desciende con lentitud hacia la arena, como si no quisiera soltarla. Suni ve a Djeric acercarse, pero se le interpone el grandullón de las garras. No llegará a tiempo.

Cierra los ojos.

No es la primera vez que comparte napa, Maiq y ella han jugado muchas veces a montar en uno juntos. También se han arrojado del napa al mar en más de una ocasión. Cada vez es más difícil conseguirlo, pero si Suni ha sacado a Maiq de su napa, quitarse a alguien que no tiene ni la mitad de seguridad en el aire que su mejor amigo, no puede ser más difícil.

Abre los ojos.

Suni se contorsiona como una serpiente, golpeando con sus talones las rodillas de su captor. Quizá no sea una experta en defensa personal, pero sabe dónde atacar. El pelirrojo se desequilibra, y ella aprovecha para impulsarse al ala derecha, haciendo que el napa pierda estabilidad. Acto seguido, clava su codo en el plexo de su captor, que termina por liberarla para recuperar el control del napa. Suni no permite que ocurra.

Salta con todas sus fuerzas al ala izquierda, y el pelirrojo cae con una expresión de sorprendido horror. El napa da vueltas en el aire, descontrolado, Suni debería caer, pero se agarra al ala de metal y se incorpora como si fuera una pluma impulsada por el viento.

—¿Cómo conseguiste sostenerte en el aire tanto tiempo con ese equilibrio tan pobre? —grita la chica al caído tomando el napa como suyo.

El pelirrojo trata de ponerse en pie, soltando bramidos incomprensibles. Ha tenido suerte de que la caída haya sido a unos pocos metros. Suni vuela alto, ignorándolo. El rugido de la multitud se convierte en un zumbido distante a medida que se acerca a su objetivo. La bandera ondea.

Los únicos equipos que quedan en el aire son el de Sifri y ellos. Alon no deja que nadie que cae a la arena vuelva a subirse en un napa, o bien destroza el napa o al napeador.

«Si consigo la bandera ahora habremos ganado».

Apenas puede disfrutar de ese pensamiento: unos brazos muy largos atrapan su napa. Son brazos tan elásticos que están deformes. Suni se vuelve para descubrir que pertenecen a Sifri.

—Joder —exclama ella.

Lucha por mantenerse sobre el napa, trata de pisar los dedos que aferran la plataforma, pero cuando lo consigue no parece surtir efecto alguno, Suni se pregunta si esos dedos carecerán de sensibilidad.

Djeric aparece como un rayo de furia y golpea a Hakon. No obtiene grandes resultados. El cuerpo de Sifri se amolda a los impactos que recibe, y sigue aferrado al napa de la chica, resuelto a hacerla caer. Suni tiene que bailar en la plataforma ovalada para mantenerse sobre ella. Hasta que el napa se detiene con tanta brusquedad que la saca volando.

El estómago de la chica se encoge al perder el contacto con sus alas. Sus manos buscan algo que agarrar, pero solo encuentran aire. Grita, y el viento se lleva su voz mientras cae.

Unos brazos la atrapan. Se encuentra con los ojos de Djeric, de un azul tan vibrante y salvaje que detiene el corazón de la muchacha.

—¿Te lo estás pasando bien haciendo todo lo contrario a lo que planeamos en los entrenamientos? —Su tono divertido contradice su reprimenda.

La respiración de la chica es irregular por la mezcla de miedo y alivio que experimenta, y algo más. Algo que bulle muy dentro de ella al ver el cabello blanco del joven moverse en todas direcciones, como nubes en ese cielo azul que es su mirada.

Djeric gira la cabeza con brusquedad, los persiguen. Con un movimiento, incorpora a Suni; ella trepa por la espalda del joven, aferrándose a sus hombros.

—Me quedé sin napa.

—Tienes el mío.

Sifri vuela a la izquierda, la determinación endurece sus facciones. A la derecha, Inker manchado de sangre, sus garras brillando como cuchillos afilados. A Suni le sorprende que los dos únicos equipos que siguen volando sean aquellos que no son napeadores profesionales. Salvo ella.

Djeric sortea los ataques de sus oponentes sin desviar su dirección hacia la bandera. Su napa está dañado, no puede ganar la suficiente velocidad. También carece de la ligereza y fluidez de Maiq en el aire, pero aferrarse a la solidez de sus hombros, clavar las rodillas en la firme cintura del joven, hace que Suni experimente algo cálido y vibrante en su interior.

Inker los alcanza. Sus garras se lanzan a por la pareja. Suni palpa la tensión en los músculos de Djeric mientras esquiva a Inker. Ahora él es su escudo, pero no tiene armas con qué enfrentar esas garras.

«Solo se permiten poderes de sangre», recuerda Suni una de las pocas reglas de esta competición de locos.

La chica jadea. Cada movimiento brusco ella lo hace con él. El cuerpo de Djeric está tan tenso que parece hecho de granito. Es como estar agarrada a uno de esos pegasos mecánicos de las ferias. Se pregunta si le dolerá que le hinque tanto los muslos en los costados. O que agarre su camisa hasta rasgarla. No puede hacer otra cosa para mantenerse pegada a él.

Suni se da cuenta de que Inker no logra alcanzar a Djeric, que este parece predecir sus ataques y los evita a tiempo. Entonces, en un movimiento más rápido de lo que ella alcanza a ver, Djeric ataca un punto flaco que arroja a Inker fuera de su napa de un puñetazo.

Sifri ya está ahí, listo para atacar, pero Suni también actúa deprisa. Salta hacia el napa abandonado de Inker. Las manos de Sifri van directas al cuello de Djeric, el cual las atrapa y desciende en picado arrastrando a su enemigo con él, para dejar el camino despejado a Suni.

La joven vuela derecha hacia su objetivo. Sin nadie que se interponga, en pocos segundos su mano se cierra alrededor de la bandera, y se eleva más alto alzando su trofeo.

La multitud queda en silencio por unos segundos antes de rugir en exclamaciones contradictorias: admiradas por un lado y abucheos por otro. Suni jadea impresionada.

Ya ha terminado. Lo ha conseguido. Ha ganado.

Busca a Djeric, el cual está enzarzado con Sifri pese a que ya todo ha acabado. Descubre a Alon saltando en la arena, vitoreando. El resto de napeadores la observan con una variada gama de emociones que Suni no se molesta en analizar.

Ahora solo le importa tomar su dinero, la documentación falsa, y subir al barco que va a Blazh. Y debe conseguirlo antes de que Djeric se dé cuenta de sus intenciones.

Desciende lo más lejos posible de Alon, que es el único que le está prestando atención, baja del napa de un salto y corre hacia la montaña de músculos que sirve a Sifri.

Djeric esquiva los puñetazos de Sifri inclinándose hacia un lado y otro, como una hoja danzante llevada por el viento. Si algo bueno ha tenido su rivalidad con Hakon, es aprender a ser más rápido que él, y en Gloria ha tenido suficientes encuentros como para no perder práctica.

—No mereces la victoria —gruñe Sifri sin dejar de atacar—. Sven era mío. Formábamos un equipo ganador. ¡Tú me lo robaste!

La furia da fuerza a sus golpes, pero si nunca alcanza un blanco, es energía perdida. Y Sifri está perdiendo mucha. Djeric solo aguarda el momento adecuado, esquivando con el mínimo esfuerzo posible.

—Apostaría toda mi fortuna a que Alon opina algo diferente —responde con tranquilidad, agachándose con un movimiento fluido.

El sudor se derrama por las sientes de Sifri, su respiración pierde constancia, sus puños fuerza; Djeric ve su oportunidad. Se cuela entre la barrera de puñetazos, agarra a Hakon por la camisa y lo derriba con su propio cuerpo.

—No te vuelvas acercar a nadie de mi familia —amenaza Djeric mostrando los dientes—, porque si lo haces te desafiaré en los Islotes y ambos sabemos quién perderá. Se te da de maravilla.

Los ojos de Sifri se convierten en dos rendijas verdes, airadas y silenciosas. Sin embargo, no forcejea, ni ataca. Djeric lo suelta, se pone en pie y sacude el polvo de su ropa.

—Tu turno de perder llegará también, Lexer. —La voz de Sifri ha recuperado su tono desdeñoso habitual—. Y voy a saborearlo como el más exquisito manjar.

Djeric se vuelve hacia él para verlo relamerse como si ese momento estuviera ya en sus labios.

—No será en el Laberinto.

—Tu prometida solo fue un regalo inesperado —Sifri da un paso hacia Djeric y baja la voz—. Tienes enemigos muy peligrosos, Lexer, tal vez decida entenderme con ellos.

Un frío envuelve a Djeric desafiando el calor agobiante del lugar.

—No sabes lo que estás diciendo —advierte con la mente centrada en un iceberg.

Es una técnica que aprendió de su learer Gunnar en Gloria para mantenerse bajo control: enfriar los sentimientos y detener los pensamientos. La imagen que evoca para conseguirlo es algo grande y helado, como los picos de hielo o un iceberg.

La sonrisa ladeada de Sifri amenaza con romper su iceberg.

—Te diré lo que sé: este Laberinto lo ganaré yo a cualquier precio.

—En tal caso, déjate las maquinaciones y entrena mejor de lo que has hecho nunca. Quizá entonces tengas una oportunidad.

Sin dar la opción a más réplicas, Djeric se aleja. Busca a Suni y encuentra a Alon. Corre junto a él y pregunta por ella.

—La vi bajar cuando ganó, la llamé y echó a correr —responde Alon en tono de disculpa—. Traté de alcanzarla, pero se perdió entre la gente. ¿Crees qué...?

—Por supuesto que sí —gruñe Djeric quitándose el sudor del cuello con un pañuelo—. La muy estúpida cree que ahora que no puedo desafiar a su padre va a escaparse.

—Por la sangre del dragón, Djer, esa chica es un problema viviente. No acabamos de salir de uno de sus líos y ya está corriendo hacia otro.

—Maldita sea, ni una ducha me voy a poder dar.

Es lo último que Djeric dice antes de correr en busca de Suni. 

***

Gracias por otra semana de lectura 💙 ¿Te gustó el capítulo? 

¿Qué crees que sucederá ahora? ¿Suni logrará volver a su casa? 

Solo voy a dar el aviso de que se vienen capítulos intensos. 🤭🤭🤭

Recuerda votar y comentar para apoyar la historia, darme ánimos y hacerme feliz. 😍 Me encanta sentir vuestra compañía en esta aventura. 🥰

¡Mil besazos! 💋

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