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Mismo día, año siguiente. Después de haber vuelto del mundo de los muertos, Miguel no pudo sacar de su cabeza al loco hombre que conoció ahí dentro. Su voz, su apariencia, su carisma; ni por más que lo quisiera podía olvidarlo.

Fue amor a primera vista; en un principio trató de convencerse a sí mismo de que estaba en una edad en la que se enamoraba de cualquiera, pero resultó no ser así, lo amaba incluso si fuese un tonto engreído algunas veces, incluso si fuese mayor, incluso si estuviese muerto.

Ambos estaban tan decepcionados cuando descubrieron que eran familia, era lo último que querían que sucediera. Ya el hecho de que uno esté muerto los separaba, ahora era mil veces peor; menos mal que ninguno había confesado su amor.

Amor pasajero, "eso nunca dura", le decía su abuelita. Se reía en sus caras, el hombre seguía rondando su cabeza como un pajarito, el simple hecho de escuchar o mencionar su nombre le daba escalofríos.

—Héctor, Héctor, Héctor.

—¿Miguel?

—Ah... Héct... Héctor—repetía una voz dormida—.

—¿Héctor? Ay, por la Virgencita. ¡Miguel!—gritó Rosa, a la vez que apretaba sus manos en los hombros del niño y lo sacudía—

Éste despertó de golpe, estaba agitado por su sueño y por la ruda sacudida que le dio su prima.

—¿¡Y eso qué!?—le gritó, asustado—

Rosa Rivera estaba indignada, se cruzó de brazos y sacó su carácter.

—¡Órale, pero no me grites! A mí sólo me mandaron a despertarte. Comenzó el Día de los Muertos, carita de chango—caminó hacia la puerta de la habitación—, ven abajo a comer chilaquiles cuando estés listo.

La niña cerró la puerta y Miguel ni se movió, se quedó sentado mirando el suelo. Tenía constantes sueños "raros" con Héctor, y el que tuvo ese día no era la excepción.

Se paró para vestirse, a la vez que procesó las palabras que le había dicho anteriormente Rosa.

Día de los Muertos... ¡Chilaquiles! No, espera... ¡Día de los Muertos! ¡Eso era! Tal vez podría entrar otra vez a visitar a Héctor como el año pasado... Pero también había una probabilidad de que no pudiese entrar o que no pudiese escapar de su familia, aún así lo iba a intentar, haría lo posible por ir a ese lugar otra vez.

Terminó de vestirse y bajó alegre a comer.

—¡Buenos días!

—Miguel, tu plato está servido, siéntate—le dijo cariñosamente su abuela—.

Corrió a la mesa, se sentó, y comió más rápido que nunca, estaba ansioso.

—¿Qué pasa?—preguntó su padre, asustando un poco a Miguel— ¿Por qué tan apurado?

—Quizás luego de ésto va a ir a ver a su tortolita...—bromeó Rosa—

—¡Claro que no!

Todos riéron, amaba los desayunos familiares y en general a su familia; y aún más desde que lo dejaron perseguir sus sueños, pero quería ver a Héctor más que nada. Tan pronto como terminó, fue a buscar su guitarra; se la amarró a la espalda; se despidió de su familia y salió corriendo a la Plaza del Mariachi.

—¡Miguel! ¿¡A dónde v...

—Déjalo, Elena, es un niño—dijo su padre, poniendo una mano sobre el hombro de abuelita—; que salga a divertirse.

Iba corriendo muy rápido y torpemente trataba de esquivar a toda la gente que estaba ahí, pero no pudo evitar chocarse con una que otra persona.

Llegó al cementerio, todo era muy bonito, todas las tumbas decoradas, mucha gente y pétalos de cempasúchil por doquier. En la noche eso se vería mucho más hermoso y vivo.

Caminó lentamente, rodeando y mirando las tumbas con asombro, todas lucían como prestigiados altares, llenos de flores, decoraciones y velas. Se detuvo para mirar cada una de ellas hasta que no vio más, era el final del cementerio. Se emocionó, el mundo de los muertos estaba cada vez más cerca, rezaba por poder encontrarlo esta vez.

Siguió el rastro de los delicados pétalos naranjos y amarillos como si fuese un camino; con cada paso que el niño daba se iluminaban más y más, hasta que ya parecían pequeñas luciérnagas de día.

No tuvo que esperar mucho tiempo hasta encontrarse cara a cara con el famoso puente, éste estaba vacío. Lo miró alegre y ansioso, pero aún no sabía por qué podía verlo. ¿Estaba muerto? ¿Estaba soñando? ¿Tenía algún poder extrañamente sobrenatural que lo dejaba ir al inframundo? ¿Habrá sido la guitarra de Héctor que acarreaba en su espalda?

No lo dudó más. Sin pensarlo, atravesó el campo de fuerza que separaba a los vivos de los muertos, y tan pronto como sus pies entraron y todo su cuerpo estaba dentro, pudo divisar a todos los muertos entrar y salir, justo como la primera vez.

El puente era tan mágico como lo recordaba. Corrió sobre los pétalos, riendo como todo niño lo haría; todos lo miraban asombrados, el niño vivo de la última vez había regresado.

—¿Otra vez se metió un escuincle aquí?

—Dios santito y la madre de Jesús.

Ah, chale, ¿por qué todos miran? Claro, se le olvidó el maquillaje. ¡Nunca aprendes!

¿Qué iba a hacer? ¿Cómo planeaba entrar? Sería algo imposible de hacer sin nada de ayuda, estaba perdido.

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