3 Tyler: Unas noches se da, otras no
Voy a intervenir en esto. Todos sabemos que en una historia hay dos versiones, y aquí alzaré dos dedos: la versión de los jodones y la versión de los jodidos. Yo me porté como todo un caballero y ni puta idea de que me tocaba ser jodido. Esta chava Mel, Melodía, Melacomo, Melaimaginodesnuda, Melaimaginodeperrito... No era del tipo que te llama la atención, pero cómo me sonaba su nombre. Se me pegó como un estribillo. Ya lo había oído antes. En mi defensa, juro que pensé que ya no la vería. Ciertamente observé su camino desde el escenario. Se acercó a una mesa donde estaba una chava de cabello morado. Como me preocupó que el madrazo que le di la pudiera dejar mal, fui a preguntar si se había ido sin problemas en el intermedio, pero su amiga me mal entendió y me pasó sus datos. Guardé el papel en mi chamarra y me olvidé. Yo andaba en lo mío. Terminé de cantar, platiqué con una chava, platiqué con otra y medio cogí con la última en la camioneta del Corleone. A veces ligaba, pero todo natural, unas noches se da, otras no. Salí de ahí como a las siete de la mañana porque el cabrón de Nico se tardó con nuestro pago. Me topé al Corleone en el estacionamiento jugando con una cámara reflex. Me arrojó dos flashazos, el cabrón. Dijo que la había agarrado del suelo. Era la cámara de la Melodía. El güey ya iba a clavársela, pero como soy responsable de proteger la imagen honesta de la banda, se la volé.
Tenía los datos de la chava, tenía su cámara... Era mi obligación devolverla, así que me lancé a su casa. Vivía en un edificio bien nice, con puertas de vidrio, elevador y toda la cosa. Llegué durante el cambio de recepcionistas y qué bueno porque el güey que estaba de noche parecía guardaespaldas. No creo que él me hubiera dejado subir. La recepcionista se llamaba Marta y bastó con un guiño para que me diera el pase. El departamento era el 111, de pasillo alfombrado. La puerta tenía una mirilla dorada debajo del número, igualmente dorado. Toqué el timbre que me pareció descompuesto, así que golpeé en la madera tres veces.
–¡Vaaa! –gritaron después de unos momentos. Cambié el casco de mano y apoyé el brazo en el marco, imaginando que abriría la puerta en un babydoll rojo, en lugar de la vestimenta de ratón de biblioteca que se traía la noche anterior. Fijé la mirada en el hueco por donde seguro me observaría. Se demoró un poco. Quizá ya me había visto y había regresado a lavarse los dientes o algo así. Estaba a punto de volver a tocar cuando se oyó que quitaron el seguro y abrieron.
¡Slam!
Y me azotó la puerta en la nariz. No me dio tiempo de decirle nada y no, no traía puesto ningún babydoll. Al parecer se durmió con la misma ropa holgada que le vi.
–¡Qué rayos! –La escuché exclamar y en respuesta golpeteé el marco. Por lo general me azotaban la puerta después de pasar la noche, no antes.
–Melodíííaa –entoné–. Oye olvidaste tu cámara. ¿La quieres?
No respondió, pero una sombra oscureció la mirilla. Melodía, Melodía, Melodía... Troné los dedos en cuanto recordé dónde había escuchado el nombre. Era la novia de un cuate de mi prepa, aunque, con todo lo que me contó Dante de ella, debería ser menos tímida.
–Oye tuviste suerte, ¿sabes? Te salvó el pasillo angosto. Caíste por etapas y por lo que vi y sentí, no te lastimaste en la nuca. Ya sé que no te fuiste en la ambulancia.
Sentí una extraña anticipación en la ingle. No fui a ligármela, aunque, haciendo memoria, fantaseé con ello en mi adolescencia, aún sin conocerla. Igual y me equivocaba y había otra Melodía en Mefistópolis que se había casado con el Dante o capaz el cabrón se asomaría en lugar de ella. Sostuve la cámara por el lente, le quité la tapa y enfoqué hacia el techo–. Creo que esto ya se descompuso –dije.
Seguramente había estado pegando la oreja a su puerta ya que ahora sí la abrió en toda su extensión.
–¡Dámela! –Arrebató la cámara de mis manos, aunque seguía amarrada a mi cuello, y observó por el visor. Ajustó una cosa aquí, una cosa allá y se puso a hacer varias tomas. La separó en dos partes y verificó el interior–. No abriste el compartimento del rollo, ¿verdad?
Me embobé con el sonido de su voz. Ahora que no había ruido de fondo y que ella hablaba más fuerte, (quizá porque estaba molesta) sonaba como locutora. Me miró expectante.
–Yo no –carraspeé–. Pero el Corleone es más curioso. Él la encontró.
Su piel perdió color.
–¡Ey, bromeo, bromeo! El Corleone sabe de fotografía. No creo que la haya abierto.
Contuvo el aire y el labio inferior le tembló al exhalar. La tenía tan cerca que pude olerla como a café recién molido. Me dieron ganas de inspirar profundo.
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