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8|Canciones de amor.

Y mira tú, estaba buscando una estrella y encontré una galaxia.

-Ron Israel

[8]

Canciones de amor.
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Mara

Acababa de llegar de los ensayos, exhausta, absolutamente agotada. No tenía energía para nada más, pero ya había prometido salir a cenar en una cita doble.

Cita...

La palabra "cita" era algo nuevo en mi vocabulario. Nunca antes había salido con alguien. En mi escuela anterior, era la típica nerd, como Betty la fea. No podía escapar de esa categoría. Como nunca respondía, era un blanco fácil para el bullying. Ningún chico se me acercaba, y bueno, lo entendía. ¿Quién querría acercarse a mí?

Nadie, excepto Evan.

Evan quería salir conmigo. Era el típico popular de la clase que pasaba el almuerzo sentado en la mesa con sus amigos populares.

Ese Evan me había invitado a cenar. Bueno, no solo a mí, también estarían Valería y José. Aun así, me ponía nerviosa. No sabía si era un truco o si de verdad se preocupaba de que me despejara. Lo admito, no era una chica que soliera salir a menudo. No me gustaba y me costaba socializar. Pero esta noche, le daría una oportunidad a esta salida.

Revisé mi armario una y otra vez en busca de algo bonito que ponerme. No quería algo demasiado elegante ni extravagante. No sabía a dónde iríamos, y tampoco quería parecer un payaso. Tras analizar la situación, opté por un lindo vestido sencillo. Era azul, amarrado por arriba y suelto por debajo, con un lindo escote que no resultaba exagerado. Me hice un delineado sencillo y me puse brillo labial. Completé el conjunto con unas sandalias y un bolso pequeño que combinara, ya que tendría que guardar mi teléfono, labial y documento de identidad en algún lado.

Mi mamá me dio un poco de dinero extra por si necesitaba volver antes en taxi o si surgía alguna emergencia.

Mientras guardaba todo, llamaron a la puerta. Cuando mi mamá abrió, era Evan. Venía con unos pantalones de vestir negros y una camisa negra, completamente vestido de negro y lucía increíble.

--Buenas noches, señora Jann. Soy Evan y vine a buscar a Mara para salir a cenar en una doble cita, si no le molesta, claro.

¡Wow! Qué educado había sido. Seguramente conquistó a mi mamá así.

Y..a todas sus conquistas seguramente

--Hijo, buenas noches. Claro que no me molesta. De hecho, Mara ya está lista para ir.

Bajé las escaleras, nerviosa. Parecía la escena de una película romántica: yo bajando y él esperando al pie de la escalera, con la mano alzada lista para tomar la mía.

No podía creer lo que estaba pasando.

--Bien, la quiero aquí a las 11:30, no más. Estaré esperándola despierta. Cualquier cosa, me llamas, hija. Por favor, no apagues el móvil, dijo mi mamá.

--Sí, mamá. Tranquila, lo tengo encendido y estaré a la hora, respondí.

--No se preocupe, señora. Prometo traerla a la hora, añadió Evan.

--Muy bien. Pásenla bien, dijo mi mamá.

--Bendición, mamá, me despedí y nos dirigimos hacia la camioneta de Evan.

Para mi sorpresa, Valería y José ya estaban en el coche, listos para ir.

Íbamos con música de fondo. Habían puesto "Believe" de Imagine Dragons. Evan la tarareaba mientras conducía. Se veía muy guapo vestido de negro y al volante.

--¿Chicos, cómo se sienten siendo los protagonistas de la película? preguntó Valería con ilusión.

--La verdad, bien. Mara y yo conectamos mucho a la hora de bailar. Estoy seguro de que ganaremos la competencia. Todos tenemos algo que aportar y está quedando increíble, respondió Evan.

--Sí, Evan tiene razón. La verdad, está quedando todo increíble. No puedo esperar a que llegue el día, dijo José, seguro de sí mismo y del grupo.

--¿Y tú, Mara, qué opinas? Estás muy callada, notó Valería.

En realidad, estaba nerviosa, pero debía ocultarlo para no arruinar la noche.

--Yo creo que ganaremos. Pero aunque no sea así, habré disfrutado cada momento con ustedes a mi lado, respondí.

--¡Wow! Qué motivación, Mara, dijo Evan riéndose.

--Ay, ya cállate, Evan, ni que tú dieras mejores charlas motivacionales, bromeé.

--Pues sí, fíjate. El primer día de clases yo di la charla motivacional, dijo Evan.

Ya estábamos llegando al restaurante. Evan estacionó el auto, y bajamos.

--Pues, menuda charla motivacional, repetí lo que él había dicho.

--Ey, no me repitas, respondió Evan.

--Siempre siendo dramático, bromeé.

Bajamos todos del auto y nos dirigimos hacia adentro. Menos mal que habían hecho reserva. Era uno de esos sitios en los que tendrías que esperar horas si no tenías una. Pero José se había encargado de hacerla.

Nos sentamos en la mesa, y uno de los camareros nos trajo las cartas, pan y vino. Yo no bebía alcohol, así que opté por agua.

Durante la primera hora de la cena, hablábamos entre los cuatro sobre los bailes, actuaciones y cantos. Nos reíamos, pero llegaba un momento en que Valería y José charlaban entre sí sobre cosas más personales. Yo no sabía cómo empezar una conversación con Evan, pero afortunadamente, era de los que hablaban por ambos.

--Estás muy linda esta noche, Mara, me dijo Evan.

--Gracias, Evan. Tú también, respondí.

--¿Estás bien? Te noto apagada, me preguntó.

--Sí, solo un poco nerviosa. Pero no se lo digas a los demás, contesté.

--Oye, ¿quieres salir un momento afuera conmigo?, propuso Evan.

--Sí, claro. Pero, ¿A dónde iremos?, pregunté, curiosa.

--Es una sorpresa. Ven--invitó.

Evan y yo nos levantamos de la mesa y nos dirigimos hacia la salida. Afuera, había un grupo de personas tocando música.

--¿Qué es esto, Evan?, pregunté intrigada.

--Un baile. ¿Bailas conmigo esta canción?, dijo, extendiéndome la mano.

--¿Tú bailas canciones de amor fuera de los ensayos?, pregunté sorprendida.

--Claro, respondió.

Me acerqué, y empezamos a bailar lento, girando alrededor.

--Mara, quiero que sepas que no quiero que dudes de ti misma sobre el baile. Eres increíble, y también cantas precioso. Si no fuera así, no te hubieran escogido, me dijo Evan.

¿Cómo sabía de mis inseguridades con el baile y el canto?

--Evan, yo... No soy tan buena. Solo ensayo mucho, confesé.

--Mara, te la pasas ayudando a los demás, animándolos, motivándolos. También deberías dejar que yo lo haga. La chica que está aquí bailando conmigo a la luz de la luna me ha enseñado que hay que seguir adelante. Déjame ayudarte a ti ahora, dijo.

Lo miré fijamente, sin la incomodidad usual de mirar a alguien a los ojos. Podía ver esos ojos color verdes sin dudar. Su cabello rojo caía a los lados de su cara, y descubrí pequeñas pecas en su nariz y sus cachetes.

Cada vez que lo miraba, descubría algo nuevo.

--Solo no me gusta dejar solo a los demás. Sé cómo se siente estar solo y no tener quien te ayude o te de palabras de aliento, confesé.

--Pero nunca más será así. Porque ahora estoy aquí yo. Nunca más estarás sola. Siempre puedes hablar conmigo. Ahora somos un dúo, dijo Evan.

Estaba alucinando. Parecía irreal todo aquello. La noche estaba perfecta, la luna iluminaba preciosa, como si supiera que íbamos a estar ahí hoy y hubiera dado su 100% de resplandor.

--¿Te gusta la lectura, verdad?, preguntó Evan.

--Sí..., respondí.

--¿Me acompañas a mi casa?, propuso.

--¿Ahora? ¿Y ellos?, pregunté, preocupada por Valería y José.

--José llamará un taxi para ellos. Ya he hablado con él, explicó.

--¿Estás seguro?, pregunté, aún dudosa.

--Sí, te tengo una sorpresa, aseguró.

Caminamos hacia el auto y nos montamos. Llegamos en menos de 15 minutos a su casa. La calle estaba despejada, y no vivía lejos de aquí.

--¿Qué hacemos aquí, Evan? ¿Tu mamá no se va a enojar?, pregunté, nerviosa.

--Shh, tranquila. Te quiero enseñar algo, dijo Evan.

Caminamos por dentro de la casa, atravesamos un pasillo y había una puerta al final.

--¿Lista?, preguntó.

Dudé un momento antes de contestar, pero quería ver qué era. Así que asentí.

--Bienvenida a donde tus sueños se hacen realidad, dijo, abriendo la puerta.

Era una biblioteca enorme, parecida a la de la escuela, pero en casa de Evan.

--Evan, ¿esto es tuyo?, pregunté, asombrada.

--Sí, me encanta leer. Esta es mi colección, respondió Evan.

Miré a mi alrededor. El lugar era alto, con paredes pintadas de colores vivos. Había dos mesas para leer, todo acomodado y lleno de vida.

Sin duda, el sueño de cualquier lector.

--¿Puedo llevarme algún libro?, pregunté, indecisa.

--Claro. Puedes tomar el que quieras. Ya he leído la mayoría de aquí, dijo Evan.

--No, Evan, no podría hacerlo. Son tuyos, respondí.

--Mara, estos libros son para ser leídos y disfrutados. No te preocupes. Puedes llevarte o leer el que quieras, insistió.

Estaba perpleja, sin saber qué hacer. Pero no podía negarme a tan amable oferta.

--Ven un momento. Quiero enseñarte mi lugar favorito, dijo Evan.

Subimos las escaleras hacia el segundo piso de la biblioteca. Había libros por todas partes, una locura total. Evan caminó hacia el balcón y deslizó la puerta.

--Admira el paisaje, invitó.

Estaba asombrada. Desde ahí se podía ver toda la ciudad, iluminada como un cuento de hadas.

--Evan, esto es precioso. No querría salir nunca de esta biblioteca con este paisaje, comenté.

--Puedes venir cuando quieras. Tomar cualquier libro. También son tuyos ahora, dijo Evan.

Era un sueño hecho realidad. Evan me invitó a sentarme en una de las sillas del balcón, y él se sentó a mi lado. Empezamos a hablar de todo. No solo del baile, sino de nuestras familias, nuestros miedos, nuestros sueños. Estábamos tocando las estrellas en ese momento.

--No puedo creerlo. Te gusta el anime. Nunca lo hubiera pensado de ti, Mara, dijo Evan.

--Ey, hay muchos que son lindos, defendí.

--¿Y yo podría ser algún personaje de anime?, preguntó Evan con una sonrisa.

--Quién sabe. A lo mejor algún día te sorprendes, respondí.

De repente, sonó mi alarma. Era hora de irme, de que este sueño acabase.

--Evan... Tengo que irme. Es tarde, y mi madre me va a matar, dije, con pesar.

--Lo sé. Tranquila, yo te llevo. Vamos, dijo Evan.

Salimos de ahí y nos subimos al auto. Llegamos rápido a casa, pero no quería que se acabara aquel sueño.

--Evan..., comencé.

--Mara, quiero que sepas que puedes contar conmigo. No estarás más sola. Soy tu amigo y prometo no dejarte sola, dijo Evan.

--Amigo..., repetí, aunque doliera.

--Amigo. Claro, amigos, respondí, forzando una sonrisa.

Salí del auto y me despedí.

--Buenas noches, Evan. Te veré mañana, dije.

--Buenas noches, Mara. Descansa, dijo Evan.

Era hora de entrar. Mi madre me estaba esperando, y tendría que dormir para seguir con los ensayos mañana. El día de la competencia cada vez estaba más cerca, y no podía permitir que perdiéramos porque yo no sabía cómo controlar mis sentimientos.

Era hora de escribir otra carta. Entré a mi casa, saludé a mi madre y me fui a acostar para descansar. Subí a mi habitación, encendí la lamparita de la mesa y empecé a escribir otra carta.

Una carta, y me olvidaría de esto.

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