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⚔️ 24 ⚔️

Evan. 19 de febrero del 2016, el Olimpo.

Evan estaba poniendo a Elizabeth en su cama, sus manos temblaban levemente por los nervios y sus brazos, pecho y cuello estaban calientes por sostener a la albina.

Ya había mandado a llamar a una enfermera, apenas llegó al Olimpo con la chica en brazos que había sido hacía no más de cinco minutos atrás.

Una mujer entró a la habitación, su cabello negro muy similar a la tinta brilló bajo la luz, y su piel morena oscura contrastaba de una forma hermosa con el vestido blanco que portaba, tenía una caja entre las manos, un botiquín.

Sin decir ni una palabra se acercó a la chica en la cama, Evan se alejó, un poco dudoso, y se recargó contra la puerta de la habitación, observando y monitoreando cada movimiento de la mujer de cabellos negros.

Le puso un termómetro a Elizabeth y la temperatura subió rápidamente al máximo, miró rápidamente la piel roja de la chica y analizó su cabello y pestañas blancas. Una albina.

—Es albina —aunque era una afirmación, Evan asintió—, los albinos tienen piel y ojos sensibles ante el sol, no pueden pasar mucho tiempo fuera antes de que terminen así, es un alivio que no haya pasado más tiempo en la luz.

La explicación de la curandera de voz dulce terminó y empezó a untar una pomada en la piel de Elizabeth. Sin más miramientos le quitó con cuidado la blusa, dejándola en su sostén blanco.

—Necesita aire fresco, apenas despierte dale agua, de seguro estará sedienta. No le pongas hielo, no le untes nada frío, sólo la lastimará, si sigue sintiendo ardor debe ponerse la pomada —la dejó junto a la cama.

Se levantó luego de hacer su trabajo, hizo una reverencia en silencio y se retiró de la habitación luego de que el rubio le cediera la salida.

—Carajo —susurró, pasando sus manos por su cabello.

Su corazón estaba alborotado por los nervios, había sido totalmente su culpa que la chica estuviera en ese estado, ¿cómo no lo había notado? Había visto como Elizabeth apretaba los labios al ver el espacio, sabiendo que pronto saldría el sol. También vio como empezaba a rascarse el brazo después de un rato de caminar, pero simplemente lo ignoró.

Gruñó, frustrado y sintiéndose culpable. Caminó hasta la puerta y salió de la habitación.

—¿Porqué no me dijiste sobre la condición de la chica? —Evan estaba frente a Zeus, con el ceño fruncido y los puños apretados, pero con el tono de voz controlado.

—No pensé que fuera información importante, a fin de cuentas, lo único que debes hacer es entrenarla. ¿Porqué lo mencionas? ¿Ocurrió algo? —alzó una ceja.

—Por los dioses —murmuró—. ¡La envié a la montaña de entrenamiento con el maldito sol encima!.

—Cuida tu tono de voz, Evan, recuerda con quién estás hablando —gruñó, enojado—. No es mi culpa que no supieras los conceptos básicos de los albinos, es obvio que no serían cómo las personas normales.

Zeus empezaba a enojarse, lo notó por el pequeño reflejo de luz que se empezaba a formar en sus ojos, por ello decidió no tentarlo más así que se volteó y salió del salón del trono aporreando la puerta al cerrarla.

Sabía que era una ofensa hacer eso, una falta de respeto y educación al rey de los dioses, el ser más poderoso del mundo, por ello no se sorprendió cuando un fuerte trueno resonó en las paredes de todo el Olimpo.

Elizabeth Thompson. 19 de febrero del 2016, el Olimpo.

Choque de espadas, el metálico sonido la mareaba, sentía que chispas quemaban su piel con velocidad, las puntas de sus dedos emitían una leve luz y pronto se vio a ella misma peleando con una mujer enmascarada.

Sus golpes y movimientos eran salvajes, rápidos y fuertes, ambas gruñían y jadeaban, sus extremidades empezaban a entumecerse, llevaban mucho tiempo en esa batalla sin fin.

La enmascarada hizo que su espada saliera volando con un golpe, dejándola desarmada ante ella, Elizabeth cayó al suelo, retrocediendo mientras se arrastraba, sus ojos brillaban con miedo de un azul eléctrico.

La mujer elevó su espada dispuesta a dar el golpe final, pero la albina levantó las manos y una lluvia de brillantes truenos cayó sobre la castaña, carbonizando su cuerpo por completo. La espada cayó primero, y luego su dueña.

—Elizabeth —escuchó una voz lejana, conocida—. ¡Elizabeth!.

Abrió sus ojos brillantes, estaba sudando.

Evan estaba frente a ella con el rostro serio, por la ventana pudo ver que era de noche, una tormenta caía y los truenos no faltaban, como siempre, los truenos eran tan seguidos que era el sonido que más se escuchaba, la aturdían.

—¿Qué pasó? —murmuró con la garganta seca al notar que estaba en sujetador, sólo recordaba estar en la montaña.

Su cuerpo aún cosquilleaba, por la pesadilla reciente, probablemente.

—Tuviste un golpe de calor, ¿porqué no me dijiste que eras sensible al sol?. Maldición —decidió no preguntar sobre la pesadilla que había hecho sus ojos brillar.

Los ojos sólo brillaban si eras un dios o un semidiós, y no todos lograban hacerlo, normalmente pasaba cuando había mucho enojo reunido, o cuando se hacía un gran esfuerzo mágico. No por una pesadilla. No entendía qué era esa chica.

—No quería verme como una niñita que sólo lo usaba como pretexto —murmuró con la voz rasposa.

Evan frunció el ceño, le pasó un vaso de agua a la albina, que lo tomó casi con desesperación. Quizás era su culpa, siempre la llamaba “niña”, pero pronto se esfumó ese pensamiento, prohibiéndose a sí mismo sentirse culpable.

Talvez viera a la albina frente a él como una niña –aunque solo le llevaba ocho años–, pero no la creía tan sensible cómo para dejarse llevar por un simple apodo. No pegaba con ella.

—¿Qué haces aquí a esta hora? —preguntó Elizabeth luego de tomar tres vasos de agua, con la voz más suave.

—Vine a ver si habías despertado, pero estabas teniendo una pesadilla así que te desperté —dijo con simpleza, quitándole importancia.

—Bien —asintió.

—Me voy, deberías cambiarte y dormir más. Buenas noches.

Evan salió de la habitación bajo la mirada de Elizabeth. No había actuado cómo si se sintiera preocupado, más bien fue como si evaluara su condición para saber si le decía a Zeus o no.

Dejó de pensar en ello, hizo lo que Evan le dijo y luego se acostó nuevamente dispuesta a dormir. Pero no tenía sueño, así que se mantuvo toda la noche viendo los truenos y las gotas de lluvia caer por la ventana hasta que pararon, y sólo así pudo dormirse.

[ EDITADO ☑️ ]

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