Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo Ocho


  Desperté en mi habitación.

Quiero decir, en mi habitación de la casa del lago; no en la habitación que tenía en dos mil dieciséis. Vi una jarra con agua en la mesita al lado de mi cama, y tomé todo lo que pude. Tenía muchísima sed.

—No tan rápido, o va a caerte mal—me indicó Erik, aproximándose mí. Ni siquiera lo había visto.

Me dejé caer en la cama otra vez, cansada pero algo recuperada.

—¿Te encuentras mejor?—quiso saber, y noté un cierto temor en sus ojos. También me percaté de que permanecía a por lo menos un metro de mí.

—Mucho mejor, gracias.

Él sólo asintió y se dispuso a salir de la habitación. Lo llamé.

—¿Si?—me preguntó.

—¿Sucede algo? ¿Ha ocurrido algo con Christine?

—¿Christine?—repitió, luciendo desconcertado—. ¿Casi mueres en una de mis trampas, y me preguntas si sucedió algo con Christine?

—Yo creí que...

—¡Ese no es el punto, Emilly!—exclamó—. Tengo demasiada sangre en las manos, ¡y preferiría estar muerto a tener la tuya también! ¿Qué hubiese sucedido si no lo hubieses logrado? ¿Qué sucedería con tu familia? ¿Conmigo? Ni siquiera podría tolerarme a mí mismo después de eso. ¡No, el Ángel de la Destrucción ya ha hecho suficiente! Lo más seguro es que vuelvas a tu tiempo. A tu casa.

—¡No!—me levanté de la cama, tambaleándome. No podía irme. No ahora que me había enterado de lo que Christine quería hacer—Erik, fue un accidente. Los accidentes suceden.

Eso no estaba ahí por accidente—espetó, temblando—. ¡Yo la construí!

—Sí, y también me sacaste de allí—agregué. Él no me miró—. Lo que haya sucedido en Persia no es de mi incumbencia—le dije, y noté que parecía que la palabra Persia suponía para él ya una palabra maldita—. Las personas cambian. Ya está perdonado, Erik. Ahora deja de actuar como si me hubieses atropellado y ve a cambiarte. Tienes peor pinta que yo.

Era verdad. Acostumbrado siempre a estar presentable, ahora lucía una camisa sucia y arrugada, los pantalones rotos como si se le hubiesen enganchado en distintos lugares y los zapatos manchados. Por no hablar de que parecía no haber dormido en días.

—Pero...

—Pero nada—repliqué, cruzándome de brazos—. Y cuando regreses no quiero escuchar ni una palabra más sobre el tema. ¿Bien?

—Bien.

Sonreí, satisfecha, mientras él dejaba la habitación.

°°°

Algo se estaba rompiendo.

Un ruido extraño llegaba hasta mis oídos, que no supe identificar del todo. Salí del cuarto, buscando su origen. Me había cambiado el vestido apenas había podido volver a ponerme en pie, y temí que el pobre se había estropeado para siempre; estaba roto en distintos lugares, la tela rasgada sin piedad gracias a mi caía.

—¿Erik?—pregunté, pero nadie contestó.

Sobresaltada, descubrí que el ruido provenía de su habitación. Dudé antes de entrar; no pasaban cosas buenas cuando invadías su espacio sin su permiso.

Pero debía impedir que hiciera una locura.

Oí lo que me pareció el sonido de cientos de vasos rompiéndose. Abrí la puerta. El interior del cuarto era negro, como bien lo había descrito Leroux, con una cama y un escritorio, así como también una biblioteca llena de libros. Respiré aliviada al ver que no había ningún ataúd allí adentro. Ni me pregunten como había conseguido traer las cosas hasta aquí abajo. Partituras llenaban algunos sectores del piso, pero no me fijé en sus nombres.

La habitación se comunicaba a su vez con un cuarto más chico, que contaba con una puerta y una ventada. Teniendo un muy mal presentimiento de lo que se encontraba allí, la abrí justo cuando otro vidrio se rompía en cientos de pedazos.

La cámara de los espejos estaba irreconocible; más de la mitad de estos se encontraban destrozados, dejando a la vista pedazos de pared. Trozos de cristal se encontraban esparcidos por todos lados.

Erik hizo estrellar uno de los candelabros contra el siguiente espejo, reduciéndolo a nada.

—¡Para, Erik!—grité corriendo hacia él. Le saqué el candelabro de las manos, que estaban sangrando, y él se dejó caer de rodillas, como si todas las fuerzas hubiesen abandonado su cuerpo tras el arrebato. Me arrodillé frente a él, con cuidado de no pisar ningún cristal—No tenías que hacer esto—dije con suavidad, y tomando sus manos cubiertas de sangre, las besé—. Pero gracias.

Erik logró sonreír, y yo le devolví la sonrisa.

—Salgamos de aquí. La música de la noche aún no ha terminado.

—¿Qué?

—Nada—respondí, riendo—. Un pequeño chiste privado.

°°°

Terminé de vendar las manos de Erik tras aplicarle una clase de ungüento que él mismo preparó y sacarle todos los cristales que se había clavado. Afortunadamente había hecho un curso de primeros auxilios en secundaria, aunque intuía que Erik podía hacerlo él mismo si así se lo hubiese propuesto. No dijo una palabra durante todo el proceso, pero comenzó a tararear una canción apenas hube comenzado.

—Cántame algo—le pedí, una vez que hube terminado.

—¿Por qué?

—¿Por qué crees? ¿Te has escuchado cantar alguna vez?

De repente, Erik se paró y comenzó a buscar su máscara con rapidez.

—¿Pasa algo?

—Me olvidé de Christine—confesó, revolviendo sus partituras. Odio admitir que me sentí un poco molesta, y no tarde en recriminármelo. Tenía todo el derecho del mundo de ir con Christine—. Debe de estar esperándome. Nos vemos en unas horas—dijo, despidiéndose.

Me mordí la lengua. ¿Le decía? ¿Debía decirle que la chica planeaba dejar de verlo? No, no tenía el valor para hacerlo. Así que decidí seguirle a una distancia prudencial.

No pareció darse cuenta de que iba detrás de él, y cuando atravesó el espejo, tomé su lugar como espectadora. No quería irme por si Raoul entraba en escena y la cosa de ponía fea.

Christine se sobresaltó al verlo, y sonrió con nerviosismo. Me di cuenta de que era la primera vez que lo veía desde que había bajado y del episodio de la máscara.

—Hola—saludó, levantándose de la silla.

—Lamento aparecer recién ahora, pero estuve... ocupado—admitió, ordenando las partituras con las que trabajarían. Pude ver que la chica se fijaba en sus manos vendadas—. Debemos avanzar con la interpretación de Ofelia si queremos llegar a tiempo con la función. ¿Practicaste lo que te indiqué?

La soprano asintió, y comenzó a jugar con su pelo, en un gesto que intuí denotaba ansiedad.

—Perdón. Por lo del otro día—soltó de golpe, y yo sonreí. Erik permaneció mudo y estático por unos segundos, hasta que finalmente suspiró.

—No hay cuidado. No eres la primera—murmuró, y yo sentí una pena tan grande que me quedé sin aire por unos segundos, como si algo me estuviese apretando el pecho— ¿Comenzamos?

Christine sonrió, aliviada de cambiar de tema. Cuando empezó a cantar, vi cómo Erik cerraba los ojos, prestando atención a cada nota, a cada tono. Sabía que amaba su voz; no por nada era su tutor.

Y eso, inesperadamente, me dolió. Yo no tenía idea de cómo cantar; no como Christine. De repente, ya no quería seguir allí. Erik podía arreglárselo solo. Lo había hecho bien hasta ahora.

Volví a la casa del lago y me recosté en sofá, frustrada. No debería sentir celos de Christine. Era totalmente ridículo. Debía concentrarme en hacer que ella y Erik vivieran felices para siempre y regresar al dos mil dieciséis.

Si es que podía volver al dos mil dieciséis.

°°°

—¿Cómo te fue?—pregunté, cuando vi que Erik regresaba.

—Estuvo bien—comentó, quitándose la máscara, y yo fruncí el ceño—. Christine se disculpó.

—Me alegra escucharlo—dije, y me senté—. ¿Christine te dijo algo más?

—No... ¿Por qué?

Así que la soprano se había arrepentido de alejar a Erik y había mentido a Raoul. Todavía no sabía si eso era algo bueno o malo.

—Por nada.

Erik me preguntó si quería asistir a la función de esa noche, y yo acepté, por supuesto. No iba a perderme algo así. Ambos fuimos a cambiarnos y, una hora después, nos dispusimos a subir.

—¿Está vacío el palco?

—Por su bien, espero que sí.

—Erik—le advertí.

—Es mi palco. Tengo derecho a enojarme si lo ocupan.

Suspiré. Era imposible discutir con él. Tomó un candelabro y se dirigió a la entrada.

—¿Vamos?

Lo seguí, levantando el vestido para que no se ensuciara. Erik dirigió una mirada curiosa a mis pies.

—¿Qué tienes puesto?

—Zapatillas. Intenta caminar con una de esas cosas por aquí—me defendí. Él rió y negó con la cabeza, pero no comentó nada más.

Un tiempo después, llegamos hasta la entrada secreta del palco número cinco, en la columna, y Erik se detuvo abruptamente.

—¿Qué...?

—Está ocupado—masculló, y de repente tuve la necesidad de rezar por el pobre desgraciado al que se le había ocurrido sentarse allí. Erik abrió una pequeña rendija y miró a través de ella, y la parte visible de su rostro se contorsionó de rabia—Es él.

—Sí, sobre eso...—susurré, incómoda—. Me olvidé de comentarte. Leroux llegó hasta el lago el día que te fuiste.

—¿Qué?—preguntó, sorprendido—Dime que no te vio.

—Alguien tenía que guiarlo hacia la salida.

Erik maldijo, y era obvio que estaba intentando contener su enojo.

—¿Y qué le dijiste?

—Inventé que...—me tapó la boca con rapidez, y yo protesté. Me indicó que guardara silencio.

—¿Quién está allí?—preguntó una tercera voz proveniente del palco. Ambos contuvimos el aliento mientras sentíamos como Gastón Leroux tanteaba la columna desde afuera.

Retrocedimos sobre nuestros pasos hasta que nos encontramos a una distancia prudencial para poder hablar sin ser oídos.

—¿Qué hacemos ahora? ¿No puedes usar alguno de tus...trucos?

—¿Ahora quieres que use mis trucos?—preguntó, escéptico— No con este hombre. Sabe demasiado.

Tenía razón. Pero una parte de mi seguía decepcionada por no poder ver la función de esta noche. No todos los días se asistía a la ópera en el siglo XIX.

—¿Volvemos a bajar?

—De ninguna manera—espetó Erik, comenzando a caminar en dirección contraria a la que habíamos venido—. No voy a perderme esto después de haber trabajado tanto. Creo que sé de un lugar que nos puede servir.

�-�

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro