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33. Amigo.

Hoseok se detuvo frente a la puerta entreabierta, sus dedos temblando sobre el marco de madera como si el mínimo contacto fuera suficiente para derrumbarlo. Desde esa pequeña apertura, podía ver a Jimin sentado en el suelo, con la cabeza enterrada entre las manos, un temblor recorriendo su cuerpo. Hoseok sabía que llevaba días sin comer bien, sin dormir, consumido por algo más que el agotamiento físico: el dolor de sentirse traicionado, atrapado en una tormenta que no había provocado.

Se quedó allí, inmóvil, como si entrar fuera cruzar una línea que ya había sobrepasado en silencio hacía mucho tiempo. La culpa le pesaba en el pecho como una roca, hundiéndolo con cada segundo que observaba a Jimin desde las sombras. Él sabía que estaba haciendo mal. Lo sabía desde el primer momento en que Jimin le pidió ayuda, en que le suplicó entre lágrimas que declarara a favor de Yoongi. Pero... ¿cómo podía? ¿Cómo podía ayudar al hombre que, sin siquiera saberlo, le había arrebatado lo que había deseado durante tanto tiempo?

El sonido de un sollozo lo sacó de sus pensamientos. Antes de que pudiera reaccionar, Jimin estaba de rodillas frente a él, sus ojos hinchados por el llanto, su voz rota por el peso de la desesperación.

—Hoseok, por favor... —La voz de Jimin temblaba, apenas un susurro que perforaba el silencio entre ambos—. Te lo suplico, necesito que me ayudes. Yoongi no hizo nada malo... no como ellos dicen. ¡Tú lo sabes! Tú me conoces, sabes que no me entregaría así sin amor, Yoongi nunca me haría daño.

Hoseok tragó saliva, sintiendo cómo su corazón se rompía en mil pedazos al verlo así, tan vulnerable, tan roto. Quería abrazarlo, quería borrar el dolor de su rostro y jurarle que todo estaría bien. Pero al mismo tiempo, su mente gritaba que esa era su oportunidad. Que si simplemente mantenía el silencio, si solo dejaba que las cosas siguieran su curso, tal vez, finalmente, Jimin podría mirar más allá de Yoongi. Podría mirarlo a él.

—Jimin... —su voz salió más baja de lo que esperaba, cargada de conflicto—. No sé si puedo. No sé si mi palabra será suficiente. ¿Y si no cambia nada? ¿Y si solo empeoro las cosas?

—¡No lo empeorarás! —exclamó Jimin, sus manos aferrándose al borde de la camisa de Hoseok, como si temiera que él pudiera desaparecer en cualquier momento—. ¡Hoseok, por favor! Eres mi única esperanza. Si no hablas... si no dices la verdad, Yoongi...

Jimin no terminó la frase, pero Hoseok entendió. Y el peso de esas palabras no dichas lo aplastó. Vio las lágrimas correr por el rostro de Jimin, sintió el temblor en sus manos y la forma en que su cuerpo parecía al borde de colapsar. Sabía que debería ceder. Que debía hacer lo correcto. Pero el egoísmo que llevaba años enterrado en su interior comenzaba a alzarse, a susurrarle que no lo hiciera.

—Jimin... yo solo quiero lo mejor para ti. —Las palabras salieron torpes, casi inaudibles. Pero al decirlas, se dio cuenta de que eran ciertas. Solo que su idea de "lo mejor" era distinta a la de Jimin. Él creía que Yoongi era una tormenta, una fuerza destructiva que había arrastrado a Jimin a un mundo de caos. Creía, en el fondo, que él mismo podía ser la calma que Jimin necesitaba.

Él no miraba a Min Yoongi con ojos de amor, y todas sus creencias se tambaleaban, amenazadas por un amor egoísta que nunca había querido aceptar. Creyó, de verdad creyó, que Jimin estaría mejor sin Yoongi. Que quizá, solo quizá, algún día él pudiera ser quien curara sus heridas.

Hoseok sintió que el aire se volvía más denso en la habitación. Jimin, todavía arrodillado frente a él, parecía un naufragio humano, y la intensidad de sus palabras seguía perforando cada rincón de su mente. Hoseok se inclinó ligeramente, intentando procesar todo, intentando no dejarse llevar por el torbellino que sentía en el pecho. Pero antes de que pudiera decir algo, Jimin, con los ojos húmedos pero firmes, habló nuevamente.

—Lo amo, Hoseok. —La declaración se sintió como un puñal directo al corazón de Hoseok. Cada palabra era un golpe que derribaba cualquier esperanza que él pudiera haber guardado, pero Jimin no parecía notarlo, absorto en su propio dolor—. No puedo imaginar mi vida sin él. Yoongi es... es mi hogar. No me importa lo que diga mi padre, no me importa lo que piensen los demás. No pueden entenderlo. Yoongi es quien me hace sentir vivo.

Hoseok cerró los ojos por un momento, tragándose la marea de emociones que amenazaba con desbordarse dentro de él. Sus puños se apretaron, no por ira, sino por frustración. Porque Jimin era tan ciego a lo que tenía justo delante. A él.

—¿Qué tal si pudieras tener un hogar aquí? —murmuró Hoseok, su voz baja pero cargada de un peso que incluso él no podía ignorar.

Jimin levantó la mirada, confundido. Su cuerpo aún temblaba por las emociones, pero algo en la forma en que Hoseok lo miraba lo hizo detenerse. Esa expresión... no era la de un amigo simplemente preocupado.

—¿Qué? —preguntó Jimin, sus cejas fruncidas, tratando de entender lo que Hoseok quería decir.

Hoseok respiró profundamente, sabiendo que lo que estaba a punto de decir podía cambiarlo todo. Pero si Jimin podía ser tan valiente como para admitir que amaba a Yoongi, entonces él también podía serlo.

—Digo... —empezó, sus palabras tambaleándose ligeramente, como si no estuviera seguro de cómo continuar—. ¿Qué tal si pudieras encontrar ese "hogar" en alguien más?, ¿Podría por favor gustarte yo?

El silencio que siguió fue ensordecedor. Jimin lo miraba con los ojos abiertos de par en par, claramente sorprendido por la confesión. La pregunta flotaba en el aire, pesada, imposible de ignorar. Jimin abrió la boca para responder, pero no pudo articular nada. En su interior, una parte de él quería reconfortar a Hoseok, pero la verdad era cruel: su corazón ya había alguien, era Yoongi.

Hoseok sonrió tristemente al ver la lucha interna en el rostro de Jimin. No necesitaba escuchar las palabras para saber la respuesta.

—Lo siento... —murmuró Jimin, finalmente encontrando su voz—. Yo... tú eres una de las personas más importantes para mí. Eres mi amigo...

Esa palabra, "amigo", resonó en la cabeza de Hoseok como un eco cruel. Porque eso era todo lo que él era para Jimin. Todo lo que alguna vez sería. Y, aunque su corazón estaba lleno de conflicto, no pudo evitar pensar que tal vez, solo tal vez, eso debería ser suficiente.

Hoseok asintió, aunque el nudo en su garganta hacía que incluso respirar fuera un desafío.

—No tienes que disculparte, Jimin. —Su voz era suave, resignada—. Solo quería que supieras que siempre voy a estar aquí para ti.

Jimin lo miró con una mezcla de culpa y alivio. Quería abrazarlo, agradecerle por ser tan increíble, pero sabía que cualquier gesto podría complicar más las cosas.

—Gracias.

Hoseok asintió de nuevo, intentando esbozar una sonrisa, aunque esta no llegaba a sus ojos. Por dentro, seguía sintiendo que algo dentro de él se rompía en mil pedazos. Pero si Jimin era feliz, entonces eso debería ser suficiente. ¿No?

Hoseok se quedó un momento en la puerta, había olvidado a que venia.

—Esto es tuyo —dijo, extendiendo un sobre hacia Jimin, aún incapaz de mirarle.

Jimin lo tomó, confundido, y al abrirlo sintió que el aire se le escapaba del pecho. Era la carta de aceptación a la Juilliard School of Dance, la beca con la que siempre había soñado.

—Venció el mes pasado. No podía decírtelo antes... No pude encontrarte

Jimin sintió cómo las lágrimas le quemaban los ojos, su corazón quebrándose al escuchar las palabras de Hoseok.

Y antes de que Jimin pudiera decir algo más, Hoseok se marchó, dejando tras de sí el peso de un sueño roto y una confesión que nunca debió haber hecho.

••••••♥️••••••

Hoseok llevaba horas apoyado contra la barda, su chaqueta apenas lo protegía del frío de la noche. Miraba el cielo, tratando de ordenar sus pensamientos, pero cada vez que pensaba en lo que estaba por decir, su corazón latía con fuerza.

Cuando las luces del porche se encendieron y la puerta se abrió, Hoseok se enderezó de inmediato.

—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó Yoongi, cruzándose de brazos.

Hoseok dio un paso al frente, mirándolo directamente a los ojos.

—Tengo un trato para ti, Min Yoongi —dijo con voz firme—. Uno que no podrás rechazar.

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