1 (reescrito)
Nobita se encuentra en una celda de contención, su mirada perdida y su cuerpo agotado. Las paredes grises y la luz tenue de la lámpara no hacen más que acentuar su desesperación. Mientras observa la oscuridad que lo rodea, su mente viaja al pasado, a aquel día fatídico en que todo comenzó. Un día que parecía común, pero que cambió su vida para siempre.
"Todo empezó en mi cumpleaños número 11," dice Nobita, su voz temblando ligeramente al recordar ese día. "Un cumpleaños que nunca olvidaré, aunque lo quisiera."
En ese entonces, Nobita era solo un niño, sentado en su escritorio, rodeado de libros y tareas que, como siempre, dejaba a un lado. La rutina diaria parecía continuar como cualquier otro día. Sin embargo, ese día algo diferente sucedió. Algo que no podía haber anticipado.
Cuando su sacapuntas cayó al suelo, Nobita no se levantó de su silla. En cambio, decidió concentrarse en el objeto, sin saber por qué. De repente, un poder desconocido lo invadió. Era como si algo dentro de él hubiera despertado, algo que no comprendía, pero que lo hacía sentir increíble. Sin moverse un solo centímetro, el sacapuntas comenzó a levitar, luego un lápiz, una regla, cualquier objeto metálico cercano respondía a su voluntad.
En ese momento, el mundo a su alrededor dejó de importar. El poder lo hacía sentir invencible, como si pudiera controlar el destino de todo lo que le rodeaba. Nobita se sintió eufórico, y durante algunos días, disfrutó de sus nuevos poderes, convencido de que ahora era alguien especial.
Pero la alegría pronto se desmoronó.
Lo que Nobita no sabía era que su poder no era único. De hecho, otros comenzaron a experimentar habilidades extraordinarias también, pero no de la misma manera que él. En los días siguientes, comenzaron a surgir más personas con habilidades inusuales, pero no todas tenían los mismos poderes. Algunas personas, como Nobita, desarrollaron habilidades extraordinarias como el control de los metales. Otras, sin embargo, obtuvieron poderes completamente diferentes.
Unos podían leer mentes, otros controlaban el fuego, o manipulaban el tiempo de forma fugaz. Algunos incluso desarrollaron capacidades más oscuras y peligrosas, como controlar las sombras o volverse invisibles. Cada poder era distinto, pero todos tenían algo en común: todos habían sido alterados por el mismo experimento.
El origen de estas habilidades se encontraba en un experimento alienígena. Un grupo de científicos extraterrestres, conocidos como los Xivros, habían llegado en secreto a la Tierra, observando a los humanos durante años. Su objetivo era crear una nueva especie, uniendo el ADN de los humanos con el de criaturas alienígenas para producir seres más poderosos, más eficientes. Pero los resultados fueron completamente impredecibles.
El experimento de los Xivros despertó una serie de mutaciones genéticas, no solo en Nobita, sino en muchos otros humanos. Algunas personas como él obtuvieron poderes que eran beneficiosos, pero otros fueron deformados por el experimento, adquiriendo capacidades que los hacían parecer monstruos. Esos efectos fueron tan dispares que algunos no pudieron ni siquiera controlarlos. Las personas que experimentaron estas mutaciones pasaron a ser conocidos como mutantes.
Al principio, los poderes de los mutantes fueron vistos con curiosidad, incluso asombro. Sin embargo, a medida que los mutantes se hicieron más visibles, la sociedad empezó a temerlos. Nobita, con su capacidad para controlar el metal, estaba a la vanguardia de los mutantes más poderosos. Pero mientras él disfrutaba de sus habilidades al principio, pronto se dio cuenta de la maldición que representaba ser diferente.
Al igual que Nobita, otros mutantes empezaron a usar sus poderes, pero no siempre de manera altruista. Algunos se sintieron oprimidos y decidieron usar sus habilidades para destruir o para obtener poder. Algunos, como los que podían manipular las sombras o controlar las mentes, usaron sus habilidades para intimidar o robar. Otros, como los que controlaban el fuego, no pudieron contener su ira y causaron incendios masivos.
A medida que la violencia aumentaba, la humanidad comenzó a ver a los mutantes como una amenaza. Las noticias comenzaron a difundir historias de mutantes que causaban destrucción y caos, y los gobiernos no tardaron en intervenir.
"Todo cambió cuando los humanos nos vieron como monstruos," recuerda Nobita, su rostro oscuro. "Al principio era solo miedo, pero luego todo fue más allá. Nos cazaron. Nos llamaron peligrosos. Nos persiguieron como si fuéramos animales."
Las autoridades comenzaron a formar escuadrones especiales para capturar a los mutantes. Los que lograban ser atrapados eran encerrados, aislados de la sociedad, mientras que otros huían o se escondían. Aquellos que usaban sus poderes para el bien se convirtieron en excepciones en un mundo que los veía como un peligro. A medida que las persecuciones se intensificaban, los mutantes comenzaron a ser más reacios a mostrar sus habilidades, temiendo ser atrapados o incluso asesinados.
Nobita, sintiéndose abrumado por la culpa de lo que su poder había causado, vio cómo la sociedad lo rechazaba. Al principio, había disfrutado de su poder, pero pronto se dio cuenta de que el poder que le había sido otorgado también lo ponía en peligro. Y mientras otros mutantes comenzaban a usar sus habilidades para luchar entre ellos, la persecución solo se intensificaba.
"Mi poder se volvió una maldición," dice Nobita, su voz llena de amargura. "Y todo porque alguien decidió jugar con lo que no entendía."
Nobita sigue sentado en su celda, recordando lo que sucedió durante aquellos días extraños que marcaron el comienzo de la transformación de su mundo. "Todo comenzó cuando nos dimos cuenta de lo que podíamos hacer... pero no fue lo mismo para todos," dice con una voz cansada, pero decidida.
Cuando Gigante descubrió su poder, fue un momento que cambió todo. "Nunca lo vi tan feliz," recuerda Nobita, sonriendo levemente, aunque algo de tristeza empaña sus ojos. "En ese entonces, nos reíamos mucho porque Gigante era el más grande, pero ahora... lo era literalmente."
El Poder de Gigante: Absorción y Transformación del Metal
El poder de Gigante era impresionante. Durante su descubrimiento, tocó una barra de metal que se encontraba en el parque, y en ese instante, su cuerpo comenzó a fusionarse con el metal. Pero lo más extraño de su poder no era solo que podía absorberlo, sino que no tenía ningún efecto negativo sobre él. Gigante podía tocar cualquier tipo de metal y convertirlo en parte de su cuerpo. Y lo más fascinante: podía transformarse en una versión aún más fuerte de sí mismo, cubierta completamente de metal, con una resistencia increíble.
Lo curioso era que Gigante no sufría daño alguno. Cuando se transformaba, no era como otros que necesitaban adaptarse a sus poderes. Él no sentía dolor ni agotamiento, y lo más impresionante era que, en cualquier momento, podía regresar a su forma humana con total facilidad. No había ninguna consecuencia negativa para él. El metal se incorporaba a su cuerpo como si fuera parte de él, y si quería, podía deshacer la transformación al instante.
"Era increíble," continúa Nobita, todavía asombrado. "Gigante se sentía invencible, imparable. Pero lo que más le gustaba era que su cuerpo nunca se lastimaba. Podía estar rodeado de hierro, cobre, lo que fuera, y aún así nunca se veía afectado."
Pero lo que hizo que todo cambiara fue el efecto que esto tuvo sobre Gigante. Cuando comenzó a absorber más metal y a fortalecerse con cada nuevo material, su ego creció más que su cuerpo. "Nunca lo habíamos visto tan confiado," dice Nobita, con una mezcla de admiración y desconcierto. "Gigante comenzó a creer que no había nadie que pudiera detenerlo. Se sentía superior a todos, como si el mundo entero le perteneciera."
Al principio, todo parecía increíble. Gigante podía enfrentar cualquier desafío sin temor. Su fuerza era tan grande que el mundo se veía a sus pies. Pero, como todo poder, ese cambio también trajo consigo consecuencias inesperadas. La gente comenzó a verlo con miedo, como a todos los mutantes, pero Gigante no quería aceptar que las cosas cambiaran. "Él pensaba que podría hacer el bien, que todos lo verían como el héroe," dice Nobita, suspirando. "Pero el mundo no lo veía así."
El problema fue que, aunque el poder de Gigante no tenía efectos negativos sobre él, la sociedad comenzó a temerle. Los mutantes, como se comenzó a llamar a todos los afectados por el experimento, no solo tenían habilidades sorprendentes, sino que su existencia era vista como una amenaza.
"Nos querían fuera de sus vidas," dice Nobita, mirando al horizonte a través de los barrotes de su celda. "El miedo creció como un virus. Si tenías poderes, entonces eras un peligro. Gigante lo entendió tarde, pero en el fondo, nunca dejó de sentirse invencible."
El problema de Gigante fue que su poder lo hizo ver como algo inalcanzable, lo que comenzó a inflar su ego de tal manera que se alejó de sus amigos. Se volvía cada vez más arrogante, convencido de que podía hacer lo que quisiera. "Creía que podía salvarnos a todos. Pensaba que no había nada que temer, pero la gente ya nos veía como monstruos," dice Nobita, con voz triste. "Y Gigante no podía entenderlo."
Mientras el poder de Gigante seguía creciendo, también lo hacía la desconfianza de la gente. No importaba que sus poderes no fueran peligrosos para él o para otros, el simple hecho de ser diferente era suficiente para que los humanos empezaran a cazar y rechazar a los mutantes. El miedo a lo desconocido había hecho su trabajo.
"Fue entonces cuando nos dimos cuenta de la verdad," continúa Nobita. "No se trataba de lo que podíamos hacer con nuestros poderes. Se trataba de lo que éramos. Y la gente no quería convivir con nosotros, ni siquiera entendernos."
Nobita recuerda cómo, después de que todo el mundo comenzó a desconfiar de los mutantes, Gigante comenzó a perder la esperanza. "Él pensaba que lo hacían por celos, que nos querían destruir porque éramos más fuertes," dice Nobita, con una risa amarga. "Pero lo peor fue ver cómo su corazón se llenaba de ira. Antes, todo era risas, pero después... Gigante cambió."
A pesar de su poder, Gigante no pudo evitar que la sociedad lo rechazara, ni que sus amigos se distanciaran. "Al final, nos vimos atrapados en un mundo que no nos aceptaba," dice Nobita. "Y aunque Gigante siempre trató de luchar por nosotros, la verdad es que todos estábamos condenados a ser cazados, a ser vistos como enemigos."
Y así, con el tiempo, la relación entre los mutantes se fue desmoronando. Aunque sus poderes no tenían efectos negativos sobre ellos, el rechazo y el miedo de la humanidad cambiaron para siempre el curso de sus vidas.
Nobita mira hacia el vacío de la celda, su mente sumida en recuerdos mientras su voz se torna pesada, pero clara, al hablar sobre lo que sucedió en los dos años siguientes.
"Pasaron dos años desde que descubrimos lo que éramos. Al principio, todo fue... emocionante, incluso para mí. Aunque mi poder era tan nuevo, el de los demás también lo era. Gigante había cambiado completamente, y no solo físicamente. Él, el que siempre había sido el matón de la escuela, se volvió un líder entre nosotros."
Nobita sonríe levemente al recordar aquellos días.
"Recuerdo que cuando Gigante empezó a absorber el metal, su cuerpo se transformaba en algo tan fuerte y resistente que... parecía invencible. Y entonces, lo que antes era una lucha constante por ser el más fuerte, ahora se convirtió en una especie de camaradería entre nosotros. Todos nos unimos. Nosotros, los que alguna vez nos hicimos daño unos a otros, ahora compartíamos la misma carga: ser mutantes."
En ese momento, Nobita pausa, su mente recordando lo que siguió.
"Eso fue lo que realmente nos unió, en parte. Gigante, que siempre me había intimidado, dejó de burlarse de mí. Se convirtió en alguien que defendía a los demás, y no solo a mí. No éramos los mismos. De repente, éramos un equipo, una familia de alguna manera."
"Pero Suneo..." Nobita frunce el ceño, como si el nombre de su compañero le dejara un amargo sabor en la boca. "Suneo no lo aceptó. No podía soportar que Gigante, el chico que siempre había hecho el ridículo, ahora estuviera rodeado de admiración, mientras él... no tenía nada."
Nobita se deja caer hacia atrás, mirando el techo de la celda con una tristeza contenida.
"Él siempre fue el que trataba de destacar a costa de los demás. Pero cuando comenzó a ver que Gigante tenía poder, algo en él cambió. Lo vi cuando comenzó a distanciarse de nosotros, a tratar de aliarse con aquellos que nos rechazaban. De alguna manera, él también veía el poder como una manera de ganar respeto, pero no lo entendió. No todos los que tenemos poderes somos peligrosos. Pero él nunca lo vio así."
Nobita cierra los ojos, recordando lo que había sucedido poco después.
"Pero mientras nosotros nos estábamos acostumbrando a nuestra nueva vida, el mundo fuera de nuestra burbuja estaba cambiando rápidamente. El rechazo hacia nosotros, los mutantes, creció a una velocidad alarmante. No importaba lo que hicieras o cuán bien usabas tu poder, las instituciones comenzaron a unirse en un solo objetivo: detener a los mutantes. Y no solo eso, sino que empezaron a cazarnos. Nos miraban como si fuéramos una amenaza."
Nobita apretó los puños, su rostro reflejando una furia silenciosa.
"Lo que no sabíamos, lo que no queríamos ver, era que la barrera que habíamos construido en nuestras vidas... estaba a punto de romperse. El miedo a lo que no entienden, la envidia, la desesperación de ver algo que no podían controlar, todo eso estaba a punto de estallar."
Y fue entonces cuando todo cambió.
"Un día, sin previo aviso, todas las grandes instituciones, desde los gobiernos hasta las organizaciones privadas se unieron en secreto para comenzar a desarrollar una estrategia para eliminar a los mutantes. Nos veían como amenazas para su orden, su control. No importaba cuán pacíficos fuéramos, nos cazaban, nos perseguían."
Nobita deja escapar un suspiro pesado, como si esas palabras pesaran más que todo lo que había dicho antes.
"Y fue así como... la guerra comenzó."
Flash back
El cielo sobre la ciudad se oscureció de manera inusitada, el aire comenzó a cargarse con una energía tensa. Seiko, de apenas 13 años, temblaba de esfuerzo, mientras controlaba el clima que amenazaba con desatarse a su alrededor. A su lado, Nobita y Gigante observaban con ansiedad cómo el poder de la chica crecía descontrolado, como un vendaval imposible de contener. La electricidad recorría el aire, y el viento soplaba con tal furia que los árboles cercanos se agachaban como si fueran a romperse.
Nobita, con el corazón acelerado, gritó desde una distancia segura: "¡Seiko, tienes que calmarte! ¡Solo respira!"
Gigante, aunque confiado en su fuerza, no podía dejar de mirar con preocupación el caos que rodeaba a Seiko. La tormenta crecía con cada segundo. Relámpagos cruzaban el cielo, y el suelo parecía temblar bajo el rugir del viento. "¡Seiko, tenemos que controlarlo, o todos estaremos perdidos!", dijo Gigante, intentando acercarse con cautela. La energía que emanaba de ella era incontrolable, y sabía que si no lograba dominarla, la ciudad entera podría ser arrasada.
De repente, un ruido ensordecedor cortó la atmósfera. En el cielo, las naves enemigas comenzaron a descender a toda velocidad, con un rugido metálico. Robots enormes, de más de tres metros de altura, aterrizaron en la ciudad. Sus extremidades eran mecanizadas, con armaduras reforzadas de metal, y su cuerpo parecía una amalgama de partes robóticas, tan precisas como letales. No eran solo máquinas, sino asesinos implacables.
Con pasos pesados y resonantes, avanzaron sin prisa, pero con determinación. Sus ojos eran luces rojas brillantes, y al caminar, las plataformas de concreto y los edificios temblaban, crujían bajo el peso de su presencia. Cada paso de sus pies metálicos marcaba la ciudad como un sello de muerte.
Los robots dispararon con cañones de energía, enviando ráfagas devastadoras hacia las multitudes. La primera explosión destruyó un edificio cercano, haciendo que escombros volaran por los aires. Las personas corrían en todas direcciones, pero era inútil. Los robots avanzaban, matando sin discriminación. Cualquiera que intentara resistir era aniquilado: una ráfaga de energía desintegraba cuerpos en segundos, y aquellos que no morían eran apresados por redes de energía, quedando inmovilizados, arrastrados hacia los robots.
Gigante, observando la carnicería, saltó a la acción. Corrió hacia uno de los robots más cercanos, y con un grito de furia, levantó un enorme trozo de metal del suelo. En un abrir y cerrar de ojos, lo usó como un garrote, golpeando la pierna del robot. El metal se retorció, deformándose bajo el impacto, pero el robot no se detuvo. El robot contraatacó, levantando su brazo para lanzar un misil de energía que impactó a Gigante en el pecho.
El impacto lo lanzó hacia atrás, pero Gigante se levantó, su cuerpo transformándose, la fuerza de su voluntad haciendo que sus músculos se expandieran como si fueran de acero. "¡No me detendrás tan fácilmente!" rugió, sus brazos de metal chocando contra el robot, hundiéndolos en su torso. La batalla fue brutal, pero Gigante estaba en su elemento, manejando el metal como si fuera parte de su propio cuerpo.
Mientras tanto, Nobita observaba con horror y frustración. ¡No podía creer lo que estaba sucediendo! En un instante, los robots estaban destruyendo todo lo que conocía. En sus manos, el metal cercano comenzó a moverse como si respondiera a su voluntad. La calle se transformó en una extensión de su poder: los trozos de hierro, los caños de acero y hasta los vehículos desechados comenzaban a levitar y reconfigurarse en estructuras metálicas.
Con un movimiento brutal de su mano, un muro de acero se levantó, bloqueando una ráfaga de energía que había sido dirigida hacia él. Usando su habilidad para manipular el magnetismo, desarmó a varios robots cercanos, arrancándoles los brazos y enviándolos de vuelta como proyectiles. La destrucción era indescriptible: los robots caían, uno tras otro, pero no sin antes disparar un último rayo mortal hacia las áreas más densamente pobladas.
Pero Nobita sentía que no era suficiente. Cada vez que derribaba a un robot, más descendían del cielo. La batalla era desigual. Los robots parecían no tener fin, y aunque Gigante estaba causando estragos entre ellos, la cantidad de enemigos era abrumadora.
"¡Seiko, ayúdanos! ¡Tu poder es lo único que puede detener esto!" gritó Nobita, pero Seiko seguía luchando contra su propio poder. El viento la envolvía, pero su concentración se rompía a medida que las ráfagas de tormenta se descontrolaban.
Un robot, más grande y más avanzado, se acercó rápidamente hacia ella. Un par de brazos hidráulicos se extendieron hacia ella, capturándola en el aire. "¡No!" gritó Nobita, mientras corría hacia ella, pero no pudo llegar a tiempo. Los robots habían atrapado a Seiko y la levantaban por los aires, controlando la tormenta que había desatado.
Gigante, viendo la escena, gritó furioso. "¡Déjala ir!" corrió hacia el robot más cercano, transformando su cuerpo en una armadura de metal puro, golpeando con fuerza su torso. Pero la máquina resistía.
La gente observaba desde las ventanas, desde las aceras, pero nadie hacía nada. Estaban paralizados por el miedo, por la desesperación. Nadie se atreve a salir, y los gritos de los mutantes caídos eran silenciados por el estruendo de las armas.
En un edificio cercano, un niño observaba todo esto desde una ventana, con una expresión vacía. Él era el creador de estas máquinas, el responsable de esta invasión. Su habilidad para entender y manipular la tecnología le había dado el poder de construir estos robots. Pero en ese momento, mientras veía el caos que había desatado, sintió algo que no había anticipado: remordimiento.
Sin embargo, no podía detener lo que había comenzado. El avance de los robots no se detendría hasta que todos los mutantes fueran eliminados, o capturados.
El caos se desbordaba por completo, la ciudad se sumía en la destrucción mientras los robots continuaban su caza implacable, sin tregua. La batalla de los mutantes contra las máquinas no era solo una lucha por sobrevivir, sino una lucha por la dignidad en un mundo que ya los había rechazado.
Nobita, Gigante, Seiko y los demás mutantes continuaban luchando con todas sus fuerzas, pero el número de robots parecía interminable. Cada golpe, cada intento de detenerlos, solo traía más destrucción.
Gigante, aún en su forma de fuerza descomunal, golpeaba con furia cada robot que se acercaba. Las piezas metálicas volaban en todas direcciones, pero su esfuerzo no parecía suficiente. Los robots se regeneraban, reagrupándose rápidamente después de cada impacto. Cada vez que derribaba a uno, dos más tomaban su lugar.
Por otro lado, Nobita, usando su control del magnetismo, manipulaba el entorno para defenderse y atacar, levantando escombros y objetos metálicos a su alrededor. Un rayo de energía salió disparado de uno de los robots, alcanzando a Nobita en el brazo. El impacto lo lanzó varios metros hacia atrás, y aunque no estaba gravemente herido, sentía cómo la fuerza de la máquina lo sobrepasaba.
"¡No podemos seguir así!" gritó Nobita, entre jadeos. El poder de su magnetismo era vasto, pero el número de robots sobrepasaba su capacidad de control. Seiko, a su lado, luchaba con todo lo que podía, desatando tormentas eléctricas que rasgaban el cielo, pero los robots seguían adaptándose, contrarrestando su poder.
La tormenta que Seiko había generado era tan feroz que los vientos la arrastraban hacia el suelo, mientras que los rayos la rodeaban, descontrolados. El clima se desbordaba completamente. Uno de los robots, aprovechando un momento de debilidad, se acercó rápidamente hacia ella. Sus brazos hidráulicos la atraparon en el aire, y un grito ahogado salió de la boca de Seiko, mientras el robot la levantaba.
"¡Seiko!" gritó Nobita, lanzándose hacia ella con la esperanza de liberarla. Pero en ese momento, una ráfaga de energía le dio de lleno en el torso, desprendiendo un chorro de sangre. La fuerza del impacto lo derribó, dejándolo sin aliento. La electricidad lo recorrió, dejándolo inmóvil por un segundo. Mientras luchaba por recuperarse, vio cómo los robots capturaban a Seiko, con la chica aún luchando, pero sin fuerzas para escapar.
Gigante, sin embargo, continuaba peleando con furia. En su forma más feroz, su piel de metal brillaba bajo el sol, y su cuerpo se movía como un muro imparable. Derribó otro robot con un golpe de su puño, pero otro lo atacó por detrás, utilizando una red de energía que lo inmovilizó. Los robots lo rodearon rápidamente, y Gigante fue levantado del suelo, siendo arrastrado hacia una nave.
Nobita, aún atónito por la velocidad de los robots, observó cómo más mutantes caían. Varios de ellos, mutantes con habilidades variadas, como la manipulación del fuego, la telequinesis, y el control de la gravedad, caían uno tras otro, abatidos por la imparable fuerza de los robots. Algunos de ellos eran atrapados y arrastrados hacia las naves que descendían del cielo, mientras otros se veían desintegrados por los cañones de energía. El caos era absoluto.
Nobita, agotado y lleno de rabia, vio a los robots avanzar. No podía permitir que Seiko y Gigante fueran capturados. Con un grito lleno de desesperación, utilizó todo su poder magnético para levantar grandes trozos de metal que flotaban en el aire, enviándolos hacia las máquinas. El poder de su magnetismo rebotaba como una ola, pero los robots se adaptaban rápidamente, protegiéndose con escudos de energía. En el momento en que se acercó a uno de los robots para destruirlo, fue rodeado.
Un impacto directo de un misil de energía lo dejó sin sentido. Su cuerpo fue inmovilizado por una red electromagnética, que lo mantenía quieto mientras lo arrastraban hacia una nave. Gigante también fue capturado junto a Seiko, y otros mutantes caídos fueron arrastrados por las fuerzas mecánicas de los robots.
Las naves comenzaron a elevarse del suelo, llevando a los mutantes capturados hacia lo desconocido. Nobita, aun inconsciente, pudo sentir cómo su cuerpo era transportado por una de esas naves. El ruido de los motores y el zumbido de los campos magnéticos que los mantenían flotando lo rodeaban.
Desde su interior, los robots vigilaban sin descanso. La ciudad quedaba atrás, destruida, mientras las naves se alejaban hacia el horizonte.
De vuelta en la ciudad, los pocos sobrevivientes observaban en silencio cómo el caos terminaba. Nadie hizo nada por ayudar. Los robots continuaron su trabajo de limpieza, destruyendo todo lo que quedaba, y la humanidad común, ajena al sufrimiento de los mutantes, regresó a su vida diaria, ignorante de la amenaza que se cernía sobre ellos.
Las naves continuaban su curso hacia la contención. Nobita despertó poco después, sin fuerzas, pero consciente de que su vida como la conocía ya había terminado. Lo que le esperaba, sin embargo, era aún más oscuro.
Nobita se encontraba en una celda de contención. Cada pared de la habitación estaba hecha de un cristal translúcido, lo suficientemente resistente como para contener cualquier fuerza imaginable. Desde fuera, cualquiera podía observarlo, como si se tratara de un espectáculo grotesco. La tenue luz de una lámpara colgante proyectaba sombras alargadas sobre su rostro, acentuando las ojeras profundas bajo sus ojos y la expresión de derrota en su semblante.
Su cuerpo estaba agotado, los músculos tensos por el estrés y las marcas de las pruebas a las que había sido sometido visibles en sus brazos. Apenas podía recordar la última vez que había dormido o comido algo que no lo hiciera sentirse aún más débil. Su mirada estaba perdida, clavada en un punto inexistente en el suelo, mientras la desesperación lo envolvía como un manto ineludible.
Más allá de las paredes de cristal, la oscuridad dominaba el espacio. Sin embargo, Nobita sabía que no estaba solo. Detrás de esa negrura, sentía las miradas de médicos y científicos que lo observaban sin cesar, como depredadores al acecho. Podía imaginar sus rostros: fríos, calculadores, carentes de cualquier rastro de empatía. Para ellos, él no era más que un experimento, un espécimen al que diseccionar mental y físicamente. Un animal al que estudiar.
La soledad y el silencio eran rotos únicamente por el leve zumbido de la lámpara y los murmullos ocasionales que llegaban de algún intercomunicador. Pero para Nobita, ese silencio era ensordecedor. Cerró los ojos, intentando escapar, aunque solo fuera por un momento, de su lúgubre realidad.
"Todo comenzó cuando cumplí 11", dice Nobita, su voz temblando ligeramente al recordar ese día. "Un cumpleaños que nunca olvidaré, aunque lo quisiera."
En ese entonces, Nobita era solo un niño, sentado en su escritorio, rodeado de libros y tareas que, como siempre, dejaba a un lado. La emoción de la fiesta que tendría, la cual estaba seguro de que sus amigos habían organizado, no lo dejaba concentrarse. Su mente vagaba, imaginando los globos, los regalos y la sonrisa de Shizuka cuando llegara a su casa.
Cuando su sacapuntas cayó al suelo, Nobita no se levantó de su silla; intentó alcanzarlo desde su posición porque le daba pereza levantarse. Pero antes de que sus dedos lo rozaran, algo extraño ocurrió. El sacapuntas comenzó a levitar y a acercarse lentamente a él, como si fuera guiado por un hilo invisible. Nobita se congeló, sus ojos abiertos de par en par. El miedo lo hizo retroceder, cayendo de espaldas contra el suelo con un golpe seco. Pronto no fue solo el sacapuntas: las sillas flotaron y luego su escritorio, todo girando caóticamente a su alrededor.
Recordaba el terror que sintió, y cómo Doraemon y su madre acudieron corriendo a él, con rostros llenos de conmoción y pánico.
"Esto no puede ser...", murmuró Doraemon mientras veía a Nobita recostado en una camilla, con un escáner futurista que pasaba sobre su cabeza. Su madre estaba cerca, con las manos temblorosas y lágrimas acumulándose en sus ojos. "¿Qué está pasando con mi hijo?", preguntó con la voz quebrada, pero Doraemon no tenía respuestas. Su rostro, habitualmente amable, estaba serio y preocupado, un gesto que Nobita raramente había visto.
"Tu cerebro muestra una actividad neuronal anormal", dijo finalmente Doraemon mientras revisaba los datos en una tablet en su mano. La pantalla estaba cubierta de gráficos y lecturas que el niño no comprendía. "Quiero que intentes hacer levitar nuevamente el sacapuntas a tu costado", pidió, intentando mantener la calma en su voz.
Nobita asintió nervioso. Cerró los ojos, su corazón latiendo con fuerza en su pecho. Su mente se centró en el pequeño objeto metálico colocado a su lado. Al principio, no ocurrió nada, pero luego sintió una extraña vibración en el aire, como un hormigueo que recorría su piel. Abrió los ojos justo a tiempo para ver el sacapuntas elevarse lentamente, mientras los radares de la máquina comenzaban a emitir pitidos ensordecedores.
"Generar y manipular campos magnéticos...", murmuró Doraemon, sus ojos fijos en la pantalla. En ese tiempo, Nobita no entendía a lo que se refería, pero podía ver el miedo oculto en los ojos de su amigo robot. Un miedo que se trasladó a él, plantando la semilla de una incertidumbre que lo acompañaría en los días venideros.
Con el paso de los días, Nobita comenzó a acostumbrarse a su poder. Al principio, usarlo lo hacía sentir único, especial. Por fin, alguien como él podía destacarse. Pero su alegría no duró mucho. En los días siguientes, comenzaron a surgir más personas con habilidades inusuales. Algunos podían leer mentes, otros controlaban el fuego, atravesaban paredes, volaban o corrían más rápido que un tren. Había quienes podían volverse invisibles o cambiar de forma. Cada poder era diferente, pero todos compartían algo en común: un gen anómalo que no existía en aquellos sin habilidades.
Los gobiernos de todo el mundo obligaron a los afectados a someterse a estudios médicos. Pronto, los titulares se llenaron de especulaciones sobre el origen de este gen, pero ninguna respuesta concreta surgió. Al principio, los poderes fueron recibidos con curiosidad, incluso admiración. Sin embargo, no pasó mucho tiempo antes de que el temor reemplazara al asombro.
Decenas de incidentes comenzaron a aparecer en las noticias:
"Mutante con la capacidad de atravesar paredes roba un banco en pleno día."
"Incendios provocados por mutante piroquinético dejan 20 muertos y cientos sin hogar."
"Mutante acusado de usar sus poderes para controlar y abusar de más de 10 mujeres; las investigaciones continúan."
"Niño mutante causa explosión en escuela primaria mientras juega con sus habilidades; se reportan 8 víctimas fatales y decenas de heridos."
"Hombre con poderes eléctricos provoca apagón masivo en una ciudad, causando caos y saqueos generalizados."
"Mutante con habilidad de cambiar de forma suplanta identidad de un político y causa escándalo al filtrar información confidencial."
"Mutante invisible irrumpió en una prisión de máxima seguridad, liberando a peligrosos criminales."
Los crímenes relacionados con mutantes se volvieron moneda corriente, y el repudio hacia ellos creció exponencialmente. "Fuimos vistos como monstruos," recordó Nobita, su rostro oscuro. "Al principio era solo miedo, pero luego todo fue más allá."
La casa de Nobita pronto se convirtió en un objetivo. Pintadas amenazantes cubrían la puerta: "Muerte a los mutantes." Piedras atravesaban las ventanas en medio de la noche. En las redes sociales, los llamados a "cazar mutantes" se multiplicaban. Los más débiles eran capturados por grupos extremistas y asesinados en transmisiones en vivo para que todo el mundo lo viera.
A medida que las persecuciones se intensificaban, muchos mutantes comenzaron a ocultar sus habilidades, temiendo por sus vidas. Pero para Nobita, con un poder tan evidente y peligroso, la posibilidad de esconderse era nula.
"Mi poder se volvió una maldición," dijo, su voz llena de amargura. "Para mí y para mis padres."
Nobita, aún sentado en su celda, apretó los puños con fuerza al sentir el calor del reflector que lo cegaba. Los ojos, cerrados con fuerza, parecían incapaces de escapar de la luz blanca que lo envolvía como una prisión invisible. "Todo comenzó cuando nos dimos cuenta de lo que podíamos hacer... pero no fue lo mismo para todos", murmuró, su voz arrastrando una carga de fatiga, como si cada palabra fuera un suspiro perdido en la oscuridad.
"Cuando Gigante descubrió su poder, fue un momento que cambió todo", continuó, su tono envolviendo la habitación en una melancolía gris. "Nunca lo vi tan feliz", recordó, una ligera sonrisa rota apareciendo en su rostro, sólo para desvanecerse rápidamente, como una sombra arrastrada por el viento. "En ese entonces, nos reíamos mucho porque Gigante era el más grande, pero ahora... lo era literalmente."
El poder de Gigante había nacido cuando mientras jugaba en el parque toco una barra de metal. "Absorción y Transformación de Materiales", lo llamaron. Nadie esperaba que su primera muestra de poder fuera tan monstruosa. Al tocar una barra de metal en el parque, el metal se deshizo en su cuerpo como si fuera parte de él. Sus músculos se expandieron, y una capa de hierro comenzó a recubrirlo, transformándolo en una especie de criatura titánica, con la que nunca imaginó ser asociado.
"Imagínate la forma colosal de Gigante, recubierta en metal", susurró Nobita, la risa teñida de amargura. "Era increíble... al principio." Pero lo que para Gigante fue un poder impresionante, para el mundo exterior fue un monstruo. A medida que su fuerza crecía, también lo hacía el miedo de los demás. Las miradas de terror, las puertas cerradas, las calles vacías; todo lo que había sido un símbolo de poder, ahora era el reflejo de la repulsión.
Gigante pensaba que podía hacer el bien. Creía que su poder podía ser usado para proteger, para salvar a los demás, para hacer del mundo un lugar mejor. "Él pensaba que todos lo verían como un héroe", dijo Nobita, el tono de su voz hundiéndose en la desilusión. "Pero el mundo no lo veía así." Gigante se encontraba frente a una realidad cruel y fría: no importaba cuánto luchara, su propia existencia era una amenaza para los demás.
La tienda de los Gouda fue el primer lugar en sentir el peso de esa realidad. Nadie se atrevió a acercarse después de que Gigante demostrara su poder. Las ventanas rotas y las paredes pintadas con grafitis de odio fueron solo el inicio. Incluso Jaiko, su hermana, comenzó a sentir la presión de una sociedad que los rechazaba. "Nos querían fuera de sus vidas", dijo Nobita, sus ojos apretándose con rabia contenida. "El miedo creció como un virus. Si tenías poderes, entonces eras un peligro. Gigante lo entendió tarde."
Era esa misma desesperación la que los había marcado a todos. El momento en que decidieron mostrar sus poderes sin pensar en las consecuencias. Gigante pensó que podía salvarlos a todos, que su fuerza podía ser el escudo que necesitaban, el faro en la oscuridad. Pero la oscuridad no entendía de escudos ni de sacrificios.
"Creía que podía convertirse en un escudo, una barrera para protegernos a todos", dijo Nobita, con la voz quebrada por la tristeza. "Pensaba que su poder podía detenernos de ser cazados... que nos haría aceptados."
Pero, como siempre, la realidad no era tan sencilla. Gigante, a pesar de su fuerza descomunal, no pudo evitar que la desconfianza y el miedo se apoderaran de la gente. La sociedad ya no lo veía como un héroe. Aún cuando usaba su poder para ayudar, la diferencia era su condena. "Nos trataban como monstruos", murmuró Nobita, las palabras pesando como ladrillos sobre su pecho. "La gente empezó a cazar a los mutantes, a verlos como enemigos. Ya no éramos humanos... éramos algo a lo que temer."
El mundo, que antes parecía tan vasto y lleno de posibilidades, se redujo a un espacio oscuro, aterrador y claustrofóbico. "Fue entonces cuando nos dimos cuenta de la verdad", dijo Nobita, mirando al vacío. "No se trataba de lo que podíamos hacer con nuestros poderes. Se trataba de lo que éramos. Y la gente no quería convivir con nosotros, ni siquiera entendernos."
A medida que el tiempo pasaba, Gigante cambió. La ira comenzó a consumirlo, reemplazando la esperanza que alguna vez había tenido. "Al principio, todo era risas", dijo Nobita, casi sin poder creer lo que estaba diciendo. "Pero después... Gigante cambió." Ya no era el Gigante que todos conocían, el chico ruidoso y jovial. Se convirtió en algo más oscuro, más peligroso, atrapado en un mundo que lo había rechazado.
Y, en medio de todo eso, Nobita miraba, impotente. "Nos vimos atrapados en un mundo que no nos aceptaba", murmuró, el eco de sus palabras llenando la celda. "A pesar de todo lo que hacíamos... todos estábamos condenados a ser cazados, a ser vistos como enemigos."
La relación entre los mutantes y los humanos normales comenzó a desmoronarse con el tiempo. Y aunque, por un instante, todo parecía emocionante, incluso para Nobita, esa chispa de esperanza se extinguió con cada nuevo rechazo, con cada nueva traición. "Pasaron dos años desde que descubrimos lo que éramos", recordó Nobita, un dolor palpable en su voz. "Al principio, todo fue... emocionante, incluso para mí. Pero luego... Gigante cambió completamente. No solo físicamente. Él, el que siempre había sido el matón de la escuela, se convirtió en un líder entre nosotros."
Sin embargo, ser un líder no bastaba para salvarlos. Nobita cerró los ojos con fuerza, tratando de calmar su respiración. "Gigante creyó que su poder podría protegernos... pero al final, nadie pudo salvarse."
Nobita sonríe levemente al recordar aquellos días, pero su rostro se oscurece rápidamente mientras las sombras de su celda lo rodean nuevamente. "Recuerdo que cuando Gigante empezó a absorber el metal, su cuerpo se transformaba en algo tan fuerte y resistente que... parecía invencible", murmura, como si el eco de esos momentos aún retumbara en su mente. "Le temieron, creyeron que usaría sus poderes para abusar de todos... pero se equivocaron."
Hace una pausa, como si el peso de la memoria lo detuviera. En sus ojos, hay una mezcla de tristeza y cansancio. "Eso fue lo que realmente nos unió, en parte. Gigante, que siempre me había intimidado, dejó de burlarse de mí. Se convirtió en alguien que defendía a los demás, y no solo a mí. No éramos los mismos. De repente, éramos un equipo, una familia de alguna manera."
Pero al recordar ese cambio en su amigo, una sombra cruza su rostro. "Pero Suneo..." dice con un tono tenso, como si el simple nombre de su compañero lo lastimara. "Suneo no lo aceptó. No podía soportar que Gigante, el chico que siempre había creído que era especial, ya no lo fuera. No creyó en su cambio ni en sus buenas intenciones."
Una risa amarga escapa de sus labios mientras recuerda las palabras que se propalaron entre ellos. "Gigante y yo... nos estábamos uniendo para dominar a todos", repite en voz baja, como si el peso de esa acusación aún le quemara. "Aunque sonara absurdo, todos lo creyeron."
Nobita cierra los ojos y se deja caer hacia atrás, mirando el techo gris y sucio de la celda. El recuerdo de esos días ahora es solo una sombra de lo que alguna vez fue esperanza. "La escuela se volvió un infierno", murmura con voz rota, dejando que varias lágrimas se deslicen por sus mejillas, aunque sus ojos sigan cerrados. El frío metal de la celda, el eco de sus pensamientos, son los únicos que lo acompañan en ese momento.
Es entonces cuando el silencio se interrumpe, y la voz de su madre, Tamako, emerge de entre la oscuridad, como un susurro en su mente, un eco lejano de tiempos mejores. "Nobita" su voz cálida lo envuelve, pero es solo un recuerdo. "No importa lo que digan los demás. No importa lo que pase fuera de aquí. Siempre estaré aquí para ti."
El dolor en el corazón de Nobita se intensifica. Aquellas palabras de consuelo, ahora distantes, lo hacen sentirse más solo que nunca. "¿Por qué no pueden entenderlo, mamá?" susurra, como si fuera capaz de verla frente a él. "No soy un monstruo y Gigante...el... solo quería ayudar."
El eco de la respuesta de su madre, de sus brazos envolviéndolo con cariño, parece ahogarse en las paredes frías de la celda. "Lo sé, Nobita," responde en su mente, la voz materna ahora quebrada, distante. "A veces, las personas tienen miedo de lo que no entienden. Pero eso no significa que tú debas cargar con todo el peso del mundo sobre tus hombros. No estás solo, hijo mío." La voz desapareció.
"Pero mientras nosotros nos estábamos acostumbrando a nuestra nueva vida, el mundo fuera de nuestra burbuja estaba cambiando rápidamente. El rechazo hacia nosotros, los mutantes, creció a una velocidad alarmante. No importaba lo que hicieras o cuán bien usabas tu poder, las instituciones comenzaron a unirse en un solo objetivo: detener a los mutantes. "
Nobita apretó los puños, su rostro reflejando una furia silenciosa.
"Lo que no sabíamos, lo que no queríamos ver, era que la barrera que habíamos construido en nuestras vidas... estaba a punto de romperse. El miedo a lo que no entienden, la envidia, la desesperación de ver algo que no podían controlar, todo eso estaba a punto de estallar."
Y fue entonces cuando todo cambió. Lejos, en medio de una isla deshabitada, el fin de los mutantes había estado desarrollándose durante estos dos años.
En el centro de una oscura y sombría sala de metal, la figura de una niña de nueve años permanecía atada a una silla de acero. Sus muñecas y tobillos estaban fuertemente sujetos por gruesas correas que las aprisionaban contra el asiento. Su rostro, empapado en sudor y marcado por el agotamiento, reflejaba un sufrimiento que no parecía tener fin. Los cables, gruesos y espirales, salían del casco metálico que cubría su cabeza, extendiéndose por la habitación hasta conectarse con un complicado sistema de maquinaria que rodeaba su cuerpo. Cada cierto tiempo, la niña emitía un grito ahogado, un grito de dolor, cuando una corriente eléctrica recorría su cuerpo.
"¡Ahh!" El grito de la niña se perdía en el ruido de la maquinaria. A pesar de su pequeña figura, su poder era imponente. Technomancia, la capacidad de manipular y crear tecnología avanzada, había sido tanto una bendición como una maldición para ella. Era capaz de crear y modificar dispositivos. La descarga de energía que recibía cada vez más intensamente solo empeoraba las cicatrices que ya marcaban su alma.
A su alrededor, en la penumbra, se alzaban enormes figuras metálicas. Tres metros de altura, los robots que había creado, forzados a hacerlo, se erguían como monstruos de metal y sombras. Cada uno tenía una estructura humana, pero su cuerpo estaba recubierto por una armadura gruesa con placas de titanio. Los contornos de sus extremidades eran angulosos como si solo tocarlos cortara.
Los robots poseían una gran envergadura y un poder físico. Cada uno tenía cuatro brazos: dos de ellos robustos, con dedos en forma de garra, perfectos para aplastar y rasgar cualquier resistencia; los otros dos más pequeños, capaces de manipular armas o reconfigurarse en diferentes herramientas. Sus cabezas eran un casco con líneas geométricas, con una serie de ojos rojos brillantes que emitían una luz fría y penetrante, con la capacidad de escanear y detectar a cualquier mutante
Los robots no respiraban, no titubeaban. Movían sus pesados pasos con lentitud, pero con una determinación mortal. El sonido metálico de sus pies golpeando el suelo resonaba en la sala, como un reloj de la muerte que marcaba el tiempo de los mutantes.
La niña, atrapada en su silla, los observaba. Sabía que los había creado. Sabía que, al igual que ella, ellos eran producto de un experimento que la había convertido en una herramienta. Su poder, su capacidad de controlar cualquier tecnología, había sido utilizado para diseñar estas horribles máquinas. Robots que serían enviados a exterminar a los mutantes, a acabar con aquellos como ella. Su mente se encontraba atrapada entre el dolor de las descargas y la angustia de lo que había creado. Pero lo peor era la inevitabilidad que sentía en su pecho: estos robots, estos monstruos metálicos, eran ahora la última esperanza del proyecto. No era una creación de defensa, sino una máquina de muerte.
"Ellos... lo harán," susurró, su voz rota y temblorosa. "Ellos destruirán a los mutantes..." Las palabras le sabían amargas, y su rostro mostraba el vacío que sentía dentro. Sabía que la batalla estaba perdida, y aunque los robots fueran sus creaciones, ellos solo seguirían órdenes. Órdenes que la hacían sentir más sola que nunca.
Mientras sus brazos robóticos se alzaban, activándose con una siniestra precisión, la niña volvió la cabeza, mirando la última máquina que había creado. Con un zumbido de energía, los brazos de metal comenzaron a moverse, preparándose para la caza. La batalla de la humanidad contra los mutantes, una guerra que había comenzado con el nacimiento de sus poderes, estaba a punto de llegar a su fin, y ella, sin quererlo, se había convertido en la autora de esa catástrofe.
Los robots avanzaban. El primer paso resonó como un rugido lejano, y con ello comenzó el fin.
"Y fue así como... la guerra comenzó."
Flash back
El cielo sobre la ciudad se oscureció, el aire comenzó a cargarse con una energía tensa. Seiko, de apenas 13 años, temblaba de esfuerzo, mientras controlaba el clima que amenazaba con desatarse a su alrededor. A su lado, Nobita y Gigante observaban con ansiedad cómo el poder de la chica crecía descontrolado, como un vendaval imposible de contener. La electricidad recorría el aire, el cielo se lleno de nubarrones negros y varios rayos golpearon el suelo
Nobita, con el corazón acelerado, gritó desde una distancia segura: "¡Seiko, tienes que calmarte! ¡Solo respira!"
Gigante, aunque confiado en su fuerza, no podía dejar de mirar con preocupación el caos que rodeaba a Seiko. La tormenta crecía con cada segundo. Relámpagos cruzaban el cielo, y el suelo parecía temblar bajo el rugir del viento. "¡Seiko, tienes que controlarlo, o todos estaremos perdidos!", dijo Gigante, intentando acercarse con cautela. La energía que emanaba de ella era incontrolable, y sabía que si no lograba dominarla, la ciudad entera podría ser arrasada.
De repente, un ruido ensordecedor cortó la atmósfera. En el cielo, las naves enemigas comenzaron a descender a toda velocidad, con un rugido metálico. Robots enormes, de más de tres metros de altura, aterrizaron en la ciudad. Sus extremidades eran mecanizadas, con armaduras reforzadas de metal, y su cuerpo parecía una amalgama de partes robóticas, tan precisas como letales. No eran solo máquinas, sino asesinos implacables.
Con pasos pesados y resonantes, avanzaron sin prisa, pero con determinación. Sus ojos eran luces rojas brillantes, y al caminar, las plataformas de concreto y los edificios temblaban, crujían bajo el peso de su presencia. Cada paso de sus pies metálicos marcaba la ciudad como un sello de muerte.
Los robots dispararon con cañones de energía, enviando ráfagas devastadoras hacia las multitudes. La primera explosión destruyó un edificio cercano, haciendo que escombros volaran por los aires. Las personas corrían en todas direcciones, pero era inútil. Los robots avanzaban, matando sin discriminación. Cualquiera que intentara resistir era aniquilado: una ráfaga de energía desintegraba cuerpos en segundos, y aquellos que no morían eran apresados por redes de energía, quedando inmovilizados, arrastrados hacia los robots.
Gigante, observando la carnicería, se lanzó a la acción. Corrió hacia el robot más cercano, y con un rugido de furia, levantó un enorme trozo de metal del suelo. El metal se transformó, absorbiendo su poder, extendiéndose por su cuerpo como si fuera una extensión de él mismo. Gigante se convirtió en una máquina de combate, con su cuerpo cubierto de un blindaje metálico que crecía y se deformaba a medida que absorbía el metal de los alrededores.
Con un golpe brutal, destruyó una pierna del robot, y la máquina cayó, pero no sin antes lanzar un misil de energía que lo alcanzó en el pecho, lanzándolo hacia atrás. Sin embargo, el metal que había absorbido lo hizo más fuerte. Gigante se levantó, su cuerpo transformado en una armadura más resistente. "¡No me detendrás!" rugió, golpeando el torso del robot, haciéndolo retorcerse bajo su fuerza. Pero los robots no se detuvieron.
Mientras tanto, Nobita observaba la escena con horror y frustración. ¡No podía creer lo que estaba sucediendo! La ciudad se desmoronaba bajo el ataque de las máquinas. Con sus manos, comenzó a sentir cómo el metal a su alrededor respondía a su voluntad. Los trozos de hierro, los caños de acero, y hasta los vehículos desechados flotaban a su alrededor, como si fueran parte de él.
Usando su habilidad para manipular el metal, levantó un muro de acero que bloqueó una ráfaga de energía dirigida hacia él. En un giro de su muñeca, los robots más cercanos fueron desarmados: sus brazos fueron arrancados y enviados de vuelta hacia ellos como proyectiles. Los robots caían uno tras otro, pero la cantidad de enemigos era abrumadora. Por cada robot que destruía, más descendían del cielo.
"¡Seiko, ayúdanos!" gritó Nobita, pero la joven luchaba por controlar su poder. El clima a su alrededor se volvía cada vez más impredecible, mientras ráfagas de viento y tormentas eléctricas comenzaban a descontrolarse.
Un robot, más grande y avanzado, se acercó rápidamente a Seiko. Sus brazos hidráulicos se extendieron, atrapándola en el aire. "¡No!" gritó Nobita, corriendo hacia ella, pero la máquina la levantaba sin esfuerzo, controlando la tormenta desatada por ella.
Gigante, viendo lo que ocurría, rugió furioso. "¡Déjala ir!" Corrió hacia el robot, transformándose de nuevo en una monstruosa armadura de metal. Golpeó con todas sus fuerzas, pero el robot apenas se inmutó. La batalla parecía perderse en cada segundo, y el número de robots aumentaba.
La gente miraba desde sus ventanas, paralizada por el miedo, incapaz de hacer algo. Los gritos de los mutantes caídos eran ahogados por el estruendo de las armas y las explosiones.
Los robots seguirían hasta que los mutantes fueran eliminados o capturados
Fin del Flash Back
La celda de cristal de Nobita se había convertido en su única realidad. El tiempo había dejado de tener un sentido tangible para él, todo se mezclaba en un caos de días interminables. Las horas pasaban lentamente entre las frías paredes de su prisión, y aunque su poder crecía cada vez más, su esperanza se desvanecía cada día un poco más.
Nadie venía a visitarlo. Nadie lo ayudaba.
Los humanos normales seguían con sus vidas, ajenos a su sufrimiento, e incluso, a veces, le mostraban videos de lo que ocurría fuera de su celda. Videos de la sociedad avanzando. En las pantallas, la gente sonreía, vivía su vida, trabajaba y se reunía, disfrutaba de la tecnología, de las comodidades del mundo, sin dar un solo pensamiento a los mutantes, a lo que había pasado con ellos. El mundo seguía adelante sin ellos. En esos videos, Nobita veía a los mismos humanos que lo habían capturado llevando una vida normal, con hijos, con proyectos, como si todo lo que él había vivido y sufrido nunca hubiese existido.
El contraste era insoportable.
En esos momentos, cuando las pantallas mostraban lo que él ya había perdido, Nobita se sentaba en el suelo de su celda, mirando al vacío, sintiendo el peso de la soledad y la desesperación. El mundo seguía sin él, y lo peor era que sabía que jamás había sido realmente parte de esa sociedad. Para ellos, siempre había sido un extraño, una amenaza. No importaba que hubiera intentado luchar, que hubiera querido ayudar a los demás mutantes a comprender sus poderes, a encontrar un propósito. Nada de eso importaba ahora.
La sociedad avanzaba, pero él no era parte de ese futuro. Cada vez que veía esos videos, la rabia y el dolor se multiplicaban. ¿Cómo podía el mundo seguir adelante, mientras él, y tantos otros como él, eran olvidados, encerrados, torturados?
Las noches eran las peores. El ruido de las máquinas de monitoreo, el sonido de las cámaras que siempre lo observaban, lo mantenían despierto. A veces, escuchaba risas en los pasillos, como si estuviera fuera de lugar en su propia existencia. Su poder, el mismo que lo había hecho tan especial, tan diferente, era ahora su maldición, porque cada vez que lo utilizaba, recordaba más y más lo que había perdido. Había usado su magnetismo para escapar, para luchar, pero todo lo que lo rodeaba o era de plástico o de cristal
Las palabras de los humanos se le clavaban como cuchillos: "Eres un monstruo", "Nos salvaron del caos que ustedes trajeron", "El mundo está mejor sin ustedes". Su existencia había sido reducida a eso: una amenaza, un error que debía ser erradicado.
A veces, cuando el comandante de la instalación pasaba frente a su celda, le mostraba videos de la sociedad floreciendo, recordándole lo que él nunca tendría. En una de esas ocasiones, le mostraron a Shizuka, Suneo, y los demás. Los veía a través de una pantalla, viviendo sus vidas sin él, sin importarles lo que había pasado, lo que Nobita había tenido que soportar. Los veía sonriendo, como si nunca lo hubieran necesitado.
Cada video, cada imagen que pasaba ante sus ojos, lo llenaba de una furia silenciosa que ya no podía contener. ¿Por qué nadie se preocupaba por ellos? ¿Por qué nadie luchaba por los mutantes? El mundo parecía haberlo olvidado, y el odio hacia la humanidad, esa sociedad que lo había encerrado, se acumulaba con cada minuto que pasaba.
Nobita ya no sabía si alguna vez lograría escapar, o si, incluso si lo hiciera, habría algo afuera que valiera la pena. La batalla que había librado en el pasado parecía tan lejana, como si hubiera sido de otra vida. Ahora, su único enemigo era la soledad, el olvido, y la falta de esperanza.
Los videos seguían mostrando la vida en el mundo exterior, ajena a su sufrimiento, a la tragedia de los mutantes. La gente seguía viviendo, disfrutando de la paz que ellos, los mutantes, nunca pudieron tener. Mientras tanto, Nobita seguía encerrado en su celda, el único recordatorio de que su mundo había quedado atrás, y el futuro seguía adelante sin él.
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En un rincón oscuro de otra sección de la instalación, Seiko Saotome, ahora con 16 años, estaba sentada contra una pared de metal frío, sus rodillas abrazadas contra su pecho. El collar grueso alrededor de su cuello brillaba débilmente con luces rojas, mientras los brazaletes en sus muñecas emitían un leve zumbido eléctrico, recordándole a cada segundo que no era libre. Cualquier intento de usar sus poderes era castigado con descargas dolorosas, una medida preventiva que se aseguraba de mantenerla bajo control.
Había aprendido a no resistirse. Cada vez que trataba de invocar una pequeña ráfaga de viento o modificar la presión del aire a su alrededor, el dolor llegaba, violento y fulminante, haciéndola caer al suelo. La tortura no solo era física; era mental, un recordatorio constante de que sus dones, que una vez soñó usar para ayudar a los demás, eran vistos como una maldición.
A diferencia de Nobita, Seiko no estaba completamente aislada, pero eso no significaba que su situación fuera mejor. Los humanos normales en las instalaciones la observaban con miradas que oscilaban entre el desprecio, la burla y el deseo. Había tenido que luchar más de una vez para evitar que algunos de ellos se sobrepasaran con ella. Esos encuentros la habían dejado temblando, llena de rabia contenida y una sensación de vulnerabilidad que odiaba con cada fibra de su ser. Su collar era su jaula, pero también su condena: sin sus poderes, no podía defenderse, y lo sabían.
Seiko cerró los ojos, intentando bloquear las memorias, pero los recuerdos volvían como cuchillos afilados. Recordaba el día en que todo había cambiado. Era solo una niña normal, con sueños simples y esperanzas inocentes. Quería tener amigos. Había preparado con entusiasmo una actividad en su escuela: hojas decoradas donde sus compañeros podrían escribir lo que se les daba bien, lo que les hacía especiales.
"Así sabremos en qué somos buenos y podremos ayudarnos entre todos", había dicho con una sonrisa.
Aún podía ver esas hojas en su mente, llenas de dibujos y colores infantiles. Había escrito en la suya: "Quiero ser alguien que haga sonreír a los demás". Pero esa niña optimista, que solo quería encajar, había desaparecido hacía mucho tiempo.
El cambio comenzó cuando sus poderes se manifestaron por primera vez. Un día soleado en el parque se transformó en un caos cuando, sin querer, desató una tormenta eléctrica. Sus compañeros huyeron aterrados, y los adultos la miraron con miedo y desconfianza. No entendía lo que había pasado. Solo quería detener la lluvia, pero en su lugar, el cielo había explotado en rayos y truenos.
Poco después, comenzaron las miradas acusatorias, los susurros a sus espaldas. Sus amigos se alejaron. "Monstruo", "peligro", "freak". Las palabras dolían más que cualquier descarga eléctrica que ahora recibía a diario. Y cuando llegaron los robots y la llevaron, su destino quedó sellado.
De vuelta al presente, Seiko abrió los ojos al escuchar el sonido de las botas de un guardia acercándose. El hombre la miró con una sonrisa burlona, golpeando el bastón contra su palma.
—¿Qué, te has portado bien hoy, chica del clima? —preguntó con burla, usando el apodo que le habían dado. No esperaba una respuesta. Nunca lo hacían.
Seiko apartó la mirada, sus labios apretados en una línea delgada. Sabía que responder solo empeoraría las cosas. Pero a pesar de su aparente calma, la rabia hervía dentro de ella, un huracán contenido que deseaba liberar.
El guardia se inclinó hacia ella, su tono cambiando a uno más cruel.
—Sabes, el mundo allá afuera está mucho mejor sin ustedes. Todos siguen con sus vidas, felices, mientras ustedes... bueno, son solo errores que estamos corrigiendo.
Seiko sintió que las palabras la golpeaban más fuerte que cualquier descarga. Ellos disfrutaban su sufrimiento, y eso la llenaba de una ira que apenas podía controlar. Quería gritar, quería luchar, pero las descargas le recordaban que no podía hacerlo.
El guardia se rió entre dientes, dándole un golpe leve en el hombro con el bastón antes de marcharse. Era un juego para ellos, un juego cruel donde Seiko siempre perdía.
Cuando estuvo sola de nuevo, miró sus manos, temblorosas, llenas de cicatrices por las descargas. Recordó lo que había escrito en aquella hoja de colores cuando era niña, y la ironía la hizo reír amargamente.
"Quiero ser alguien que haga sonreír a los demás."
Ahora, lo único que hacía era llorar en silencio, mientras el mundo seguía adelante sin ella. Su collar era la prueba de que, para ellos, no era más que un arma rota, un problema a contener. Y la sociedad que una vez quiso proteger la había abandonado sin mirar atrás.
♥
En otra sección de las instalaciones, Takeshi "Gigante" Gouda, ahora con 16 años, permanecía inmóvil en medio de una sala hermética. Estaba encerrado en un traje negro opresivo, que cubría su cuerpo desde el cuello hasta los pies, sellado con cierres mecánicos y pulsantes luces rojas. El traje era su jaula, diseñada para anular su habilidad de absorber y transformarse en cualquier material que tocara. Su prisión no era solo física, sino también psicológica, un castigo constante por lo que era.
El traje impedía que se moviera libremente; cada paso que intentaba dar era bloqueado por un sistema de restricción que lo mantenía atado a una posición fija. Los sensores de presión en su traje estaban calibrados para detectar incluso el intento más leve de ejercer su fuerza, activando corrientes eléctricas que recorrían su cuerpo en castigo.
Gigante siempre había sido fuerte, tanto física como mentalmente, pero después de tres años en esa prisión, esa fuerza comenzaba a desmoronarse. Los humanos que dirigían las instalaciones no se conformaban con simplemente encerrarlo. No, querían humillarlo, quebrarlo, demostrar que su poder no era más que una amenaza que podían controlar.
A lo largo de su confinamiento, Gigante había soportado innumerables pruebas, muchas de ellas crueles. Lo colocaban en cámaras de simulación, proyectando imágenes de cómo la sociedad había seguido adelante sin los mutantes. Las grabaciones mostraban a sus amigos y vecinos caminando por calles limpias y felices, como si nunca hubieran existido los seres como él. Sus viejos sueños de ser un héroe, de usar su fuerza para proteger a los débiles, parecían ahora una broma cruel.
En una de esas simulaciones, había visto a su familia en la pantalla. Su madre y su hermana menor caminaban por el mercado, riendo y charlando como si él nunca hubiera estado en sus vidas. Quería gritarles, quería preguntarles si alguna vez lo habían extrañado, pero sabía que era inútil. Esa vida estaba tan lejos de él como el cielo de la tierra.
Pero lo peor no era el aislamiento. Lo peor eran las pruebas físicas.
En varias ocasiones, los científicos lo colocaban en cámaras reforzadas y lo obligaban a luchar contra máquinas especialmente diseñadas para enfrentarse a él. Sin la capacidad de absorber materiales, su fuerza física sola no era suficiente, y cada combate terminaba con Gigante ensangrentado y derrotado, mientras las cámaras grababan su humillación.
A pesar de todo, no lloraba. Gigante se negaba a darles la satisfacción de verlo quebrarse. En lugar de eso, mantenía su mirada fija en la pared de metal frente a él, como si pudiera atravesarla con su determinación. Sabía que algún día saldría de allí, y cuando lo hiciera, haría que los humanos responsables de su sufrimiento pagaran por todo.
Un ruido metálico interrumpió sus pensamientos. La puerta de su celda se abrió lentamente, y una figura vestida con un uniforme blanco entró, llevando una tableta en la mano. Era uno de los científicos, un hombre de cabello gris y ojos cansados que siempre parecía disfrutar torturándolo.
—¿Cómo te sientes hoy, "Gigante"? —preguntó el hombre con sarcasmo, usando el apodo que había sido su orgullo en otro tiempo, pero que ahora era una burla cruel.
Gigante no respondió. Sus labios permanecieron cerrados, y su mirada no se apartó de la pared.
—Oh, ¿sigues con esa actitud de tipo duro? —El científico soltó una risa seca, acercándose. Tocó la tableta, y un zumbido eléctrico recorrió el traje de Gigante. Su cuerpo se tensó al sentir el dolor, pero no emitió un solo sonido.
—Debo decir que me impresiona tu resistencia. Pero ya sabes cómo funciona esto. —El hombre se inclinó hacia él, su sonrisa convirtiéndose en un gesto amenazante—. Siempre podemos hacer que las cosas sean más interesantes.
El científico activó una pantalla holográfica en la tableta, mostrando imágenes de niños jugando en un parque.
—Mira esto, Gouda. Mientras tú estás aquí, sufriendo como un perro, ellos están afuera, felices, libres. Y es gracias a nosotros. Gracias a nuestras medidas para mantener a "personas como tú" lejos de ellos.
Gigante apretó los dientes, sintiendo cómo su ira crecía dentro de él como un volcán a punto de estallar. Quería gritar, quería romper el traje y aplastar al hombre que estaba frente a él, pero no podía.
El científico observó su reacción con satisfacción y se levantó, ajustando su bata blanca.
—Bueno, será mejor que descanses, Gigante. Mañana tenemos otra sesión contigo. Vamos a ver cuánto puedes soportar antes de rogar por piedad.
La puerta se cerró con un chasquido, y Gigante volvió a quedar solo. El silencio era ensordecedor, pero su mente seguía rugiendo con pensamientos de venganza y libertad.
Miró sus manos, atrapadas en el traje, y recordó el día en que juró proteger a sus amigos. No sabía si volvería a verlos, pero si lo hacía, haría todo lo posible por liberarlos a ellos y a sí mismo.
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