IV.
Now the cloak of night is falling
This will be our last goodbye
Though the carnival is over
I will love you till I die
(The Carnival Is Over, Nick Cave and the Bad Seeds)
Afrodita estaba en el jardín de su templo. Ya había atendido a las rosas desde temprano, y ahora se dedicaba a su paciente en turno: la gris ramita de olmo que había tratado con algunos preparados enraizantes y que había plantado a modo de esqueje en una caja de cultivo.
–¿Crees que prenda? –le preguntó Deathmask.
–En este momento ese es mi propósito en la vida: conseguir que eche raíces –contestó Piscis. –Es lo que nos queda de Camus...
–No seas dramático. No es lo que queda...
–La recogí tinta en la sangre de Camus. En lo que a mí respecta, es como si formara parte de él.
–¿Qué harás cuando dé raíces?
–La plantaré en el Templo de Acuario, en el jardín.
Deathmask miró en silencio a su amigo y sonrió melancólico, para luego perder la mirada en el cielo.
–Dará una bonita sombra...
____
Milo corría sin ton ni son por el declive que formaba la montaña en su paso al valle, tratando de no tropezar con los escombros del deslave. Detrás de él iba Saga, intentando darle alcance, y Surt, ya sin poder tragarse el nudo que se le había formado en la garganta.
–¡Camus! ¡Camus! ¡Camus! –gritaba a todo pulmón el escorpión.
–¡Milo, detente! –gritó Saga mientras estiraba la diestra para agarrarlo. Le rozó el cabello con los dedos, pero no lo afianzó. –¡Detente, Escorpio, que pares ahora mismo, ya!
Milo iba tan fuera de sí que no vio a Aiolia salirle al paso y mucho menos notó que iba a taclearlo. Por un momento, cuando Leo lo tomó de las piernas, voló para luego aterrizar entre la nieve. Saga aprovechó para sujetarlo de los pies, pero Milo pataleó y le dio un golpe con la bota dorada en el mentón, que hizo que la vista del gemelo se nublara unos instantes. El escorpión se incorporó trastabillante y volvió a correr.
–¡Carajo, Milo, cálmate! –gritó Leo frustrado al no conseguir asir la capa de Escorpio.
–¡Y un cuerno que me calmo, gato estúpido! ¡Camus!
Avanzaba errático. Corría. Tropezaba. Caía. Se volvía a levantar para seguir corriendo. Los demás abandonaron la búsqueda para ir tras él y evitar que también se matara como consecuencia de una caída. Siguió su loca carrera cuesta abajo, hasta que sus pies dieron con una roca oculta y voló de nuevo por los aires. Rodó por el terreno abrupto, hasta que dio con el hombro izquierdo en un grueso tronco. Ignoró el dolor y se incorporó.
–¡Camus! –murmuró sin aliento. Como pudo brincó el tronco y siguió avanzando a trompicones. Los perros iban detrás de él.
–¡Está cerca! –gritó Deathmask. –¡Está cerca!
Milo volvió a trastabillar y dio con su humanidad en el suelo. Se empezó a arrastrar.
–Camus... ¡Camus...! –Aiolos lo alcanzó y lo asió por la cintura. –¡No, suéltame, suéltame! ¡Que me sueltes! –siguió arrastrándose por la nieve mientras el arquero trataba de afianzarlo. –¡Basta, suelta, suelta! ¡Camus...!
Saga se le unió a Aiolos y aferró con ambos brazos una de las piernas de Milo para inmovilizarlo.
–¡Ya quédate quieto, con un demonio! –masculló Saga. –No ayudas para nada en este estado...
Milo resolló y tragó saliva. Se empezó a arrastrar entre la nieve, llevando consigo a Aiolos y Saga. Una densa nube de vaho se le escapaba de entre los labios.
–Estás poseído, Milo –dijo Aiolos. –¡Detente un momento, por favor!
Escorpio apretó los dientes y, boqueando, siguió reptando. Aiolos y Saga lo jalaron de las piernas. Milo estiró la mano y se aferró de un tronco caído. Hizo fuerza y lo abrazó, para oponer resistencia, como si la vida le fuera en ello.
–¡Por Athena, Milo! ¡Compórtate! –dijo Aiolia.
–¡Me estoy comportando!
–¡Como un desquiciado!
–¡Suéltame! –gimió finalmente, mientras dejaba salir un torrente de lágrimas quemantes. –¡Por favor, por favor, suéltame!
Y lo soltaron. Milo se aferró al tronco y lloró con ganas. Poco a poco, los dioses guerreros, Kanon y los perros llegaron. Deathmask venía atrás, con cara inescrutable.
–Está cerca –repitió pasándolos de largo a grandes zancadas. –Camus está cerca.
Los demás lo miraron desconcertados. Los perros empezaron a olisquear el aire. Deathmask levantó el rostro, cerró los ojos y amplió las ventanas de la nariz, como si también persiguiera un aroma.
–Y no está solo...
Milo se levantó como si tuviera un resorte y empezó a caminar, dando vueltas a unos metros de Deathmask. Viraba la cabeza a todos lados, errático, desesperado.
–Camus...
Resbaló y dio con el culo en el suelo. Cerró los ojos fuertemente en señal de dolor. Se dejó caer hacia atrás, en la nieve, mareado de pesadumbre.
–Camus... –murmuró.
Dejó salir el aire junto con lágrimas silenciosas. Sintió la mano de alguien en su hombro. "¿Estás bien?" Parecía Saga. O Kanon. No sabía. No quería saber. Tan lejos y tan cerca... Camus...
Abrió los ojos y, a través del llanto, vio a Surt siguiendo a los perros. A... ¿Frodi?, oteando el horizonte. Apretó los párpados y sintió las lágrimas correr. Escuchó el murmullo indistinto de pisadas sordas y de los perros olfateando. Camus...
El viento, con suavidad, levantó algunas volátiles partículas de nieve del suelo. Extendió los brazos y su mano dio nuevamente con el tronco: lo acarició casi amorosamente. Retrajo su cuerpo un poco hacia atrás, hasta que su cabeza se apoyó en el árbol caído. Mantuvo los párpados apretados.
–¡Te digo que está cerca! –escuchó a Deathmask discutir con alguien.
Desplegó los párpados en apenas una rendija. El viento llevaba unos cuantos copos de nieve consigo. Volvería a nevar. Suspiró derrotado. Camus... Escuchó el leve soplo del aire en el descampado. Hacía como una melodía. Una que conocía...
"Could I come again, please?
Yeah, them ladies were too kind
You've been
Thunderstruck, thunderstruck"
–¡Cállense! –gritó. Todos se volvieron a verlo: tenía una mano levantada y el rostro tenso. –¿Escuchan?
Tenue. Muy tenue. Se escuchaba casi nada... ensordecida, soterrada, una melodía rítmica.
–¿Y esa canción? –dijo Aiolia.
Milo permaneció en silencio. Se quedó estático unos momentos, igual que el resto, que permaneció inmóvil intentando dar con el origen de la música.
Milo se puso en cuatro patas y pegó el oído al piso helado. Se concentró. Luego empezó a gatear muy despacio, a lo largo del tronco. Escudriñaba el suelo, con los sentidos al máximo. Se detuvo en un espacio en el que sobresalían algunas ramas resquebrajadas: la nieve no se sentía tan sólida allí. Escarbó brevemente. Tomó algo entre sus dedos.
Al ras del suelo, en el manto blanco, un audífono brotaba como una débil brizna de hierba, entre unas cuantas hebras de cabello rojo.
–Te encontré.
___
Athena había llevado como ofrenda un ramo de rosas rojas cultivadas por Piscis. Estaban anudadas con la vieja bufanda azul índigo de Camus. Milo, que sólo había asistido fugazmente, besó con ardor un extremo de la prenda, derramó unas lágrimas y dijo una plegaria en griego arcaico sobre la tapa del féretro. Luego se retiró.
"Din don Din don,
la campana di fra' Simon,
eran due che la sonavan,
pane vin i' domandavan..."
La mano de Deathmask reposaba suave sobre el ataúd.
"Din don campanon.
La campana di fra' Simon la sonava nott'e dì:
che il giorno l'è finì ed è ora di dormir.
Din don Din don..."
Surt miraba sentado desde su silla. El italiano cantaba con una voz dulcísima. Cuando conoció a aquel tipo de cara adusta, sonrisa tenebrosa y palabras cínicas, no imaginó que fuera capaz de mostrar aquella ternura insólita.
Deathmask había pasado la noche junto al féretro, cantando una tras otra viejas canciones de cuna italianas. A veces decía algunas palabras en voz baja y acariciaba la madera bajo su mano, como si estuviera arrullando a un niño. Un par de ocasiones se le deslizaron lágrimas por las mejillas, sin que intentara ocultarlas. Todo el tiempo, una sonrisa cálida habitó en su rostro.
Cuando fue de día, las damas de Valhalla pusieron flores blancas sobre el ataúd, y entonaron solemnes cantos fúnebres. Algunos santos dorados y Athena atestiguaban en silencio los rituales. Al concluir, cuatro dioses guerreros levantaron el cajón y lo encaminaron a la sepultura que le destinaron, en los mausoleos del palacio. Surt lloraba mansamente, con una expresión pacífica en el rostro y los ojos libres de dolor después de tanto tiempo.
Al colocar la lápida en su sitio, Surt besó la punta de sus dedos y los colocó en la piedra. Sonrió. Deathmask, a su lado, cantó una vez más, con la frente y la mano derecha apoyadas contra la inscripción.
Luego se separó, y dijo:
–Aquí yacen tus amados huesos, bambina mia; grazie da tutto il mio cuore. Siempre tendremos amor para ti. (1)
Surt sonrió.
–También tú bebes del Hidromiel de Odín.
Deathmask se volvió hacia él y le dedicó una sonrisa transparente.
–No olvidaré lo que tu hermanita hizo por mi hermanito. Entre nosotros, siempre será recordada. Sobre todo por Milo.
Puso una mano en su hombro y se fue. Desde su sitio, Athena le sonrió, se despidió con una inclinación de cabeza y se retiró. Los dorados fueron tras ella. Surt los vio desvanecerse en el túnel creado por Kanon.
–Bienvenida a casa, Sinmone. Ya nunca estarás sola.
___
Primero, disfrutó un segundo la paz que encontrar aquel diminuto artefacto le había procurado. Luego empezó a escarbar alrededor del fino cable, al principio despacio, y luego frenéticamente. Saga, Aiolia y Aiolos se le unieron unos momentos después, encendiendo un par de linternas.
–Tiene que estar aquí, tiene que... hay cabellos suyos.
–Podrían simplemente estar enredados en el cable.
–¡Cállate y apresúrate, Aiolia! ¡Camus está abajo, tiene que estar! –gritó Milo desesperado.
Surt se acercó con una pala, igual que Deathmask y empezaron a retirar la nieve apelmazada con mayor eficacia. Milo siguió escarbando, seguro de que su Keltos estaba justo allí. El cable siguió emergiendo, junto con un mechón de largo cabello rojo. Unas ramas rotas empezaron a descubrirse: los audífonos y el cabello estaban enredados en ellas.
–¿Qué es lo que ves? –preguntó Aiolia.
–Ramas, hojas y nieve, por ahora.
–Sigan, tiene que estar más abajo.
Un apretado entramado de ramas y hojas formaron una red que retuvo a medias la nieve, formando una pequeña cueva. Milo descendió entre las ramas, rompiéndolas y apartándolas: de una de ellas pendía el mechón, arrancado, y el MP3 unido al otro extremo del cable. Formó un hueco y pudo ver, entre la oscuridad y la nieve compactada, una solapa de lo que parecía ser el saco de lana parda de Camus.
–¡Aquí está! ¡Aquí está! ¡Maldito Keltos, me has tenido con el alma en un hilo! ¿Cómo te atreves a preocuparme así, estúpido? ¡Eres un desconsiderado de lo peor, en cuanto estés de pie te patearé el culo, imbécil!
Unas cuantas paladas más y algunas ramas extra retiradas después, les permitieron tener una imagen más clara de lo que pasaba.
–No se levantará nunca, Milo –dijo Kanon con pesar.
Milo se introdujo como pudo en el hueco, aún mayormente lleno de nieve y miró de cerca. Camus yacía recargado contra la pared de aquella burbuja gélida: tenía la cara (transparente de tan pálida) inclinada sobre el esternón. En el lado derecho de la cabeza, cerca de la sien, tenía una herida contusa llena de sangre coagulada y congelada. De la nariz, los oídos, los lagrimales y la boca le escurrían finos hilillos carmesíes, coagulados también. El helado manto blanco le cubría irregularmente el torso, y las extremidades estaban arrojadas de cualquier modo, como un guiñapo: tenía una mano sepultada en el hielo y la otra prensada por una rama. La pierna derecha, medio emergida de la nieve, mostraba ángulos extraños: estaría rota, sin duda.
Lo peor de todo, sin embargo, era la rama –fina, joven y unida al árbol– que atravesaba el lado derecho de su tórax y que lo mantenía clavado a la nieve como un alfiler a una mariposa.
Los ojos abiertos, rodeados de círculos violetas, carecían de expresión y mostraban la pupila dilatada. Los delgados labios lucían azules y marchitos. No respiraba: estaba helado. El Mago del agua y del hielo había sucumbido a las heridas masivas e, increíblemente, a la hipotermia. Milo, inmóvil, metido en una pesadilla que se había vuelto real, no se decidía a tocarlo por no romperlo, como en su maldito sueño.
–Sácalo, Milo.
–No puedo. Lo voy a lastimar.
–No puedes lastimarlo más de lo que está.
–Yo creo que sí. Podría dejarlo paralítico...
–¡Está muerto, escorpión idiota, está muerto! ¿Cómo vas a dejarlo paralítico si está muerto? ¡No se levantará jamás! –le gritó Aiolia consternado y con lágrimas en los ojos. –¡Sácalo para que podamos llevarlo a casa y llorar por él!
–¡Me niego a sepultarlo de nuevo!
–¡Entonces lo cremaremos, tiraremos sus cenizas al viento y asunto arreglado!
Aiolos retiró a su sollozante hermano a jalones y permitió que Saga se deslizara junto a Milo. Observó al francés con honda lástima y tomó el hombro del muchacho rubio.
–No sé cómo sacarlo sin lastimarlo...
Saga colocó su mano de canto y con una estela dorada, cortó el aire y la ramita. El cuerpo de Camus se inclinó ligeramente a un lado y Milo, después de quitarle más nieve de encima, pudo tomarlo con toda la delicadeza que le fue posible. Lo acunó entre sus brazos y le acarició las mejillas gélidas; sus lágrimas se le deslizaron por los pómulos y cayeron, tibias, en los labios fríos del pelirrojo.
–Aquí estoy, Camus. Aquí estoy, Keltos. Vamos a llevarte a casa. Te vas a recuperar y nos patearemos mutuamente el trasero, ¿quieres? Y luego te pediré perdón y después follaremos como conejos. Y nuestra vida será maravillosa. Ya verás...
–Milo...
–Incluso aceptaré a tu estúpido amigo vikingo y le permitiré visitarnos. Me ha asegurado que le gustan las mujeres, así que sólo nos molestará con su sangre de plomo, pero no interferirá entre nosotros...
–Adviertan a Athena que Camus está muerto y que Milo ha perdido el juicio...
–Donna –pronunció Cáncer mientras elevaba su cosmos. –Envía a Mu. Encontramos a Camus: acaba de morir, pero la hipotermia es engañosa, podríamos intentar reanimarlo.
Mu se materializó al instante a un lado de Deathmask y miró hacia el hueco abierto entre la nieve y el árbol descuajado. Puso cara de espanto. Brincó hacia adentro de la reducida hoquedad y se arrodilló junto al escorpión lloroso y su amado yacente.
–Supongo que vienes –le dijo a Milo, que dio una breve cabezada afirmativa. Un momento después, el único rastro que quedaba de Camus eran las manchas de sangre congelada sobre la nieve revuelta.
–Pues... terminamos... –dijo Kanon con cansancio y voz trémula. –Quiero llegar al palacio, aplastarme frente a una chimenea y beber hasta que se me olvide mi nombre. Sabía que lo encontraríamos muerto, pero igual no es fácil aceptarlo.
–Aún no está muerto, eso dijo Deathmask.
–Dijo que podemos intentar reanimarlo...
–Todos lo vimos: está destrozado. No la librará.
Deathmask observaba en silencio hacia el hueco abierto en el suelo. El cabello plateado se le mecía un poco con el viento, que empezaba a abundar en briznas de nieve, cada vez más blancas según crecía la tenue claridad del día. Se metió en cuanto Saga salió. Tomó el MP3 junto con el cable y los cabellos arrancados de la cabeza de Camus. Se los guardó en la coraza de la armadura.
–Vámonos, Cáncer –dijo Aiolos con voz apagada y triste. –En el palacio nos esperan: seguro tendremos que seguir a Milo y consolarlo. Dioses. Verdaderamente va a enloquecer...
–¿Qué haces aquí, piccolina, chiquitita? –susurró Deathmask –¿No deberías estar durmiendo? (2)
Un corro de curiosos se formó alrededor de la cueva improvisada.
–¿Qué le pasa a su amigo? –preguntó Sigmund. –¿Tanto le afecta la pérdida de Acuario?
Los Géminis observaron en silencio a Deathmask, que susurraba en el interior del hueco. Hablaba suave y dulcemente, con una sonrisa tierna en el rostro.
–Justo ahora me asusta bastante –reconoció Kanon. –¿Con quién habla y por qué es tan amable?
Saga se encogió de hombros.
Sin dejar de conversar, Deathmask empezó a cavar en la nieve con las manos. De pronto, su voz entonó una canción de cuna. Detuvo su excavación improvisada, aferró algo en sus brazos y salió sin dejar de canturrear. Cuando estuvo entre los demás, pudieron ver que lloraba mientras apretaba contra su pecho un bultito envuelto en pieles maltrechas y gastadas.
–Surt –llamó Deathmask. –Sinmone dice que no puede dormir si está sola y si no le cantan. Acompáñame y cantémosle.
Surt miró incrédulo el saco de piel (el mismo que confeccionaron toscamente y con prisa él y Camus hacía años para que sirviera de mortaja a su hermanita) y extendió una mano para acariciarlo. Una lágrima se le deslizó por la mejilla. Levantó el rostro hacia el albino.
–Dijiste que no había almas en pena en las inmediaciones...
–Y así es. Tu hermanita no es un alma en pena. Es una bambina luminosa que juega todo el tiempo en la nieve, como cualquier chiquitina bella haría. (3)
Deathmask continuó cantando, en medio de un llanto silencioso y sin dolor. Acunó el bultito y empezó a caminar, abriéndose paso entre el grupo enmudecido e impresionado.
–Andando –dijo Aiolos en calma. –La nena necesita descansar...
___
Fue difícil impedir que Milo enloqueciera una vez que los médicos de la Fuente recogieron del suelo el cuerpo inerte de Camus, justo en medio del salón en donde Mu los había hecho aparecer.
Shion había sido advertido por Saori apenas unos pocos minutos antes de la situación, pero ver en lugar de imaginar la seriedad de las heridas de Acuario lo dejó sin habla. Cuando Escorpio hizo el intento de seguir a los médicos que se llevaban a su amante, Mu lo sujetó, primero amablemente, de los hombros; luego el forcejeo subió de tono cuando tuvo que tirarlo al piso e inmovilizarlo. Su Santidad ni siquiera se planteó complicarse la vida: se inclinó sobre los dos guerreros, tocó con la punta de sus dedos la frente de Milo, que no paraba de vociferar y revolverse entre los brazos de Aries, y cayó dormido.
Así, las primeras espantosas horas de reanimación de Camus no tuvieron que formar parte de los recuerdos de Escorpio.
Las cirugías, sin embargo, no se las quitaría de la cabeza jamás.
___
–Pero, entonces, sí está vivo, ¿verdad?
–Pues... ¿sí? Diríase. Al menos por ahora...
–¿Kyría?
Saori escuchaba el relato de Mu sobre los primeros esfuerzos por recobrar a Camus de su trance de muerte. Estaba en la salita del comedor del Valhalla, asegurándose de que sus santos y los dioses guerreros estuvieran recibiendo atención y cuidado después de la misión de rescate. Lifia y Freya también escuchaban atentas: Hilda estaba en otro salón, acompañando a Surt y Deathmask, para rendir los primeros honores funerarios a la pequeña Sinmone. Algunos santos, el mayor de los Géminis entre ellos, habían vuelto al Santuario para acompañar a Milo.
Saori se concentró unos momentos en percibir a Camus. Suspiró con cansancio.
–Está muy mal. No tiene deseos de vivir.
–Oh, por favor –dijo Aiolia profundamente fastidiado. –Querer morir porque Milo lo llamó puta es sobrerreaccionar. ¿Cómo hago para comunicarme con él y decirle que se está pasando de dramático?
Athena sonrió tristemente mientras negaba con la cabeza.
–No está sobrerreaccionando. Milo se comportó como un completo imbécil: no sólo en la cena, ha venido extendiendo esta situación por meses. Pero tienes razón en algo: no se está dejando morir por eso. El enfrentamiento fue sólo el detonante para lo que le sucede ahora.
–¿Es por lo de la invasión al Santuario, cuando creímos que él y los demás eran traidores?
–No del todo, aunque tiene que ver. Es más profundo que eso.
–Camus nunca ha lidiado realmente con sus emociones, ¿no es cierto, Dama? –intervino Shaka.
–No, no lo ha hecho, y creo que por ahí van las cosas. Si sobrevive a esto, habrá que someterlo a terapia psicológica. De mi parte, estoy segura de que su problema tiene que ver con Sinmone.
–¿Se siente mal por la niña?
–¿No te sentirías mal tú si estuvieras en su lugar? –preguntó Aiolos. –Nos hemos entrenado para proteger a la humanidad. No me imagino cómo se sintió al haber matado a la niñita, sin importar si fue o no un accidente. Yo no podría perdonármelo.
–Y era un niño. ¿Cuanto tenía, doce, trece años?
–Diez –dijo Surt, que entraba en la habitación. En su rostro aún se veía el rastro de las lágrimas derramadas por su hermanita. –Sinmone tenía siete. Y aunque en realidad convivimos poco tiempo, Camus llegó a quererla mucho. Mi hermana lo seguía a todas partes, proclamándose su novia y futura esposa, planeando construir una enorme cabaña en el bosque para proteger al montón de hijos que tendrían juntos. Le pedía que le contara historias y le cantara canciones. El día que ocurrió el accidente, odié a Camus con toda mi alma, pero sé que él se odió todavía más.
Surt sintió la mano de Athena sobre la suya, y al volverse hacia ella, la joven le sonrió con ternura. El pelirrojo bajó la vista, mortificado.
–He pasado los últimos meses tratando de convencerme a mí mismo de que actué con justicia cuando le exigí a Camus que me retribuyera la muerte de mi hermana. En algún momento creí que era así. Ahora, en retrospectiva, sé que fui ruin con él. Yo sabía que no había procesado bien lo de Sinmone: cosimos juntos la mortaja de pieles y juntos la sepultamos cerca de la cabaña. Y en cuanto coloqué el madero con el nombre de mi hermana, Camus se dio media vuelta y se internó en el bosque. Se perdió días y días. Y cuando finalmente regresó, estaba distante e inexpresivo. Antes de eso él ya era un chico centrado y solemne, pero aquello... aquello lo quebró. Y yo me aproveché...
–Ya no hay nada qué hacer al respecto y no es útil para nadie que te recrimines. Tal vez tengas la oportunidad de arreglar tus asuntos con Camus, pero en este momento considero más urgente que arregles primero los tuyos propios. ¿Qué hay con Sinmone?
–Cáncer la ha... confortado. Ha estado cantándole todo este tiempo sin parar, y me ha hecho cantar con él. Parece un tipo temible, pero en realidad es muy amable. La dama Hilda ha mandado que preparen un ataúd para sepultarla en el palacio. Es un gran honor, por supuesto, pero yo preferiría encontrarle sitio en el cementerio de la villa.
–Se quedará aquí –dijo Hilda mientras se acercaba. –Tendrá funerales de guerrera: se comportó como una Valquiria al acudir a consolar el alma de Camus. Además, vives aquí, y es justo que tu hermana esté cerca de ti.
–Gracias, mi Dama. Deathmask quiere que en el féretro de Sinmone haya algo que le pertenezca a Camus. Dice que así ella podrá descansar verdaderamente en paz. El entierro será en tres días.
–Veré qué recuerdo de Camus podemos traer –dijo Saori. –¿Nos permitirás acompañarte?
–Sería un honor, Dama.
–El honor será para nosotros: tu hermana siempre estará en nuestros corazones de aquí en adelante. Estoy segura que Milo querrá asistir. Y tal vez Camus pueda venir algún día a rendir tributo también.
Un portal se abrió en medio del salón y Saga salió de su interior. Se veía extenuado, y en el mentón lucía un marcado moretón, producto de la patada que había recibido de Escorpio unas horas antes. Milo llevaba uno similar, como consecuencia del golpe que le había propinado la noche anterior.
–Kyría –dijo solemnemente mientras hacía una breve reverencia–, Shion agradecería tu presencia en casa. Camus te necesita.
___
Aclaraciones
1. En este capítulo juego mucho con el tiempo: de pronto estamos en el futuro (prolepsis o flashforward), luego en el pasado (analepsis o flashback), después en el presente. Me divertí mucho escribiendo de este modo. Es probable que el siguiente capítulo conserve un poco de esto.
2. Sobre las lesiones de Camus. No soy médica, pero digamos que me he pasado un buen de tiempo en hospitales y entre médicos. Además, me gusta documentarme. Todas las heridas de Camus son posibles en un alud. Y es real que la hipotermia puede ser muy engañosa: una de las primeras medidas al tratar un paciente severamente hipotérmico es calentarlo de manera paulatina para tratar de restablecer las funciones vitales.
3. Sobre las reacciones de Milo: todos los escorpiones de mi vida (que son bastantes) reaccionan de manera errática, irreflexiva y atravancada ante una situación de emergencia. Pierden la calma con una facilidad apabullante y es difícil hacerlos entrar en razón. Sin embargo, tienen otras características que adoro: son dulces, amorosos, intensos en sus emociones y férreos cuando deciden algo. Son la neta, pues.
4. Bueno, en esta ocasión Camus no habló. Las escasísimas aclaraciones idiomáticas le corresponden a Deathmask. Sé bastante menos italiano que francés, pero me parece que en general, las expresiones son correctas. Aquí van:
(1). Bambina mia; grazie da tutto il mio cuore: Mi niña; gracias con todo mi corazón.
(2). Piccolina: chiquitina, pequeñita, pequeñina.
(3). Bambina: niña, nena, muchachita.
Por ahora es todo. Agradezco a quienes han estado leyendo y votando. Espero que la lectura sea amena y no les desagrade demasiado. Nos vemos la próxima semana.
Abrazos y feliz navidad.
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